31 aviones y 64 bombas: el ataque masivo de la Fuerza Aérea que pudo cambiar el rumbo de la Guerra de Malvinas
Un
día después del hundimiento del Crucero General Belgrano, informes de
inteligencia establecieron la presencia de un portaaviones inglés en una
zona cercana a las islas y al alcance de la aviación. La decisión de
atacar el 3 de mayo de 1982. Las razones de la Armada Argentina para
rehusarse y el desenlace de una operación que dejó enseñanzas
El Douglas A-4B matrícula C-226, reabasteciendo en vuelo durante el conflicto por Malvinas, armado con 3 bombas de 500 libras El 3 de mayo la Fuerza Aérea se desesperaba por golpear al enemigo.
Los
combates habían arrancado el primer día de mayo, pero el día 2 había
sido una gran pausa, mientras ambos contendientes repensaban sus
estrategias.
Las primeras noticias del día no resultaban alentadoras.
El
pequeño buque de la armada, ARA Alférez Sobral, en misión de búsqueda
de una tripulación derribada, había sido dañado por los británicos. Más
allá de esta pésima novedad, lo cierto es que, con ello, los mandos
corroboraron que los ingleses no estaban lejos de la posición de ese ataque y, por tanto, podrían ser a su vez atacados.
Todo
comenzó a moverse rápidamente a las 13:15 hs, cuando el teléfono sonó
en la sede del Comando Aéreo Estratégico (CAE) en Comodoro Rivadavia y,
desde la Agregaduría Militar en Estados Unidos, el Comodoro Massa informó que “fuentes externas” (posiblemente un satélite soviético), informaban de “un (1) portaaviones y tres (3) buques (posiblemente fragatas)” en una posición determinada, al sur de Malvinas y al alcance de la aviación continental.
Mientras
las autoridades aeronáuticas se miraban perplejas y comenzaban a
reaccionar para orquestar la respuesta, llegó otra información muy
relevante.
La misma había sido proporcionada por el PATO, un avión Lockheed C-130 Hercules
(matrícula TC-68) de la Fuerza Aérea, que había partido muy temprano y
estaba tratando de aterrizar en el aeropuerto de Puerto Argentino, en un
peligroso y complicado vuelo logístico. Volaba a muy baja altura, para
evadir cualquier detección y a posibles aviones Harrier en su ruta.
Próximos a girar para iniciar las maniobras de aterrizaje y recién salidos de un banco de niebla, el piloto y copiloto (el Vicecomodoro “Fredy” Cano y el Capitán “Dino” Hrubik),
notaron la presencia, a unas tres millas de distancia y a 40 millas de
la costa, de lo que primero eran “barquitos” y luego estimaron era un
buque logístico grande “acompañado por dos fragatas, estas últimas más
alejadas”.
Ello
hizo que la tripulación girara abruptamente, abortara el aterrizaje y
pusiera rumbo hacia Río Grande. Eran las 10:30 de la mañana.
Casi
tres horas después, los detalles acerca de este avistaje, que parecía
corroborar la información que venía desde el exterior, estaba en el CAE.
Las
órdenes, mediante líneas de comunicación seguras, comenzaron a fluir
hacia las unidades de la Fuerza Aérea Sur (FAS) en Trelew, Comodoro
Rivadavia, San Julián, Río Gallegos y Río Grande. Se estimaba que el
portaaviones o el buque grande, podría tratarse del HMS Hermes, buque insignia de la flota.
Un avión Super Étendard, armado con un misil Exocet, en la base Río Grande Los portaaviones británicos eran, realmente, el blanco prioritario de las fuerzas aéreas argentinas,
en tanto se entendía que, con la pérdida de uno de ellos, toda la
operación británica se resquebrajaría y hasta podría desmoronarse. Los
argentinos no estaban equivocados, tanto el almirante británico Woodward
(a cargo de la Fuerza de Tareas británica) y el cuartel general de la
flota en Northwood tenían sumamente claro que “daños mayores en el
Hermes o en el Invincible… probablemente causarían el abandono de las
operaciones en las Islas Malvinas”
La
Fuerza Aérea se aprestó para atacar, ordenando que se alistaran varias
escuadrillas de cazas y bombarderos, junto con aviones tanqueros (que
reabastecerían a los cazas en vuelo), aviones retransmisores y vuelos de
engaño.
