Siguiendo la tradición de Pratt...
domingo, 14 de septiembre de 2014
sábado, 13 de septiembre de 2014
El vuelo de Fitzgerald auspiciado por Crónica en 1964
“Malvinas hoy fueron ocupadas”: hace 50 años el piloto Fitzgerald y Crónica marcaron un hito
Un 8 de setiembre hace medio siglo el piloto Miguel Fitzgerald se convirtió en el primer aviador argentino en volar a las Malvinas y lo hizo en un pequeño aparato para hacer entrega de una bandera argentina y proclama a los isleños.
El título en letra catástrofe de Crónica: “Malvinas: hoy fueron ocupadas” que consolidó la posición del diario naciente en el mercado argentino
Miguel Fitzgerald, avezado piloto, cruzó desde Río Gallegos a Port Stanley, entregó una bandera argentina y una proclama y retornó
Fitzgerald lo hizo solo y el día en que cumplía 38 años piloteando un avión monomotor Cessna 185 (260HP), matrícula LV-HUA.
El hijo de irlandeses siempre pensó en ser piloto y así fue que a los 16 años voló planeadores y a los 20 años aviones con motor. En 1962 realizó otra hazaña: fue un vuelo de Nueva York a Buenos Aires sin escalas con un monomotor Cessna 210 (260HP).
Trabajó en Aerolíneas Argentinas, hizo fotografía aérea, taxi aéreo, remolque de carteles y aclara que no hizo fumigación ni contrabando, pero hizo de todo.
Ese año, 1964, Falklands/Malvinas estaba en la agenda de la Naciones Unidas, y en los hangares de Argentina en las charlas entre pilotos, aparecía y reaparecía el sueño de cruzar a las islas Falklands/Malvinas y plantar la bandera Argentina.
Fitzgerald decidió que lo haría y a través de un amigo suyo que trabajaba en el diario La Razón averiguó si les interesaba la cobertura periodística y a él a su vez le interesaba la difusión, para protegerse, porque podía ser sancionado por la Fuerza Aérea con una suspensión severa.
Al editor del diario, no le interesó la propuesta y como acababa de salir el diario Crónica, su joven director se entusiasmo con la misma. Le ofreció el avión, el combustible, los gastos, si viajaba con él un fotógrafo del diario, pero ese viaje Fitzgerald lo quería solo para él, solamente requería un Avión Cessna 182 similar al que utilizó y que le hicieran, para cubrirse, una nota cuando volviera.
Esto no prosperó y el Cessna se lo prestó finalmente Siro Alberto Comi, Presidente del Aeroclub de Monte Grande, que era representante de esa marca de aviones.
Fue redactada la proclama que reivindicaba a las Islas como argentinas y Fitzgerald partió al sur, rumbo a Río Gallegos, a cumplir con su hazaña personal.
Era el 8 de septiembre de 1964 y ese mismo día cumplía 38 años de edad y aseguraba la proeza, con el pequeño avión Cessna 185, motor de 260 HP, matrícula civil LV-HUA, al que él bautizo “Luis Vernet”.
Decía que cuando uno está volando y está haciendo algo arriesgado, no piensa en nada más que en eso, está concentrado en lo que está haciendo, manifestaba que para él era así, porque es muy cerebral, como si haber hecho lo que él hizo no exigiera al menos un impulso fenomenal.
La pista de despegue fue la del Aeroclub de Río Gallegos, que no tenía torre de control monitoreada por Fuerza Aérea. Voló mar adentro y a las tres horas y quince minutos estuvo en contacto visual con el archipiélago.
Desde arriba veía un rectángulo como de cientos de islas e islotes, pero cuando sobrevoló el archipiélago, una capa muy densa de nubes le impide ver y no podía descender entre las mismas, porque en alguna parte se sabía que había un cerro de seiscientos metros de altura, entonces esperó un claro y cuando lo vio inició el descenso hacia debajo de la capa de nubes e identificó Puerto Stanley, visualizando la pista de cuadreras, donde aterrizó normalmente.
Se bajó del avión y colgó la bandera argentina en el enrejado de la cancha; se le acercó un hombre de los que se habían juntado a ver el aterrizaje, quien le pregunto si necesitaba combustible; porque no se le había ocurrido que era argentino.
Entonces le entrega la proclama escrita en español y le dijo: “Tome, entréguele esto a su gobernador”; se subió al avión y despegó normalmente volviendo a Río Gallegos, todo esto llevó unos quince minutos.“
Cuando llegó a Río Gallegos el señor Héctor Ricardo García, el director de Crónica, empezó a jugar su papel, Crónica tenía la primicia.
El título en letra catástrofe fue: ”Malvinas: hoy fueron ocupadas” y ese día, 8 de septiembre de l964, no se habló de otra cosa y La Razón registró uno de los días de más bajas ventas de su historia, su competidor llamó la atención e inauguró un estilo periodístico.
Cuenta la leyenda que hasta ese día los diarios no aceptaban devoluciones, pero los canillitas presionaron tanto a La Razón para devolverle sus ejemplares, que este antecedente después pudo modificar la relación entre los dueños de los diarios y los repartidores.
Al volver a Buenos Aires, en el Aeroparque de la Ciudad de Buenos Aires, lo esperaban del Movimiento Nacionalista Tacuara, quienes lo subieron a un jeep y lo llevaron a dar vueltas por la ciudad, como a un héroe.
Ese recibimiento y el festejo popular hicieron que la Fuerza Aérea Argentina no suspenda la matrícula de piloto y se le aplicó solamente 'apercibido'.
Por gentileza del Correo Argentino, se realizó un matasellos especial alusivo al Cincuentenario del Vuelo de Miguel Fitzgerald a las Islas Falklands/Malvinas el 8 de septiembre de 2014, en la sede central del Correo Argentino y estuvieron presente en ese lugar la esposa del piloto, Palmira, junto con amigos y familiares.
Mercopress
Un 8 de setiembre hace medio siglo el piloto Miguel Fitzgerald se convirtió en el primer aviador argentino en volar a las Malvinas y lo hizo en un pequeño aparato para hacer entrega de una bandera argentina y proclama a los isleños.
