martes, 25 de enero de 2022

El desempeño de las fuerzas terrestres británicas

El ejército británico y la guerra de Malvinas

National Army Museum


En abril de 1982, los soldados británicos se unieron a un grupo de trabajo naval enviado para recuperar las Islas Malvinas después de su captura sorpresa por parte del ejército argentino. Pasaron a desempeñar un papel clave en la campaña por la tierra que ayudó a asegurar la victoria en la guerra.



2 Para, veteranos de la Batalla de Goose Green y el ataque a Wireless Ridge, abrieron el camino hacia Puerto Argentino seguidos de cerca por 3 Commando Brigade Royal Marines, 3 Para y 42 Commando Royal Marines. El 14 de junio de 1982 se rindió el comandante argentino general Menéndez.

 

Recuperación

El 2 de abril de 1982, un diminuto territorio británico de ultramar, ubicado a unas 300 millas (casi 500 km) de la costa este de Argentina, fue lanzado violentamente a la conciencia pública en el Reino Unido.

Después de décadas de disputas diplomáticas, los argentinos lanzaron una invasión sorpresa a las Islas Malvinas. Su junta militar gobernante esperaba finalmente llevar Las Malvinas, como se conoce a las islas en Argentina, bajo el control de Buenos Aires.

La invasión provocó una reacción política y mediática en Gran Bretaña, lo que condujo a la rápida formación de una fuerza conjunta. El 5 de abril de 1982, los primeros elementos de esta fuerza zarparon hacia el Atlántico Sur para retomar las Malvinas.

La Task Force estaba compuesta por 100 barcos. Llevaba una Brigada de Comando 3 reforzada con el 2do y 3er Batallón, el Regimiento de Paracaidistas adjunto, junto con otras unidades, incluida una Tropa reforzada de The Blues and Royals, bajo el mando del Brigadier Julian Thompson.



Mapa informativo del 81 Ordnance Company, Royal Army Ordnance Corps, 1982, con anotaciones mecanografiadas relacionadas con el estado de aeródromos, carreteras y pistas para el uso de vehículos con orugas y ruedas.


40 Comando que sale de "Canberra" para entrenarse en la Isla Ascensión, abril de 1982


Desafíos

Además de la enorme distancia (las Malvinas están a unas 8.000 millas (casi 13.000 km) del Reino Unido), el Ejército también enfrentó limitaciones en cuanto a las fuerzas que podían comprometerse.

De los 160.000 soldados del ejército regular en 1982, 55.000 estaban en Alemania con el ejército británico del Rin, enfrentando la amenaza del Pacto de Varsovia. Alemania dominaba el pensamiento estratégico del Ejército en ese momento, influyendo en la doctrina, el equipo y los métodos de suministro y refuerzo.

La teoría predominante era que cualquier guerra sería con el bloque soviético, librada en las llanuras del norte de Europa. La armadura jugaría un papel importante en esto, y cualquier operación de infantería se llevaría a cabo en conjunto con unidades fuertemente blindadas y mecanizadas. El conflicto de las Malvinas resultó ser muy diferente.

Otras guarniciones tenían su sede en Berlín, Hong Kong, Gibraltar, Belice, Brunei y Chipre. También había alrededor de 11.000 soldados sirviendo en Irlanda del Norte.


La 'Queen Elizabeth II' abandona Southampton con la 5a Brigada de Infantería, 12 de mayo de 1982

Refuerzos

El 11 de abril, el almirante Sir John Fieldhouse, el comandante general de la Fuerza de Tarea, acordó que una brigada adicional del ejército debería estar disponible y trasladarse al sur lo antes posible. Gran Bretaña tenía una fuerza de infantería móvil, la 1.a Brigada de Infantería, pero estaba dedicada a la OTAN y no podía retirarse.

La única fuerza disponible era la 5ª Brigada de Infantería, compuesta por Gurkhas y Paras. Sin embargo, esto había sido destruido para mejorar la 3 Brigada de Comando. Por lo tanto, fue reforzado con el 2º de los Guardias Escoceses y el 1º de los Guardias de Gales que se unieron al 1º Batallón del 7º Duque de Edimburgo de los propios rifles Gurkha.

La brigada zarpó el 12 de mayo a bordo del crucero 'Queen Elizabeth II', que había sido requisado para tal fin. El mayor general Julian Moore tomaría el mando de la campaña terrestre una vez que esta segunda brigada llegara al teatro.


Royal Marines izando la Union Jack en Grytviken después de la recaptura de Georgia del Sur, abril de 1982


Bata de camuflaje usada en las Malvinas por el Suboficial 1 'Dia' Harvey del SAS, c1982

Fuerzas especiales

Antes de que la Quinta Brigada de Infantería abandonara el Reino Unido, las Fuerzas Especiales Británicas ya estaban comprometidas. Entre el 21 y el 25 de abril, el Escuadrón "D" del 22 Special Air Service (SAS), junto con una sección del Special Boat Service (SBS) y la "M" Company of 42 Commando, recuperaron la isla de Georgia del Sur. En ese momento, esto formaba parte de las dependencias de las Islas Malvinas.

La siguiente gran tarea fue comenzar el reconocimiento de las posiciones y capacidades argentinas en las propias Malvinas. Tres semanas antes de los aterrizajes principales, tan pronto como la Fuerza de Tarea estuvo dentro del alcance de los helicópteros, SBS y el Escuadrón "G" SAS se insertaron en las Islas.


Mapa de las Islas Malvinas

Cargados con todos los suministros que necesitarían, las patrullas de cuatro hombres del Escuadrón "G" tuvieron que navegar por un terreno sin cobertura. Tenían que desplazarse por la noche, y camuflados y resguardados durante todo el día para evitar ser detectados. Era cuestión de mirar y esperar.

Estas patrullas pudieron convocar ataques aéreos contra posiciones argentinas. Una patrulla incluso logró ocultarse en el 'Lady Elizabeth', un barco hundido en Puerto Argentino, desde donde pudieron observar el aire enemigo y los movimientos de los barcos. A medida que avanzaba la campaña, se realizaron más patrullas de combate.

En la noche del 14 de mayo, 45 soldados del 'D' Squadron SAS, con apoyo de fuego de 148 Battery, Commando Royal Artillery 29, atacaron el aeródromo argentino en Pebble Island y destruyeron 11 aviones. Los soldados del SAS también jugarían más tarde un papel importante en contrarrestar los esfuerzos argentinos para reforzar las alturas del monte Kent antes de la llegada de los Royal Marines of 42 Commando.


El naufragio del 'Lady Elizabeth' en Puerto Argentino, con la capital de las Malvinas y el Monte Tumbledown más allá, 2018


Medallas del suboficial 1 'Day' Harvey del SAS, 1964-95

Desembarco

Las unidades de la 3a Brigada de Comando, incluidas la 2 y la 3 Para, aterrizaron con éxito en la isla Soledad en las aguas de San Carlos y sus alrededores el 21 de mayo. A partir de ahí, tomaron posiciones defendiendo la cabeza de playa mientras los británicos se consolidaban.

Durante este período, la Royal Navy continuó sufriendo bajas por los ataques aéreos argentinos, perdiendo varios buques. La presión política estaba aumentando en Londres. El plan original de Thompson había sido avanzar por el norte de isla Soledad hacia Puerto Argentino. Sin embargo, con los informes de la pérdida de barcos, el gabinete estaba ansioso por una victoria para aplacar las críticas internas.

Moore dio instrucciones para que Thompson ganara el dominio moral y físico sobre el enemigo. El objetivo más cercano de importancia para Thompson y la cabeza de playa era la guarnición argentina en Darwin y Goose Green, varias millas al sur. Aquí es donde se libraría la primera gran batalla terrestre de la campaña.


