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Malvinas: Menéndez, su hijo, los soldados muertos y sus cenizas en las islas
La relación de Menéndez con su hijo en la guerra, los soldados muertos y por qué sus cenizas descansan en Malvinas
Fue el gobernador militar de Malvinas en 1982. El tiempo demostró que también fue víctima de la improvisación de la Junta Militar empujada por la euforia popular por la recuperación de las islas que se había hecho sentir en la Plaza de Mayo. Su preocupación por los soldados y su última voluntad
Por Adrián Pignatelli || Infobae
La fotografía registró para siempre un instante. Entre el sábado 24 y el lunes 26 de abril de 1982 llegaron a las islas los efectivos de la III Brigada, unos 3500 hombres. En distintas tandas, lo hizo el 5, uno de los regimientos que la integraba.
El 25 comenzó su traslado a Puerto Howard, en la isla Gran Malvina. En la pista del aeropuerto, con un viento infernal, entre cajas con armamentos y municiones apiladas sin un orden, vehículos que se cruzaban, helicópteros que llegaban y partían, soldados que se agachaban y besaban la pista, no todos repararon en el encuentro entre el general Mario Benjamín Menéndez, gobernador militar de las islas y un joven subteniente de 26 años, integrante de la segunda sección de la Compañía C, su propio hijo.
El superior no está teniendo una conversación paternal o una emotiva bienvenida: reprende al subalterno por no tener abrochado el casco. El destino quiso que padre e hijo combatieran en Malvinas. Ninguno de los dos imaginó que, décadas después, sus cenizas serían esparcidas allí.
Mario Benjamín, santafecino, nacido en Chañar Ladeado, tenía 52 años cumplidos el 3 de abril y era general de brigada. Mario Benjamín, correntino, había egresado en noviembre de 1980 como subteniente, y el Regimiento 5, con asiento en Paso de los Libres, era su primer destino.
Hubo un tercer integrante de la familia en la guerra: el teniente Eduardo Sabin Paz, aviador de Ejército, casado con Marta Ofelia, la hija mayor de Menéndez. Era jefe de la sección compañía de helicópteros de asalto B.
La tradición familiar del nombre Mario Benjamín comenzó con el papá del general, un médico clínico que en 1930 se había radicado en Chañar Ladeado. Desde 1991 el hospital local, del que fue su director, lleva su nombre.
Cuando el plan de recuperar Malvinas era manejado por muy pocos, el general Menéndez había sido llamado a una reunión reservada con el general Leopoldo Galtieri. Entonces, Menéndez era el jefe de operaciones en el Estado Mayor de Ejército.
Galtieri le adelantó a Menéndez el plan de recuperación, que lo pensaban poner en práctica para fines de mayo, y que su decisión, aprobada por la Junta Militar, era que fuera el gobernador militar. El general lo abrumó a preguntas. Quiso saber con qué fuerzas contaría. Le respondió que ese no era su problema, que para desempeñar su tarea, una vez recuperadas las islas, contaría con el apoyo de uno 500 hombres.
Quiso saber cuál sería el papel de la Fuerza Aérea y la Marina, pidió conocer los detalles, pero se los negaron. Prácticamente no podía hablar del tema con nadie, solo le encomendaron perfeccionar su inglés, porque lo iba a necesitar.
El 4 de abril viajó a las islas y el 7 asumió el cargo. Su hijo fue destinado a Puerto Howard, bautizado Puerto Yapeyú, un caserío en la isla Gran Malvina, sobre la costa del estrecho San Carlos. Fue la unidad que más sufrió el aislamiento, ya que nunca le llegaron provisiones.
Menéndez entendió que la Junta Militar no había planificado una guerra, porque su estrategia estaba basada en un cálculo errado. Se pensaba que la acción obligaría a Gran Bretaña a negociar. No se pensó en una defensa de Puerto Argentino, si hasta los hombres del BIM 2, que habían participado del desembarco, los hicieron regresar al continente.
“Imprevisión e improvisación”, son las palabras que usaría el resto de su vida para describir lo que había ocurrido.
Los que lo conocieron, describen al subteniente Menéndez como una persona frontal, siempre decía lo que pensaba. Solía llevar a sus compañeros cadetes que vivían en Buenos Aires en su Fiat 600 amarillo. En Puerto Yapeyú, era uno de los que cubría la primera línea del frente al norte.