Era
un esfuerzo mayúsculo y coordinado, en tanto se consideraba que solo la
saturación de las defensas podría hacer que el ataque tenga alguna
posibilidad de éxito, frente a una flota en mar abierto. Esta
saturación, en otros términos, implicaba que muchos de los aviadores argentinos no regresarían pero, mientras eran derribados, otros camaradas podrían pasar la cortina de fuego y misiles, para poder lanzar sus bombas.
La cantidad de vuelos que se programaron resulta impresionante:
- Ocho cazabombarderos Douglas A-4B
(indicativo de las escuadrillas: FIERA y TRUENO) desde Río Gallegos,
armados cada uno con tres bombas de 500 libras, retardadas por
paracaídas.
- Ocho cazabombarderos Douglas A-4C (OSO y DOGO) desde San Julián, armados cada uno con tres bombas de 500 libras, retardadas por paracaídas.
- Cuatro cazabombarderos IAI Dagger
(DARDO y PANCHO), desde Río Grande, armados cada uno con dos misiles
aire-aire Rafael Shafrir-2 y que darían cobertura aérea a los incursores
mientras reabastecían en vuelo.
- Cuatro bombarderos English Electric Canberra Mk.62
(LINCE y ORO), desde Trelew, en configuración de exploración radar y
armados también cada uno con cuatro bombas de 1.000 libras.
- Dos tanqueros KC-130 (KIKO y MAIO), desde Río Gallegos y Comodoro Rivadavia.
- Cuatro aviones de enlace Gates Learjet Model 35,
desde Comodoro Rivadavia y otras bases, en misiones de diversión
(confundirían a los radares enemigos, simulando ser cazabombarderos,
pero retirándose antes de entrar en combate).
- Un avión Gates Learjet Model 35 como retransmisor en vuelo, en tanto las escuadrillas volando rasante perdían el contacto de radio con las bases.
Mapa
con las distintas bases aéreas y los aviones de la Fuerza Aérea que
desde allí despegaron. También, las posiciones estimadas del
portaaviones HMS Hermes y, finalmente, la posición real en la que se
encontraba ese día Treinta y un aviones argentinos de la Fuerza Aérea en el aire simultáneamente, con 64 bombas para la flota enemiga. Cada una con capacidad de hundir un buque del tamaño de un destructor o fragata, o dañar seriamente a un portaaviones.
Apenas
llegadas las órdenes fragmentarias, los mecánicos y armeros comenzaron
con sus preparaciones, mientras los pilotos eran informados, en la sala
de pre-vuelo de los blancos y de todo lo necesario para llegar, pegar y
volver. Los nervios a flor de piel, todos sabían que el curso de la guerra podía cambiar esa tarde y, también, que muchos no regresarían, pero que el esfuerzo nunca sería en vano.
La
orden de atacar llegó también a la Segunda Escuadrilla Aeronaval de
Caza y Ataque de la Armada Argentina, en Río Grande. Venía directamente
del Comandante de la Aviación Naval, en Espora.
La
información que se suministró era escasa. Un blanco mediano (sin ser
identificado) a unas 50 millas de las islas. El comandante de la
Escuadrilla, el Capitán de Corbeta Jorge “Piti” Colombo no estaba
de acuerdo con largar una misión con tan poca información inicial, ya
que tenía presente que, según la doctrina (y el sentido común), debía utilizar sus aviones Super Étendard y los poderosísimos misiles Exocet
(de los cuales solo había cinco en el país), contra blancos
perfectamente ubicados. La sorpresa era todo para este tipo de misiones y
cada uno de los misiles tenía que contar.
Su
primera reacción fue señalar que su escuadrilla no volaría una misión
de estas características. Pero el Comando de la Aviación Naval le
requirió el cumplimiento total de la orden: en el marco del hundimiento
del Belgrano (que había sucedido el día anterior), la Armada tenía que atacar.
El Contralmirante Carlos García Boll (Comandante
de la Aviación Naval) también había dudado en empeñar a los Super
Étendard sin una posición cierta del blanco a batir, pero había optado
por avanzar con la misión, teniendo en cuenta que la Fuerza Aérea haría
lo mismo.