Royal Marines excavando en la cabeza de puente de San Carlos, mayo de 1982


Una batería de misiles Rapier en San Carlos Water, 1982


Pradera del ganso

Desde una perspectiva puramente militar, el motivo del ataque a estos asentamientos no estaba claro. Había una pista de aterrizaje, desde la cual los argentinos podrían haber interferido con las operaciones en San Carlos, y la guarnición allí también podría avanzar para atacar la cabeza de playa. Sin embargo, parecía haber poca iniciativa argentina para tal actividad.

Como tal, una incursión contundente parecía sensata dada la preferencia por un eje de avance norte y las dificultades para obtener un apoyo de fuego adecuado hacia adelante. El 23 de mayo, se le dijo al teniente coronel Herbert 'H' Jones, oficial al mando de 2 Para, que preparara su batallón.

Las malas condiciones climáticas hicieron que la redada se cancelara inicialmente. Pero, con Moore y Thompson bajo la presión de Londres, finalmente se ordenó un asalto completo.


El coronel 'H' Jones en su trinchera en la montaña de Sussex, 1982


Prisioneros argentinos pasan por un avión Pucara destrozado, Goose Green, 1982

Plan

Jones se vio limitado inmediatamente en las opciones que tenía disponibles. Una aproximación por mar y un asalto anfibio por Brenton Loch fueron inadecuados debido a las posiciones argentinas. Y, el 25 de mayo, el Grupo de Trabajo había perdido todos menos uno de sus helicópteros Chinook de carga pesada cuando el 'Atlantic Conveyor' fue alcanzado por un misil Exocet.

Así que tendría que ser una marcha nocturna hasta la línea de salida con cañones de 105 mm y munición movida hacia adelante en helicóptero; un proceso lento y laborioso.

Jones formuló un plan de seis fases, comenzando en silencio y luego ruidoso. El apoyo de fuego debía ser proporcionado por los cañones de 105 mm del HMS "Arrow" y el ataque aéreo Harrier durante el día, si era necesario. Pero Jones no recibió apoyo blindado, ya que Thompson pensó que los vehículos podrían atascarse entre San Carlos y Darwin. El objetivo era golpear fuerte a los argentinos, para que se rompieran tras un asalto directo.



'The Atlantic Conveyor' en las Malvinas, 1982


Mochila utilizada por un miembro del 3er Batallón del Regimiento de Paracaidistas, en las Islas Malvinas, 1982


Acción merecedora de VC

La batalla comenzó a las 2.30 am del 28 de mayo. Pero la fase de silencio no duró mucho ya que los paracaidistas chocaron con las posiciones argentinas en lugares inesperados.

A las 3.14 am, el arma del HMS "Arrow" cesó el fuego con una falla. El ataque se estancó en la base de Darwin Hill. Luego, a las 9.30 de la mañana, Jones decidió liderar el asalto a Darwin Hill él mismo. Murió atacando una trinchera junto con el ayudante del batallón, el capitán David Wood y otros. Jones fue más tarde galardonado con la Victoria Cross (VC) por su valentía.

El asalto continuó con una feroz lucha de trinchera a trinchera. Los Paras bajaron por el istmo, acercándose a la aldea de Goose Green. Pero tomó otro día de lucha, con la capacidad de los Paras para avanzar limitada por la falta de cobertura y la artillería argentina. Con las últimas luces, toda la península, menos el asentamiento de Goose Green, había sido tomada. Las negociaciones con los argentinos produjeron su rendición al día siguiente.

Los británicos habían obtenido una victoria significativa, aunque no sin costo. Dieciocho murieron, más de 60 heridos y se perdió un helicóptero que intentaba evacuar a los heridos.


Victoria Cross Group otorgado al Teniente Coronel Herbert 'H' Jones, 2do Batallón del Regimiento de Paracaidistas, 1982


Avanzar sobre Puerto Argentino

El 30 de mayo, el general de división Jeremy Moore llegó a San Carlos con el brigadier Tony Wilson y la 5ª brigada de infantería, e inmediatamente decidió poner 2 Para bajo el control de Wilson. Esto dejó la defensa del perímetro de San Carlos en manos del Comando 40.

La cuestión urgente era cómo avanzar y capturar a Puerto Argentino, sobre todo antes del inicio del invierno. Moore quería continuar con el trabajo lo más rápido posible. Pero sus dos comandantes de brigada diferían en su apreciación de la situación.

Thompson abogó por tomar la línea montañosa en las afueras de Puerto Argentino, particularmente a lo largo del flanco norte. Wilson quería atacar con todas las fuerzas en un frente estrecho en Mount Harriet en el sur, allanando el camino para un asalto en el perímetro interior.


5ta Brigada de Infantería desembarcando en San Carlos, mayo de 1982


Gurkhas cavando defensas en la costa de San Carlos Water, 1982

Línea de montaña

Moore creía que un ataque de frente estrecho expondría a sus fuerzas al fuego de enfilada desde el terreno elevado no sometido. También era consciente de que los argentinos se estaban enfocando en un avance del frente sur.

Por lo tanto, adoptó el plan de Thompson y ordenó la captura de la línea montañosa, pero la adaptó. La 3ª Brigada de Comando avanzaría por el norte de la isla Soledad, con la 5ª Brigada de Infantería avanzando por el sur.

Esto mantendría a los argentinos confundidos en cuanto a la línea real de asalto y les impediría reforzar sus posiciones. Entonces, las alturas clave podrían tomarse en un asalto en dos frentes. Pero los desafíos logísticos de apoyar a ambas brigadas fueron considerables.

A medida que el 2 Para había estado atacando a Darwin y Pradera del Ganso, 3 Para ya había comenzado su avance a pie desde la cabeza de puente en las aguas de San Carlos. Primero, procedieron a Teal Inlet y de allí a Estancia House, en preparación para las batallas finales de Puerto Argentino. Pero más al sur, una apuesta audaz estaba a punto de fracasar.


Las tropas británicas avanzan a través del accidentado terreno de las Malvinas, 1982


Fusil de carga automático FAL de 7,62 mm argentino capturado, c1982

Fitzroy y Bluff Cove

Como parte del eje sur de avance, 2 Para - relevados en Goose Green por los Gurkhas - avanzaron para ocupar Swan Inlet House. Al encontrarlo libre de argentinos, y usando la línea fija civil ordinaria a Fitzroy para verificar que también estuviera libre de argentinos, avanzaron nuevamente y tomaron posiciones alrededor de Bluff Cove.

Con la aprobación de Wilson, el flanco sur se había adelantado con gran sorpresa y sin pérdida, pero con mucho riesgo. La posición tuvo que ser reforzada, pero el resto de la 5ª Brigada de Infantería todavía estaba en San Carlos y Ajax Bay.

Los esfuerzos para hacer avanzar a los guardias escoceses y galeses se vieron afectados por el mal tiempo y la falta de embarcaciones y embarcaciones de desembarco. En la mañana del 8 de junio, los guardias escoceses estaban en tierra en Bluff Cove, y dos auxiliares de la flota real, el 'Sir Tristram' y el 'Sir Galahad', habían llevado a los guardias galeses, 16 ambulancias de campo, elementos de T Battery 12 Air. Regimiento de Defensa y provisiones vitales para Fitzroy. Fue un día claro. La base de nubes que había cubierto las islas y la limitada actividad aérea argentina se había levantado.

Descargar los barcos fue un proceso lento y confuso. Solo había un helicóptero presente, ocupado durante mucho tiempo descargando el kit Rapier, que tomó 18 ascensores. 'Sir Tristram' finalmente se descargó. Luego, la atención se centró en 'Sir Galahad', que todavía tenía dos compañías de guardias y había estado en Fitzroy cinco horas sin actividad significativa.


Un helicóptero Sea King lleva a los supervivientes del Auxiliar de la Flota Real 'Sir Galahad' a tierra, 8 de junio de 1982

Ataque aéreo

A las 13.10 horas, cuatro aviones argentinos se acercaron gritando y bombardearon los dos buques. Explotó el combustible para los generadores Rapier de 'Sir Galahad'. Treinta y dos guardias galeses, 5 tripulantes de la RFA y otros 11 miembros del ejército murieron. Alrededor de 115 resultaron gravemente quemados y heridos. Fue el peor caso de pérdida de vidas en la guerra para los británicos.