El título en letra catástrofe de Crónica: “Malvinas: hoy fueron ocupadas” que consolidó la posición del diario naciente en el mercado argentino
Miguel Fitzgerald, avezado piloto, cruzó desde Río Gallegos a Port Stanley, entregó una bandera argentina y una proclama y retornó
Fitzgerald lo hizo solo y el día en que cumplía 38 años piloteando un avión monomotor Cessna 185 (260HP), matrícula LV-HUA.
El hijo de irlandeses siempre pensó en ser piloto y así fue que a los 16 años voló planeadores y a los 20 años aviones con motor. En 1962 realizó otra hazaña: fue un vuelo de Nueva York a Buenos Aires sin escalas con un monomotor Cessna 210 (260HP).
Trabajó en Aerolíneas Argentinas, hizo fotografía aérea, taxi aéreo, remolque de carteles y aclara que no hizo fumigación ni contrabando, pero hizo de todo.
Ese año, 1964, Falklands/Malvinas estaba en la agenda de la Naciones Unidas, y en los hangares de Argentina en las charlas entre pilotos, aparecía y reaparecía el sueño de cruzar a las islas Falklands/Malvinas y plantar la bandera Argentina.
Fitzgerald decidió que lo haría y a través de un amigo suyo que trabajaba en el diario La Razón averiguó si les interesaba la cobertura periodística y a él a su vez le interesaba la difusión, para protegerse, porque podía ser sancionado por la Fuerza Aérea con una suspensión severa.
Al editor del diario, no le interesó la propuesta y como acababa de salir el diario Crónica, su joven director se entusiasmo con la misma. Le ofreció el avión, el combustible, los gastos, si viajaba con él un fotógrafo del diario, pero ese viaje Fitzgerald lo quería solo para él, solamente requería un Avión Cessna 182 similar al que utilizó y que le hicieran, para cubrirse, una nota cuando volviera.
Esto no prosperó y el Cessna se lo prestó finalmente Siro Alberto Comi, Presidente del Aeroclub de Monte Grande, que era representante de esa marca de aviones.
Fue redactada la proclama que reivindicaba a las Islas como argentinas y Fitzgerald partió al sur, rumbo a Río Gallegos, a cumplir con su hazaña personal.
Era el 8 de septiembre de 1964 y ese mismo día cumplía 38 años de edad y aseguraba la proeza, con el pequeño avión Cessna 185, motor de 260 HP, matrícula civil LV-HUA, al que él bautizo “Luis Vernet”.
Decía que cuando uno está volando y está haciendo algo arriesgado, no piensa en nada más que en eso, está concentrado en lo que está haciendo, manifestaba que para él era así, porque es muy cerebral, como si haber hecho lo que él hizo no exigiera al menos un impulso fenomenal.
La pista de despegue fue la del Aeroclub de Río Gallegos, que no tenía torre de control monitoreada por Fuerza Aérea. Voló mar adentro y a las tres horas y quince minutos estuvo en contacto visual con el archipiélago.
Desde arriba veía un rectángulo como de cientos de islas e islotes, pero cuando sobrevoló el archipiélago, una capa muy densa de nubes le impide ver y no podía descender entre las mismas, porque en alguna parte se sabía que había un cerro de seiscientos metros de altura, entonces esperó un claro y cuando lo vio inició el descenso hacia debajo de la capa de nubes e identificó Puerto Stanley, visualizando la pista de cuadreras, donde aterrizó normalmente.
Se bajó del avión y colgó la bandera argentina en el enrejado de la cancha; se le acercó un hombre de los que se habían juntado a ver el aterrizaje, quien le pregunto si necesitaba combustible; porque no se le había ocurrido que era argentino.
Entonces le entrega la proclama escrita en español y le dijo: “Tome, entréguele esto a su gobernador”; se subió al avión y despegó normalmente volviendo a Río Gallegos, todo esto llevó unos quince minutos.“
Cuando llegó a Río Gallegos el señor Héctor Ricardo García, el director de Crónica, empezó a jugar su papel, Crónica tenía la primicia.
El título en letra catástrofe fue: ”Malvinas: hoy fueron ocupadas” y ese día, 8 de septiembre de l964, no se habló de otra cosa y La Razón registró uno de los días de más bajas ventas de su historia, su competidor llamó la atención e inauguró un estilo periodístico.
Cuenta la leyenda que hasta ese día los diarios no aceptaban devoluciones, pero los canillitas presionaron tanto a La Razón para devolverle sus ejemplares, que este antecedente después pudo modificar la relación entre los dueños de los diarios y los repartidores.
Al volver a Buenos Aires, en el Aeroparque de la Ciudad de Buenos Aires, lo esperaban del Movimiento Nacionalista Tacuara, quienes lo subieron a un jeep y lo llevaron a dar vueltas por la ciudad, como a un héroe.
Ese recibimiento y el festejo popular hicieron que la Fuerza Aérea Argentina no suspenda la matrícula de piloto y se le aplicó solamente 'apercibido'.
Por gentileza del Correo Argentino, se realizó un matasellos especial alusivo al Cincuentenario del Vuelo de Miguel Fitzgerald a las Islas Falklands/Malvinas el 8 de septiembre de 2014, en la sede central del Correo Argentino y estuvieron presente en ese lugar la esposa del piloto, Palmira, junto con amigos y familiares.
Mercopress
viernes, 12 de septiembre de 2014
jueves, 11 de septiembre de 2014
miércoles, 10 de septiembre de 2014
La historia de un pulóver
MALVINAS 25 AÑOS DESPUES : HISTORIAS DE LA GUERRA
El viejo pulóver que un soldado argentino devolvió a Malvinas
Miguel Savage fue a la guerra sin saber usar un arma. Quebrado por el frío, tomó un pulóver de una casa cuyos habitantes kelpers no estaban. El año pasado regresó, devolvió la prenda y dejó una carta.
AQUELLOS RECUERDOS. MIGUEL SAVAGE, EN SU CASA DE VENADO TUERTO, RODEADO DE FOTOS FAMILIARES, CUENTA SU EXPERIENCIA COMO SOLDADO EN MALVINAS.