Cuando a la mamá del joven subteniente le llegó la falsa noticia de que su hijo había muerto en combate, llamó a su marido, el propio gobernador de las islas, pidiéndole precisiones. “Es un soldado más, no puedo saber más que eso”, le respondió el militar que desconocía si era cierto lo que estaba escuchando. Cuando terminó la guerra y el hijo regresó, la mujer, que no había tenido más noticias, al verlo se desmayó.
Los problemas en las islas eran serios: la superioridad aérea y naval enemiga hizo que el aprovisionamiento de armamento, municiones y sobre todo alimentos a los hombres que estaban desperdigados en distintas posiciones en las islas, fuera una tarea imposible. Y que todo, inevitablemente, terminaría en una derrota.
El desembarco inglés en San Carlos obligaba a realizar una acción ofensiva, ya que los manuales de guerra indicaban que una prolongada acción defensiva llevaría a una derrota. El 9 de junio el general Daher y los coroneles Cervo y Cáceres viajaron a Buenos Aires a presentarle a Galtieri un plan, que ellos denominaron “Operativo Buzón”, que incluían a paracaidistas arrojándose en San Carlos, con acciones coordinadas con fuerzas de tierra y aéreas, a llevar adelante el día 12 de junio. Pero Galtieri lo desechó, lo consideró demasiado arriesgado. Dijo que la Armada había hecho su sacrificio con los muertos del Crucero General Belgrano, que la Fuerza Aérea había hecho lo suyo y recomendó que los soldados salieran de sus trincheras y contraatacasen.
Menéndez evaluó que prolongar la guerra solo provocaría más muertos y decidió parlamentar por un alto el fuego. El 14 de junio se firmó el acuerdo. Pidió quedarse acompañando a la tropa. Pero que esa fue una de las pocas condiciones que los británicos rechazaron.
Lo dejaron prisionero un día en el puesto comando de la X Brigada. Luego lo llevaron al Fearless, un buque plataforma usado en el desembarco en San Carlos. Una de sus lanchas había sido destruida por la aviación argentina durante los ataques a Bahía Agradable. Este barco navegó, con Menéndez a bordo, entre Puerto Argentino y el Estrecho de San Carlos.
Posteriormente fue alojado en el St. Edmund, un buque de transporte de tropas. Menéndez llegó a Puerto Madryn el 14 de julio y junto a efectivos de la Fuerza Aérea voló en un 707 hasta El Palomar.
Se lo quiso hacer ingresar casi en secreto en la guarnición en Campo de Mayo. Corría el rumor de que venía pero que las autoridades militares quisieron que fuera de incógnito y que el plan era llevarlo a otro lado. Como familiares de soldados se agolparon en los alrededores, armaron vallas. Pero cuando su hija María José apenas lo vio, las saltó y corrió a su encuentro. Y todo se desbordó.
Lo subieron al auto y lo llevaron a la casa familiar.
Volvió dolido porque no lo habían dejado estar con sus hombres. Sus allegados dicen que desde ese instante hasta que murió sus pensamientos giraron alrededor de los 649 caídos.
Muchos de los que decían ser sus amigos, dejaron de frecuentarlo.
Se dedicó a dar charlas sobre Malvinas. Aceptaba todas las invitaciones, sabiendo que las preguntas que se le harían serían críticas y que habría reproches. La única condición que imponía era de que el diálogo fuera con respeto. En esas exposiciones, en universidades, escuelas y organizaciones intermedias no tenía problema en admitir que, si se volviera a recuperar las islas, había cuestiones que haría distinto.
En 1983 publicó un libro “Malvinas. Testimonio de su gobernador”, que le valió 60 días de arresto. En 2012 fue incluido junto a otros militares en una causa donde se investigaban violaciones a los derechos humanos cometidos en el marco del Operativo Independencia, en la lucha contra la guerrilla en Tucumán, en 1975.
Visitaba a soldados que habían regresado heridos, que se recuperaban en el hospital, asistía a sus casamientos y frecuentaba los centros de veteranos.
Se le había hecho costumbre acudir a la tradicional vigilia del 2 de abril, que desde hace 25 años se celebra en San Andrés de Giles, donde era un veterano más. El primer encuentro no fue para nada simpático, según recuerda el veterano de guerra Alberto Puglielli, alma mater de la vigilia.
Los reproches y cuestionamientos que surgían a borbotones en los veteranos tenían sus explicaciones. Para ellos, en tiempos en que todos le cerraban la puerta en la cara, Menéndez daba explicaciones que ellos tardaron en comprender y en asimilar.
