sábado, 1 de febrero de 2014

Historia de Malvinas

Malvinas: Su historia 
Por el Servicio Histórico del Ejército


El descubrimiento de las Islas Malvinas se adjudicó a diferentes personas. Entre otros, se cita a Américo Vespucio (1501), a Esteban Gómez -en 1520, quien formó parte de la expedición de Magallanes al mando de la nave "San Antonio"- y a los tripulantes de una nave de la armada del obispo de Plasencia, a quienes se atribuyó la concreción del más antiguo asiento malvinense del que se tenga noticias. Respecto de estos últimos tripulantes, se dice que el 4 de febrero de 1540, hallándose en la boca del Estrecho de Magallanes, vieron "unas ocho o nueve islas" delante de la tierra que creyeron firme. Luego abordaron un lugar que llamaron puerto de las Zorras, en la Gran Malvina, donde habrían invernado.

La cartografía y las crónicas de viajes del siglo XVI registraron la existencia de las islas con diversos nombres: De Los Patos, Sansón, San Antón o Ascensión. Entre los navegantes que dieron noticias de ellas, figuraba el capitán holandés Sebald de Weert, quien el 24 de enero de 1600 las avistó, situándolas a 50° 40' de latitud Sur. Una vez en Europa, difundió su carta geográfica, por lo que al archipiélago Noroccidental, en honor a quien las registrara, se lo denominó "Sebaldinas".

El nombre Malvinas se originó en la derivación fonética española del francés "Malouines", ya que el lugar de origen de los primeros navegantes franceses que las visitaron era el puerto de Saint Malo.

Gran Bretaña atribuyó el supuesto descubrimiento y posterior desembarco, al Capitán John Strong. En efecto, el 6 de febrero de 1690, dicho capitán habría navegado el canal que separa las dos islas mayores, al que denominó "Falkland Sound", en honor del vizconde, entonces jefe del Almirantazgo. Tal nombre se extendió primero a la isla occidental, y luego a todo el archipiélago.

La jurisdicción y soberanía de España sobre las islas provenían de un título pontificio, anterior al descubrimiento. En 1493, el Papa Alejandro VI, a través de las Bulas Pontificias, asignó a España, a sus herederos y sucesores todas las islas y tierra firme descubiertas o por descubrir, hacia el Oeste de una línea ubicada a 100 leguas al Oeste de las islas de las Azores o de Cabo Verde, límite que, en junio de 1494, fue ampliado. Ello sucedió al firmarse el Tratado de Tordesillas entre los reyes de España y Portugal.

Con el propósito de proteger la integridad territorial del imperio, mantener el statu quo colonial y sostener la vigencia del principio de exclusividad en las navegaciones y el comercio, España celebró sucesivos tratados con distintas potencias, en los que éstas ratificaron el compromiso de no intervenir en el Atlántico Sur, región donde Inglaterra, especialmente, pretendía establecer una escala, antes de proceder a doblar el temido Cabo de Hornos.

La primera colonización del archipiélago malvinense la realizó Francia. En 1763, ante la pérdida de una gran parte de sus posesiones en favor de Inglaterra, el marino y militar Luis Antonio de Bougainville propuso a su gobierno una indemnización, beneficio que se retribuía con el descubrimiento de las tierras australes y de las islas que se hallaren sobre la ruta.

Esta expedición -la integraban los navíos "El Aguila" (20 cañones) y "La Esfinge" (doce cañones)- zarpó del puerto de Saint Malo en septiembre, y tras una breve recalada en Montevideo, el 3 de febrero de 1764 los marinos franceses divisaron una gran bahía en la Malvina Oriental.

El 17 de marzo, Bougainville emplazó la colonia en Puerto Luis, a una legua al fondo de la bahía, en la costa del Norte. Inicialmente, el establecimiento contó con veintinueve pobladores, entre los que se incluían cinco mujeres y tres niños. Se construyeron casas, un gran almacén y el fuerte San Luis, que poseía doce cañones puestos en batería, y tenía en el centro un obelisco de veinte pies de altura, con la efigie del rey que decoraba uno de sus lados. Bajo sus cimientos se enterraron algunas monedas con una medalla, la que tenía grabada, en una de sus caras, la fecha de la empresa, y en la otra, el rostro del rey, con la leyenda "Tibi serviat ultima Thule". El 5 de abril, Bougainville tomó posesión de todas las islas en nombre del rey de Francia.

España conoció la existencia de la próspera colonia y exigió a Francia el cumplimiento del Pacto de Familia firmado entre los Borbones, en 1761. Fue entonces, cuando el rey español convino en indemnizar a Bougainville por los gastos que le había ocasionado la fundación de la colonia.

El 1º de abril de 1767, Puerto Luis fue reintegrado a España. Ese día, los españoles enarbolaron su bandera, y desde tierra y desde los navíos, se la saludó con veintiún cañonazos tanto a la salida como a la puesta del sol. Algunas familias francesas optaron por quedarse, y el resto, incluida la plana mayor, fue embarcado en las fragatas españolas hacia Montevideo.

El 2 de abril, el Capitán de Navío Felipe Ruiz Puente se convirtió en el primer gobernador español de Malvinas. Cabe referir, que con anterioridad -el 2 de octubre de 1766- Carlos III había creado la Gobernación de las Islas Malvinas, que puso bajo dependencia del Gobernador de Buenos Aires.

Sin embargo, y a partir de 1765, Gran Bretaña renovó su interés en las islas. Ello sucedió cuando una expedición al mando del Comodoro John Byron, que arribó al Atlántico Sur con la misión de reconocer lugares convenientes para establecer una o varias colonias, exploró las costas de la Malvina Occidental, y se asentó en un lugar que el jefe inglés bautizó "Puerto Egmont", en honor al entonces primer Lord del Almirantazgo. En nombre de su rey, tomó entonces posesión de este punto e islas vecinas, y luego siguió viaje rumbo al estrecho de Magallanes.

El 8 de febrero de 1766, otra expedición a las órdenes del Capitán John Mc Bride arribó a Puerto Egmont, donde estableció un torreón de defensa. Mc Bride traía instrucciones de "evitar cuidadosamente toda medida de hostilidad o violencia en el caso de encontrar pobladores de otras nacionalidades". El 6 de diciembre, los ingleses descubrieron Puerto Luis, e intimaron a su jefe la entrega del establecimiento. Ante la negativa de éste, se alejaron de inmediato.


Ante tales sucesos, Carlos III, por Real Orden del 25 de febrero de 1768, ordenó al gobernador de Buenos Aires, Francisco de Paula Bucareli, que efectuara el desalojo de los ingleses de Puerto Egmont.

Bucareli confió esa tarea al Mayor General de la Armada Real, Capitán de Navío Juan Ignacio de Madariaga. De Montevideo y para alcanzar dicho objetivo, partieron las fragatas "Santa Rosa", "Industria", "Santa Bárbara" y "Santa Catalina" y el chambequín "Andaluz". En estos navíos iban embarcados 1.500 hombres, entre granaderos, fusileros y artilleros. El 4 de junio de 1770, la flota fondeó en la bahía de Puerto Egmont, y Madariaga conminó al jefe de la guarnición a abandonar la plaza.

Sin mayor resistencia, la guarnición inglesa se rindió el 10 de junio, y la estratégica base quedó a cargo de un destacamento español. Producido este hecho, Gran Bretaña exigió a España una reparación por el ultraje inferido a su dignidad, atacada -según su gobierno- en una situación de paz. El arreglo de devolución, que estuvo precedido por tensas tratativas en las que Francia intervino como mediador, se concertó en Londres, el 22 de enero de 1771, con la firma de la "Declaración de Masserano". Por medio de este documento, el rey español se comprometía a restituir a su par inglés, la posesión del puerto y fuerte Egmont, pero con la reserva de soberanía española que fue aceptada plenamente por aquel país. Al volver la situación al estado anterior al 10 de junio de 1770, quedaba en evidencia, sin duda alguna, la precariedad de la ocupación inglesa.

Por convenio privado, la Corte de España impuso que la retirada inglesa de las islas se efectuara tan pronto como fuese conveniente, una vez restituido el puerto a los ingleses, hecho que se produjo en septiembre de 1771.