Mauro Aguilar VENADO TUERTO ENVIADO ESPECIAL
rosario@clarin.com
La vida de Miguel Savage, clase 62, integrante del Regimiento 7 de Infantería Mecanizada de La Plata, se confundía con el infierno en junio de 1982. Estaba cruzado por el frío que atraviesa el otoño de Malvinas. Con la mirada enturbiada por el hambre capaz de diezmar su cuerpo hasta restarle veinte kilos en apenas dos meses de estadía en las islas, se recuerda en aquel tiempo como un “esqueleto con casco”.
A punto de quebrarse, un pulóver, una sencilla prenda arrebatada de una estancia kelper, asegura, logró salvarle la vida, abstraerlo de aquel estado de abandono terminal . Savage, quien hoy habita una bucólica vivienda en Venado Tuerto, en el sur de Santa Fe, y tiene un comercio de materiales para el agro y la construcción, vivió aferrado a esa conmovedora historia y a ese abrigo durante 24 años.
En febrero de 2006 decidió regresarlo a sus dueños, en una más de las postales estremecedoras que ofrece la vida de Savage, protagonista de una película pacifista emitida sólo en Europa —” Con la mano de Dios”, en referencia al gol de Diego Maradona en México 86—, amigo entrañable del pintor kelper James Peck y de su padre Terry, contra el que combatió en la cruenta batalla de Monte Longdon, y acérrimo crítico de una aventura bélica que, considera, “nunca debió ocurrir”.
Su relato desgarra. El 8 de junio, con un Ejército argentino cercado por el poderío inglés, Savage, junto a cuatro compañeros y un suboficial, iniciaron una caminata hacia una granja cercana al río Murrell. La misión perseguía el objetivo de desactivar una posible base de operaciones por la vía pacífica y, de no ser posible, combatir hasta reducir al enemigo. Soportando fríos extremos, atravesaron una ría y sortearon campos minados. Zafaron incluso del fuego del enemigo, que observaba desde lo alto, pero que optó por no atacar para no delatar su posición.
“Arrancamos apenas aclaró, bien temprano. Debe haber sido el día más frío de Malvinas, con veinte grados bajo cero. Con veinte kilos menos y desesperados, nuestra mente divagaba. No teníamos conciencia del peligro. Ibamos con un compañero que tenía un planito donde habían puesto las minas. Y a cada rato se rascaba la cabeza y decía: ‘no me acuerdo si era por acá o por acá’. Fue una caminata extenuante. Habremos tardado más de cinco horas”, reproduce con precisión cinematográfica.
Su inclusión en el grupo, no sabiendo ni siquiera manejar un arma, tenía un solo objetivo: oficiar de traductor a partir de su manejo del inglés.
“Llegamos a la casa y los seis nos tiramos cuerpo a tierra, a mirar con largavista. El miedo era terrible. Había ventanitas en la casa y dijimos: ‘Se rompe una y nos sacuden con una ametralladora’. Sabíamos que había peligro. Ingleses o kelpers que nos podían tirar. Pero era más la desesperación de pensar qué podíamos afanar de comida dentro de la casa, que el miedo. Ese hambre enceguece”, explica con tono desolador. “Nos estábamos muriendo. Literalmente nos estábamos muriendo”, insiste para darle la dimensión exacta a aquel momento límite.
Esa necesidad lo obligaba a pensar sólo en lo básico, sin registrar incluso la estatura del peligro que los acechaba. Sólo era cuestión de saciar un instinto básico. “Si morimos, morimos, pero primero tenemos que comer”, se repetían los integrantes de la misión como intentando darse fuerza entre sí para superar cualquier obstáculo.
Luego de una primera inspección de sus compañeros en los alrededores de la granja, el sargento ordenó a Savage que lo acompañara al interior de la vivienda. Patearon la puerta de la cocina y el soldado irrumpió en la casa gritando en inglés: “Si hay alguien venimos a charlar, no se pongan nerviosos, queremos revisar e irnos”. Sus palabras sonaban casi a un ruego para que nadie los atacara.
Al ingresar encontró silencio y un desayuno a medio tomar. “La casa era linda, la sentí acogedora, como la casa de mi abuela. Hasta los olores eran familiares”, precisa como si describiera una postal que no se altera con el paso de los años. Subió una escalera con el miedo y la adrenalina apoderándose de su cuerpo. “El corazón me reventaba el pecho. No me paraba de temblar el cuerpo. Me dieron un FAL cargado, pero no sabía ni tirar”, explica Savage, a quien el servicio militar sólo había preparado para barrer y cebarle mates a Don Aldo, un jubilado ferroviario encargado del polígono, en La Plata. “Mi preparación era comprarle bofe al gato de Don Aldo”, explicaría luego a Clarín entre risas.
Tras comprobar que no había ocupantes en la planta baja de la vivienda, dividió las tareas con su superior. Recorrieron un pasillo en el piso superior y Savage ingresó en el cuarto matrimonial. Lo sorprendió una cama doble perfecta, una dependencia con cortinas y una decoración cuidada que compara con una hostería o una estancia de campo.
Al confirmar que el lugar estaba deshabitado, se relajó. Automáticamente afloró en él un espíritu de supervivencia. Tras abrir “ansiosamente” los cajones, dio con el pulóver salvador. Y cambió su óptica sobre los padecimientos que sufría. “Era un pulóver inglés lindísimo, con borda azul y cruz. Me lo puse en la nariz y sentí el olor a limpio, a perfume, a naftalina. Y dije: ‘Qué lindo, esto es como estar de vuelta en casa’. Me saqué la ropa mojada y me puse ese pulóver y una bufanda, y un gorro, y medias de lana. Ese momento fue mágico”, explica emocionado.
El relato no tiene pausas: “Me invadió una sensación de paz, como si estuviera Dios ahí. En ese momento y como un alma que me hablaba, aunque no escuchaba la voz, sentí como que alguien estaba ahí y me decía ‘quedate tranquilo, ya termina esto, te volvés y vas a vivir’. Una sensación increíble. Una enorme sensación de paz, un calor en el cuerpo”.