Dos aviones (al comando de Capitán de Corbeta Augusto “Vasco” Bedacarratz y el Teniente de Fragata Armando “Huevo” Mayora)
fueron alistados y, con sus misiles cargados, rodaron lentamente hacia
la cabecera de la pista, esperando la orden de despegue. Que nunca
llegaría.
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Un avión Aermacchi MB-339A en vuelo, en este caso el 4-A-119 que no cruzó hacia las islas MalvinasMientras
tanto, los aviones de la Fuerza Aérea ya estaban en vuelo hacia el
blanco. Habían despegado casi todos, los únicos faltantes, por problemas
técnicos, eran un avión Douglas A-4C y la sección ORO de aviones
Canberra.
Sin
embargo, se necesitaba confirmar la presencia enemiga y, por tanto,
como el radar de Puerto Argentino había notado helicópteros en esa misma
zona, se ordenó que decolara una sección de aviones navales Aermacchi MB-339A,
aviones que, si bien de entrenamiento poseían capacidad ofensiva y
operaban desde la pista de Puerto Argentino. Su misión sería buscar y
atacar al buque que servía de base para esos helicópteros.
Partieron el comandante de la unidad, el Capitán de Corbeta Carlos Molteni, y también el Teniente de Fragata Carlos “Chino” Benítez. Como recordaba el Capitán “Titi” Molteni en una conferencia luego de la guerra:
“Nuestra
primera acción de combate fue el día 3, para buscar un
portahelicópteros y esa información venía de un satélite ruso… Salimos
dos aviones, con niebla, estaríamos volando a 5 metros del suelo y
estaba muy fea la visibilidad, yo pienso que no los íbamos a atacar, los
íbamos a chocar…”
Sin
embargo, no encontraron ningún blanco y, en la maniobra de regreso
hacia la pista de las islas, volando muy bajo y con turbulencias, el Teniente Benítez hizo impacto contra el suelo y, si bien llegó a eyectarse, falleció en el terrible accidente.
Para
peor, la Armada casi simultáneamente a señalar que no había blancos
para atacar también informó al CAE en Comodoro Rivadavia que había
buques propios en la zona y, por tanto, existía el temor que fueran
atacados por equivocación. A las 16:00 hs, entonces, se ordenó a todos los aviones en vuelo que regresaran a sus bases: algunos incluso ya estaban reabasteciendo combustible de los grandes aviones Hercules.
Con bastante tensión, Bedacarratz y Mayora también bajaban de sus aviones.
Quizá se trató del ataque mejor coordinado de la guerra.
Hoja
de misiones previstas para el 3 de mayo (existe un error en la fecha,
parcialmente corregida en el original). Diario de Guerra del Comando
Aéreo Estratégico (CAE) de la Fuerza Aérea Argentina Si
bien no se logró atacar ningún blanco, se obtuvieron importantes
lecciones, que se aplicarían en los días subsiguientes, así como se corroboró que la Fuerza Aérea estaba en condiciones de planear y ejecutar ataques masivos contra
distantes buques enemigos, con diversos tipos de aeronaves, partiendo
de bases a cientos de kilómetros de distancia cada una. No es esto una
cuestión menor, ya que se requiere un total profesionalismo de
centenares de personas para poder lograrlo.
Asimismo,
a la Segunda Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque la Armada le quedó
claro que debería seguir insistiendo en aplicar sus propios
procedimientos, si quería sacar máximo provecho de sus modernos y
misiles.
¿Qué
buques eran los que informaban las “fuentes externas” y habían visto
los tripulantes del PATO? No queda realmente claro, ya que el grueso de
la flota británica estaba a cierta distancia y, además, no había buques
argentinos en aguas abiertas (aún cuando algunos partes oficiales
señalaron que eran efectivamente buques nacionales). O se trató de un
error de identificación de blancos o se habían divisado pesqueros (del bloque oriental), que no habían abandonado el área de operaciones.
Sin
embargo, la flota británica estaba movilizándose hacia esa zona del sur
de Malvinas, para realizar nuevos ataques aeronavales, que intentarían
concretar el día siguiente (el día 4).
Pero esa es otra historia porque fueron detectados y esta vez, guiados por un avión Neptune de la Aviación Naval, Bedacarratz y Mayora lanzarían sus misiles Exocet, para destruir al poderoso destructor HMS Sheffield.