En mayo de 1774, se llevó a cabo la evacuación, episodio que se concretó de manera voluntaria y silenciosa. Los ingleses dejaron una placa de plomo -la placa del Teniente Clayton- con la leyenda "Las islas Falkland son del derecho y propiedad exclusivo del Rey Jorge III", símbolo que fue retirado por las fuerzas españolas, y luego llevado a Buenos Aires.

España, entonces, como única soberana, ocupó todo el archipiélago, y desde el 2 de abril de 1767 hasta 1811, ejerció indiscutiblemente su soberanía sobre él, a lo largo del desempeño de una veintena de gobernadores. En 1811, la soberanía de España fue desplazada por el gobierno que surgió de la Revolución de Mayo. El 13 de febrero, por orden del gobernador de Montevideo, Gaspar de Vigodet, las fuerzas apostadas en Puerto Soledad -al mando del gobernador Pablo Guillén Martínez- fueron trasladadas a esa ciudad.

Con el proceso de independencia, las nuevas repúblicas, constituidas a partir de la transformación política del antiguo imperio español, poseyeron el derecho a tener por límites los de las primitivas unidades administrativas. En consecuencia, las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur formaron parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata, hoy República Argentina.

Por consiguiente, desde el 6 de noviembre de 1820 hasta el 3 de enero de 1833 -momento de la usurpación inglesa- la Argentina tomó posesión, mantuvo y reafirmó su soberanía en el archipiélago en distintas ocasiones.

El 6 de noviembre de 1820, ante instrucciones del gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez, el Capitán David Jewett -comandante de la nave "Heroína"- ratificó, en una ceremonia de carácter formal los legítimos derechos argentinos, e izó la bandera nacional en Puerto Soledad, saludándola con veintiún cañonazos. Asimismo, distribuyó una carta circular entre los capitanes de los casi cincuenta buques anclados en las caletas próximas, donde les participaba la toma de posesión del archipiélago en nombre del Gobierno de las Provincias Unidas de Sudamérica. Cabe destacar que este documento fue difundido también por la prensa europea.

En agosto de 1823, el gobierno concedió a Jorge Pacheco, el usufructo del ganado lanar salvaje que poblaba las Malvinas, pero éste, desalentado por el mal comienzo de la explotación, vendió los derechos a Luis Vernet, quien llegó en 1826 para arraigarse en Puerto Soledad junto con su esposa María Sáenz.

El 10 de junio de 1829, el Gobernador delegado, Martín Rodríguez, instituyó la Comandancia política y militar de las islas Malvinas, con sede en la isla Soledad, y con un área que se extendía hasta el Cabo de Hornos, en el Atlántico. Luis Vernet ejerció el cargo de Gobernador desde el 29 de agosto de ese año, y se aplicó a la tarea de hacer cumplir los reglamentos sobre pesca de anfibios, que realizada en forma indiscriminada por parte de los loberos y balleneros extranjeros, constituía un grave problema.

Sin embargo, el pago por derecho de anclaje fue sistemáticamente eludido por los balleneros. En agosto de 1831, tras un incidente con tres pesqueros norteamericanos, Vernet se retiró a Buenos Aires, donde arribó con la goleta "Harriet" -cuyo cargamento había incautado- con el fin de someter el caso al fallo del Tribunal de Presas.

En dicha ocasión, el cónsul norteamericano en Buenos Aires desconoció el derecho argentino a reglamentar la pesca en las Malvinas. A fines de ese año, personal de la corbeta de guerra "Lexington", de la Armada de los Estados Unidos, incursionó en Puerto Soledad al mando del Capitán Silas Duncan y cometió hechos gravísimos: se saquearon los bienes y las propiedades, se destruyeron las instalaciones de artillería, y los principales pobladores fueron conducidos a Montevideo.

La acción cometida por Duncan causó conmoción en Buenos Aires. En junio de 1832, el nuevo Encargado de Negocios norteamericano, Francis Baylies, siguiendo instrucciones de su gobierno, exigió la desautorización de Vernet, la devolución de los bienes incautados por él, y el pago de una indemnización. A su vez, puso en duda la legitimidad de los títulos de soberanía argentina. Ante tales circunstancias, el gobernador, Juan Manuel de Rosas, lo declaró "persona no grata" y le extendió los pasaportes correspondientes.

La Argentina inició ante el gobierno norteamericano, el reclamo por las pérdidas sufridas. En 1838, Carlos de Alvear presentó la primera queja en Washington. Téngase en cuenta, al respecto, que nuestra representación diplomática en ese país, sólo fue cubierta a partir de ese año. Y fue recién el 4 de diciembre de 1841, cuando aquel gobierno consideró que no debía dar una respuesta a la queja presentada, porque el derecho argentino a la jurisdicción sobre las islas, era disputado por otra potencia, y una respuesta en esas circunstancias, hubiera implicado un desvío de la que hasta entonces había sido su política cardinal.

Hacia fines de 1885, el Ministro Vicente Quesada renovó el desacuerdo argentino ante el Secretario de Estado Tomás F. Bayard, quien reafirmó la posición de su gobierno sobre el asunto, cuyo término sólo encontraría solución, siempre que Gran Bretaña reconociera la soberanía argentina sobre las Malvinas.

El 18 de marzo de 1886, en comunicación al gobierno argentino, Bayard consideró inaplicable la llamada "doctrina Monroe" al caso Malvinas. Y hasta la fecha, el gobierno estadounidense no ha dado las satisfacciones debidas por este vandálico proceder.


Usurpación inglesa 

El gobierno inglés tenía noticias sobre el estado y población de las Islas Malvinas, datos que le fueron aportados por el Capitán Fitz Roy, luego de su periplo al Sur, en 1829. Entonces, Gran Bretaña emprendió, nuevamente, la posesión de las islas, como una escala para descanso y abastecimiento, en la ruta de navegación hacia Australia y Tasmania por el cabo de Hornos o por el estrecho de Magallanes.

Prologada por el atentado de la "Lexington", la invasión inglesa quedó a cargo del Capitán John James Onslow, quien el 2 de enero de 1833, al mando de la fragata "Clío", se lanzó al ataque de Puerto Soledad. Poniendo en práctica su estrategia, penetró en la bahía, donde se encontraba la goleta argentina "Sarandí", al mando del Teniente Coronel José María Pinedo, a quien le comunicó las órdenes del Almirantazgo, consistentes en tomar pronta posesión de las islas.

Pinedo atinó a dejar sentada una protesta formal y designó un representante. Pero se embarcó en la goleta y regresó con su gente a Buenos Aires, donde fue sumariado por no resistirse de manera apropiada a la usurpación. Días después, fondeó en la bahía la goleta "Beagle", cuyo comandante era Fitz Roy.

Esta nueva situación llevó a la colonización permanente de las islas y al desmembramiento de la unidad territorial argentina. En Puerto Soledad, los ingleses hicieron uso de las instalaciones y de la mano de obra contratada por la empresa Vernet. Con el pretexto de estar bajo dominio británico, el encargado de los almacenes, William Dickson, irlandés, rechazó los vales firmados por el ex gobernador, que los peones argentinos recibían como pago de salarios. Además, el capataz Juan Simon, francés, junto con Mateo Brisbane, ex mayordomo de Vernet, pretendieron incrementar el trabajo del personal argentino.

Tres gauchos y cinco indios charrúas, conducidos por Antonio Rivero, se sublevaron, y luego de una corta lucha en la que murieron Brisbane, Dickson y Simon, tomaron la casa de la Comandancia, el 26 de agosto de 1833. Arriaron entonces la bandera inglesa, e izaron el pabellón nacional que, por casi seis meses, ondeó en Puerto Soledad.

En enero de 1834, dos embarcaciones inglesas arribaron al puerto. El Teniente de Marina Henry Smith, nombrado Comandante de la isla, izó nuevamente la bandera inglesa e inició la persecusión de los sublevados. De a uno, los gauchos cayeron en manos de los invasores. Rivero, solo, sin resistencia, se entregó el 18 de enero.

Los prisioneros fueron remitidos a Gran Bretaña para ser procesados. Sin embargo, el gobierno inglés permitió su regreso, pues consideró que los hechos no habrían ocurrido en territorio de la Corona.