Aquel hallazgo modificó su humor. “Me sentí más fuerte”, precisa. Robó comida y se alimentó con desesperación. “Comí tres panes de manteca sola, al hilo, como un perro”, añade para dar una idea de la desesperación que atravesaba a aquel grupo de soldados. Del lugar se llevó además cajas de avena, fósforos, velas y azúcar.
Pero no fue lo único que tomó de allí. “Mirá lo que es la mente humana: agarré fotos. Diecinueve años, en ese estado —vuelve a asombrarse—. Yo había sentido esa experiencia trascendental del pulóver y manoteé fotos de la familia. Dije: ‘A este lugar voy a volver algún día y con esta gente voy a hablar’. Desde el instante que entré a la casa tenía esa idea de hacer contacto”.
Ese momento llegó en febrero de 2006. Luego de un primer encuentro con Sharon Mulkenbuhr, hija del matrimonio que habitaba la estancia Murrell, en febrero del año pasado visitó el lugar con la intención de cerrar ese capítulo de su historia.
“Cuando iba llegando, el corazón se me salía del pecho. Revivía escenas de aquel día llegando con veinte kilos menos, con el uniforme, con el sargento, con mis compañeros. Se me mezclaba el pasado con el presente”, explica compenetrado con el relato.
En la estancia lo recibió Lisa, hermana de Sharon. El pulóver, que por consejo de un amigo se suspendía enmarcado en una pared de su casa, en Venado Tuerto, volvió entonces a manos de sus antiguos dueños junto a una nota de puño y letra en la que Miguel expresaba su agradecimiento. Con lágrimas en los ojos, Lisa reconoció el abrigo de su padre, ya fallecido. “Acá, en esta casa, sentí que alguien me protegió. Y venía a decírselos, veinticuatro años después”, le dijo a la muchacha sollozando, mientras se desprendía del preciado objeto.
“Esa casa fue como un salvavidas en el océano para mí. Esa casa y ese pulóver me salvaron la vida”, remata con sencillez desgarradora Miguel, ataviado ahora con una remera oscura de algodón, en una cálida tarde de marzo. Lejos del frío, del hambre y de la muerte. Lejos de los horrores de la guerra que cada tanto se adivinan detrás de su mirada cristalina.
“Este pulóver me dio abrigo en un momento de tremenda exposición. La temperatura era de -20 C. Estaba mojado y ya había perdido 17 kilos (pesaba 55 kilos). Lo tomé “prestado” de una estancia en las Malvinas, a cinco horas de caminata desde nuestra posición, cerca de Monte Longdon, habiendo cruzado el río Murrell. Llegamos hasta allí con seis soldados integrantes de un operativo. Yo iba como intérprete. El objetivo era destruir un equipo de radio que transmitía a la flota inglesa.
Afortunadamente no había nadie y pudimos revisar, aunque muy nerviosos, todo el lugar. El sitio era lindísimo, con vista a ondulaciones y entradas del mar. Pensé en lo pacífico del lugar y en lo absurdo de esta guerra. Lo sentí realmente familiar y fue como revisar la cómoda de mi abuela.
También lo usé (estando) como prisionero a bordo del Camberra, tomando el té con la plana mayor de oficiales de la Task Force, que junto con todos los medios británicos me ‘sometieron’ a una verdadera conferencia de prensa, asombrados como dicen en muchos libros de cómo habíamos logrado sobrevivir a semejante rigor climático sin suficiente alimento.
Pensé devolverlo a sus dueños, en mi primer visita a las islas, pero un amigo me convenció de que no lo hiciera. ‘Este pulóver forma más parte de tu historia que la de ellos’, me decía.
En el momento de ponérmelo sentí una enorme paz. Sentí una energía especial, como que alguien de esa casa me decía que volvería con vida, que volvería a casa y que esta guerra que nunca debió ocurrir se estaba terminando”.
El desembarco de fuerzas argentinas en Malvinas se produjo el 2 de abril de 1982.
El viejo pulóver que un soldado argentino devolvió a Malvinas
Miguel Savage fue a la guerra sin saber usar un arma. Quebrado por el frío, tomó un pulóver de una casa cuyos habitantes kelpers no estaban. El año pasado regresó, devolvió la prenda y dejó una carta.
AQUELLOS RECUERDOS. MIGUEL SAVAGE, EN SU CASA DE VENADO TUERTO, RODEADO DE FOTOS FAMILIARES, CUENTA SU EXPERIENCIA COMO SOLDADO EN MALVINAS.
Mauro Aguilar VENADO TUERTO ENVIADO ESPECIAL
rosario@clarin.com
La vida de Miguel Savage, clase 62, integrante del Regimiento 7 de Infantería Mecanizada de La Plata, se confundía con el infierno en junio de 1982. Estaba cruzado por el frío que atraviesa el otoño de Malvinas. Con la mirada enturbiada por el hambre capaz de diezmar su cuerpo hasta restarle veinte kilos en apenas dos meses de estadía en las islas, se recuerda en aquel tiempo como un “esqueleto con casco”.
A punto de quebrarse, un pulóver, una sencilla prenda arrebatada de una estancia kelper, asegura, logró salvarle la vida, abstraerlo de aquel estado de abandono terminal . Savage, quien hoy habita una bucólica vivienda en Venado Tuerto, en el sur de Santa Fe, y tiene un comercio de materiales para el agro y la construcción, vivió aferrado a esa conmovedora historia y a ese abrigo durante 24 años.
En febrero de 2006 decidió regresarlo a sus dueños, en una más de las postales estremecedoras que ofrece la vida de Savage, protagonista de una película pacifista emitida sólo en Europa —” Con la mano de Dios”, en referencia al gol de Diego Maradona en México 86—, amigo entrañable del pintor kelper James Peck y de su padre Terry, contra el que combatió en la cruenta batalla de Monte Longdon, y acérrimo crítico de una aventura bélica que, considera, “nunca debió ocurrir”.