Las cámaras de la BBC grabaron imágenes de helicópteros de la Royal Navy flotando en un denso humo para sacar a los sobrevivientes de los barcos de desembarco en llamas, o utilizar el lavado de sus rotores para conducir las balsas salvavidas a la costa. Estas imágenes se vieron en todo el mundo, aunque no en el Reino Unido hasta después de la rendición de Argentina debido a la censura británica.

El general Mario Menéndez, comandante argentino en las islas, fue informado de la muerte de cientos de hombres. Por lo tanto, esperaba una caída en la moral británica y que su avance se debilitara.

“[5ª Brigada] en realidad no había visto trabajar a la Fuerza Aérea Argentina, porque durante los cinco días que habían estado allí, el mal tiempo había mantenido alejada a la Fuerza Aérea Argentina; así que no habían visto lo letales que podían ser esos tipos. Puedo decirles que si hubiera estado a bordo de ese barco, habría nado hasta la orilla en lugar de quedarme allí ".
Brigadier Julian Thompson, 1991



Paramédicos que atienden a un soldado argentino herido bajo fuego, Mount Longdon, Islas Malvinas, 1982

Batalla por las montañas

Después de Fitzroy, Moore reorganizó sus fuerzas. Trasladó 2 Para y los restos de la 1.ª Guardia Galesa, complementados por dos compañías de 40 Commando para compensar las pérdidas, de vuelta a la brigada de Thompson.

Después de las experiencias en Goose Green, tanto Moore como Thompson pusieron mucha atención en el plan de incendios. Avanzaron la mayor cantidad de municiones posible y también dispararon armas navales cuidadosamente planificadas. Todos los ataques también se realizarían de noche.

Se trajeron casi 12.000 rondas de munición de 105 mm para la primera fase, y se asignaron cuatro buques de guerra para apoyo de fuego. Las próximas 48 horas verían decidido el destino de la campaña.
Medalla de Conducta Distinguida en grupo otorgada al Sargento de Color Brian Faulkner de 3 Para, 1982


Medalla de Conducta Distinguida otorgada al Sargento de Color Brian Faulkner de 3 Para, 1982

Longdon

Primero, en la noche del 11 al 12 de junio, 3 Para atacó posiciones bien preparadas en Mount Longdon. La sorpresa se perdió cuando los Paras que avanzaban activaron una mina, y siguió una dura y feroz lucha. El sargento Ian McKay ganó un VC póstumo por su valentía al reunir impulso y cargar contra un poste de ametralladora.

La dificultad era que la montaña tenía una cresta falsa, lo que significaba luchar a través de una serie de crestas. También había cuencos pequeños y cantantes ocultos, por lo que los argentinos pudieron mantener la resistencia a pesar de que una ola de Paras pasó sobre ellos.

Cuando se aseguró la montura, 3 Para había perdido 23 hombres, lo que la convirtió en la batalla más costosa de la guerra para los británicos. Cincuenta argentinos fueron asesinados y 50 presos.


Tropas evacuando heridos bajo fuego, Mount Longdon, 1982

Wireless Ridge

Al mismo tiempo que el ataque de Longdon, 45 Commando había tomado Two Sisters y 42 Commando había capturado Mount Harriet. El anillo exterior de las posiciones defensivas argentinas estaba ahora en manos británicas.

Moore había querido que las operaciones continuaran la noche siguiente, pero se vio obligado a posponerlas durante 24 horas ya que los guardias escoceses y los gurkhas no habían completado sus misiones de reconocimiento. La noche del 13 al 14 de junio continuaron las operaciones. 2 Para tuvo la tarea de tomar Wireless Ridge, una característica al este de Longdon que solo podría tomarse si 3 Para había asegurado su objetivo.

A diferencia de Goose Green, 2 Para recibió mucho más apoyo de fuego. Se utilizaron HMS 'Ambuscade', dos baterías de cañones de 105 mm, dos Scorpions y dos Scimitars, los morteros de 3 Para y las incursiones divisionales de SAS y SBS.

Las miras nocturnas de los tanques resultaron muy útiles para identificar las posiciones argentinas, y la primera parte de la cresta fue rápidamente invadida. Los tanques llegaron a la cima de la cresta y comenzaron a disparar hacia la segunda posición. La parte final de la segunda cresta resultó difícil de tomar, pero los argentinos finalmente fueron desalojados.

2 Para, la única unidad que luchó en acciones a nivel de dos batallones en el conflicto, tomó el objetivo por un costo de tres muertos y 11 heridos. Alrededor de 100 argentinos fueron asesinados y 17 capturados.


Un equipo de mortero de 81 mm de 42 Commando en acción, 1982


Monumento a los caídos de 2 Para en Wireless Ridge, 2018

Tumbledown

Al mismo tiempo que los Paras tomaban Wireless Ridge, los segundos guardias escoceses lanzaban su ataque al Monte Tumbledown. Las defensas argentinas se basaron en esta característica, y fue la clave final para desbloquear los accesos a Puerto Argentino.

Frente a la nieve y los vientos huracanados, los hombres avanzaron frente a los afloramientos rocosos bajo un intenso fuego. Fue una lucha dura, con algunos ejemplos sobresalientes de liderazgo para motivar a los Guardias a continuar su avance. Nueve hombres murieron y 43 resultaron heridos.


Casco usado por guardias escoceses en las Malvinas, 1982

Mayor John Kiszley, quien ganó una Cruz Militar en Tumbledown, junio de 1982

Mayor John Kiszley, quien ganó una Cruz Militar en Tumbledown, 1982

Combates finales

Los retrasos en la toma de Tumbledown significaron que el 1º / 7º Gurkhas no pudo avanzar hacia el Monte William en la oscuridad. Cuando salió el sol a la mañana siguiente, los Gurkhas fueron vistos al aire libre, por debajo de su objetivo, y bombardeados.

Cuando amaneció, los británicos comenzaron los preparativos previos para otra batalla nocturna, pero continuaron hostigando a todos los movimientos argentinos con fuego de artillería pesado. Desde sus altos miradores, los británicos empezaron a notar que las tropas enemigas se dirigían hacia Puerto Argentino y empezaron a seguirlos.

45 Commando avanzó hasta Sapper Hill, a sólo un kilómetro y medio de Puerto Argentino, pero los campos de minas los rodearon. Los británicos estaban a las puertas de la capital.


Hombres del 3er Regimiento de Paracaidistas con su insignia de regimiento después de la liberación de Puerto Argentino, junio de 1982


El mayor general Moore llevado en alto por isleños jubilosos, 14 de junio de 1982

Rendición

En los días previos a las batallas por las montañas alrededor de Puerto Argentino, los británicos habían estado librando una operación psicológica contra los argentinos, utilizando una frecuencia de radio abierta para pedirles que se rindieran. En la mañana del 14 de junio, Menéndez tenía claro que los argentinos no podían continuar la lucha.

Se declaró un alto el fuego y Moore entró en Puerto Argentino para aceptar la rendición a las 21.30 horas. Habiendo estado viviendo en el campo desde que llegó, tenía una figura notablemente diferente a la del inmaculado Menéndez.

Los británicos se mantuvieron firmes en sus posiciones durante la noche, en lugar de avanzar hacia la ciudad en la oscuridad. A la mañana siguiente, el 15 de junio, los Paras y Royal Marines entraron para comenzar a desarmar a los argentinos y trasladarlos al aeropuerto.


Mensaje por télex del mayor general Moore a Londres anunciando la victoria, 15 de junio de 1982


Royal Marine Commandos izando la Union Jack original en la Casa de Gobierno, junio de 1982

Secuelas

Tras la captura de Puerto Argentino, se lanzaron más operaciones para llevar a cabo la rendición de otras tropas argentinas en Gran Malvina. Los Royal Marines del HMS 'Endurance' también despejaron al enemigo de las Islas Sandwich del Sur y Thule del Sur.

