miércoles, 14 de octubre de 2020
lunes, 12 de octubre de 2020
Fusil de asalto (modernizado): L85A3 (UK)
Fusil de asalto L85A3
El L85A3 es un nuevo rifle de asalto británico, que se reveló por primera vez en 2016
País de origen Reino Unido
Calibre 5,56 x 45 mm
Peso (vacío) ~ 4 kg
Peso (vacío, con lanzagranadas) ~ 5,5 kg
Longitud ~ 780 mm
Longitud del cañón ~ 518 mm
Velocidad de salida ~ 900 m / s
Velocidad cíclica de fuego ~ 650 rpm
Velocidad de disparo práctica 40-100 rpm
Capacidad del cargador 30 tiros
Alcance de fuego efectivo 500 m
El L85A3 es una variante mejorada del rifle de asalto L85A2, que actualmente es un arma de infantería estándar de las Fuerzas Británicas. Parece que fue desarrollado como parte del futuro programa de soldados. Un prototipo del L85A3 se reveló públicamente por primera vez en 2016. Es una actualización propuesta para los rifles L85A2 existentes. El objetivo principal era extender la vida útil de esta arma hasta 2025 y más allá. A pesar de todas las deficiencias del diseño del L85, las fuerzas británicas todavía utilizan estas armas.
El L85A3 es un arma de fuego selectivo operada por gas con un diseño bullpup. La principal ventaja de este diseño es la compacidad general del arma. Este rifle de asalto tiene una recámara para el cartucho estándar de la OTAN de 5,56 x 45 mm. Internamente, esta arma es generalmente similar a la Armalite AR-18 de EE. UU. Sigue las líneas del L85A2, pero tiene algunos cambios. El L85A3 tiene un receptor superior rediseñado y algunos otros cambios.
Un selector de modo de fuego está ubicado muy detrás del cargador, en el lado izquierdo del receptor. Tiene configuraciones para "semiautomático" y "completamente automático". Un botón de seguridad separado se encuentra sobre el gatillo. Aunque el L85A3 no es ambidiestro. La extracción es solo del lado derecho.
Este rifle de asalto se alimenta de un cargador de 30 rondas de capacidad. Un prototipo del L85A3, que se reveló en 2016, estaba equipado con un cargador de polímero, desarrollado por Magpul. Estos cargadores se compraron como requisito operacional urgente para las operaciones en Afganistán. La revista tiene una ventana de conteo redonda y transparente. Esta práctica función permite ver cuántas rondas quedan en el cargador. Este rifle de asalto también es compatible con otros cargadores, desarrollados para el L85A2, incluidos dos tipos de cargadores de acero, utilizados por las Fuerzas Británicas.
El nuevo receptor superior viene con un riel de alcance tipo Picatinny de longitud completa. Viene con un nuevo alcance de aumento de 4x. El L85A3 también puede montar varios puntos rojos o miras de visión nocturna. También hay miras de hierro simples para uso de emergencia. Hay una tendencia en las Fuerzas Británicas a que las tropas de segunda línea se entreguen con armas que solo tienen miras de hierro simples, sin la mira. El rango de fuego efectivo es de alrededor de 500 metros usando el alcance.
Además, el L85A3 tiene una nueva empuñadura con rieles para accesorios. Puede montar varios complementos, como empuñadura vertical, linterna táctica o puntero láser. La nueva arma es compatible con el lanzagranadas bajo el cañón alemán HK AG36 de 40 mm. Fue adoptado por las fuerzas británicas como el L123A2. El mismo lanzagranadas se utiliza en el rifle de asalto L85A2. El L85A2 es capaz de lanzar granadas de rifle, pero solo si el lanzagranadas no está instalado.
sábado, 10 de octubre de 2020
jueves, 8 de octubre de 2020
martes, 6 de octubre de 2020
domingo, 4 de octubre de 2020
Post-Malvinas: La renuncia de Galtieri y el ascenso de Bignone
Reuniones ásperas y final cantado: así sacaron del poder a Galtieri tras Malvinas y llegó Bignone, último presidente de facto
La derrota militar en las islas provocó una crisis en las Fuerzas Armadas. El enfrentamiento dentro del Ejército entre Galtieri y sus subordinados y la decisión de colocar a Bignone en su lugar sin la venia de la Marina y la Fuerza Aérea dio pie para que los partidos políticos, montados sobre un clima social adverso, presionaran por el fin del dictadura. El papel del cardenal Raúl Primatesta y sus consejos al nuevo mandatarioPor Juan Bautista "Tata" Yofre
Infobae
El 14 de junio de 1982 la guarnición argentina de Puerto Argentino capituló ante la superioridad militar británica. El martes 15, a las 22 horas, Leopoldo Fortunato Galtieri habló por cadena nacional: “El combate de Puerto Argentino ha finalizado… los que cayeron están vivos para siempre, pelearon contra la incomprensión, el menosprecio y la soberbia. Enfrentaron con más coraje que armamento la abrumadora superioridad de una potencia apoyada por la tecnología militar de los Estados Unidos de Norteamérica, sorprendentemente enemigos de la Argentina y su pueblo […] No habrá paz definitiva si se vuelve al status colonial”.
La sentencia del radical Raúl Ricardo Alfonsín fue: “Las Fuerzas Armadas no merecen este destino [...] el país no merece este gobierno [...] el gobierno debe irse ya, debe cesar la usurpación del poder y hoy mismo se debe poner en marcha un período de transición civil hacia la democracia”.
Tras pronunciar el discurso, Galtieri se dirigió al edificio Libertador para mantener una reunión con los generales de división. Eran horas de replanteos, de críticas silenciadas por el fragor de la guerra que terminó tras la rendición en Puerto Argentino. Eran momentos de crisis, en especial, dentro del Ejército. Ante la convocatoria del gobierno militar a los partidos políticos para considerar el futuro, los partidos mayoritarios se pronunciaron en contra: “El desarrollismo reclamó un ‘acto higiénico’ para el país”, tituló Clarín el miércoles 16 de junio de 1982. El mismo día, en la intimidad, el radical Juan Carlos Pugliese confesó que la Multipartidaria no aceptó la invitación del ministro del Interior, a pesar de que Carlos Raúl Contín y Arturo Frondizi eran de la opinión de concurrir. La tesis de Pugliese en la reunión previa fue: “Comando derrotado, comando relevado”. Además, los políticos sostenían que no se podía ir “a tomar chocolate con un gobierno que se va, que nos llame la Junta que viene”. Sí concurrieron al Ministerio del Interior los dirigentes de los partidos más afines con la dictadura. Antes de la negativa de la Multipartidaria se realizaron diferentes reuniones entre políticos. Una de ellas, en la casa del ex diputado Ricardo Natale, con la asistencia de los radicales Carlos Contín, Juan Trilla y Horacio Hueyo a la que asistieron los generales retirados Domingo Bussi y Reynaldo Bignone (que funcionaban en tándem, pero con intereses individuales). En la ocasión, los dos militares aconsejaron a los dirigentes no asistir a la cita del gobierno. Hasta que Cristino Nicolaides lo nombró presidente, Reynaldo Bignone tenía una consultora con el general de división (RE) Domingo Bussi en la avenida Corrientes al 400. Consultora es un decir, esperaban concretar algún negocio mientras observaban expectantes el deterioro de Galtieri. Decían que iba a fracasar.