Mientras tanto, los sucesos sobre el desalojo argentino de Malvinas fueron puestos en conocimiento de las autoridades bonaerenses, en un detallado informe presentado por Pinedo. El gobierno de Buenos Aires, encabezado por Juan Ramón Balcarce, inició el reclamo por el atropello. Ello se hizo ante el Encargado de Negocios británico, Philip Gore, mientras que el 24 de abril, el Ministro Plenipotenciario Dr. Manuel Moreno, pidió a la Corte de Londres una explicación oficial sobre la ocupación de las islas.

El gobierno británico avaló la actuación de Onslow. Moreno presentó una Memoria-Protesta el 17 de junio -impresa en inglés y en francés- y a fines de ese año, difundió un folleto en inglés denominado "Observaciones sobre la ocupación por la fuerza de Malvinas por el Gobierno Británico en 1833", destinado a divulgar el problema suscitado entre los círculos diplomáticos europeos. Pero en 1842, Inglaterra dio por terminada la cuestión, y estableció en las islas una administración civil, dirigida por un gobernador.


Revista del Suboficial

viernes, 31 de enero de 2014

El Gaucho Rivero

Las Malvinas de Rivero
Toda la historia que engloba este personaje
 
Autor: Rolando Mendez 
Fecha de publicación: 13/07/2005 


Me encontraba trabajando en mi casa, mientras escuchaba la radio. En ella un conocido historiador comenzó su relato sobre un hecho acontecido hace ya mas de ciento setenta y dos años en las Islas Malvinas. Como todo lo que tiene que ver con nuestras islas me atrae me dispuse a prestar atención. 

El tono del relato estaba expresado como un hecho de color con cierto romanticismo y un toque de patriotismo, ocurrido pocos meses después de que se produjese el desalojo y la usurpación de las islas por parte del Reino Unido. 

De lo que oía me sorprendieron dos cosas: en primer lugar el relato me hacía suponer que a todas luces lo ocurrido en 1982 no representaba la primera reconquista Argentina de nuestras islas, sino la segunda. El otro aspecto que me sorprendió fue el hecho de que estaban mencionando un apellido que se corresponde con la denominación de la calle en donde vivo, y que nunca tuve idea de porque mi calle se llamaba de esa manera: Rivero. 

El relato ameno más lo que se decía me atrapó. Pero como todo lo que a uno le gusta y disfruta pasa rápido, cuando el historiador se despidió me quedé con la sensación de poco. La curiosidad ya había prendido en mí, y me propuse buscar mas datos sobre este tema. 

Luego de un tiempo comencé mi búsqueda y note que sería difícil. Disponía de muy poco como para tener una idea concreta de lo que había pasado tanto tiempo atrás. Perseverar dio sus frutos y al fin encontré lo que estaba buscando. Me di cuenta que las cosas no fueron tanto como parecían, pero que existen hechos documentados que merecen ser contados para aprender de ellos. 

He aquí la historia. 

Malvinas entre 1811 - 1831 

Para poder entender lo que sucedió en las islas en el espacio de tiempo entre agosto de 1833 y marzo de 1834, es necesario conocer como era el estado de cosas durante el periodo anterior. He aquí una pequeña reseña. 

El 13 de febrero de 1811 zarpa de Malvinas el bergantín Galvez, llevando a bordo a Pablo Guillen, gobernador de las islas nombrado por las autoridades españolas, y un grupo de cuarenta y seis hombres que residían con él en Puerto Soledad. Con esta evacuación, se termina el capítulo de dominación española de Malvinas. 

Durante los siguientes nueve años, las islas no tuvieron gobierno ni población estable en ella. Solo era habitada temporalmente por las tripulaciones de los barcos balleneros y de aquellos que se dedicaban a la caza comercial de focas y lobos marinos, de diversos orígenes, aunque en su mayoría eran norteamericanos e ingleses. 

El 6 de noviembre de 1820 la fragata Heroína al mando del coronel de marina David Jewet, cumpliendo ordenes emanadas del gobierno de Buenos Aires, desembarco en Puerto Soledad, izó la bandera Argentina y emitió una proclama que distribuyo a todos los capitanes de los barcos anclados, estableciendo la denominación de las islas en que se encontraban, y la nación a la que estas pertenecían. 

Hacia 1823, Buenos Aires ya había proclamado leyes que regulaban la caza y pesca en el archipiélago. El 23 de agosto de ese año, la legislatura provincial de Buenos Aires (que legislaba sobre las islas) otorga la concesión para la crianza de ganado vacuno y la explotación de lobos marinos en la isla Soledad a un tal Jorge Pacheco. 

Durante los primeros años de la concesión, la tarea realizada por Pacheco fue ninguna. Hacia 1825 el concesionario se asoció con un inmigrante que había arribado a Buenos Aires pocos años atrás, de nombre Luis Vernet. 

Vernet era ciudadano alemán, descendiente de franceses, nacido en la ciudad de Hamburgo en 1792. Su profesión era comerciante. Llego a Buenos Aires en 1817 y poco o nada se conoce de sus actividades en nuestro país hasta que entablo relaciones comerciales con Pacheco. Es un hecho que Vernet fue el motor que impulso la puesta en practica de lo que hasta ese momento era una concesión que solo constaba en los papeles. 

En enero de 1826 el alemán zarpó de Buenos Aires en un bergantín alquilado con el objeto de ocupar Puerto Soledad y establecer allí un establecimiento ganadero y lanero. Embarco ganado, caballos, peones y herramientas de trabajo. 

El crudo invierno en Malvinas pronto comenzó a alterar los ánimos de la peonada. El trabajo durísimo y las condiciones extremas de vida fueron los detonantes de varios motines de los peones que Vernet logró controlar. Y es que no existía otra alternativa mas que soportar la vida que se tenía. 

La fuerza de trabajo estaba compuesta por paisanos contratados en Buenos Aires. La mayoría de ellos eran más gauchos que paisanos (los paisanos que lean esto entenderán perfectamente lo que digo). Todos eran gente de campo analfabeta, acostumbrada a los trabajos duros y las privaciones, pero no a los rigores del clima de Malvinas. 

Antonio Rivero nació el 7 de noviembre de 1808 en Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Se crío en el campo, entre peones. Frecuentaba y compartía las reuniones de sus pares. El tiempo hizo de él un gaucho peleador, de vida nómada y solitaria. Vaya uno a saber porque, las vueltas de la vida lo trajeron a Buenos Aires y fue contratado por Vernet. Lo cierto es que Rivero forma parte de este primer contingente de peones que arriba a las islas, siendo aún un adolescente. 

Tres años después de su arribo, el establecimiento de Vernet prosperaba. De las ruinas abandonadas de Puerto Soledad, este grupo de hombres habían edificado un lugar con muy duras condiciones de vida, pero donde se podía vivir aceptablemente, como así también un lugar que para los gauchos no presentaba problemas con la autoridad. Hasta ese momento Vernet y los hombres habían convivido juntos. Y si bien el establecimiento era prospero, lejos estaba de ser poco mas que un emprendimiento comercial. 

El 10 de junio de 1829, el general Martín Rodríguez, gobernador de Buenos Aires (de quien dependían políticamente las islas), crea por decreto la Comandancia Civil y Militar de las Islas Malvinas y sus adyacencias. El decreto también establece la figura del gobernador, recayendo sobre Vernet tal nombramiento. 

Durante su estadía en Buenos Aires previa al nombramiento, Don Luis busco socios comerciales que invirtieran su dinero en el establecimiento insular, entre los cuales se encontraba Woodbine Parish, el encargado de negocios británico en Buenos Aires (que por aquel entonces también oficiaba como la representación política de su majestad en nuestro país). Este se negó a entablar negocios, pero de estos encuentros nació una buena amistad entre los hombres, representada por el intercambio de correspondencia epistolar. 

Sin embargo, el cargo de funcionario argentino que Vernet ostentaba era solo una fachada. En la practica, Don Luis seguía siendo un comerciante que no poseía grandes ideales nacionales. Para el resto del mundo él era un funcionario publico del joven estado argentino, mientras que en su interior el cargo que ostentaba solo se utilizaría en la medida que no interfiriera, o bien que favoreciera, a sus ambiciones comerciales. 