Un total de 255 militares británicos y tres mujeres civiles murieron al liberar las Malvinas. 649 argentinos habían sido asesinados.

La repatriación de prisioneros de guerra argentinos (prisioneros de guerra) fue un proceso largo. Unos 5.000 prisioneros se embarcaron en 'Canberra' y 1.000 en 'Norland' el 17 de junio. Al 20 de junio, se habían repatriado 10.250 prisioneros.

Solo quedaron 593, incluido Menéndez. Estos se llevaron a cabo para la recopilación de inteligencia y para alentar a Argentina a poner fin a las hostilidades. Los últimos prisioneros fueron repatriados el 14 de julio.


Soldados argentinos esperando para entregar sus armas en Puerto Argentino después de la capitulación, 1982


Complejo de prisioneros de guerra en Ajax Bay, 1982

Regresando a casa

Las primeras unidades en regresar de las Malvinas fueron 2 y 3 Para, que partieron en 'Norland' y 'Europic' en junio. Navegaron a la isla de Ascensión y luego volaron de regreso al Reino Unido. La Quinta Brigada de Infantería permaneció en funciones de guarnición antes de ser relevados.

Los Scots Guards se trasladaron a Ajax Bay y custodiaron a los prisioneros de guerra, antes de volver a Puerto Howard en Gran Malvina, donde vivían bajo una lona. Fueron las últimas unidades del Ejército en abandonar las Malvinas cuando zarparon en 'Norland' el 19 de julio hacia la Ascensión.


Casilla postal hecha de un contenedor de municiones y utilizada por la Guardia Escocesa en Port Howard, 1982


Medalla del Atlántico Sur 1982, con roseta, otorgada al fusilero Ombhakta Gurung, 1. ° / 7. ° Rifles Gurkha

Legado

Antes de la guerra, la popularidad de la Sra. Thatcher había disminuido. Pero la victoria en las Malvinas ayudó a asegurar la victoria de los conservadores en las elecciones generales de 1983.

La junta de Argentina había apostado todo por una victoria popular, pero ahora enfrentaba la humillación. El dictador del país, el general Leopoldo Galtieri, se vio obligado a dimitir tres días después de que sus fuerzas se rindieron. La democracia se restableció en Argentina en 1983 después de la caída del desacreditado régimen militar. Hasta la fecha, Argentina no ha renunciado a su reclamo sobre las Malvinas.

Los habitantes de las Islas Malvinas obtuvieron un compromiso con su soberanía que cualquier gobierno futuro sería valiente en cuestionar. También siguieron la inversión económica y una presencia militar mucho mayor. Casi 40 años después, Gran Bretaña aún conserva una fuerza en las islas.

“La importancia de la Guerra de las Malvinas fue enorme, tanto para la autoconfianza de Gran Bretaña como para nuestra posición en el mundo. Desde el fiasco de Suez en 1956, la política exterior británica había sido un largo retroceso. La victoria en las Malvinas cambió eso '. Margaret Thatcher, 'Los años de Downing Street', 1993

miércoles, 19 de enero de 2022

Periodismo: Los medios durante la guerra de Malvinas


Los medios durante la guerra de Malvinas

Universal Medios



¿La guerra es inminente?

Los periódicos argentinos ofrecían a principios del año 1982 indicios de que la guerra era un escenario posible, aunque desde ya no necesariamente el único, que barajaban los militares. Sin abusar de la lectura retrospectiva, resulta sorprendente la cantidad de alusiones en este sentido en varios medios locales, entre ellos, el diario La Prensa. Así, el 17 de enero aparecía en este periódico una nota firmada por el columnista Jesús Iglesias Rouco, quien sostenía que “todo indica que a juicio de las máximas instancias de poder, de la solución que se dé al problema del Beagle, dependerá de la de Malvinas. O viceversa. Repetimos: o viceversa”. Dos días más tarde, en el mismo periódico, su colega Manfred Schönfeld advertía que “la cuestión tiene una simple solución: la de que un día amanezca con el archipiélago reincorporado al territorio nacional, sin explicaciones que haya que dar a nadie (y que, además, no será exigidas, salvo a efecto declamatorios y sin que esa declamación perdure más que un tiempo prudencialmente breve”). El 24 de enero, Rouco volvía sobre el tema ya de manera más explícita: si las negociaciones diplomáticas fracasaban, el periodista se hallaba en condiciones de anunciar que “Buenos Aires [sic] recuperará las Islas por la fuerza”. Incluso arrojaba datos de la operación: “se estima que será relativamente sencilla, en vistas de los escasos pertrechos militares de las Islas […] a Buenos Aires [sic] se le atribuye la determinación de evitar toda efusión de sangre […] Las Malvinas y el Beagle, quizás con bases conjuntas merced a un tratado del Atlántico Sur, se convertirán así en dos de los principales puntales de la estructura defensiva de la región”.

Resulta llamativo que en ningún momento las autoridades militares hayan desmentido este tipo de afirmación; al contrario, en febrero de 1982 el ministro de Defensa Amadeo Frúgoli admitía en el periódico mendocino Los Andes que desde el punto de vista estratégico, “Las Islas Malvinas, por su posición geográfica, serían un punto de apoyo de gran importancia” y el titular argentino en la OEA (Organización de Estados Americanos), Alejandro Ofila, a través del mismo periódico en su edición del 5 de marzo sostenía que “Las Islas Malvinas son argentinas. […] y estoy seguro que no ha de pasar mucho tiempo para que en ese rincón del territorio nacional ondeé la bandera de la Patria”. Tres días antes, el diario La Nación titulaba en tapa como noticia central “Nueva política para Malvinas”, con una bajada que ya dejaba entender que los militares argentinos no descartaban la guerra: el gobierno endureció su actitud al reservarse el derecho de tomar otras medidas si no dieran resultado las reuniones mensuales propuestas para “acelerar verdaderamente” al máximo la negociación. Por estos mismos días, un periódico británico, The Manchester Guardian, registraba el endurecimiento de las posiciones diplomáticas argentinas y aseguraba que Galtieri había dejado entrever que uno de los objetivos políticos de su gobierno era impedir que se cumplan los ciento cincuenta años de ocupación inglesa en las islas.

¿Se pueden interpretar estas notas que aparecían en algunos medios no sólo en el cuerpo de los periódicos, sino también en algunas tapas de los diarios más destacados, como signos inequívocos de una guerra que se avecinaba? Tal vez conviene ser prudentes e incorporar aquí otras variables constitutivas del contexto. El clima de creciente conflictividad social interna contribuía para que la Junta, a través del endurecimiento de sus posiciones diplomáticas, instalara la cuestión Malvinas como un tema central en la agenda política, capaz de generar un enemigo “externo” que pudiera así amortiguar las tensiones “hacia adentro” que se venían incrementando. También, es probable que la función que cumplían estas noticias era presionar aún más a los ingleses bajo la hipótesis de que, instalando la idea de que la guerra era un posibilidad que aparecía en el horizonte de los militares argentinos, aceptarían finalmente negociar la soberanía de las islas.

El litigio en torno de Malvinas se aceleró entre el 19 y el 24 de marzo de 1982, cuando un grupo de tareas encabezado por el hoy ex Capitán de Fragata Alfredo Astiz –responsable del secuestro y desaparición, entre otros casos, de un grupo de activistas de derechos humanos en 1977– izó la bandera argentina en Grytviken, islas Georgias del Sur, lo que provocó el reclamo británico y la movilización de un buque hacia la zona de tensión. En un ejemplo paradigmático de las dos caras de la dictadura militar, el diario La Nación del 23 de marzo titulaba como noticia central de tapa Fue rechazada una protesta británica y, a su lado derecho, Fabricaciones Militares: Estudia privatizar sus empresas. De este modo, el dudoso nacionalismo y la adhesión a la economía de mercado no se mostraban para nada incongruentes con el ideario de la dictadura. Clarín era más cauto con el título del mismo día: Simbólica ocupación de las Georgias del Sur. Quien de ningún modo mostraba esa cautela era el ya mencionado Rouco, que tras los episodios de las Georgias advertía a través de La Prensa: “está llegando la hora de que el régimen, sin dejar de agotar todas las instancias pacíficas, tome las decisiones que las circunstancias impongan […] De otra forma habrá llegado a su fin el ya escasísimo crédito que le queda”, para rematar afirmando que “ninguna vacilación podrá justificarse por la falta de armas o de presupuesto militar, tras los millones de dólares que se gastaron en nuevos equipos durante los últimos años”. El juicio de Rouco es significativo, porque muestra bien, además del cuestionamiento que sufrían los militares en los momentos previos al desembarco, que no sólo grupos de la Marina estaban interesados en el desembarco en las islas: había civiles que, desde lugares de enunciación destacados en la formación de opinión, alentaban pasar a los hechos.