En esas horas el conservador Pablo González Bergez manifestó: “Los que no perdimos el sentido de la realidad teníamos previsto este final de catástrofe desde hace dos meses y medio. El país hace varias décadas que vive en plena irracionalidad, con las consecuencias que todos conocemos.”
Para ganar tiempo, Galtieri citó a un cónclave de generales de división para el 17 de junio con el objeto de resolver si se continuaba o no el enfrentamiento con Inglaterra. De todos los 10 generales presentes, el único que se inclinó por continuar el enfrentamiento fue [Alfredo] Saint Jean. La mayoría de los generales de división expresaron que no se estaba en condiciones de seguir peleando y que había que negociar con Gran Bretaña a través de los Estados Unidos. El general de división José Vaquero, entonces, dijo que así como la semana pasada los 14 generales de brigada del Estado Mayor Especial se habían pronunciado en un dictamen por continuar la guerra, ahora debía solicitarse otro. Seguidamente, Vaquero (jefe del Estado Mayor) le dijo a Galtieri que los generales de brigada con destino en el Estado Mayor deseaban verlo. Galtieri se entrevistó con ellos y éstos le transmitieron la opinión que debía irse, ya que consideran que él era el responsable de la conducción de las operaciones militares y de la situación de vacío de poder que vivía el país. La reunión se inició a la una de la madrugada y terminó a las tres y media. Al terminar la cumbre Galtieri, como no entendiendo lo que había escuchado, les dijo a los generales de brigada: “Para continuar en el mando, yo necesito el respaldo expreso de la fuerza. A mi juicio, es necesario tomar una serie de medidas de trascendencia y, por lo tanto, se requerirá contar con el respaldo unificado de todo el Ejército. Deseo una respuesta en una semana”. Luego relató que “después me voy a dormir. En verdad, antes pasó por la Casa de Gobierno y avisó que “‘mañana vengo al mediodía’. Me dirijo a Campo de Mayo”. Galtieri, pocas horas más tarde, dirá: “Vaquero, a la mañana siguiente, me viene a ver. Me dice: ‘Los generales te piden el retiro del Ejército y la renuncia a la Presidencia’. No sé qué pasó entre la madrugada y el mediodía. Seguro que habrán hablado con algunos retirados.” La primera reacción de Galtieri fue explosiva. Dijo: “Cómo me van a hacer esto a mí…”
Título de tapa de “Clarín” anunciando la deposición de Galtieri.
El 17 se volvieron a reunir los generales de división. Ya se había decidido que Galtieri dejaba la comandancia y la Presidencia de la Nación, por lo tanto había que decidir quién sería comandante entre los cuatro generales más antiguos (Vaquero, Nicolaides, Reston y García) y a quién apoyar para presidente de la Nación. Durante el cónclave, los presentes acordaron dos condiciones para la elección del comandante en jefe. Una, que no hubiera sido miembro del Poder Ejecutivo en las instancias anteriores del Proceso; y que no hubiera tenido relación directa con el conflicto de Malvinas. Los requisitos dejaban fuera de juego a Vaquero (el jefe del Estado Mayor de Galtieri); Llamil Reston (ex ministro de Trabajo de Videla) y Osvaldo Jorge García (jefe del Teatro de Operaciones Malvinas). El general de división Juan Carlos Trimarco, comandante del Cuerpo II, dijo: “Propongo que sea Nicolaides” y nadie presentó ninguna objeción. Seguidamente, los presentes se preguntaron quién iba a ser el presidente de la Nación. Y cuál iba a ser la posición que iba a llevar el Ejército a la próxima reunión de la Junta Militar. En otra reunión, esta vez con los generales de brigada del Estado Mayor, se trató el nombre de quién podía ocupar el Poder Ejecutivo. Vaquero tiró el nombre del general de división (RE) José Rogelio Villarreal, con más cintura política, y recibió una respuesta llamativa del general Whener: “No porque se queda con todo el paquete”.
“¿Y qué quiere? ¿Que se quede Villarreal o Isabel Perón con todo el paquete”, fue la respuesta de Vaquero.
Cristino Nicolaides pertenecía a la promoción 76 del Colegio Militar de la Nación, había egresado como subteniente del arma de Ingenieros en 1947 y recibió las palmas de general de manos de Isabel Perón en 1975. Era el cuarto comandante del Ejército desde 1976. Entre los antecedentes más notables del nuevo comandante en jefe del Ejército, Clarín recordó una conferencia dada en Córdoba el 25 de abril de 1981 en la que afirmó que “debemos pensar que hay una acción comunista-marxista internacional que desde quinientos años antes de Cristo tiene vigencia en el mundo y que gravita en el mundo”. Un filósofo.
En la lluviosa mañana del 18 de junio, bajo un galpón del Regimiento Patricios, el nuevo teniente general Cristino Nicolaides asumió como jefe del Ejército y por la tarde, en el edificio del Congreso, lo hizo como miembro de la Junta Militar. En esta ocasión, Anaya leyó un emotivo discurso de despedida a Galtieri en el que afirmó: “Usted puso de pie a la Nación”. “Las generaciones futuras me juzgarán”, había dicho Galtieri al despedirse del periodismo el ahora ex presidente. El discurso de Anaya irritó al ex presidente de facto teniente general (RE) Alejandro Lanusse. Lo llamó a Nicolaides y lo retó porque el jefe naval “le tira toda la responsabilidad histórica de Malvinas a Galtieri”. Como toda respuesta escuchó: “Déme tiempo”, le dijo Cristino Nicolaides, “recién subo al ring… todo se va a arreglar.”
Una vez asumido, el teniente general Cristino Nicolaides hizo votar a los altos mandos del Ejército sobre quién debía ser el próximo Presidente de la Nación. Antes, dió una lista con los nombres de los “presidenciables”: Reynaldo Benito Bignone, Antonio Domingo Bussi, José Rogelio Villarreal, Eduardo Crespi y Carlos A. Martínez. No había una urna en la que cada uno debía depositar su preferencia anotada en un papelito. Entonces, Nicolaides tomó su gorra e hizo que cada uno depositara su voto. Terminada la recolección de los votos dijo que iba a su despacho a realizar el “escrutinio”. Al poco rato volvió y dijo que por “unanimidad” había sido elegido Bignone, “por lo tanto lo he llamado y ya viene en camino a participar de la reunión”.