Prueba de ello es el hecho que las cartas que Vernet enviaba desde las islas al señor Parish ostentaban el remitente "Falkland Islands" en lugar de Islas Malvinas, como correspondería a toda correspondencia que provenga del gobernador de este territorio. 

La nueva situación jurídica del archipiélago mas los oficios comerciales de su gobernador atrajeron a colonos extranjeros a las islas. Españoles, ingleses, franceses, escoceses y alemanes quienes poco mas de un mes después del decreto de Rodríguez arriban a Puerto Soledad junto a Vernet y su familia. Para esta fecha la esposa de Vernet estaba embarazada de Malvina, una niña que nacería en Puerto Soledad el 5 de febrero de 1830. 

El aumento de la población exigió y motivo que la nueva pequeña sociedad isleña se modificase. Se instalo una despensa (similar a lo que sería los almacenes de ramos generales del continente), y se instituyeron nuevos cargos, pero siempre sobre la base de mejorar el negocio de Vernet. Es así que no se nombraron ministros, o secretarios de gobierno, pero si nuevos capataces de los obreros, responsables del comercio con el continente y el exterior, y pilotos de puerto para facilitar el ingreso a la bahía de los barcos comerciales en donde se encontraba la población. 

Los paisanos y gauchos que habían llegado tres años antes y empezaron desde la nada fueron testigos de cómo extranjeros cuyo único valor era el dinero que invertían comenzaban a darles ordenes y se mofaban de su "superioridad europea". 

En esta segunda etapa de la colonización llegan entre otros Matthew Brisbane, William Dickson, Don Ventura Pasos, Antonio Vehingar (alias Antonio Wagner); Juan Simon y Thomas Helsby, todos ellos protagonistas principales del drama que ocurriría. Dadas como estaban las cosas, durante los próximos dos años la nueva sociedad prosigue con sus vidas con toda la calma y tranquilidad que les permitía el clima y las privaciones de las islas. 

Vernet era el gobernador-dueño-jefe, Brisbane era el que proveía los conocimientos para navegar las islas, Dickson el encargado de la despensa, Simon era el capataz a cargo de los obreros, Pazos y Vehingar eran colonos, y Rivero y el resto de los gauchos, paisanos e indios, seguían siendo la fuerza de trabajo. 

El comienzo de la tragedia 

En las décadas de 1820 - 1850, se consideraba al Océano Atlántico Sur como la fuente de dos beneficios. 

El primero tiene que ver con la navegación entre océanos. El canal de Panamá no existía, y el único medio natural para llegar desde el Atlántico hasta el Pacifico era el Cabo de Hornos, bien a sur de nuestra Patagonia. Los barcos que se aventuraran en este peligroso pasaje encontraban en las Malvinas un excelente punto de escala, para reparar sus naves, aprovisionarse y descansar antes de la travesía. 

El segundo beneficio que brindaba el Atlántico Sur es el hecho de que esta porción de océano representaba una excelente fuente de materia prima para los pescadores, cazadores de ballenas y focas, actividad que en ese momento estaba en auge. Las islas ofrecían las mismas comodidades a los navegantes-cazadores que navegaban en sus cercanías que a aquellos cuyo propósito consistía en llegar al Pacifico. 

Pero para los pescadores y cazadores las islas ofrecían una ventaja adicional, que consistía en la falta de medios políticos y materiales que el asentamiento poseía para controlar y hacer respetar las leyes del nuevo estado en ejercicio de la soberanía sobre el océano donde actuaban. Para estos barcos era imposible hacerse a la mar desde la zona sur hasta sus bases sin hacer varias escalas. 

De hacerlo en Buenos Aires o sus cercanías, corrían el riesgo de que se les incautara su carga, o en el mejor de los casos, se les obligaría a pagar tributo por sus actividades. En cambio en Malvinas, la pequeña población rural representaba un alto mucho mas accesible y sobre todo menos peligroso (comercialmente hablando) a sus propósitos. 

Todo eso cambió con la promulgación del decreto de creación de la comandancia Malvinas. Los barcos que llegaban a Puerto Soledad con las bodegas cargadas de peces, ballenas y focas eran recibidos por el ahora Gobernador del Archipiélago, quien en calidad de tal, estaba facultado y exigía el tributo correspondiente, a lo que podía sumarse un adicional en concepto de multa por operar sin la autorización pertinente. 

Obviamente que dichos tributos eran recaudados para el tesoro de la gobernación o, lo que era lo mismo, para el tesoro de Vernet. 

El 31 de Agosto de 1831 tres goletas balleneras norteamericanas, las Harriet, Breackwater y Superior llegan a Puerto Soledad. Inmediatamente Vernet ordena incautar el cargamento de estas y solicita el pago de derechos de caza. Con una de las embarcaciones se llega a un acuerdo, otra logra escapar y la tercera, la Harriet, es requisada y llevada a Buenos Aires. En ella viajaban Vernet y toda su familia junto al capitán del navío, Gilbert Davidson. El objetivo del viaje es someter a Davidson a juicio. 

Cuando George Slacum, quien era el cónsul norteamericano en nuestro país, es notificado de los hechos, informa a su gobierno, y al mismo tiempo ordena al capitán Silas Duncan, de la fragata de guerra norteamericana Lexington, la cual se encontraba anclada en Buenos Aires, que zarpe lo mas rápido posible hacia las Malvinas con el objeto de reparar los daños "tan injustamente sufridos por los ciudadanos de su país". 

Duncan zarpa el 9 de diciembre y arriba a las Malvinas en la noche del 28 del mismo mes. No existía en él la voluntad de parlamentar o solucionar las cosas pacíficamente, ya que las medidas que adopta son enarbolar la bandera francesa para ocultar su verdadera identidad, y procede a arrasar con su artillería al poblado, tomando prisioneros a varios colonos. Se queda 22 días en la isla, tiempo en el cual ocupa edificios, destruye las armas pesadas de defensa de la población, saquea la despensa y destruye las pequeñas plantaciones de los colonos. 

Como acto final, invita a todos los colonos a regresar a Buenos Aires y muchos aceptan. A través de ellos se le hace llegar el mensaje a Vernet (quien había retornado de las islas en el ballenero Harriet) de que si regresaba a las Malvinas sería ejecutado. 

A partir de esto, las islas fueron constantemente visitadas por navíos norteamericanos que se dedicaron a la piratería. Las goletas Dash, Susannah Ann y Exquisite atracan en reiteradas oportunidades Puerto Soledad, y adyacencias saqueando el poblado, matando animales y abusando de las mujeres. 

En cuanto al "gobernador" Luis Vernet, ya sea por las amenazas de Duncan, o por considerar que el establecimiento en las islas ya no era rentable, o bien por ambos motivos, renuncia a todos sus títulos y nunca mas pisara el suelo de Malvinas. Sus días terminaran en 1872, a los ochenta años de edad, en la quinta de su propiedad en la localidad de San Isidro, a la que llamo "Las Acacias", que luego de su muerte fue rebautizada como "Las Malvinas". 

Malvinas después de Vernet 

Con la renuncia de Vernet, el 10 de septiembre de 1832 se designa al Sargento Mayor de artillería José Esteban Mestivier (bien pudo llamarse Juan Francisco Mestivier) como el nuevo gobernador civil y militar. 

Con el objeto de llevar a Mestivier a las islas se comisiona a la goleta de guerra "Sarandi", al mando del Teniente Coronel de Marina José María de Pinedo. El nuevo gobernador estaba acompañado de su esposa, que estaba embarazada, y de 26 soldados. Otras fuentes mencionan que además de los soldados fueron embarcadas 50 familias de colonos y presos comunes. 

Pero yo creo que, en virtud del número de pobladores que se encontraban en las islas al momento de la invasión británica, en la Sarandi no viajaron colonos ni presos, o bien los presos que se mencionan recibieron el grado de soldados, lo cual era algo común en esa época. 

El 7 de octubre de ese año, la Sarandi llega a Puerto Soledad. Encontraron los despojos de lo que fuera la colonia de Vernet, luego de los reiterados actos de piratería norteamericana. Nadie en las islas conocía ni a Mestivier ni a Pinedo, y si acataron las nuevas directivas emanadas de Buenos Aires solo se debió al respaldo armado que estos traían consigo. 