Participaba de los programas radiales “Malvinas la verdadera historia”, que se emitía por Radio 10 y luego en “Malvinas, la perla austral”, por FM Cristal en Giles, y aceptaba las preguntas en vivo de los oyentes.
Falleció el 18 de septiembre de 2015. Tiempo antes, había muerto su esposa, quien había dejado expresas instrucciones de ser cremada. El general, que al principio no quería saber nada con la cremación, cambió de opinión.
La vida quiso que el 7 de noviembre de 2016 falleciera en Corrientes su hijo Mario Benjamín. La guerra lo había cambiado y había dejado el Ejército años atrás.
Y entonces, casi naturalmente, entre los amigos del padre y el hijo surgió una idea: ¿Por qué no llevar las cenizas de ambos a Malvinas?
Lo que en un primer momento pareció una locura, personas del círculo de confianza del fallecido general, que no eran militares, aportaron lo suyo para que los restos mortales pudieran ser ingresados a Malvinas y descansar en las islas.
Según sus allegados, Menéndez siempre se había sentido muy dolido por lo que había sucedido en las islas y alguien lo había escuchado decir que le gustaría que llevaran sus cenizas allí.
Se aprovechó uno de los tantos viajes. Los nombres de los que llevaron las cenizas se mantienen en estricta reserva así como los pormenores de la operación. Ellos se encargaron de esparcirlas en tres puntos del archipiélago: la Casa de Gobierno de Malvinas, donde Menéndez residió y donde colgó un cuadro de José de San Martín en el lugar estaba el de la reina Isabel II; el cementerio de Darwin y el Monte Longdon, donde se libró una de las batallas más cruentas de la guerra, donde murieron 42 soldados argentinos y 23 británicos.
Los kelpers reaccionaron entre la incredulidad y la indignación. Aseguraron que de haber pedido permiso, no habría habido ningún impedimento. Para quienes tuvieron la idea de cumplir esa última voluntad, no tenía sentido pedir autorización en una tierra que es argentina, y en la que padre e hijo, que se llaman igual, descansan para siempre
lunes, 8 de enero de 2024
sábado, 6 de enero de 2024
jueves, 4 de enero de 2024
martes, 2 de enero de 2024
2 de enero de 1833: El inicio de la usurpación
La usurpación inglesa de Malvinas: sin disparar un solo tiro y en apenas 15 minutos
Hace 190 años Gran Bretaña ocupó las islas. Una fragata de guerra inglesa impuso su poderío sobre una guarnición mínima. Fueron obligados a arriar la bandera argentina
Por Adrián Pignatelli || Infobae
Ese miércoles 2 de enero de 1833 por la mañana había aparecido en Port Louis -45 kilómetros al norte de Puerto Argentino- el buque de guerra Clio, de bandera británica.
Lo primero que atinó a preguntar el gobernador interino José María Pinedo al capitán inglés John James Onslow es si había guerra entre Buenos Aires e Inglaterra. En definitiva, vivir en las islas lo había sometido a un alto grado de aislamiento en el que las noticias llegaban con meses de retraso, cuando llegaban.
La pregunta de Pinedo fue formulada luego que Onslow le informase que llegaba con órdenes superiores de tomar posesión del archipiélago, y que lo hacía en nombre del rey Guillermo IV.
Onslow obedecía órdenes de la estación naval de su país, asentada en Brasil. Allí había llegado el mensaje de Inglaterra de que el monarca vería con agrado el envío de un buque a las islas y que ejerciese la soberanía y su custodia. Sus instrucciones incluían la construcción de un fuerte, y que tal vez podría usarse los restos de la fortificación española de 1774. En caso de encontrarse con habitantes ingleses, debía censarlos.
Con sus órdenes precisas, Onslow partió de Rio de Janeiro el 29 de noviembre. El 20 de diciembre ingresó a Puerto Egmont. En las ruinas que allí encontró, el 23 izó la bandera con una inscripción en la que anunciaba la presencia del buque Clio con el propósito de ejercer la soberanía.
Fue recorriendo la costa sin hallar pobladores y así el 2 llegó a la altura de Puerto Luis, y ancló en la bahía.
El inglés le confirmó al sorprendido Pinedo que no había guerra y lo intimó a que arriase la bandera argentina, que retirase sus fuerzas y que abandonase las tierras. En caso de encontrar resistencia, tenía la orden de actuar con la violencia necesaria.