-Años más tarde le pregunté a Llamil Reston: ¿Dígame general, usted votó por Bignone?
-No.
-Entonces no hubo “unanimidad”
El martes 22, a las 17.45, la sociedad se enteró que había sido designado Bignone a través de un comunicado del comando en jefe del Ejército y no de la Junta Militar, lo que manifestaba las profundas divergencias entre los comandantes. A pesar de la negativa de la Armada y la Fuerza Aérea, fue impuesto para asumir el 1° de julio hasta el 29 de marzo de 1984, día en que terminaba el mandato de Galtieri. La Nación del día siguiente tituló: El Ejército, al margen de la Junta, designó Presidente al Gral. Bignone. La Armada decidió desvincularse de la conducción del Proceso, en tanto la Fuerza Aérea adoptó una actitud similar aunque especificó que la limitaba al terreno político”.
Título de tapa del “Diario Popular” del 23 de junio de 1982
La noticia fue tomada con escepticismo por la mayoría del arco político. Cuatro de los partidos de la Multipartidaria (radicales, desarrollistas, intransigentes y demócrata cristianos) emitieron una declaración reclamando el retorno a la plena y urgente vigencia de la Constitución y afirmando que “la Nación asiste defraudada y absorta al espectáculo que se brinda desde los estrados del poder”. El peronismo institucionalmente no la firmó, aunque Antonio Cafiero habló de “vacío de poder” y dio “el Proceso por agotado y ya mismo debe ser dado por concluido”.
Hasta el 1° de julio, fecha en que debía asumir, Reynaldo Bignone estableció sus oficinas en dos amplios despachos de la Escuela Superior de Guerra, sobre la avenida Luís María Campos. Allí comenzó a citar a eventuales candidatos. Su secretario privado era el coronel (RE) Alfredo Atozqui. Lo primero que hizo fue convocar a los partidos políticos a una reunión. Se tenía pensado hacerla en un hotel céntrico, pero siguió los consejos del cardenal Raúl Francisco Primatesta. Esta es la historia: Una noche, cerca de las 22, Hugo Franco, un íntimo amigo del cardenal, fue convocado por el coronel Atozqui para dialogar con Bignone. Desde su departamento de la calle Virrey del Pino llegó a la Escuela Superior de Guerra y fue introducido al instante al presidente de facto “electo” por Nicolaides. Bignone buscaba ampliar su base de sustentación –la Junta Militar estaba rota- y un mensaje público de apoyo por parte del cardenal Primatesta era una buena cuota de oxígeno. El mensaje que Franco recibió fue: “Dígale al cardenal que necesito su adhesión a mi futura gestión… todavía estoy en el aire”. Además le pidió que Primatesta sugiriera el nombre del futuro Ministro de Educación.
El invitado de esa noche viajó a Córdoba y habló con el cardenal: “Me pasó esto anoche” y le relató la conversación en el edificio de la avenida Luis María Campos. Desde Córdoba, Primatesta le mandó decir que citara a los jefes de los partidos políticos en “la casa de la democracia”, en el edificio del Congreso de la Nación. También le aconsejó que anunciara el levantamiento de la veda política y un cronograma político que confirmara un camino de salida. El enviado del cardenal le dijo: “Dice el cardenal que ‘su debilidad es su fuerza’.” “Tiene razón”, contestó el presidente de facto “electo”. “Si hace esto en pocos días más lo va a ayudar y hará una declaración pública. Además, le sugiere el nombre de Cayetano Licciardo como Ministro de Educación.”
El cardenal Raúl Primatesta y Hugo Franco en la Plaza San Pedro
La respuesta temerosa de Bignone sobre los consejos del influyente integrante de la Conferencia Episcopal Argentina fue: “Esto no lo va a aceptar Nicolaides, venga y acompáñeme a verlo.” Así fue lo que sucedió. Primero, el enviado habló por teléfono con Primatesta para recibir su plenipotencia y alguna sugerencia más. “Nicolaides y yo nos conocemos, no se olvide que fue comandante del Cuerpo III”, le dijo a su amigo.
Bignone y el representante de Primatesta se encontraron con Nicolaides en el edificio Libertador y la conversación rondó lo deplorable. Después de escuchar el mensaje de Primatesta, el jefe del Ejército respondió:
-”No podemos armar un cronograma, sería una rendición incondicional lo que me pide el cardenal”.
-”Rendición incondicional es lo que hicieron ustedes en Malvinas”, fue la respuesta de Hugo Franco. La cara de Nicolaides se desfiguró, pero no tenía salida. A mitad de julio, durante su homilía dominical en la catedral de Córdoba que se emitía por la televisión y la radio provincial, el cardenal tuvo para con Bignone palabras de aliento, en la que pidió apoyo a su gestión porque se intentaba una salida democrática.
Antes de su reunión con los partidos políticos, Bignone habló con un influyente civil que le aconsejó:
-General, usted es un presidente para la salida, el desemboque, y ese acuerdo con la dirigencia política usted tiene que anunciarlo antes de asumir. Hablar con la dirigencia, decirle que participe. Incluso, en bien de su futura gestión, si es necesario suspenda por unas horas su asunción. El civil observó que Bignone casi se descompone. Quería asumir cuanto antes.
-Bignone: No, asumo el martes. No tengo tiempo. El lunes debo pensar unas palabras y el martes cepillar el traje, lavarme los dientes y peinarme.
-Que tenga suerte, general.
El jueves 24 de junio, Bignone se reunió con los presidentes de trece partidos políticos (los conservadores populares no asistieron) en el Salón de Lectura del Senado. “No vine a solicitar apoyo; vine a hablar muy claro”, dijo Bignone antes de comenzar el diálogo. Seguidamente ratificó el compromiso de institucionalizar el país no después de marzo de 1984 y se comprometió a levantar la veda política y fijar un estatuto de los partidos políticos cuando asumiera el 1º de julio. Negando todo su pasado, dijo que no es “videlista, ni violista, ni nada”. A diferencia de otros candidatos, él era la nada.
Desde la otra punta del arco político, Emilio Hardoy dijo durante un acto del Encuentro Nacional Republicano: “Ahora están reunidos con Bignone los que llevaron al país al borde de la disolución nacional.” Raúl Alfonsín (que no asistió al encuentro con el futuro presidente) manifestó que “después de proclamar durante dos meses la unidad de los argentinos, las Fuerzas Armadas se dividen incapaces de asumir solidariamente la responsabilidad de todos estos años. Es demasiado para esperar pasivamente las elecciones.”