Habían sufrido numerosos atropellos, y en todos los casos ningún funcionario del gobierno central estuvo allí para hacerse cargo de la situación. Aprendieron de la peor manera como seguir viviendo, contando solo con sus propios recursos. 

A un mes de iniciar su mandato, Mestivier ordenó a Pinedo que patrulle las costas de las islas y de la Patagonia en busca de barcos pesqueros ilegales y piratas. El 21 de noviembre zarpa la Sarandi de Puerto Soledad y regresa el 30 de diciembre, con el objeto de pasar el fin de año en tierra. Pero al desembarcar, Pinedo encuentra al asentamiento nuevamente sumido en el caos. 

Seis días antes de su arribo un suboficial y seis soldados se sublevan y asesinan a Mestivier y a una familia de colonos, roban caballos y huyen al interior de la isla. El oficial a cargo del pequeño destacamento no hace nada para evitar los crímenes. Y no solo eso, sino que además obliga a la viuda de gobernador asesinado (que continuaba con su embarazo) a convivir con él. Nuevamente, los viejos habitantes del establecimiento observan como su vida se transforma. 

Juan Simon organiza un grupo integrado por soldados leales y habitantes permanentes y sale a la búsqueda de los delincuentes. Al ser arrestados son llevados al poblado y encerrados en la bodega de una goleta inglesa anclada en el puerto. Así como estaban la cosas, Pinedo toma el mando de la gobernación e inicia los preparativos para juzgar a los asesinos. 

Llegan los ingleses 

Tres días después de que Pinedo regresara del patrullaje, de que encontrara a la población revolucionada, de que se hiciera cargo del gobierno y comenzara a imponer cierto orden, el 2 de enero de 1833 arriba a Puerto Soledad la fragata de guerra inglesa "Clio", al mando del capitán John James Onslow, quien tenía órdenes del almirantazgo británico de conquistar las islas "utilizando los medios que considere necesarios". 

Onslow se reúne con Pinedo y lo intima a que al día siguiente arríe el pabellón nacional y se retire con su nave del archipiélago. El teniente coronel se reúne en consejo con los miembros de la comunidad, y no encuentra apoyo suficiente como para ejercer la defensa. Por otro lado, los medios de lucha que disponía eran insuficientes frente al que los ingleses ostentaban para respaldar sus acciones. 

Ante esta situación el gobernador argentino accede al pedido del invasor. Al día siguiente, Onslow arría el pabellón argentino y enarbola el inglés. Ordena que la bandera arriada sea prolijamente doblada y la entrega a Pinedo con una nota en la que expresa: "Haberse encontrado esa bandera extranjera en territorio de su Majestad Británica". 

El penúltimo acto oficial de Pinedo como gobernador, fue redactar un acta de manera secreta, nombrando a Juan Simon como Comandante político y militar argentino del archipiélago. El último acto oficial fue leerle a Simon el acta ya que el francés, capataz de los peones, era analfabeto. 

El 5 de enero de 1833, la Sarandi zarpa con destino a Buenos Aires. A bordo se encuentra su capitán, la milicia leal, los militares que asesinaron a Mestivier y algunos colonos que fueron invitados a regresar al continente y que aceptaron. En Puerto Soledad queda la Clio con toda su tripulación, mientras que el número de habitantes permanentes se reduce a unos 26 habitantes, entre los que se encuentran los peones que llegaron en 1826, los extranjeros que llegaron en 1829 y que alguna vez fueron empleados de Vernet, y un reducido número de colonos. 

El capitán Onslow tenía ordenes de tomar las islas, mas no tenía ordenes de quedarse en ellas y establecer gobierno alguno. Doce días después de haber cumplido lo ordenado zarpa en su barco. Solo se limita a designar como administrador interino y representante de su Majestad británica en las islas a Matthew Brisbane, que era lo mas parecido a un inglés con que contaba la reducida población insular, ya que era escocés. 

El otro nombramiento recayó sobe el irlandés William Dickson, que fue nombrado como el "Encargado de la Bandera". Su función era la de izar y arriar la bandera británica todos los domingos, o bien cada vez que se avistara la aproximación de un barco al puerto. 

El nuevo orden de cosas 

Para los isleños, la vida luego de la partida de los funcionarios argentinos y de los militares ingleses no sufrió cambios notables, con la excepción de que la bandera en el mástil no era celeste y blanca, sino azul, roja y blanca. 

Los colonos siguieron siendo colonos, los comerciantes, comerciantes; y los peones, peones. La población extranjera continuaba siendo la que impartía las ordenes, y los gauchos e indios los que obedecían. 

Estaban acostumbrados a no tener gobierno, a sentirse olvidados por el mundo y a tratar de sobrevivir entre saqueos, asesinatos y privaciones, sean estos perpetrados por argentinos, ingleses o norteamericanos. 

Simon seguía siendo el capataz. Y como tal su función incluía la de distribuir las tareas, establecer los limites dentro de los cuales la peonada se desenvolvía y liquidar los haberes de los peones. 

Dickson era el proveedor de insumos esenciales. Era el administrador de un pequeño monopolio al que todos los habitantes de las islas debían recurrir. Además era letrado, lo cual lo convertía en el "dueño del lápiz". 

Pero ni Dickson ni Simon desconocían que existía un conflicto de intereses entre ellos. Y ambos se necesitaban entre sí, ya que cumplían funciones vitales en la pequeña comunidad. Las diferencias entre ellos sobre quien representaba la autoridad en las islas repercutían sobre los que eran considerados como la clase baja en la población, ósea los peones que formaban toda la fuerza de trabajo del establecimiento. 

Por un lado, Simon pagaba con vales a los peones, los que eran utilizados por estos para adquirir lo necesario para vivir en la despensa de Dickson. Por otro lado, el capataz había prohibido enfáticamente la matanza y faenamiento de animales domésticos. 

Pero con el nuevo estado de cosas, Dickson comenzó a dudar del valor de los vales de Simon, ya que el respaldo de dichos papeles era Vernet, y este ya hacia mucho tiempo que se había desvinculado de la isla y sus emprendimientos. En primera instancia tomo la decisión de rechazarlos. Ante la insistencia de los trabajadores y su capataz, el despensero optó por aceptar los vales, pero a un valor mucho menor que el nominal. 

Los trabajadores se encontraban en una encrucijada. No podían obtener alimentos, ni ropas adecuadas porque sus sueldos no les alcanzaban. Tampoco podían matar ganado domestico porque estaba prohibido. El único recurso con que contaban era la caza de animales cimarrones, pero para ello había que recorrer campo, y con las temperaturas de las islas todo se tornaba casi imposible. 

Paso el verano, el otoño y parte del invierno. La situación de los trabajadores se torno insostenible. Ninguna de las partes ofrecía soluciones, ni tampoco poseían los medios intelectuales como para solucionar pacíficamente sus diferencias. Hasta que se desencadeno la tragedia. 

Relato del colono Thomas Helsby, traducido del inglés 

El 26 de Agosto de 1833 el asentamiento de Port Louis, Bahía de Berkley, de la isla Falkland del este, estaba compuesto por las siguientes personas: Capitán Matthew Brisbane; Thomas Helsby, William Dickson, Don Ventura Pasos, Charles Russler, Antonio Vehingar (conocido en Buenos Aires como Antonio Wagner); Juan Simon; Faustin Martinez, Santiago Lopez, Pascual Diego Manuel Coronel, Antonio Rivero, José Maria Luna, Juan Brasido, Manuel Gonzalez, Luciano Pelores, Manuel Godoy, Felipe Salagar, un tal Latorre, cinco indígenas de origen Charrúa enviados por el Gobernador de Montevideo, Antonina Roxa, Gregoria Madrid, Carmelita y sus dos niños, el Capitán de la goleta Unicorn William Low junto a su tripulación (que eran residentes temporales); Henry Channen, Juan Alimenta, Daniel Mackay, Patrick Kermin, Samuel Pearce, George Hopkins, José Douglas, Francis Marchedo y José Manuel Prado. Asimismo dos hombres de color, uno de ellos tripulante del Unicorn (conocido como Juan Honesto) y otro que era tripulante de la goleta estadounidense Transport 1, conocido como Antonio Manuel. 