Pinedo, de 38 años, teniente coronel de la marina, era un veterano de las guerras de la independencia y de la del Brasil. Desde octubre de 1829, como comandante de la Sarandí había llegado a las islas en 1832 llevando al gobernador interino, el francés José Francisco Mestivier, ya que Luis Vernet se hallaba en Buenos Aires. El 30 de noviembre, luego de un motín, Mestivier sería asesinado y Pinedo quedaría como gobernador interino.
El comandante inglés ordenó arriar la bandera argentina y que las fuerzas se retirasen. Ante el ultimátum, Pinedo reunió a sus oficiales, la mayoría eran ingleses, salvo cuatro marineros y seis muchachos “capaces de nada”, según declaró en Buenos Aires; de sus 14 soldados, había tres ingleses, según remarcaría más tarde. El teniente graduado Roberto Elliot lo desmintió en parte al afirmar que todos eran norteamericanos salvo el piloto práctico, que sí era británico.
A las cuatro de la tarde, Pinedo los reunió a todos. Propuso resistir, aunque sea por diez días, se produjese un milagro y llegasen refuerzos de Buenos Aires. Todos estuvieron de acuerdo menos Breman, el piloto práctico, que cumpliría con su tarea pero sin disparar contra sus connacionales.
Se ordenó zafarrancho de combate, y con el mayor de los sigilos se cargó la artillería con bala y con metralla. Se repartieron armas y municiones a la tropa de tierra y a los colonos. Hasta se armó a los detenidos por el crimen de Mestivier. Elliot diría que “no hubo uno solo que no concurriese gustoso a desempeñar la parte que le tocaba”.
Decidió ganar tiempo. A las diez de la noche envió al buque inglés al teniente primero Mason y al propio Breman para comunicarle a Onslow que resistirían. Pero el mensaje no pudo ser entregado, ya que el capitán estaba durmiendo y no se lo podía molestar.
Pinedo repartió las municiones entre sus 44 hombres. La única nave de la que disponía era la goleta Sarandí, imposible hacerle frente a un buque de guerra, que la triplicaba en número de cañones y de hombres.
Decidió ir él a la Clío, y tampoco fue recibido. Comprendió que cualquier tipo de resistencia sería inútil.
El jueves 3 por la mañana embarcó a la tropa. Dejó en tierra al capataz Juan Simón al cuidado de la bandera argentina, que aún flameaba en el mástil. A las 9 aparecieron tres botes con ingleses. Se dirigieron al caserío, instalaron un nuevo mástil e izaron la bandera británica. Luego, Pinedo desde su barco vio como un oficial, acompañado por un soldado, arriaba la argentina y se la alcanzaba al buque.
El 4 de enero, a las cuatro de la tarde, sin haber disparado un solo tiro, Pinedo dejó las islas. Ese atardecer divisó por última vez las costas de Malvinas.
El 14 Onslow también partió rumbo al Río de la Plata. Dejó encomendado al despensero irlandés William Dickson -el súbdito más respetable que encontró y que originariamente había sido contratado por Vernet- que todos los domingos izase la bandera o bien lo hiciese en presencia de algún buque.
El 15 de enero la Sarandí recaló en el puerto de Buenos Aires. “¡Viva la Fuerza!” tituló la Gaceta Mercantil, comentando que la ocupación había sido hecha “por el derecho del más fuerte” y que Pinedo había tenido que ceder ante “la razón de los cañones”.
Pinedo sería sometido a una corte marcial. Se defendió argumentando que no tenía instrucciones sobre cómo proceder en caso de ser atacado. Entre fusilarlo y expulsarlo, se decidió por lo último, pero por irregularidades en el proceso, el fallo fue anulado y meses después reincorporado pero en el ejército. Fallecería en 1885.
Manuel Vicente Maza instruyó a Manuel Moreno, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en Gran Bretaña a “refirmar la protesta presentada oportunamente en Buenos Aires”. El primer alegato de defensa de los derechos argentinos Moreno –”una memoria de protesta”- lo presentó el 17 de junio de 1833 al vizconde Palmerston. Fue un documento muy importante por el número de detallados antecedentes que reafirmaban la soberanía argentina. Al día siguiente hizo publicar en el Times un comunicado del gobierno argentino, y mandó traducir la protesta al inglés y al francés.
Fueron unos fatídicos quince minutos, que es lo que duró el cambio de banderas, con redobles de tambores incluidos. Se dice que el comandante inglés ni siquiera habría pisado tierra malvinera. Aprovechó el viento favorable y dejó las islas. De esos quince minutos pasaron 190 años.
domingo, 31 de diciembre de 2023
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