Raynaldo Bignone, último presidente de facto
El 1° de julio, en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, no en el edificio del Congreso como había ocurrido con los anteriores mandatarios del Proceso, sin el respaldo de la Armada y la Fuerza Aérea, asumió el general de división (RE) Reynaldo Benito Bignone, el último presidente del régimen militar. Salvo el ministro del Interior, Llamil Reston, todos los ministros fueron civiles.
Bignone recibió la herencia del Proceso sin beneficio de inventario. Tras la caída de Puerto Argentino, buscó ser Presidente. A pesar de reflejar “la nada” había sido dentro del régimen un protagonista más que importante: secretario general del Ejército y comandante de Institutos Militares hasta que pasó a retiro en diciembre de 1981. Debió enfrentar la hora del “destape”, cuando la sociedad, tras las revelaciones largamente acalladas en los medios de comunicación, comenzó a tomar conciencia de cómo se había terminado con el fenómeno terrorista en la Argentina.
Durante su gestión llevó el país como pudo hacia la institucionalización. Fue, casi, en medio del desbande. Hacia octubre de 1982 logró que las FFAA volvieran a cohesionarse, por lo menos bajo la apariencia de la Junta Militar con el ingreso del almirante Rubén Franco y el brigadier Augusto Hughes. Sobrellevó todos los inconvenientes, hasta los atisbos de interrupción del proceso hacia la democracia que sólo se abrió tras la caída de Puerto Argentino: desde las conspiraciones del general Juan Carlos Trimarco y del propio Nicolaides (que pensaba llevar a Domingo Cavallo como ministro de Economía) hasta la crisis de los generales de brigada. Pero no había más margen para otras experiencias castrenses. La Multipartidaria, con el paso de los meses, entendió los peligros que lo acechaban y, en enero de 1983, lo apoyó.
Si bien las FFAA hablaron de marcharse del poder el 29 de marzo de 1984 –esa fue la fecha que le impusieron sus mandantes al nuevo presidente- con el tiempo tuvieron que acortar su mandato. La sociedad no soportaba más y los políticos no querían acordar con quienes habían fracasado. Ganó Raúl Ricardo Alfonsín, el 30 octubre de 1983, porque la gente entendió que era el que menos manifestaba una “continuidad”. El peronismo no pudo, o no supo hacerlo, y los rumores de un “pacto militar-sindical”, además de ciertos, estuvieron siempre presentes en la campaña electoral de 1983.
viernes, 2 de octubre de 2020
miércoles, 30 de septiembre de 2020
lunes, 28 de septiembre de 2020
sábado, 26 de septiembre de 2020
La prosperidad artificial de la isla bajo ocupación británica
Cómo la prosperidad transformó las Malvinas
Por Larissa MacFarquhar
The New Yorker
Bleaker Island, en las Malvinas, en marzo. En los últimos treinta años, las islas han pasado de ser un territorio pobre de colonos en su mayoría británicos a uno rico con una población de todo el mundo. Fotografía de Maroesjka Lavigne para The New Yorker
Es un lugar para retirarse en un momento de peste. Fuera de la ciudad hay millas y millas de tierra vacía y pocos caminos. Nada más que hierba blanca, arbustos oscuros y matorrales que crecen cerca del suelo y rocas. Solo montañas bajas y sin árboles, por lo que hay poco para bloquear el viento incesante que sopla desde el mar. Es muy tranquilo, al menos cuando el viento se apaga, y algunas personas encuentran el silencio y el vacío difíciles de soportar. Antes de la guerra, en 1982, algunas de las granjas más grandes empleaban a docenas de hombres, y había asentamientos con cuarenta o cincuenta personas viviendo en ellas, pero la mayoría de esas personas ya no están, ya sea que se mudaron o emigraron. En estos días, hay una persona por cada doce millas cuadradas. Algunas de las casas antiguas están vacías y en ruinas; otros fueron sacados de los asentamientos, dejando no solo una pista de grava, porque la gente que vivía allí montaba a caballo.
En los bordes de las dos grandes islas, Malvinas Este y Malvinas Oeste, hay más de setecientas islas más pequeñas, algunas vacías, otras habitadas solo por una o dos familias: un par de casas, algunos generadores, una pista de aterrizaje. Hay fontanería e internet. Con un congelador lo suficientemente grande, podría quedarse aquí sin contacto durante meses. Por más tiempo, si sabes cómo vivía la gente aquí hasta hace muy poco: matando y descuartizando su propio cordero, ordeñando vacas, recolectando huevos de aves marinas y bayas diddle-dee, cavando turba en busca de combustible. Durante la guerra con Argentina, cuando la gente huía de la ciudad y aparecía en las granjas, no había mucha preocupación por alimentarlos ni a los soldados británicos que se refugiaron en gallineros y cobertizos. Los granjeros tenían huertos e innumerables ovejas, harina y azúcar en sacos de cincuenta kilos.
Durante ciento cincuenta años, cuando las Islas Malvinas fueron un puesto de avanzada distante del Imperio Británico, muchos hombres vinieron de las Tierras Altas de Escocia para trabajar como pastores, y las islas son extrañamente similares a las Shetlands o la Isla de Skye, lo sombrío, paisaje rocoso la tempestuosa lluvia; la cercanía del mar, como si un pedazo de Escocia se hubiera desprendido del Atlántico y se hubiera desplazado ocho mil millas al sur, pasando Irlanda, Portugal, Marruecos y Mauritania y Senegal, pasando las costas de Brasil y Uruguay, y llegado a descanse a unos cientos de millas al norte de la Antártida. Pero aquí, en los días en que el aire es muy fuerte y despejado, la gente sabe que un iceberg flotante debe estar cerca. Y aquí hay pingüinos en la orilla del agua: pingüinos rey de tres pies con baberos de yema de huevo; pingüinos de saltamontes en cuclillas con plumas negras y puntiagudas como pelo gelificado; Gentoos de fantasía. En marzo, mientras la plaga daba vueltas, los pingüinos no tenían nada que hacer. Estaban mudando, por lo que no podían nadar ni comer. La muda, decía la gente, era agotadora e incómoda. Los pingüinos estaban de pie en una multitud cerca de las olas, de espaldas al viento, esperando que se les cayeran las plumas.
Hasta hace poco, las Islas Malvinas eran una colonia casi feudal, en la que una Gran Bretaña arcadia del pasado estaba preservada en el microcosmos, una población de mil ochocientos habitantes, un territorio un poco más grande que Jamaica. Los isleños, casi todos de ascendencia británica, comían comida británica y plantaban jardines británicos, con macizos de flores y gnomos. Volaron Union Jacks desde sus autos e invernaderos. Se les dio muestras de patriotismo que eran raras en la madre patria: celebraron el cumpleaños de la reina y cantaban el himno nacional todos los domingos en la catedral. Cuando los isleños mayores hablaban de Gran Bretaña, incluso si nunca habían estado allí, y sus familias habían estado en las Malvinas durante cinco generaciones, lo llamaron "hogar".