Su relato desgarra. El 8 de junio, con un Ejército argentino cercado por el poderío inglés, Savage, junto a cuatro compañeros y un suboficial, iniciaron una caminata hacia una granja cercana al río Murrell. La misión perseguía el objetivo de desactivar una posible base de operaciones por la vía pacífica y, de no ser posible, combatir hasta reducir al enemigo. Soportando fríos extremos, atravesaron una ría y sortearon campos minados. Zafaron incluso del fuego del enemigo, que observaba desde lo alto, pero que optó por no atacar para no delatar su posición.
“Arrancamos apenas aclaró, bien temprano. Debe haber sido el día más frío de Malvinas, con veinte grados bajo cero. Con veinte kilos menos y desesperados, nuestra mente divagaba. No teníamos conciencia del peligro. Ibamos con un compañero que tenía un planito donde habían puesto las minas. Y a cada rato se rascaba la cabeza y decía: ‘no me acuerdo si era por acá o por acá’. Fue una caminata extenuante. Habremos tardado más de cinco horas”, reproduce con precisión cinematográfica.
Su inclusión en el grupo, no sabiendo ni siquiera manejar un arma, tenía un solo objetivo: oficiar de traductor a partir de su manejo del inglés.
“Llegamos a la casa y los seis nos tiramos cuerpo a tierra, a mirar con largavista. El miedo era terrible. Había ventanitas en la casa y dijimos: ‘Se rompe una y nos sacuden con una ametralladora’. Sabíamos que había peligro. Ingleses o kelpers que nos podían tirar. Pero era más la desesperación de pensar qué podíamos afanar de comida dentro de la casa, que el miedo. Ese hambre enceguece”, explica con tono desolador. “Nos estábamos muriendo. Literalmente nos estábamos muriendo”, insiste para darle la dimensión exacta a aquel momento límite.
Esa necesidad lo obligaba a pensar sólo en lo básico, sin registrar incluso la estatura del peligro que los acechaba. Sólo era cuestión de saciar un instinto básico. “Si morimos, morimos, pero primero tenemos que comer”, se repetían los integrantes de la misión como intentando darse fuerza entre sí para superar cualquier obstáculo.
Luego de una primera inspección de sus compañeros en los alrededores de la granja, el sargento ordenó a Savage que lo acompañara al interior de la vivienda. Patearon la puerta de la cocina y el soldado irrumpió en la casa gritando en inglés: “Si hay alguien venimos a charlar, no se pongan nerviosos, queremos revisar e irnos”. Sus palabras sonaban casi a un ruego para que nadie los atacara.
Al ingresar encontró silencio y un desayuno a medio tomar. “La casa era linda, la sentí acogedora, como la casa de mi abuela. Hasta los olores eran familiares”, precisa como si describiera una postal que no se altera con el paso de los años. Subió una escalera con el miedo y la adrenalina apoderándose de su cuerpo. “El corazón me reventaba el pecho. No me paraba de temblar el cuerpo. Me dieron un FAL cargado, pero no sabía ni tirar”, explica Savage, a quien el servicio militar sólo había preparado para barrer y cebarle mates a Don Aldo, un jubilado ferroviario encargado del polígono, en La Plata. “Mi preparación era comprarle bofe al gato de Don Aldo”, explicaría luego a Clarín entre risas.
Tras comprobar que no había ocupantes en la planta baja de la vivienda, dividió las tareas con su superior. Recorrieron un pasillo en el piso superior y Savage ingresó en el cuarto matrimonial. Lo sorprendió una cama doble perfecta, una dependencia con cortinas y una decoración cuidada que compara con una hostería o una estancia de campo.
Al confirmar que el lugar estaba deshabitado, se relajó. Automáticamente afloró en él un espíritu de supervivencia. Tras abrir “ansiosamente” los cajones, dio con el pulóver salvador. Y cambió su óptica sobre los padecimientos que sufría. “Era un pulóver inglés lindísimo, con borda azul y cruz. Me lo puse en la nariz y sentí el olor a limpio, a perfume, a naftalina. Y dije: ‘Qué lindo, esto es como estar de vuelta en casa’. Me saqué la ropa mojada y me puse ese pulóver y una bufanda, y un gorro, y medias de lana. Ese momento fue mágico”, explica emocionado.
El relato no tiene pausas: “Me invadió una sensación de paz, como si estuviera Dios ahí. En ese momento y como un alma que me hablaba, aunque no escuchaba la voz, sentí como que alguien estaba ahí y me decía ‘quedate tranquilo, ya termina esto, te volvés y vas a vivir’. Una sensación increíble. Una enorme sensación de paz, un calor en el cuerpo”.
Aquel hallazgo modificó su humor. “Me sentí más fuerte”, precisa. Robó comida y se alimentó con desesperación. “Comí tres panes de manteca sola, al hilo, como un perro”, añade para dar una idea de la desesperación que atravesaba a aquel grupo de soldados. Del lugar se llevó además cajas de avena, fósforos, velas y azúcar.
Pero no fue lo único que tomó de allí. “Mirá lo que es la mente humana: agarré fotos. Diecinueve años, en ese estado —vuelve a asombrarse—. Yo había sentido esa experiencia trascendental del pulóver y manoteé fotos de la familia. Dije: ‘A este lugar voy a volver algún día y con esta gente voy a hablar’. Desde el instante que entré a la casa tenía esa idea de hacer contacto”.
Ese momento llegó en febrero de 2006. Luego de un primer encuentro con Sharon Mulkenbuhr, hija del matrimonio que habitaba la estancia Murrell, en febrero del año pasado visitó el lugar con la intención de cerrar ese capítulo de su historia.
“Cuando iba llegando, el corazón se me salía del pecho. Revivía escenas de aquel día llegando con veinte kilos menos, con el uniforme, con el sargento, con mis compañeros. Se me mezclaba el pasado con el presente”, explica compenetrado con el relato.
En la estancia lo recibió Lisa, hermana de Sharon. El pulóver, que por consejo de un amigo se suspendía enmarcado en una pared de su casa, en Venado Tuerto, volvió entonces a manos de sus antiguos dueños junto a una nota de puño y letra en la que Miguel expresaba su agradecimiento. Con lágrimas en los ojos, Lisa reconoció el abrigo de su padre, ya fallecido. “Acá, en esta casa, sentí que alguien me protegió. Y venía a decírselos, veinticuatro años después”, le dijo a la muchacha sollozando, mientras se desprendía del preciado objeto.