En la mañana de ese día, el capitán Low salió de la colonia en un barco ballenero con el propósito de navegar cerca de las rocas del norte y del sur de la entrada de la Bahía de Berkley. Llevaba una tripulación de cuatro personas: Faustin Martinez, Francis Marchedo, José Manuel Prado y el hombre de color conocido como Antonio Manuel. 

Cerca de las 10 horas de ese mismo día camine desde la casa del Capitán Brisbane hacia la tienda del asentamiento con el propósito de obtener aceite, de manos de William Dickson, al que encontré junto a Henry Channen, Daniel Mckay, y José Douglas, en la casa de Antonio Wagner. 

Inmediatamente retorné hacia el mástil de la bandera (NdeT: el término "mástil de la bandera" se refiere a la administración del pueblo) con Henry Channen, dejando a las 3 personas arriba mencionadas con Antonio Wagner en su casa. Cuando hube pasado la casa de Santiago Lopez, me encontré con Antonio Rivero, José Maria Luna, Juan Brasido, Manuel Gonzalez, Luciano Flores, Manuel Godoy, Felipe Salagar y Lattorre, corriendo hacia mi, armados con mosquetes, espadas, pistolas, cuchillos y dagas. 

Era muy evidente que iban a matar a alguien, así que me dirigí hacia la casa del capitán Brisbane con el propósito de informarle lo que estaba sucediendo. Al llegar quede alarmado al encontrar las puertas cerradas y luego de golpear varias veces fui sorprendido al enterarme por parte de dos de las mujeres que habían sido asesinados por los ocho antedichos hombres el Capitán Brisbane y Juan Simon, mientras que Don Ventura Pasos había sido dado por muerto, y presentaba una herida de bala de mosquete en la garganta, un corte abierto en la cabeza, y su mano casi había sido arrancada de un espadazo, logrando este escapar por una ventana trasera y llegando a la casa de Antonina Roxa distante unas 50 o 60 yardas. 

Desde donde me encontraba pude escuchar dos disparos de mosquete que provenían de la casa de Antonio Wagner. Uno de ellos mato a Wagner y el otro a William Dickson, siendo testigos de esto dos miembros de las tripulaciones de los botes, José Douglas y Daniel Mckay. 

Luego, ellos (los asesinos) retornaron a la casa del capitán Brisbane. Al no encontrar el cuerpo de Don Ventura Pasos, lo buscaron. Cuando este fue descubierto corrió. Cuando lo vi nuevamente él había sido asesinado por dos o tres disparos de mosquete. 

Al ser informado por una de las mujeres de lo que estaba ocurriendo, me prepare para escapar corriendo hacia el campo, pero fui visto por Felipe Salazar, quien me persiguió de a caballo. Al ver que era imposible evadirlo camine hacia él, que tenia una espada en su mano. Me condujo hacia la parte sur del muro del jardín y pude ver a donde se encontraban los restantes siete hombres, los que cruzaron el jardín y se acercaron a mí para dispararme, ordenándome que me alejara del muro para concretar su propósito. 

En ese momento discutieron entre ellos pero yo fui separado de la conversación, por lo que todavía no sabia exactamente lo que había pasado. Esto ocurrió inmediatamente después de que los asesinos mataran a Wagner y a Dickson y después de que perdieran el rastro de Don Ventura. 

Se me ordenó entrar en la casa del capitán Brisbane. Lo primero que vi allí fue el cuerpo (de Brisbane) que yacía muerto sobre el suelo, en dirección hacia donde se encontraban sus pistolas. El rostro mostraba una marcada sonrisa de desprecio. Luego ellos arrastraron el cuerpo con un caballo una distancia considerable y saquearon su casa. 

Se me ordenó ir hacia la casa de Antonina Roxa, en donde la encontré junto con otra de las mujeres y Pascual Diez. Suplique insistentemente poder ir hacia la casa donde residían los miembros de la tripulación de los barcos pero esto no me fue permitido. En ese momento me considere como alguien que seria asesinado. 

Ellos (los asesinos) dejaron a uno conmigo y se dirigieron a la tienda del señor Dickson con el objeto de saquearla. Cuando regresaron, y luego de una conversación se me ordeno que me encerrara en mi cuarto, oportunidad que use para evadirme y reunirme con los miembros de las tripulaciones de los barcos (con siete de ellos) en su propia casa. 

Los asesinos ahora estaban en posesión de todas las armas y municiones del asentamiento, excepto las que los miembros de las tripulaciones poseían, dos en total, que no eran buenas para nada y era lo único que tenían para defenderse ellos mismos. La casa de Faustin Martínez (que estaba navegando con el capitán Low) fue robada y despojada de todas sus pertenencias. 

En el momento en que se produjeron los asesinatos, el resto de los habitantes del asentamiento se encontraban en los siguientes lugares: 

Yo y Henry Channen dejamos la casa de Antonio Wagner y estábamos caminando hacia el mástil de la bandera. Dejamos a dos miembros de las tripulaciones con Wagner y Dickson como antes había mencionado. Santiago Lopez se encontraba en la casa de los miembros de la tripulación, cuatro de los cuales estaban con él realizando tareas varias. Pascual Diez estaba cocinando en la casa de Antonina Roxa, Manuel Coronel estaba enfermo en cama, Juan Honesto estaba en su casa con los dedos de los pies congelados. 

El Capitán Brisbane era nativo de Perth en Escocia; William Dickson de Dublín, Irlanda; Antonio Vehingar, alias Wagner, de Alemania; Juan Simon de Francia. 

Los ocho asesinos se instalaron en la casa de Antonio Lopez, que sirvió de cuartel general y vivienda. Desde allí tenían una buena vista de la boca del estrecho, la dársena y la casa de los miembros de las tripulaciones. 

Dos horas después de los sucesos, los asesinos amarraron el bote ballenero verde en la dársena, en donde lo mantuvieron vigilado constantemente durante todo el día y con guardias periódicas de noche, con el objeto de evitar que nos fuguemos en el. 

A partir de estos hechos, el relato de Helsby narra la vida de los 13 habitantes que sobrevivieron. Se autorecluyen en uno de los tantos islotes del archipiélago y vivieron miserablemente de lo que los asesinos les proveían, desde los últimos días de agosto hasta mediados de enero del año siguiente. 

Existen versiones de la historia en la que se afirma que luego de los hechos, los ocho hombres arriaron el pabellón ingles e izaron el argentino. Esto no es del todo correcto. 

En principio, los ocho hombres no arriaron el pabellón ingles por la simple razón de que el 26 de agosto de 1833 era lunes, y la bandera solamente era izada y arriada todos los domingos o ante el avistamiento de un barco. Y ese día ningún barco llegó a las islas. 

Si izaron el pabellón nacional es un dato que no puedo corroborar. En principio la bandera que flameaba en Malvinas había regresado el continente, llevada por el teniente coronel Pinedo cuando este fue expulsado de las islas. Es posible, aunque no probable, que existiera alguna otra bandera argentina en el asentamiento propiedad de algún colono, y que se utilizara esta. 

Es altamente improbable que cualquiera de los sublevados poseyera bandera alguna, ya que a menos que las trajeran unos siete años antes desde el continente, los gauchos no contaban con los medios materiales para confeccionar una en las islas. 

Pero cierto es que, ya sea que la Bandera Argentina flameo o no durante el periodo en que las islas estuvieron bajo las directivas de estos ocho hombres, la Union Jack nunca fue izada sobre Malvinas. 

Ni Rivero ni ninguno de sus compañeros estaban capacitados para establecer mínimamente un gobierno. Tampoco tenían contacto con el continente, por lo que sus vidas continuaron siendo las mismas de siempre. Realizaban las tares que habitualmente hacían, solo que durante este tiempo ellos fueron sus propios patrones. Comparada con su vida de privaciones anterior, el disponer de todos los recursos del poblado les garantizaba contar con lo necesario para llevar una "buena vida", o por lo menos para pasar el resto del invierno con mínimos sufrimientos. 

El fin de la historia 

El almirantazgo británico recibe de boca del capitán de la Clio, la novedad de que las Malvinas han sido "recuperadas", y que se encuentran bajo la administración de un súbdito de su Majestad. 