John Fowler llegó en el barco de correo en 1971. Después de varios días terribles en el mar, se despertó a las cuatro o cinco de la mañana para descubrir que el barco estaba quieto. Subió a cubierta en pijama y vio que estaban amarrados en el embarcadero de Stanley, el pueblo a pocas calles de la empinada ladera sobre el puerto, pequeñas casas blancas con techos de colores, el aire que huele a humo de turba, y vio lo que parecían tres cuartos de la población reunida en tierra para saludar al barco. Para él, recién despertado y desorientado al aparecer en público con su pijama, era una visión de ensueño, en 1971, como Inglaterra veinticinco años antes, los hombres con corbata y mantas, las damas con el tipo de vestidos que recordaba. su madre usaba cuando él era un niño.
En ese momento, las Malvinas eran pobres y enfrentadas, perdiendo tanta gente por la emigración que parecía que la sociedad estaba en peligro de extinción, las islas abandonadas. Nadie sabía que, de hecho, estaba al borde de un cambio sorprendente: que, una generación después, sería irreconocible, su política transformada, su población duplicada y mezclada, su identidad mutando. Es la mosca de la fruta de las sociedades, un pequeño organismo social que se ha transformado a través de siglos de historia en veinte años.
En un referéndum en 2013, todos menos tres votantes eligieron seguir siendo un territorio británico autónomo, pero las Malvinas ya no son tan británicas como antes. Se han convertido en un lugar donde las personas llegan de todo el mundo, por todo tipo de razones: vagabundos sin raíces, trabajadores transitorios, personas que huyen de la política en sus hogares. En febrero, llegó una pequeña delegación que representaba a un grupo de chinos de Hong Kong que estaban nerviosos por Beijing. Han aparecido varios sudafricanos blancos; A principios de marzo, un contratista divorciado de Ciudad del Cabo que había salido recientemente de diez años de prisión, en Kuwait, visitó oficinas en Stanley con una pila de tarjetas de visita. Pero la presión constante del reclamo argentino obliga a los isleños a exponer al mundo que son algo más que un grupo fortuito de colonos, que no comparten nada más que el terreno en el que viven.
Hasta hace trescientos años, las Malvinas estaban deshabitadas, excepto por lobos, focas y aves de la isla: pingüinos, cormoranes, skuas, tiranos terrestres de cara oscura. En 1690, un capitán británico, John Strong, hizo el primer aterrizaje registrado, pero no se quedó mucho tiempo. Se estableció un asentamiento francés en los años sesenta y sesenta, y se entregó rápidamente a los españoles. Durante algunos años en el mismo período, los británicos mantuvieron un puesto avanzado en la isla de Saunders, cerca de West Falkland, pero después de enfrentamientos con los españoles decidieron que no valía la pena el dinero y se fueron a casa, dejando una placa de plomo que afirmaba la soberanía británica. Los españoles mantuvieron una guarnición en el este de Malvinas durante cuarenta años a fines del siglo XVIII, y en los años veinte, con licencia de Buenos Aires, un comerciante de ganadería hugonote de Hamburgo contrató gauchos del continente y comenzó un acuerdo que duró algunos años hasta que fue destruido por un cañonero estadounidense. Los británicos recuperaron las islas en 1833, pero no fue hasta los años cuarenta cuando se estableció una ciudad en Stanley.
Después de eso, vinieron personas de todas partes en botes: criadores de ovejas de Inglaterra, pescadores de Escandinavia, cazadores de focas de Connecticut, balleneros, piratas. Durante la mayor parte de un siglo, el puerto de Stanley estaba abarrotado de barcos abandonados en el terrible viaje alrededor del Cabo de Hornos, la ruta tomada por los buscadores europeos en dirección a la fiebre del oro de California. Muchos marineros desertaron, traumatizados por su roce con la muerte, o simplemente por estar terriblemente mareados en el áspero pasaje desde Montevideo. Se escondieron en el campamento (una anglicización del campo, o "campo", en las Malvinas significaba en todas partes que no era pueblo) hasta que su barco se fue. Más tarde, la gente llegó en yates, navegaron en el puerto de Stanley en su camino a otro lugar y decidieron establecerse, una pareja de Australia, una familia de Francia.
Un hombre que vivió en una de las islas exteriores durante muchos años solía decir que había dos tipos de personas en las Malvinas: las del campamento, que en su mayoría descendían de granjeros que habían sido expulsados de las Highlands durante los despejes, y eran trabajadores y honestos, y aquellos en Stanley, que descendían de personas expulsadas de barcos por mal comportamiento, y no se podía confiar en ellos. Pero había todo tipo en el campamento. Cuando Lionel Blake, conocido como Tim, era el gerente de Hill Cove Farm, en West Falkland, en los años sesenta, había delincuentes juveniles que trabajaban allí, uno de los cuales había venido a las Malvinas directamente de Borstal. No fue fácil lograr que las personas se mudaran ocho mil millas por un trabajo por contrato mal pagado, por lo que no podía ser selectivo. Tim hizo publicidad para pastores en Farmers Weekly y consiguió un trabajador siderúrgico, un jardinero y un proyeccionista de cine.
Así fue como vino mucha gente: respondieron un anuncio. Las Malvinas no eran un lugar al que la mayoría de la gente pensaba ir, o incluso había oído hablar, por lo que había que llamar su atención. En los primeros días, los administradores de las granjas publicaban avisos en periódicos de toda Gran Bretaña. Más tarde, la gente publicaría sus currículums en sitios de trabajo de hospitalidad como Catererglobal, o escribiría "trabajos en el extranjero" en Google. No conseguiste personas que dejaran mucho atrás. Incluso el propio Tim estaba allí porque era un tercer hijo y no había lugar para él en la granja de su padre en Somerset.
Tim era una nobleza de las Malvinas: su abuelo Robert Blake había comprado media participación en Hill Cove en los años setenta; vivió en la granja durante veinte años y tuvo ocho hijos. Poco antes del cambio de siglo, su cuerpo dañado por la artritis y los accidentes de conducción, regresó a Inglaterra, pero su parte de Hill Cove se quedó en la familia. Este era un patrón común: los primeros propietarios vivían en la tierra, pero en el siglo XX la mayoría de las granjas estaban en manos de terratenientes ausentes en Gran Bretaña, o de la Compañía de las Islas Malvinas, el equivalente de las Malvinas de la Compañía de las Indias Orientales, que combinaba el comercio con la gobernanza. El gobierno estaba dirigido por expatriados que no se mezclaban con los locales: los isleños de las Malvinas eran súbditos coloniales y fueron tratados en consecuencia. En el baile anual de mayo, la gente bailaba el vals y el foxtrot, y luego, a mitad de la noche, todos se movían a los lados de la sala para que el gobernador y su esposa y dignatarios invitados pudieran pasar por el pasillo mientras la banda tocaba "God Save la reina."