“Esa casa fue como un salvavidas en el océano para mí. Esa casa y ese pulóver me salvaron la vida”, remata con sencillez desgarradora Miguel, ataviado ahora con una remera oscura de algodón, en una cálida tarde de marzo. Lejos del frío, del hambre y de la muerte. Lejos de los horrores de la guerra que cada tanto se adivinan detrás de su mirada cristalina.
Una carta de agradecimiento
El pulóver descansó en un cuadro hasta el momento de su devolución acompañado por una carta en la que Savage expresaba sus sentimientos sobre aquella experiencia. El texto que entregó junto al abrigo es éste:“Este pulóver me dio abrigo en un momento de tremenda exposición. La temperatura era de -20 C. Estaba mojado y ya había perdido 17 kilos (pesaba 55 kilos). Lo tomé “prestado” de una estancia en las Malvinas, a cinco horas de caminata desde nuestra posición, cerca de Monte Longdon, habiendo cruzado el río Murrell. Llegamos hasta allí con seis soldados integrantes de un operativo. Yo iba como intérprete. El objetivo era destruir un equipo de radio que transmitía a la flota inglesa.
Afortunadamente no había nadie y pudimos revisar, aunque muy nerviosos, todo el lugar. El sitio era lindísimo, con vista a ondulaciones y entradas del mar. Pensé en lo pacífico del lugar y en lo absurdo de esta guerra. Lo sentí realmente familiar y fue como revisar la cómoda de mi abuela.
También lo usé (estando) como prisionero a bordo del Camberra, tomando el té con la plana mayor de oficiales de la Task Force, que junto con todos los medios británicos me ‘sometieron’ a una verdadera conferencia de prensa, asombrados como dicen en muchos libros de cómo habíamos logrado sobrevivir a semejante rigor climático sin suficiente alimento.
Pensé devolverlo a sus dueños, en mi primer visita a las islas, pero un amigo me convenció de que no lo hiciera. ‘Este pulóver forma más parte de tu historia que la de ellos’, me decía.
En el momento de ponérmelo sentí una enorme paz. Sentí una energía especial, como que alguien de esa casa me decía que volvería con vida, que volvería a casa y que esta guerra que nunca debió ocurrir se estaba terminando”.
La guerra en 10 datos
El desembarco de fuerzas argentinas en Malvinas se produjo el 2 de abril de 1982.
- La fuerza terrestre, el Ejército, dispuso de 10.000 hombres.
- El Ejército británico utilizó desde la salida de sus tropas hasta el fin de la guerra a 10.700 efectivos.
- El mayor desembarco de soldados ingleses se produjo en la Bahía San Carlos.
- Los principales enfrentamientos por tierra se registraron en las cercanías de Puerto Argentino y en la zona de Darwin.
- Los combates más sangrientos por el mayor intercambio de fuego se desarrollaron en la zona de Monte Longdon.
- Las bajas de cada bando en sus ejércitos (sin contar Armada y Fuerza Aérea) fueron 195 argentinos y 149 británicos.
- En toda la guerra hubo, además de los muertos, 1.188 heridos argentinos y 777 heridos británicos.
- Las fuerzas inglesas fueron superiores en pertrechos, armamentos y asistencia logística a sus soldados.
- La guerra terminó el 14 de junio con la rendición del gobernador argentino Mario Benjamín Menéndez.
martes, 9 de septiembre de 2014
lunes, 8 de septiembre de 2014
Corridas de toros en Malvinas
Toros en las Malvinas
JUAN CHICHARRO
Ha leído Vd bien. Suena extraño pero es verdad. Hubo corridas de toros en las Islas Malvinas, entonces de soberanía española, y hoy, al igual que Gibraltar, usurpadas por la Gran Bretaña.
La historia se aprende de muchas maneras pero sobre todo leyendo lo sucedido en el pasado, a ser posible en fuentes coetáneas con los hechos ocurridos. Hay muchas maneras de poder acceder a documentos antiguos. Una de ellas, cuando se trata de sucesos que hayan implicado acciones militares, es la de acudir a las hojas de servicio de los que en ese momento participaron en ellas. Constituyen éstas documentos muy fiables pues no hay duda de la seriedad y verosimilitud de lo que en ellas se puede leer.
El mes de agosto es época propicia para detenerse en la lectura de viejos legajos, ésos que andan durmiendo por las viejas estanterías y que sólo se acude a ellos de cuando en cuando.
Es así que revisando papeles, que pasaron de mi abuela a mi padre, topo con la hoja de servicios de uno de mis ancestros familiares, en concreto quinto abuelo, quien fue oficial de la Real Armada entre 1759 y 1814.
Se trata de Don Ramón Lamamie de Clairac y Vilallonga nacido en Torredembarra (Tarragona) en 1748 y fallecido en Ferrol en 1814 con el empleo de Brigadier.
La vida de este marino tan bien reflejada en su hoja de servicios, ya citada, es apasionante tal como lo fue la de la mayoría de sus coetáneos y no es mi intención describirla por extensa, si bien si destacaré que, además de liderar una importante expedición a la Patagonia, fue Gobernador de las Islas Malvinas en tres ocasiones. En 1785,1787 y 1789.
Y es aquí donde enlazo con el título de este artículo que seguramente llama la atención del lector: toros en las Islas Malvinas.
Veamos el porqué y para ello extraigo lo que escribo de documentos de la época, si bien no de forma literal para una mejor comprensión.
Corría el año 1788, en pleno periodo hispánico malvinense, siendo Gobernador del archipiélago el Capitán de fragata Don Ramón Lamamie de Clairac, cuando se produce un hecho que va a agitar la monótona y dura vida en las Islas Malvinas : la muerte de Carlos III , noticia que llega al archipiélago diez meses después .