Con el objeto de formar un gobierno permanente se designa al Teniente de Marina Henry Smith gobernador del archipiélago. Dos navíos son destinados a llevar a los nuevos gobernantes hasta las islas. 

Los buques Challenger al mando del capitán Seymaun, y Hospeful al mando del teniente Rhea, arriban a Puerto Soledad el 18 de enero de 1834. En esta ultima viaja el designado gobernador Smith. 

Ya en contacto con los colonos refugiados, Smith iza el pabellón británico y organiza la cacería de los ocho hombres, los cuales huyen al interior de la isla. Pero el tiempo y las privaciones provocan que, uno a uno, los gauchos se entreguen ante las nuevas autoridades. 

El 7 de marzo de 1834, sin municiones ni comida, Antonio Rivero es el ultimo en entregarse. El destino de los ocho hombres continua en la bodega de un barco anclado en el río Támesis, en Londres. Fueron llevados hasta allí para que un tribunal de justicia decidiera su destino. 

Existe una versión de la historia que relata como los hombres son juzgados y declarados inocentes, aduciendo que la conducta de ellos esta amparada por el principio de "rebelión justificada", ya que era evidente que se estaba cometiendo una injusticia con ellos al privarlos de lo mínimo necesario para sobrevivir, mientras que la autoridad isleña en ese momento no actuaba para modificar estos hechos. 

Otra versión indica que el juicio comenzó y que los tribunales británicos se declararon incompetentes para juzgar a los gauchos, aduciendo que los crímenes no fueron cometidos en territorio británico, y por lo tanto están fuera de su influencia. 

La realidad de lo acontecido es que nunca se celebro juicio alguno sobre ninguno de los involucrados, y luego de unos meses, todos los peones fueron llevados a Montevideo, en donde fueron dejados en libertad. A partir de este punto, nada se sabe sobre el destino de siete de los involucrados. 

En cuanto a Antonio Rivero, existen versiones de que murió el 20 de noviembre de 1845, a los 37 años de edad, bajo el mando del general Lucio Mansilla en el combate en que las fuerzas argentinas se enfrentaron con la escuadra anglo francesa en la Vuelta de Obligado. Sin embargo, varios historiadores afirman que murió mucho después, mientras trabajaba en una estancia de Entre Ríos como capataz. 

Algunas conclusiones 

Lo que sigue forma parte de mis propias conclusiones. Están basadas en lo escrito anteriormente y bien pueden o no ser compartidas por otros. 

Lo primero que se me ocurre es denominar a la conducta de Rivero y los siete restantes hombres como un asesinato. De forma premeditada, se unieron, se hicieron de los medios necesarios para llevar a cabo su cometido y lo consumaron sin importarles las consecuencias sobre otros seres humanos. 

Si estos actos se realizaron con el objeto de reconquistar la tierra usurpada es un tema debatible. Los hombres no eran gente que se llevara bien con la autoridad, ni en el continente ni en las islas. Su sentido de nacionalidad y pertenencia hacia la tierra había sido minado por los sucesivos abusos (justos e injustos) que habían padecido a lo largo de su vida. Ellos eran los habitantes mas viejos de las islas y habían visto y sufrido todo tipo de atropellos de manos de sus propios compatriotas, de los inmigrantes que con ellos vivían y de los extranjeros que ocasionalmente visitaban las islas. 

Para ellos era habitual convivir con la violencia y la falta de orden. Durante toda su estadía en Malvinas, pero con mayor frecuencia a partir de que Vernet se desligara de sus responsabilidades, fueron testigos y vivieron atrocidades constantemente. Imagino que este modo de vida induce a pensar en el "sálvese quien pueda", en lugar de pensar en un plan social común. 

Y también puede influir negativamente en la escala de valores que se tiene, en donde se empieza a cuestionar hasta donde los actos que se cometen están bien o mal. 

Tampoco es adecuado resumir los motivos de los actos a la simple cuestión del pago de sus haberes. Si bien esto es muy importante, dadas las condiciones de vida en las islas, no justifica ni amerita tal accionar. Considero que la cuestión de los salarios fue la "gota que derramo el vaso", y que llevo a los desgraciados acontecimientos posteriores. 

Sin entrar en detalles sobre los legítimos derechos argentinos a ejercer la soberanía de Malvinas, la ocupación nacional del archipiélago comenzó como un emprendimiento comercial, en donde no existía un arraigado sentido de argentinidad en ello. Los actos que llevaron a poblar Puerto Soledad no estuvieron signados por el patriotismo, sino por la ganancia comercial. 

Mientras tanto en Buenos Aires, las luchas internas repercutían desfavorablemente para brindar un apoyo real y efectivo que defendiera con hechos y recursos el derecho de soberanía. Los actos de gobierno con respecto a Malvinas carecían de la necesaria doctrina y voluntad de los hombres involucrados para "hacer patria". Solo se apelaba al patriotismo en la medida que esto favoreciera intereses particulares. 

En ese marco es que se produjo la invasión inglesa de la isla, y dentro de ese mismo marco es que se actúo posteriormente, limitándose la acción del gobierno argentino al reclamo diplomático pero sin ninguna acción material o disuasiva que lo respaldara. 

Y esto perduró a lo largo del tiempo en los futuros gobiernos, hasta el punto de tener que escuchar de boca de quien con el tiempo seria presidente de la nación, Domingo Faustino Sarmiento, la siguiente declaración publicada en el diario "El progreso" el 28 de noviembre de 1842 con respecto a Malvinas: "La Inglaterra se estaciona en la Malvinas. Seamos francos: esta invasión es útil a la civilización y al progreso". 

Paso un año desde que la Clio abandonó Malvinas hasta que el primer gobernador inglés arribó a las islas. Un barco desde Buenos Aires podía tardar, como mucho, un mes en llegar a Puerto Soledad. Sin embargo no se tomaron las medidas pertinentes como para reocupar el archipiélago, y fortificarlo en caso de que fuera necesario defenderlo. No se tomo la misma decisión ni el mismo empeño en defenderse del invasor que se había tenido durante las tres invasiones a nuestra capital a finales del siglo 18 y principios del 19. 

Los ingleses "hicieron su negocio". El rédito que significaba en aquel momento la fauna marina de la zona, mas el control de las rutas de navegación entre océanos bien valían el costo de tomar un conjunto de islas prácticamente deshabitadas y peor defendidas. Esto no significa que lo que hicieron este bien, porque establecer derechos por el solo hecho de contar con mayores medios bélicos solo significa piratería y prepotencia. Pero muestra a las claras que Londres tenia mas visión y resolución que Buenos Aires para lograr sus propósitos, y eso sí es digno de valorar. 

Final 

Si todavía alguien recuerda la introducción de este relato, habrá pensado que la historia del incidente de los peones en Malvinas era una trágica y gloriosa historia mas, de las tantas que se han escrito (y también inventado) sobre la época en que nuestro país estaba aún en pañales y caminaba hacia la consolidación de su territorio. 

A medida que se desarrolla esta historia, he tratado de explicar cuales fueron los hechos ocurridos, tratando de que lo sucedido hable por sí solo. 

Fuera de toda duda, contar una historia en donde un grupo de hombres de baja condición social y recursos limitadísimos se revela contra la autoridad establecida, la somete, y edifica sus propias reglas, es atrayente. Si a lo anterior se le suma que esta historia ocurrió en Malvinas, con todo lo que eso significa para los argentinos, sumarle patriotismo, nacionalidad, etc, la hace aún mas interesante. 

Pero esta historia "adaptada" solo sirve para exaltar valores que no son los que realmente motivaron los hechos ocurridos. Al mismo tiempo oculta las verdaderas enseñanzas que podemos aprender de lo que realmente paso. 

Sin embargo, desde mi punto de vista, los hechos reales que ocurrieron en ese pequeño poblado hace ya mas de un siglo y medio sirven para mostrarnos que país éramos, que país somos actualmente, y lo que podríamos llegar a ser si tratáramos de destilar las enseñanzas que nos muestran los hechos ocurridos. 

Por último, creo acertado afirmar que lo que pasó, ya pasó y nosotros no podemos cambiarlo. Pero lo que pasa y pasará con relación a nuestras islas si podemos y debemos cambiarlo, por respeto y en homenaje a todos aquellos que dejaron todo lo que tenían para que las Malvinas vuelvan a formar parte de nuestra Patria. 