El plan de Tim era trabajar en Hill Cove durante cuatro años y ahorrar suficiente dinero para comprar tierras en algún lugar de Inglaterra. Pero, poco después de su llegada, conoció a Sally Clement, la hija de Wick Clement, otro administrador de la granja. Sally había crecido en West Falkland pero había sido enviada a un internado inglés a las doce. Cuando terminó allí, apenas conocía a sus padres y no quería volver. Quería estudiar historia en la universidad, pero sentía que no podía pedirle a sus padres que lo pagaran, y ¿qué habría hecho con un título de historia, de todos modos? Poco después de regresar a las Malvinas, conoció a Tim en una fiesta de Navidad. Fue una suerte que se gustaran, ya que casi no había nadie más en la isla que se hubiera podido casar.
En los primeros seis meses de Tim Blake en Hill Cove, encontró el ritmo mucho más lento que la agricultura inglesa que casi lo volvió loco. Había decenas de miles de ovejas, pero no había tierra cultivable en las Malvinas; todo era rocas y turberas, así que había mucho menos que hacer: no trabajar los campos, no arar y sembrar, ni cosechar. Los trabajadores agrícolas de Hill Cove siempre le decían que no era bueno entusiasmarse, que podía hacerlo mañana y hoy: tenía un año para hacer el trabajo de un año, y no había nada que pudiera hacer para cambiar el ciclo. Eventualmente, vio que esto era cierto, y llegó a amar la lentitud, el ritmo meditativo de los meses que pasaban:
Tim: cabalgando detrás de un rebaño de ovejas, o caminando detrás de un rebaño de ovejas:
Sally: No podrías apurarlos.
Tim: No puedes apurarlos. Y tienes tiempo para, para que tu mente flote donde sea. Fue una vida absolutamente fabulosa.
Cuando caminaba detrás de las ovejas, siempre las estaba observando, buscando el tipo de movimiento incorrecto:
Tim: Te enojas con una oveja, se apaga y deja de ser algo pensante. Pero si dejas un pequeño espacio como ese en una cerca, alguien encontrará una salida y todo se irá.
Sally: Si le haces la oreja a un cerdo y los dispersas a todos.
Tim: Habrá alborotadores sobre. Cuando se reúne, siempre encontrará el extraño que no quiere entrar, y tendrá que ver esa oveja. Porque cuando la saques de un escondite no se dará por vencida. Pero para detener la propagación de ked, que era un parásito de la piel, tienes que ser despiadado: si dejas una oveja hoy y la matan, infectará a cualquier oveja con la que entre en contacto. Teníamos una regla en la granja que me enseñaron en el momento en que llegué allí: si una oveja se detiene, mátala.
También tenías que estar atento a otras cosas. En la primavera, las gaviotas y los buitres de pavo atacaron a los corderos, picoteando la parte inferior de la barbilla de un cordero hasta que le sacaron la lengua. Verías una oveja con sangre en su parte inferior donde el cordero había intentado chupar pero no tenía lengua para hacerlo. En aquellos días no matabas carne, aparte de los pocos animales que necesitabas para tu propio cordero, porque no había matadero en las islas y no había forma de llevar la carne al mercado, así que cuando una oveja era demasiado vieja para rendir buena lana, acabas de matarlo y arrojaste su cuerpo a la playa.
Durante los primeros veinte años que Tim Blake estuvo en Hill Cove, desde finales de los años cincuenta hasta finales de los setenta, la granja, al igual que las otras granjas en las Malvinas, se ejecutó en un sistema que progresivamente fue prohibido en Gran Bretaña por la legislación, el Camión Hechos, que se remontan al siglo XV. Los trabajadores agrícolas rara vez manejaban efectivo: se les pagaba en vales y tenían una cuenta de crédito en la tienda agrícola en el asentamiento. Al final del año, el administrador de la granja les diría cuánto dinero les quedaba después de restar sus compras; pagaría sus impuestos por ellos y depositaría lo que quedaba en una cuenta de ahorro del gobierno, o los ayudaría a invertirlo. El gerente podría ser la única autoridad local: realizó matrimonios y castigos asignados; se dijo que no mucho antes de que Tim Blake llegara a Hill Cove, un hombre fue despedido por silbar. Debido a que beber podría ser un problema, especialmente en invierno, cuando no había mucho que hacer, la tienda de la granja racionó las ventas de alcohol. Cuando un hombre se hizo demasiado viejo para el trabajo agrícola, tuvo que retirarse, lo que significaba que tenía que abandonar su casa en la granja y mudarse a Stanley. Pero había poco que hacer para los hombres retirados en Stanley, excepto ir al pub, y a menudo murieron poco después.
El administrador de la granja y su familia vivían en "la casa grande", con una criada, un cocinero y un jardinero. Los hombres casados vivían en pequeñas casas en el asentamiento principal o en "casas exteriores", aisladas en partes distantes de la granja, donde podían atender a los rebaños que estaban cerca de ellos. Como parte de sus contratos, las familias fueron alojadas y se les dio cordero para comer y las vacas para ordeñar. Para variar, comieron huevos de pingüino, que eran redondos y grandes como pelotas de tenis; sabían a algas y sus yemas eran rojas. La educación en las islas fue irregular. Algunos de los asentamientos más grandes, con diez o quince niños, tenían una escuela, pero muchos niños tenían un maestro viajero, que podría vivir con ellos durante dos semanas cada dos o tres meses. Entre la generación anterior de administradores agrícolas, algunos consideraron imprudente educar demasiado bien a los niños agrícolas.
Los trabajadores agrícolas solteros vivían en una barraca con un cocinero. Con la excepción de la criada en la casa grande, puede que no haya mujeres solteras en ningún lugar cercano: alrededor del censo de 1973, en todo el oeste de Malvinas había una mujer soltera y cincuenta y un hombres solteros. Muchas mujeres se casaron con soldados británicos (había una pequeña guarnición de infantes de marina en el este de Malvinas) y abandonaron las islas; incluso si un hombre encontraba a alguien con quien casarse, la tasa de divorcios era excepcionalmente alta. Entonces, si un hombre resultó herido, probablemente sería la esposa del gerente quien se hizo cargo de él. Cuando Tony Smith aplastó su mano bajo la correa de transmisión de un generador en Port Stephens y la sangre brotaba de las puntas de sus dedos, fue la esposa del administrador de la granja quien calentó una aguja sobre la llama de una vela y la atravesó con cada una de sus uñas para liberar la presión
Si no hubiera suficientes hombres casados para vivir en las casas exteriores, a veces un solo hombre viviría allí solo, sin ver a nadie durante semanas a la vez. Había un pastor afuera que vivía solo en una granja en West Falkland, alrededor de los años cincuenta, que cayó muy enfermo y pensó que se estaba muriendo, así que dejó salir a sus perros y alimentó a sus gallinas, se tumbó en la cama y se cruzó de brazos. pecho, y esperó la muerte, pensando que tarde o temprano alguien lo encontraría. Después de un tiempo se sintió mejor y se levantó de nuevo, y la historia todavía se contaba décadas después. Todos pensaron que era gracioso.