En síntesis, desde principios de 1982, y con mayor intensidad desde marzo, se registran en los medios notas que dejaban entender que la guerra era un horizonte posible para dirimir el conflicto. Estas notas eran funcionales a la dictadura en un doble sentido: instalaban un tema capaz de desviar el foco de atención en torno a la conflictividad interna y pretendían sumar presión a los ingleses, bajo la hipótesis –errónea- de que la amenaza de guerra los obligaría, por fin, a negociar la soberanía de las islas. Aunque funcionales, las notas también daban cuenta de un sector del periodismo que alentaba la opción militar sin medir ninguna de las consecuencias de una decisión de esa índole. La conflictividad interna y la cuestión Malvinas, finalmente, estaban tan ligados en esta coyuntura que no sorprende el título de Crónica el martes 30 de marzo, el día de la primera huelga general contra la dictadura: CGT ratificó el acto; Gobierno lo prohíbe. Más abajo, una foto de Saúl Ubaldini debajo de un cartel que decía: “Las Malvinas son argentinas. CGT”.



La guerra: el relato de los medios

La información durante la guerra de Malvinas no escapó a las condiciones generales de la dictadura. Al severo control de la prensa que existía desde el golpe de Estado se agregaron la censura típica de todo conflicto armado, que comenzó a aplicarse de manera rigurosa el 30 de abril, horas antes del primer ataque británico1. En las Islas, cubrieron la guerra Nicolás Kasanzew de Canal 7, Diego Pérez Andrade y Carlos García Malod, de la agencia estatal Télam y Eduardo Rotondo, que recogió tanto material fotográfico (publicado en la revista Gente) como material filmográfico de importante valor, entre otras razones porque fue el único en registrar en imágenes la rendición argentina el 14 de junio.

Los medios de comunicación cumplieron un rol decisivo en la construcción del relato de la guerra, exacerbando y construyendo con mayor eficacia que la que era capaz de imaginar la dictadura ciertos tópicos dominantes durante los días del conflicto. Veamos algunos de ellos:

La construcción de un enemigo atroz y al mismo tiempo inofensivo. En los medios gráficos aparece una doble construcción de la imagen de los ingleses. Por un lado, son calificados como “piratas” y usurpadores, como muestra la tapa de Crónica que informa la partida de la flota británica hacia las Islas el 5 de abril: “Zarpa la flota inglesa, otra vez a piratear”; asimismo, son tildados de “asesinos”, especialmente por el semanario amarillista Tal Cual, quien en la primera semana del conflicto (8 de abril) publica en tapa la foto de la esposa e hija de Giachino, el capitán de corbeta comprometido con crímenes de lesa humanidad que resultó el primer argentino muerto en las islas. La tapa del semanario atribuye a su hija la siguiente frase: “Los ingleses mataron a mi papá”. Del mismo modo, este semanario se especializará en demonizar la figura de Margaret Thatcher (Tal cual, 28 de mayo, “Más mala que el diablo”), señalizándola como “La señora de la muerte” (Tal cual, 7 de mayo de 1982), intentando demostrar su presunto pasado nazi (Tal cual, 14 de mayo, “La Thatcher peor que Hitler) y marcando su condición cercana a la locura por creerse la “mujer maravilla”. Pero en el mismo momento en que se presentaban así a los ingleses, se subrayaba, especialmente en periódicos procesistas como Convicción, que el británico era un “imperio en decadencia” y por ende inofensivo, subestimándose incluso su poder de fuego, como anuncia la edición Quinta de La Razón (5/4/1982): “Gran Bretaña no podrá hacer un desembarco masivo en las Islas”. Con el hundimiento del Crucero General Belgrano, algunos medios como Convicción (4 de mayo de 1982) subrayaron aún más el carácter asesino de británicos e insistían increíblemente en que los ingleses constituían un enemigo militar de poco rango (“la flota británica se acerca a Malvinas para intentar un ataque desesperado”), aunque la mayoría de los medios, tras el hundimiento del Belgrano, optaron por otro camino: enfatizar no los daños causados por la acción militar británica, sino mostrar que había un alto número de sobrevivientes, al mismo tiempo que ponían el eje en la respuesta militar argentina: el hundimiento del Sheffield.

La propaganda triunfalista. Los medios de comunicación argentinos fueron altamente funcionales a la Junta militar en la creación de un clima triunfalista. Por eso, en ningún momento filtraron noticias que dieran cuenta del carácter adverso de los combates. El ejemplo hiperbólico de esta actitud es la Revista Gente, que con imágenes de la guerra exacerbó el slogan y la publicidad oficial “Argentinos a vencer! Cada uno en lo suyo defendiendo lo nuestro”. En efecto, si la publicidad oficial enviaba ese mensaje impreso sobre un puño cerrado con el pulgar en alto, en medio de un folleto que advertía que Ya estamos ganando!, la revista Gente multiplicaba al infinito ese mensaje y lo encuadraba en el campo de batalla con la tapa del 7 de mayo de 1982, donde con letra bien amplia anunciaba: Estamos ganando. Y todavía más, contra toda evidencia, el 29 de mayo retomaba el slogan para titular: Seguimos ganando. Si la tesitura de Gente condujo al paroxismo la representación triunfalista de la guerra, los demás medios la reprodujeron en escala sólo un poco más modesta. En efecto, el modo de contar la guerra se construyó sobre los comunicados e informes de las Fuerzas Armadas, que destacaban algunos éxitos de la aviación argentina pero no informaban sobre las derrotas en las trincheras. Este modo de informar, que incluso provocó algunos desacuerdos entre los propios militares –Menéndez, otro militar comprometido con crímenes de lesa humanidad que había sido designado gobernador de las islas, pretendía desde mediados de mayo que se comience a ofrecer otro panorama de la guerra a la luz de lo que acontecía en el territorio, para preparar a la población a recibir la noticia de la derrota- se mantuvo intacto hasta la llegada del Papa a la Argentina, el 11 de junio de 1982. Sólo a partir de ese día, pero aún de manera acotada, el lector de periódicos locales podía inferir que la guerra estaba perdida. ¿Hasta qué punto esta perspectiva “triunfalista” de la dictadura, exacerbada por los medios, no era a su vez demandada por sectores de la sociedad que habían adherido, cierto que por diversos motivos, a la empresa militar? El interrogante, difícil de desarrollar aquí, apunta a pensar de qué modo se generaron las condiciones sociales para que esta estrategia de manipulación informativa haya tenido tanta eficacia. Sólo como índice de que efectivamente un grueso importante de la población esperaba este tipo de mensajes, recuperamos el registro televisivo de la protesta –duramente reprimida- que aconteció en Plaza de mayo el día de la rendición, el 14 de junio de 1982. Mientras muchos manifestantes entonaban la consigna “se va a acabar/ se va a acabar/ la dictadura militar” uno de los asistentes, dirigiéndose a los policías que pronto comenzarían a reprimir, repetía una y otra vez: “No se rindan”.