Con motivo de la exaltación al trono de Carlos IV se celebraron ceremonias y festejos que el mismo Clairac detalla: ” se formó un capaz tablado de cuatro ochavas sostenido de 20 arcos con sus respectivas escaleras y pasamanos, y en él se levantó un dozel, ocupando el fondo en medio donde se colocó el retrato de SM “. En la capilla bien adornada e iluminada se cantó el Tedeum de acción de gracias. La jura al nuevo monarca se ejecutó el día 4 de noviembre de 1789, haciendo las funciones de Alférez Real Don José Blas. El estandarte real fue llevado a la iglesia en solemne procesión que encabezó el Gobernador seguido de toda la guarnición.
Se formó una plaza de toros improvisada. Para torear se destacaron ocho individuos, no sabemos si voluntarios, uno de matador, otro de rejoneador, dos picadores y ” cuatro chulos”, todos ellos vestidos de uniforme adecuado. Se lidiaron un total de doce toros, a razón de cuatro por tarde, los tres días que hubo corrida.
No consta en las crónicas como llegaron allí los toros ni si se cortaron orejas o se dieron vueltas al ruedo, pero no es de extrañar que hubieran pitos y aplausos habida cuenta de que ni el maestro ni su cuadrilla eran profesionales. Sin embargo, la existencia de corridas de toros en las Islas Malvinas, como parte de los festejos con motivo del advenimiento al trono de Carlos IV es un hecho histórico indubitado.
Estas tres corridas de toros en latitudes australes, las más meridionales jamás celebradas , olvidadas ya en las frías aguas subantárticas, pérdidas por los mares del Atlántico sur, acreditan que el arte de torear hunde sus raíces desde hace siglos en nuestros más profundos modos de vida y costumbres formando parte de nuestra cultura.
Ignoro si hoy los británicos practican la caza del zorro o juegan al cricket en las Islas usurpadas, pero hace tres siglos los españoles celebrábamos allí las fiestas con corridas de toros al igual que sucede hoy en todos los pueblos de España con motivo de cualesquiera fiestas patronales.
¡Ah! Y por cierto, mi ancestro marino era catalán y al parecer aficionado a los toros.
República
JUAN CHICHARRO
Ha leído Vd bien. Suena extraño pero es verdad. Hubo corridas de toros en las Islas Malvinas, entonces de soberanía española, y hoy, al igual que Gibraltar, usurpadas por la Gran Bretaña.
La historia se aprende de muchas maneras pero sobre todo leyendo lo sucedido en el pasado, a ser posible en fuentes coetáneas con los hechos ocurridos. Hay muchas maneras de poder acceder a documentos antiguos. Una de ellas, cuando se trata de sucesos que hayan implicado acciones militares, es la de acudir a las hojas de servicio de los que en ese momento participaron en ellas. Constituyen éstas documentos muy fiables pues no hay duda de la seriedad y verosimilitud de lo que en ellas se puede leer.
El mes de agosto es época propicia para detenerse en la lectura de viejos legajos, ésos que andan durmiendo por las viejas estanterías y que sólo se acude a ellos de cuando en cuando.
Es así que revisando papeles, que pasaron de mi abuela a mi padre, topo con la hoja de servicios de uno de mis ancestros familiares, en concreto quinto abuelo, quien fue oficial de la Real Armada entre 1759 y 1814.
Se trata de Don Ramón Lamamie de Clairac y Vilallonga nacido en Torredembarra (Tarragona) en 1748 y fallecido en Ferrol en 1814 con el empleo de Brigadier.
La vida de este marino tan bien reflejada en su hoja de servicios, ya citada, es apasionante tal como lo fue la de la mayoría de sus coetáneos y no es mi intención describirla por extensa, si bien si destacaré que, además de liderar una importante expedición a la Patagonia, fue Gobernador de las Islas Malvinas en tres ocasiones. En 1785,1787 y 1789.
Y es aquí donde enlazo con el título de este artículo que seguramente llama la atención del lector: toros en las Islas Malvinas.
Veamos el porqué y para ello extraigo lo que escribo de documentos de la época, si bien no de forma literal para una mejor comprensión.
Corría el año 1788, en pleno periodo hispánico malvinense, siendo Gobernador del archipiélago el Capitán de fragata Don Ramón Lamamie de Clairac, cuando se produce un hecho que va a agitar la monótona y dura vida en las Islas Malvinas : la muerte de Carlos III , noticia que llega al archipiélago diez meses después .
Con motivo de la exaltación al trono de Carlos IV se celebraron ceremonias y festejos que el mismo Clairac detalla: ” se formó un capaz tablado de cuatro ochavas sostenido de 20 arcos con sus respectivas escaleras y pasamanos, y en él se levantó un dozel, ocupando el fondo en medio donde se colocó el retrato de SM “. En la capilla bien adornada e iluminada se cantó el Tedeum de acción de gracias. La jura al nuevo monarca se ejecutó el día 4 de noviembre de 1789, haciendo las funciones de Alférez Real Don José Blas. El estandarte real fue llevado a la iglesia en solemne procesión que encabezó el Gobernador seguido de toda la guarnición.
Se formó una plaza de toros improvisada. Para torear se destacaron ocho individuos, no sabemos si voluntarios, uno de matador, otro de rejoneador, dos picadores y ” cuatro chulos”, todos ellos vestidos de uniforme adecuado. Se lidiaron un total de doce toros, a razón de cuatro por tarde, los tres días que hubo corrida.
No consta en las crónicas como llegaron allí los toros ni si se cortaron orejas o se dieron vueltas al ruedo, pero no es de extrañar que hubieran pitos y aplausos habida cuenta de que ni el maestro ni su cuadrilla eran profesionales. Sin embargo, la existencia de corridas de toros en las Islas Malvinas, como parte de los festejos con motivo del advenimiento al trono de Carlos IV es un hecho histórico indubitado.
Estas tres corridas de toros en latitudes australes, las más meridionales jamás celebradas , olvidadas ya en las frías aguas subantárticas, pérdidas por los mares del Atlántico sur, acreditan que el arte de torear hunde sus raíces desde hace siglos en nuestros más profundos modos de vida y costumbres formando parte de nuestra cultura.
Ignoro si hoy los británicos practican la caza del zorro o juegan al cricket en las Islas usurpadas, pero hace tres siglos los españoles celebrábamos allí las fiestas con corridas de toros al igual que sucede hoy en todos los pueblos de España con motivo de cualesquiera fiestas patronales.