Había una intimidad comprimida en los asentamientos, tanto sofocante como envolvente: podría haber pocos secretos en lugares tan pequeños, y las familias dependían unas de otras para recibir ayuda. Si alguien se enferma, podrían pasar un par de días antes de que el médico lo contacte; las entregas llegaron raramente, por lo que la gente tuvo que pedir prestado. Todos los años después de que terminara la esquila, un asentamiento en cada una de las islas principales organizaría la Semana del Deporte, y las familias de los agricultores se unirían para celebrar. Durante el día, hubo carreras de caballos y competencias de esquila y pruebas de perros pastores, a veces alimentados con gin-tonics para el desayuno, y por la noche bebían y bailaban hasta las cuatro o cinco de la mañana. No había lugar para quedarse aparte de las casas, por lo que podría haber veinte personas durmiendo en dos o tres habitaciones, apiñadas en el suelo.
Ailsa Heathman, isleña de quinta generación, en su granja, Estancia. Fotografía de Maroesjka Lavigne para The New Yorker.
Hasta los años ochenta no había caminos en el campamento, por lo que la mayoría de la gente andaba a caballo. Algunos tenían Land Rovers, pero el suelo estaba tan húmedo que siempre se quedaban atrapados en los pantanos. No había muchos puntos de referencia para conducir, y la niebla a menudo oscurecía los pocos que había, por lo que la gente aprendió a navegar mirando el suelo. No importa cómo viajaste, te llevó horas llegar a algún lado, así que cuando pasabas por una casa te detenías a comer o a dormir. Se esperaba que cualquier persona que viviera fuera de un asentamiento pudiera tener una comida y una cama para pasar la noche.
Durante mucho tiempo rara vez sabías cuándo venía alguien, porque no había teléfonos en el campamento y el correo llegaba una vez al mes. Cuando el barco de correo traía cartas para una de las islas exteriores, alguien en el continente encendía fuegos para que la gente supiera de dónde provenían las cartas: un incendio para el local, dos para Inglaterra. Más tarde, cuando el correo de una isla exterior llegó a Stanley, se clasificó en sacos, que luego se arrojaron por la puerta de un avión a la isla. En 1950, el gobierno estableció un servicio de radio teléfono que unía cuarenta granjas; El inconveniente y el encanto de este sistema era que las personas podían escuchar las llamadas de los demás. Todas las mañanas a las diez, un médico en Stanley realizaba consultas por teléfono, y todos dejaban de hacer lo que hacía y se sentaban alrededor de la radio con una taza de té para escuchar a los isleños describir sus toses y dolores y ginecología. problemas e intestinos irritables.
Los enormes cambios que impulsaron a las Islas Malvinas a través de dos siglos de historia en veinte años en realidad comenzaron poco antes de la guerra, a fines de los años setenta, cuando Tony Heathman aprendió a esquilar ovejas. Las raíces de Tony en las islas se remontan tan lejos como las de Tim Blake, pero provenía de trabajadores agrícolas, no de la nobleza: creció principalmente en Cape Dolphin, en el este de Malvinas; su padre era un pastor externo. Dejó la escuela a los quince años, en 1964, trabajó en la granja de Port San Carlos, luego fue a Stanley en el invierno de 1968 y cortó turba.
Siempre había querido aprender a esquilar ovejas al estilo moderno de Nueva Zelanda, pero no había nadie en Puerto San Carlos para enseñarle. Luego escuchó que en Goose Green había dos gerentes recién llegados de Nueva Zelanda, así que consiguió un trabajo allí y comenzó a aprender. El método fue elegante, preciso, cada movimiento coreografiado para obtener la máxima velocidad y el mínimo esfuerzo: el esquilador parado en lugar de arrodillarse, el animal agarrado entre sus piernas, el esquilador tomando la pierna derecha delantera de la oveja con su mano izquierda, el primer golpe de la máquina se corta hacia abajo dentro del costado, estirando la piel del vientre hacia arriba, cubriendo las tetinas por dos golpes por la entrepierna hacia el centro, luego girando las ovejas, dos golpes sobre el moño y sobre cada ojo, pasa. Luego sopla la falda, el cuello es de lana y sube por la garganta, redondeado hacia un lado de la mejilla, corto debajo de la oreja, la cabeza de la oveja sobre la rodilla del esquilador; luego se bajó la pierna y el calcetín se despegó, las ovejas volvieron a dar el largo golpe en la espalda y bajaron por la pierna, el golpe más largo en la esquila, para que el vellón se despegara de una pieza, como un abrigo de cobertizo.
Tony pasó un par de años perfeccionando sus habilidades en Goose Green, y luego, a principios de los años setenta, se unió a otros dos hombres para formar una pandilla de esquila, la primera en las Malvinas. La idea era ir de granja en granja como esquiladores independientes, cobrando ocho peniques por oveja, que era mejor dinero que ser pastor. La pandilla de esquila también funcionó mejor para las granjas, porque bajo el antiguo sistema tenían que emplear a un gran número de trabajadores para la fiebre de la esquila, que luego no tenían mucho que hacer durante el resto del año.
Las pandillas llegaron justo a tiempo, porque las granjas estaban en problemas. Mientras que en las décadas anteriores los precios de la lana habían sido altos y las Malvinas habían aportado más ingresos fiscales al tesoro británico de lo que habían costado en inversión, a fines de los años setenta el precio de la lana se había desplomado. En 1975, el Ministerio de Asuntos Exteriores envió a Lord Shackleton, un ex líder del Partido Laborista en la Cámara de los Lores e hijo del explorador antártico Sir Ernest Shackleton, a las Malvinas para evaluar sus perspectivas. Shackleton recomendó que el gobierno de las Islas Malvinas compre las grandes granjas a sus propietarios ausentes, las divida en lotes lo suficientemente pequeños como para ser administrados por una sola familia y los venda a los isleños. Los propietarios ausentes estaban encantados de deshacerse de sus propiedades fallidas, y el plan de Shackleton se puso en práctica gradualmente.
Unos años después de que Tony Heathman se uniera a la pandilla de esquila, se casó con una mujer llamada Ailsa, a quien había conocido toda su vida: su hermana estaba casada con su tío. Ambos eran isleños de quinta generación, descendientes del lado de sus madres del mismo hombre, William Fell, quien llegó a las islas desde Escocia alrededor de 1859. Ailsa había crecido en el Rose Hotel, un pub en Stanley donde sus padres y su abuela corrió, pero pasó todos sus veranos con parientes que trabajaban en Green Patch, una granja en el este de Malvinas.