La construcción de la imagen de un pueblo unido y unánimemente convencido de la causa.Pero la intervención decisiva de los medios argentinos durante la guerra residió en construir con enorme eficacia la idea de un único pueblo que deponía por fin sus querellas internas para abrazar una causa común. A través de programas televisivos como 24 horas por Malvinas, pero sobre todo con un manejo impecable de los recursos audiovisuales, muchos medios no sólo legitimaron la guerra sino que, a través de ella, pretendieron legitimar la dictadura militar. Un buen ejemplo lo ofrece La Prensa en un artículo con fecha del 2 de abril del 82, donde se afirma que “esta operación será recordada como el principal logro del régimen militar, junto con su triunfo sobre la subversión”. La unanimidad fue representada de manera especial con la cobertura de la masiva concurrencia a la plaza de Mayo en el mes de abril (el 2 y sobre todo el 10 de ese mes); así, el 3 de abril el diario Clarín publicó una foto emblemática, la que mostraba a Galtieri saludando el día anterior a una plaza colmada desde el balcón de la Casa Rosada (pocos días después circularon las primeras fotografías del desembarco y recuperación de las islas, reforzando la idea de unidad y éxito en la “empresa común”). En la editorial de ese mismo día, Clarín hacía un balance de la jornada que concluía en estos términos ampliamente justificatorios de la dictadura: “Escuchar al pueblo. Tal parece ser la fórmula de la democracia”. En el mismo sentido, la revista Gente utilizaba la imagen de la plaza del 10 de abril para desplegar un extenso epígrafe que decía: “No fueron necesarios comunicados ni varios días para organizarla. Sólo un llamado lanzado el día anterior que bastó para despertar el impulso latente. No fue la manifestación de un sector, no fue la marcha de unos contra otros. Pero sí fue -como tantas otras veces- para pedir algo, aunque algo para todos: que no se vuelva atrás, que la soberanía sea defendida. Este fue el testimonio de un pueblo que volvió a unirse después de mucho tiempo”. La porción de realidad recortada por la revista podría contrastarse con otras narraciones que modificarían el sentido de la imagen y le devolverían su densidad histórica. El día de la foto –el 10 de abril- algunos manifestantes cantaron consignas contra Galtieri y recordaron otras identidades políticas: “Y ya lo ve, y ya lo ve, vinimos el 30 y hoy también”, “se siente, se siente Perón está presente”, “Levadura, levadura, apoyamos las Malvinas pero no la dictadura”, “Malvinas sí, proceso no”, “Galtieri, Galtieri, prestá mucha atención, Malvinas argentinas y el pueblo es de Perón”. Sin embargo, esas voces estaban borradas de la plaza bajo los encuadres de los medios, que de este modo acudían con rápidos reflejos al modo en que previamente habían tratado acontecimientos como el Mundial 1978. Por en efecto, las “Plazas de abril”, bajo el encuadre de “la plaza de todos”, eran una prolongación de aquella “fiesta de todos”, (según el título de la película de Renan) en los años del Mundial.

La difusión de información inexacta. No sólo la guerra se cubrió de manera sesgada, sino que también se proporcionó información que era falsa. Uno de los casos más interesantes en este sentido lo analiza Lucrecia Escudero en Malvinas: el gran relato. Se trata de la “noticia” de que Inglaterra había mandado submarinos nucleares a Malvinas. Comenzando por una nota del 31 de marzo, donde Clarín levantaba cables de agencias extranjeras que anunciaban el envío del submarino nuclear “Superb”, Escudero registra cómo con el paso de los días la noticia va cobrando mayor envergadura, llegando al punto de anunciarse el arribo a la zona de guerra de cuatro submarinos atómicos el 8 de abril. Sin embargo, el 22 de abril Clarín, reconociendo a medias que había conferido entidad a una noticia falsa, cierra el tema publicando que “un submarino que, como ha sido comunicado, habría patrullado el área de las Islas Malvinas, ha sido identificado en Escocia y parecería que nunca estuvo en la zona de guerra del Atlántico Sur. Fuentes del ministerio de Defensa, han afirmado que el submarino Superb de propulsión nuclear, se encontraba ayer de regreso en su base de Faslane, en el estuario de Clyde, desde el viernes”. Un caso similar es el de la “Batalla del Estrecho de San Carlos”, que Convicción y Gente narraron con infografía y minuciosidad, pero que nunca aconteció en esos términos. A la información inexacta se sumó una serie de incongruencias muy severas en la estrategia de información de la dictadura. Por citar un ejemplo, según relata Andrade (el periodista enviado por Telam) en un documental sobre el papel de los medios en Malvinas elaborado por Telesur, en ocasión de un prolongado bombardeo al aeropuerto escribió una nota que cerraba diciendo que, a pesar de la intensa lluvia de bombas, los ingleses no habían acertado en su blanco, la pista de aterrizaje. Tres horas después, desde Buenos Aires le comunicaban que los mandos militares felicitaban al periodista por la nota, porque revelaba el fracaso del operativo militar inglés. Pero una hora después de recibir las felicitaciones, Andrade era expulsado por Menéndez de las islas, precisamente por la nota que había escrito. “¿Qué tenía de malo esa nota?” preguntó Andrade, a lo que Menéndez respondió que, en virtud de esa información, los ingleses volverían a la carga al día siguiente. Anécdotas de este tipo, en síntesis, mostraban bien el desorden y la improvisación militar, también en la circulación de la información de la guerra.

1 El comunicado se titulaba “Pautas a tener en cuenta para el cumplimiento del acta de la junta militar disponiendo el control de la información por cuestiones de seguridad”. Algunas de esas pautas eran: “evitar difundir información que atente contra la unidad nacional; reste credibilidad y/o contradiga la información oficial; destaque neutralismo activo a favor de Gran Bretaña; haga referencia a unidades militares, equipo y/o personal militar sin previa autorización del Estado Mayor Conjunto…”.

Fuente: Telam.

19/04/1982 – “El ministro de Trabajo, brigadier Porcile, recibe una donación de dirigentes sindicales , destinada a solventar gastos de la recupaeración de las Islas Malvinas”.

19/04/1982 – “El ministro de Trabajo, brigadier Porcile, recibe un cheque de mil millones de pesos para solventar gastos de la recupaeración de las Islas Malvinas”

13/04/1982 – “Directivos de la Cámara Argentina de Casas y Agencias de Cambio depositan 2.000 millones de pesos en la cuenta ‘Fondo Patriótico’, abierta a instancias de la entidad.”

29/04/1982 – Dos madres argentinas preparan en la Plaza de la República las madejas de lana con las que tejerán prendas para nuestros soldados. A la derecha, la convocatoria.



sábado, 15 de enero de 2022

Comodoro Jorge "Bam-Bam" Barrionuevo y su experiencia en los ataques antibuque

Comodoro (Alférez en ese entonces) Jorge "Bam-Bam" Barrionuevo

Fuente: Nicolas Kasanzew



A los 24 años hundió un buque de guerra. El alférez Bam-Bam Barrionuevo lo hizo en un ataque conjunto con los pilotos Carballo, Rinke y Velazco. El destructor clase 42 Coventry se fue a pique en 20 minutos, un glorioso 25 de Mayo.
Le pregunté a Bam-Bam el porqué del sobrenombre, cuando su indicativo era “Pampa”. Se debía a la extraordinaria fuerza de sus manos. Chacarero y rugbier, recio y rudo, en la Escuela de Aviación Militar solía romper, sin proponérselo, los objetos que agarraba, como los útiles escolares que le facilitaban sus compañeros. “Mi familia era muy humilde, ni televisor teníamos, y los cadetes me decían que era tan bruto como Bam-Bam, el personaje de los dibujitos animados Picapiedras, que yo nunca había visto”, me cuenta riendo.
El Bam-Bam de Hollywood era “el niño más fuerte del mundo”.
El Bam-Bam de Rufino rompió al poderoso navío de la escuadra británica, así como rompía las escuadras que le prestaban sus compañeros de estudios.
(En la foto, Bam-Bam regresando de su vuelo solo, un año antes de hundir el Coventry. Abril de 1981).