¡Ah! Y por cierto, mi ancestro marino era catalán y al parecer aficionado a los toros.
República
domingo, 7 de septiembre de 2014
sábado, 6 de septiembre de 2014
Teal Inlet
Teal Inlet / Caleta Trullo
Teal Inlet (español: Caleta Trullo) es un asentamiento en la Isla Soledad, en las Islas Malvinas, en la costa sur de aguas de Salvador. Se ve ensombrecida por la montaña de Jack
El establecimiento tuvo un papel secundario en la guerra de las Malvinas, cuando las tropas británicas, que habían establecido una cabeza de puente en las aguas de San Carlos, se dividieron en dos, con un grupo yendo a luchar en Goose Green y el otro viaja a lo largo de la parte norte de la Isla Soledad, por Teal Inlet. Teal Inlet fue utilizado como puerto de refugio por naves del 11th MCM Squadron a refugiarse de los ataques aéreos de los días durante el asalto final a Puerto Argentino.
El Sargento Mayor Pat Chapman del 45Cdo lidera la compañía de cuartel general del 45Cdo saliendo de Caleta Trullo (Teal Inlet).
Alojamiento en el establecimiento de Caleta Trullo
Soldado británico en Teal Inlet
Tropas británicas pasan por Teal Inlet camino a Puerto Argentino
Wikipedia
Teal Inlet (español: Caleta Trullo) es un asentamiento en la Isla Soledad, en las Islas Malvinas, en la costa sur de aguas de Salvador. Se ve ensombrecida por la montaña de Jack
El establecimiento tuvo un papel secundario en la guerra de las Malvinas, cuando las tropas británicas, que habían establecido una cabeza de puente en las aguas de San Carlos, se dividieron en dos, con un grupo yendo a luchar en Goose Green y el otro viaja a lo largo de la parte norte de la Isla Soledad, por Teal Inlet. Teal Inlet fue utilizado como puerto de refugio por naves del 11th MCM Squadron a refugiarse de los ataques aéreos de los días durante el asalto final a Puerto Argentino.
El Sargento Mayor Pat Chapman del 45Cdo lidera la compañía de cuartel general del 45Cdo saliendo de Caleta Trullo (Teal Inlet).
Alojamiento en el establecimiento de Caleta Trullo
Soldado británico en Teal Inlet
Tropas británicas pasan por Teal Inlet camino a Puerto Argentino
Wikipedia
viernes, 5 de septiembre de 2014
Kelpers esperan mejorar las relaciones luego que se vayan los K
En las Islas Malvinas confían en retomar la relación con Argentina con un nuevo presidente
El diputado del archipiélago Barry Elsby aseguró que hay confianza en que cuando Cristina Kirchner deje el cargo "regresen las relaciones a como se encontraban en la década del 90. Sin embargo aclaró que aunque no había una solución al tema de la soberanía, sí existía "la posibilidad de tener acuerdos comerciales con la región"
El legislador malvinense recordó que "en los 90 teníamos muy buenas relaciones con la Argentina de Carlos Menem". "Luego vino Néstor Kirchner y destruyó todos los acuerdos previos", agregó.
"El mensaje que tratamos de enviar es que las Islas Malvinas ya no son lo que eran en 1982, en la guerra. Ahora somos un país democrático y moderno. Y no somos una colonia", subrayó Elsby, quien confirmó también que a partir de 2019 empezarán a producir petróleo.
El diputado aseguró que "el futuro de nuestro comercio está en este continente" y que "no puede ser que sigamos importando productos del Reino Unido a 8.000 kilómetros cuando podríamos tener comercio con Chile de no ser por la prohibición argentina".
Sin embargo, aclaró que aunque en los 90 no había una solución al tema de la soberanía, sí existía "la posibilidad de tener acuerdos comerciales".
Como es sabido, Argentina reclama la soberanía de las Malvinas, que está en manos del Reino Unido desde 1833, pero el gobierno británico no acepta negociar y alega que la decisión corresponde a los malvinenses, los cuales en un referéndum, no reconocido internacionalmente, se pronunciaron en 2013 por seguir siendo británicos.
En abril de 1982, tropas argentinas desembarcaron en las islas, lo que desató una guerra con el Reino Unido que terminó con la rendición de Argentina en junio de ese mismo año. En el conflicto murieron 255 británicos, 3 isleños y 649 argentinos.
Infobae
El diputado del archipiélago Barry Elsby aseguró que hay confianza en que cuando Cristina Kirchner deje el cargo "regresen las relaciones a como se encontraban en la década del 90. Sin embargo aclaró que aunque no había una solución al tema de la soberanía, sí existía "la posibilidad de tener acuerdos comerciales con la región"
El legislador malvinense recordó que "en los 90 teníamos muy buenas relaciones con la Argentina de Carlos Menem". "Luego vino Néstor Kirchner y destruyó todos los acuerdos previos", agregó.
"El mensaje que tratamos de enviar es que las Islas Malvinas ya no son lo que eran en 1982, en la guerra. Ahora somos un país democrático y moderno. Y no somos una colonia", subrayó Elsby, quien confirmó también que a partir de 2019 empezarán a producir petróleo.
El diputado aseguró que "el futuro de nuestro comercio está en este continente" y que "no puede ser que sigamos importando productos del Reino Unido a 8.000 kilómetros cuando podríamos tener comercio con Chile de no ser por la prohibición argentina".
Sin embargo, aclaró que aunque en los 90 no había una solución al tema de la soberanía, sí existía "la posibilidad de tener acuerdos comerciales".
Como es sabido, Argentina reclama la soberanía de las Malvinas, que está en manos del Reino Unido desde 1833, pero el gobierno británico no acepta negociar y alega que la decisión corresponde a los malvinenses, los cuales en un referéndum, no reconocido internacionalmente, se pronunciaron en 2013 por seguir siendo británicos.
En abril de 1982, tropas argentinas desembarcaron en las islas, lo que desató una guerra con el Reino Unido que terminó con la rendición de Argentina en junio de ese mismo año. En el conflicto murieron 255 británicos, 3 isleños y 649 argentinos.
Infobae
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