Como sucedió, Green Patch fue la primera de las grandes granjas que se subdividió después del informe Shackleton. La Compañía de las Islas Malvinas lo vendió al gobierno, y en 1980 el gobierno dividió sus setenta y dos mil acres en seis propiedades de alrededor de doce mil acres cada una. Tony y Ailsa aprovecharon la oportunidad de tener su propia granja. En los años que Tony había estado en la pandilla de esquila, Ailsa había estado trabajando como rousie, acumulando la lana en los cobertizos, y en la temporada baja vivían en una caravana y conducían alrededor de Goose Green reparando cercas. Podrían ganar cien libras al día entre ellos si tenían suerte, y habían ahorrado la mayor parte.
Solicitaron una de las tenencias, Estancia, y se les ofreció un contrato de arrendamiento por quince mil libras. Pero administrar su propia granja no era lo que habían imaginado. El primer invierno fue duro y perdieron muchas ovejas. Debido a que la tierra era tan pobre, solo podía albergar a tres mil ovejas, pero necesitabas un mínimo de seis mil para hacer viable la granja. Los precios de la lana siguieron bajando. Tony y Ailsa no podrían haberse librado de la granja, porque no podrían haberla vendido por dinero suficiente para comprar un lugar en Stanley, por lo que recortaron todos los lugares en los que pudieron pensar y se quedaron.
No estaban solos: el ambiente en todas partes en las islas era sombrío. Se había vuelto obvio para los isleños que Gran Bretaña los consideraba un problema. Durante años, el Ministerio de Asuntos Exteriores los había estado empujando más cerca de Argentina, haciendo arreglos para que los bienes y servicios vinieran de allí en lugar de Gran Bretaña. Argentina, cuyo gobierno había sido tomado recientemente por una junta militar, se había vuelto cada vez más belicoso en el tema de la soberanía, y lo último que Gran Bretaña quería era una disputa internacional sobre algunas rocas distantes de las que nadie había oído hablar. A los isleños les pareció claro que Gran Bretaña planeaba en algún momento simplemente entregarlos. A finales de 1980, un ministro del Ministerio de Asuntos Exteriores visitó Stanley y propuso a una aprensiva audiencia en el ayuntamiento que las Malvinas se entregaran a Argentina en un acuerdo de "arrendamiento" a largo plazo, similar al que Gran Bretaña y China tenían para Hong Kong No mucho después, la Cámara de los Lores votó para rechazar la ciudadanía británica de los isleños. "En un lugar donde la gente se ha dado cuenta de que la lealtad expresada durante muchas generaciones se olvida rápidamente", escribió Penguin News, en un editorial amargo, "no les sorprende que hayan sido empujados un poco más al frío".
Si las granjas estaban fallando, y Gran Bretaña probablemente las traicionaría a los argentinos, ¿qué quedaba por quedarse? La gente comenzó a hacer planes para salir: los trabajadores por contrato volvieron a Gran Bretaña; las personas con suficientes ahorros emigraron a Nueva Zelanda, pero muchos isleños no tenían el dinero para comenzar de nuevo en un nuevo país, y habían estado en las Malvinas durante tantas generaciones que ya no tenían vínculos con Gran Bretaña ni en ningún otro lugar. ¿A dónde se suponía que iban a ir?
El 1 de abril de 1982, el gobernador de las Islas Malvinas, Rex Masterman Hunt, recibió un telegrama del Ministerio de Relaciones Exteriores: “Tenemos evidencias aparentemente confiables de que un grupo de trabajo argentino se reunirá en Cape Pembroke temprano en la mañana de mañana. Deseará hacer sus disposiciones en consecuencia. Hunt había evacuado de Saigón en 1975 y recordó cuánto tiempo llevó triturar documentos, por lo que inmediatamente ordenó que comenzara la trituración; luego llamó a la radio y les dijo a los isleños que esperaran una invasión pero que no fueran inquisitivos y salieran, ya que solo estarían en el camino. Patrick Watts, el jefe de la estación de radio, anunció que seguiría transmitiendo, intercalando música con noticias; la gente comenzó a llamar para informar lo que estaban viendo, y él transmitió las llamadas. Al día siguiente al amanecer, los argentinos aterrizaron y marcharon hacia Stanley. Después de una breve resistencia, el gobernador se dio cuenta de que luchar contra la pequeña fuerza de defensa de las islas era inútil y se rindió. Los argentinos declararon que habían venido a liberar a las islas del colonialismo y ordenaron que se enseñara a las escuelas en español y que todos condujeran por el lado derecho de la carretera.
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Durante las primeras horas, nadie sabía si Gran Bretaña vendría a defenderlos o no. Que Argentina invadiría cuando Gran Bretaña había pedido más o menos entregarlos hizo que el régimen del país pareciera aún más loco; la gente en Stanley comenzó a hablar sobre hacia dónde podrían huir si Gran Bretaña capitulaba. Algunos comenzaron a empacar frenéticamente para evacuar al campamento, aunque los argentinos también estaban en el campamento, obligando a la gente a abandonar sus hogares, llevándolos a los edificios, exigiendo comida y vehículos. Más tarde ese día, los isleños se enteraron de que Margaret Thatcher, la primera ministra británica, había decidido enviar a la Armada, después de todo, aunque tomaría muchos días llegar allí.
Los isleños hicieron lo que pudieron para socavar al enemigo. Reg Silvey, el farero de Cape Pembroke y un radioaficionado, manipuló una antena desde una línea de lavado con núcleo de acero y transmitió información de las tropas a los británicos. Terry Peck, un policía, escondió una cámara de teleobjetivo en una tubería de desagüe y caminó tomando fotografías de los sitios de misiles argentinos. Un granjero llamado Trudi McPhee condujo una caravana de isleños en Land Rovers y tractores a través del territorio hostil por la noche a través de Malvinas del Este hasta la granja de Tony y Ailsa, donde las tropas británicas necesitaban vehículos para transportar armas. Eric Goss, gerente de Goose Green, convenció a los soldados argentinos de que las luces de los barcos británicos en Falkland Sound eran luz de luna reflejada en las algas.
Una casa en Goose Green, un asentamiento en Lafonia, la península que forma la parte sur del este de Malvinas. Fotografía de Maroesjka Lavigne para The New Yorker.
El conflicto duró setenta y cuatro días; murieron alrededor de seiscientos cincuenta argentinos y doscientos cincuenta británicos, así como tres isleños de las Malvinas. El catorce de junio, Argentina finalmente se rindió. El comandante de las fuerzas terrestres británicas envió un mensaje a Londres: “Las Islas Malvinas están una vez más bajo el gobierno deseado por sus habitantes. Dios salve a la reina."