jueves, 13 de enero de 2022

Thatcher ordena atacar el continente y destruir la base aeronaval de Río Grande

Malvinas: el día que Thacher pensó que podían perder la guerra y decidió atacar al continente para destruir aviones y eliminar a los pilotos

El ataque al destructor Sheffield con misiles Exocet generó una conmoción política y militar. Desnudó la debilidad de la defensa británica: si se impactaba sobre uno de los portaviones, podrían perder la guerra. En el libro “La Guerra Invisible” se revela que en ese momento Gran Bretaña decidió hacer una misión de ataque sobre el continente para destruir los Super Étendard, los misiles y matar a los pilotos alojados en la base de Río Grande

Hundimiento del Sheffield Guerra de Malvinas 4 de mayo 1982

El 4 de mayo de 1982, dos pilotos de la Aviación Naval golpearon sobre el destructor con el misil Exocet, lanzados desde aviones Super Étendard. Los pilotos Augusto Bedacarratz y Armando Mayora habían dado en Sheffield. Cuando aterrizaron en la base de Río Grande aun no sabían del éxito de su misión. Juntos comenzaron a relatar la misión en un papel en la sala del hangar y luego la pasaron en limpio en el casino de oficiales. Bedacarratz recordaba los detalles de la acción, Mayora aportaba los suyos y los escribía. Fue en ese momento que en la sala se interceptó la radio BBC y escucharon la novedad. El gobierno británico reconocía, a las cinco de la tarde hora británica, que el Sheffield había sido atacado por un misil y la acción había provocado veintidós muertos y una cantidad indeterminada de heridos. El destructor todavía se estaba incendiando.

En La Guerra Invisible, Marcelo Larraquy revela cómo en ese momento Gran Bretaña decidió hacer una misión de ataque sobre el continente para destruir los Super Étendard, los misiles Exocet y matar a los pilotos alojados en la base de Río Grande.

Aquí un extracto del libro.

(…) El impacto del misil había provocado un ruido corto y seco. Abrió un agujero de seis metros cuadrados. El Sheffield se sacudió de una punta a la otra. El primer informe oficial de la Secretaría de Defensa británica admitió que su carga explosiva había golpeado en la segunda cubierta, sobre la banda de estribor, entre la cocina, el cuarto de máquinas auxiliares y la máquina de proa, que empezaron a incendiarse. El fuego, originado por el combustible del Exocet, luego se esparció por la sección central y alcanzó el puente. El combustible se fue desparramando entre el humo negro. Si el fuego hubiera llegado al compartimento de explosivos donde se alojaban los misiles Sea Dart, el destructor habría volado en ese momento.

La defensa del Sheffield había fallado. Sin embargo, el informe puso en duda que el misil hubiese detonado. Francia, en cambio, aclaró que había funcionado en forma correcta. No quería que se sospechara de la eficacia de su creación. En la oficina de Ofema (Office français d’ex- portation de matériel aéronautique), en París, festejaron el lanzamiento. Poco después, con el certificado de Combat-Proven (“Probado en Combate”), el Exocet quintuplicaría su valor de mercado.

En las ejercitaciones de mar, los destructores tipo 42 como el Sheffield tenían un margen de veinte minutos entre la detección de un avión y el impacto de cualquier proyectil que disparase. El Exocet reducía ese lapso a tres minutos. El Sheffield, además, no contaba con misiles Sea Wolf, adecuados para neutralizar misiles o aviones que se aproximaran en vuelo rasante. Su protección antiaérea, los Sea Dart, solo le permitía alcanzar blancos de altura. Una de las peticiones de la Marina Real a la Secretaría de Defensa había sido agregar al misil la capacidad de impactar a baja altura, pero había sido rechazada por falta de fondos.

El informe oficial afirmó que, poco antes del impacto, los radares de vigilancia aérea y de rastreo de blancos del Sheffield habían sido desconectados para una comunicación con satélite Skynet y la sala de operaciones no había tomado contramedidas.

Los Super Étendard habían sido detectados por el destructor Glasgow a 49 millas, 90 kilómetros del Sheffield. Los dos o tres segundos que duraron sus emisiones de radar quedaron registrados en la consola. Se veían dos contactos hostiles que se acercaban a una velocidad de 450 nudos, 833 kilómetros por hora, desde 600 metros de altura.

Super Étendard en 1982 durante la Guerra de Malvinas

Un marino hizo sonar su silbato y el grito de terror retumbó en la sala de operaciones: “¡Freno de mano!”. Era la clave para mencionar al radar Agave, instalado en los Super Étendard. El capitán del Glasgow, Paul Hoddinott, preguntó por el nivel de credibilidad. ¡Cierto! Entonces viró completamente el timón para reducir el margen de impacto y lanzó el chaff para desviar la dirección de los misiles, que ya habían sido lanzados desde los aviones.

El aviso de alerta “¡freno de mano!” llegó a la sala de operaciones del Hermes, que navegaba 50 kilómetros al este. Allí fueron renuentes a creer en la amenaza y siguieron en alerta blanca. Lo mismo sucedió en el otro portaviones, el Invincible. El comandante de guerra antiaérea pidió más pruebas al Glasgow. Pensaban que el ataque era falso. Habían recibido tres o cuatro alarmas esa mañana. Continuó con alerta blanca, todo tranquilo, ningún indicio de ataque.

En tres días de guerra no se había detectado la presencia de los SUE, de modo que supusieron que su sistema de armas no funcionaba o que los pilotos no estaban capacitados para efectuar el reabastecimiento en aire. Confiaron en que no habría ataque. La alarma lanzada desde el Glasgow al resto de los buques fue tomada como un falso eco.

El grito “¡freno de mano!”, además, no necesariamente implicaba un peligro para la flota.

El almirante Sandy Woodward (jefe de la flota británica) decía que esa expresión era más escuchada que los “buenos días”. Ante cualquier ruido en el éter, en medio de la tensión de la guerra, en las salas de operaciones se gritaba “¡freno de mano!”. Y pasar de la alerta blanca a la amarilla, que advertía de un indicio de ataque, o a la roja, que revelaba un ataque seguro, implicaba un desgaste considerable para una nave: se debía lanzar el chaff, despegar helicópteros y aviones, poner a los infantes a cubrir posiciones de combate. Pero esta vez el ataque era real.

El almirante Sandy Woodward, jefe de la flota británica

El capitán del Glasgow pidió que derribaran los Exocet con misiles Sea Dart, pero el control de fuego de radar no podía fijar la posición de los pequeños puntos blancos que cruzaban la pantalla. Se preguntó cuántos segundos faltarían para que golpearan en el centro de su nave. Sin embargo, los misiles pasaron por encima del Glasgow. Estaba a salvo. No era el eco que (los pilotos de Super Étendard) Bedacarratz y Mayora habían seleccionado en su radar. Tampoco lo era el destructor Coventry.

En estado de alarma, el capitán del Glasgow llamó al Sheffield. No contestaron. En la sala de operaciones del destructor no detectaron ni al avión ni a los misiles que volaban hacia ellos. Los primeros en advertirlo fueron dos tenientes que conversaban en el puente de la nave y vieron una estela de humo a dos metros por encima del mar, que se acercaba. Estaría a poco más de un kilómetro. Uno de los tenientes tomó el micrófono de transmisión. “¡Ataque de misil!”, gritó.

Treinta y cinco años después, el documento desclasificado de la Junta de Investigación (Board of Inquiry) del Ministerio de Defensa revelaría que “algunos miembros de la tripulación estaban aburridos y un poco frustrados por la inactividad y el barco no estaba completamente preparado para un ataque”. Aún más: el oficial de guerra antiaérea había salido de la sala de operaciones y estaba tomando un café cuando los Exocet volaban hacia el Sheffield. Tampoco su asistente se encontraba en funciones. El documento desclasificado también indicaba que el radar del destructor estaba en transmisión con otra nave. Reconocía que la alerta del Glasgow se había escuchado en el Sheffield, pero no había generado una reacción. Creían que el Super Étendard no podía abastecerse en el aire y que no significaba una amenaza. Nadie llamó al capitán, nadie lanzó los misiles Sea Dart para derribar los Exocet y nadie disparó un chaff para engañarlos. El equipo de guardia había fallado.

La pérdida del destructor golpeó a Woodward. En ese momento temió que, en medio de las tareas de rescate, el Sheffield explotara y que un submarino argentino atacara con torpedos a los barcos de salvataje que se habían acercado, el Yarmouhth y el Arrow. Llegarían a detectar nueve alarmas en el sonar.

Para completar la jornada trágica en las Fuerzas de Tareas, uno de los tres Sea Harrier que habían despegado del Hermes para atacar la pista de aterrizaje de la Base Cóndor, en Puerto Darwin, fue derribado por una batería de la artillería antiaérea con una ráfaga de proyectiles de 35 milímetros. El Sea Harrier volaba a 300 metros por segundo. En condiciones normales, los artilleros tenían apenas treinta y siete segundos para pulsar el disparo cuando lo tenían en la pantalla del radar de exploración del director de tiro. Algunos soldados de Artillería habían estudiado las siluetas de los cazas británicos de las fotos que había tomado el Boeing 707 el 21 de abril.

Una fragata se acerca a socorrer al dañado HMS Sheffield luego de recibir el impacto del Exocet (AP)

En un anotador de rodilla del piloto caído, el teniente Nicholas Taylor, la inteligencia de la FAS (Fuerza Aérea Sur) obtuvo números de aviones en servicio y remanentes, pilotos asignados, indicativo de buques, códigos IFF (Identification Friend- Foe), configuraciones de armamento e información sobre la autonomía del Sea Harrier: ochenta minutos con despegue de rampa, y la mitad del tiempo si lo hacía con despegue vertical.

El cuerpo del piloto británico Taylor fue sepultado con honores por una formación de soldados argentinos en un cobertizo próximo a un tambo en Pradera del Ganso. Lo enterraron junto a los ocho miembros de la Fuerza Aérea que habían muerto en el ataque sobre la pista de la Base Cóndor, tres días antes.

Woodward se sintió muy deprimido en la noche del ataque. Todavía le resonaba la expresión a viva voz de un oficial de su Estado Mayor en la sala de operaciones del Hermes apenas llegó el mensaje desgraciado: “El Sheffield ha sufrido una explosión”.

“¡Almirante, debe hacer algo!”, le había advertido el oficial.

Parecía una orden, una intimación. Y en esos dos, tres minutos de tensión Woodward no había hecho nada, dejó que los acontecimientos siguieran su curso; solo esperaba que los hombres que estaban en el destructor le pidieran lo que necesitaban. Trató de controlar sus emociones y no dejarse arrastrar por reacciones instintivas. En el momento de mayor angustia debía meditar las decisiones.

Woodward repasó su estrategia después del ataque al Sheffield: neutralizar a la Marina y la Fuerza Aérea enemigas para alcanzar la superioridad marítima y aérea; desembarcar a los hombres de la flota naval, y brindar apoyo logístico y de fuego a las fuerzas en tierra.

Había quedado en evidencia que la flota británica era vulnerable a los misiles; que sus defensas antiaéreas, frente a esa amenaza, eran débiles. La capacidad de fuego de la aviación argentina se mantenía intacta. Si no se neutralizaba, el desembarco sería imposible. Las tropas del ejército británico todavía esperaban en la isla Ascensión. Hasta que no se despejara el panorama, no había orden de traslado al Atlántico Sur.

Los Super Ëtendard y los Exocet en la base de Río Grande

Woodward cambió la táctica para mantener la iniciativa. Decidió alejar más hacia el este a su flota naval, colocarla más lejos de las bases aeronavales argentinas, y adelantó dos destructores, el Coventry y el Glasgow, a 20 kilómetros de Malvinas para estrechar el bloqueo aéreo sobre los aviones argentinos, sobre todo los Hércules C-130, que trasladaban suministros en vuelos nocturnos. Los atacaría con misiles Sea Dart para intentar cortar el puente logístico entre el continente y las islas. Y también saturaría con fuego las posiciones de los soldados en tierra.

Los cambios tácticos no redujeron el temor de un segundo ataque de los Super Étendard y de la posible pérdida de un portaviones. A esas alturas, cualquier daño que afectara al Hermes o al Invincible lo obligaría a abandonar la operación militar. Una semana después del ataque, mientras intentaban remolcarlo hacia las islas Georgias para repararlo, el Sheffield zozobró en el mar y cayó bajo las aguas. Fue el primer buque de guerra de la flota británica hundido en combate después de la Segunda Guerra Mundial.

Woodward envió un mensaje realista a los capitanes de los barcos. “Perderemos más naves y más hombres”, les anticipó, “pero triunfaremos”. (…)

El ataque sobre el Sheffield no solo expuso por primera vez la vulnerabilidad de la Fuerza de Tareas sino que generó un trauma, una convulsión política en Gran Bretaña. Se abrió un nuevo escenario: la posibilidad de detener o poner en pausa la estrategia bélica y dar paso a una solución diplomática.

El jueves 6 de mayo Margaret Thatcher fue interpelada en la Cámara de los Comunes

El jueves 6 de mayo Margaret Thatcher fue interpelada en la Cámara de los Comunes. Un representante le requirió si podía hacer cesar el enfrentamiento y alentar un acuerdo de paz efectivo. Thatcher se mostró tolerante a ese propósito por primera vez. Dijo que habían respondido de manera constructiva a la propuesta de paz peruana y daba la bienvenida a la nueva intervención de las Naciones Unidas para las negociaciones. Aseguró que la vía diplomática seguía abierta pero que el obstáculo era la Argentina, interesada en el cese del fuego pero no en el retiro de sus tropas.


Otro representante preguntó a la primera ministra: “¿Podría darnos la más absoluta seguridad, estoy seguro de que toda la nación así lo demanda, de que no habrá una escalada deliberada en las acciones militares, ninguna escalada que interfiera con las perspectivas que ahora se vislumbran de lograr una paz real?”. Y otro insistió: “¿Ha venido hoy a esta casa totalmente preparada para repudiar a los miembros del Partido Conservador y almirantes y generales retirados que ahora aparecen en televisión diciendo que, en caso de ser necesario, se debería atacar el territorio argentino?”.

Thatcher respondió que los argentinos habían escalado la crisis e invadido las islas, y que a su gobierno le tocaba continuar con las actividades militares, aun en medio de las negociaciones, para que el invasor no siguiera incrementando su poderío y reforzando sus posiciones para atacar a su voluntad.

Los pilotos de los Super Etendard

Thatcher estaba decidida a lograr una victoria militar. La maquinaria bélica no debía detenerse. No sacaría el dedo del gatillo durante las gestiones de paz. Ya no importaría que la Argentina, pocos días después, en las Naciones Unidas, dejaría de exigir una fecha fija para la transferencia de la soberanía y admitiera una negociación lisa y llana de la soberanía, sin plazos perentorios.

La gestión diplomática iba y venía entre mediadores e interlocutores de ambos países, en distintos ámbitos. Se enredaba y perdía urgencia mientras la guerra avanzaba.

El 8 de mayo, en Chequers, la residencia de campo oficial de gobierno —el mismo lugar donde se había decidido el hundimiento al crucero Belgrano—, se ordenó el traslado de las tropas terrestres de la isla Ascensión hacia el Atlántico Sur y se estableció la fecha del desembarco entre el 18 y 22 de mayo. Thatcher también avaló la gestación de la opción más extrema: eliminar el poder de destrucción del enemigo, el sistema de armas del Super Étendard. Atacarlo en su punto de partida. (…)

Thatcher autorizó el ataque al continente luego de una proposición de la Marina Real. La operación requería la participación de una fuerza especial que, en una acción de alto riesgo, eliminara los aviones, los misiles y también a los pilotos. (…)