Rolando Mendez 

Full Adventure

jueves, 30 de enero de 2014

Biografías: Tte Fragata (PM) Daniel Miguel, derribado por fuego propio

El piloto puntaltense que se quedó a custodiar Malvinas
Antes de que lo derriben, el teniente de corbeta Daniel Miguel cumplió la misión que le habían encomendado: defender desde el aire a soldados argentinos que resistían en Puerto Darwin y Pradera del Ganso. “Allá voy” fueron sus últimas palabras.

Por Andrea Carabetta

El teniente de fragata post mórtem Daniel Enrique Miguel nació en Punta Alta el 19 de noviembre de 1957. Comenzó sus estudios en la Escuela Nº 99 (hoy Escuela N° 23), y pasó luego por el excolegio Nacional y en ambos establecimientos dejó grabada en la memoria de sus compañeros y docentes su imagen bondadosa y siempre alegre.


El teniente Miguel, junto a un avión Aermacchi, antes de la guerra. 

En 1975 ingresó como cadete en la Escuela Naval Militar, donde sus compañeros pronto lo bautizaron “Coquito”. Inquieto, locuaz, gracioso y feliz fueron características de aquel muchacho puntaltense que comenzaba a desplegar sus alas.

Aquellos que lo conocieron en la escuela recuerdan su gusto por la música y el yachting y su afable compañía en los días de descanso. Además, vieron cómo día a día se convertía en el hombre que en la guerra con Gran Bretaña por las islas Malvinas demostraría el valor que llevaba en su alma.

* * *


Comenzaba la década del 80 cuando a Daniel Miguel le dieron sus merecidas “alas”, distintivo del aviador naval. Y mostrando sus dotes de piloto, ingresaba en 1981 a la Primera Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque (EA41).

Su sueño se materializaba poco a poco. Con su esfuerzo había logrado lo que siempre había querido: convertirse en piloto de avión escribiendo en el cielo su historia, su vida y su pasión.

Tenía 24 años y comenzaba a bosquejar su futuro, preparando los detalles de su boda.

Pero un 25 de mayo de 1982 tuvo que poner rumbo al sur con su avión Aermacchi. La Patria le pedía que protegiera la soberanía sobre las islas Malvinas.

El 28 de ese mes, cerca del mediodía, el comandante de la EA4, entonces capitán de corbeta Carlos Molteni, recibió la orden de efectuar una misión sobre Puerto Darwin para dar apoyo a las fuerzas argentinas que defendían esa posición. Daniel Miguel lo secundaría.

El teniente subió a su avión, rodó hacia la cabecera de la pista y esperó la orden de despegue. Las ruedas del “Macchi” se impacientaban por abandonaron el suelo. Hasta que se escuchó la voz de Miguel:

—En el aire.

La meteorología empeoraba a medida que se acercaban al objetivo. Les ordenaron regresar porque la visibilidad era nula. Ya a las 15:30, todo estaba dispuesto para una nueva salida, pero otra vez el tiempo les jugó una mala pasada: un fuerte viento les impidió despegar. Sin moverse del lugar en donde estaban, esperaron las condiciones propicias, que llegaron una hora y media después.


* * *


Bien pegados al terreno, volando a muy baja altura, los dos Aermacchi se dirigieron hacia su objetivo: la posición de la Infantería británica en una hondonada frente a la escuela de Darwin.

“Sus últimas palabras quedaron grabadas para siempre en mis oídos”, contó el suboficial auxiliar de la Fuerza Aérea, Norberto Bazaéz, que fue en ese momento director de tiro “ECO”:

—Allá voy —respondió el teniente Miguel cuando le asignaron el objetivo por radio.

Fueron apenas segundos en los que el valor del teniente Miguel lo llevó a cumplir con la que sería su última misión (a pesar de que hasta la naturaleza parecía gritarle el peligro que lo acechaba): defender a un grupo de soldados argentinos que resistían en Darwin y Pradera del Ganso.

Los dos aviones atravesaron un denso fuego antiaéreo y aunque el capitán Molteni logró evadirlo y regresar a Puerto Argentino, el MC-339 4-A-114 que piloteaba Miguel fue derribado.


* * *


Hoy, el teniente de fragata post mórtem Daniel Enrique Miguel descansa bajo el cielo del sur. Custodio de aquello por lo que ofrendó su vida, se convirtió en un héroe de Malvinas puntaltense.

En su homenaje, el Centro de Veteranos de Guerra y Familiares de Caídos en Malvinas de Punta Alta construyó en 2008 un monumento en su honor con un avión Aer Macchi donado por la Armada.

Su padre, el suboficial mayor retirado Enrique Miguel, también de la Aviación Naval, descubrió una placa en su honor y el capitán de navío Arturo Médici, compañero de promoción del piloto fallecido, leyó una alocución:

—Daniel se quedó allá, en nuestras islas, como centinela de los intangibles por los cuales luchó y murió. Lo recordaremos siempre con enorme afecto y solemne respeto.

El año pasado, en la Escuela Secundaria N° 1 de su ciudad natal le impusieron su nombre a un aula.

—No sabía que Daniel tenía esa valentía, hasta que llegó el momento —dijo ese día su padre, dolido, emocionado y orgulloso.

Y en el Museo de la Aviación Naval, ubicado en la Base Aeronaval Comandante Espora, se exhibe el birrete que utilizó Miguel durante la campaña de Malvinas.

Además del teniente Miguel, otros 4 puntaltenses cayeron en la guerra de Malvinas: el guardiamarina Juan José Aguirre, el cabo principal Roberto Olariaga y los cabos segundo Raúl Rodici y Raúl Oscar Vázquez.

Y junto a Miguel hay otros 5 héroes de la Aviación Naval: el capitán de corbeta Carlos María Zubizarreta, el teniente de navío Marco Benítez, el teniente de fragata Gustavo Marcelo Márquez, el suboficial mayor Ramón Barrios y el suboficial segundo Roberto Lobo.

Gaceta Marinera

miércoles, 29 de enero de 2014

Eduardo Menem le responde a Romero que sí, son argentinas

Las Malvinas son nuestras
Por Eduardo Menem | Para LA NACION


En su artículo del martes, el historiador Luis Alberto Romero plantea una duda respecto de las Malvinas. Mi respuesta a ese interrogante es la siguiente: sí, las islas son nuestras.

Esta afirmación no se basa en sentimientos nacionalistas, sino en normas y principios del derecho internacional que, si bien pueden suscitar interpretaciones en contrario por parte de los británicos, tienen la fuerza suficiente para imponerse.

En primer término, las Malvinas pertenecen a la Argentina por el derecho de sucesión jurídica adquirido al independizarse de España, que tuvo la posesión efectiva pública, continuada y pacífica desde 1767 hasta que pasaron a formar parte del territorio nacional en virtud de esa independencia. En ese sentido, el archipiélago no merece ningún tratamiento distinto de cualquier otra parte del suelo argentino.

En virtud de ese derecho de sucesión, la Argentina ejerció actos de jurisdicción categóricos en el carácter de titular del dominio de los territorios en cuestión. Así, en 1820 notificó a todos los buques que se hallaban en aguas de esa zona que se encontraba en posesión formal y efectiva de las islas y que eran de aplicación las leyes argentinas en cuanto a temas como la pesca y la caza. Esta noticia fue publicada en periódicos de varios países, entre ellos Gran Bretaña y Estados Unidos, sin recibir ninguna protesta.

Otro acto jurisdiccional trascendente fue la designación como gobernador de las islas de don Manuel Areguati en 1823, procediendo además en ese mismo año a conceder tierras y el derecho de explotación del ganado y de la pesca en la Malvina Occidental a los ciudadanos argentinos Luis Vernet y Jorge Pacheco, quienes llevaron a varias familias de nuestro país que quedaron radicadas definitivamente en 1826. Además, en 1828 se otorgaron a Vernet concesiones en la Malvina Oriental.

También constituyó una demostración rotunda del dominio de la Argentina la creación, en 1829, de la comandancia política y militar de las islas con sede en Puerto Soledad, designando como titular en el cargo a Vernet, a quien sucedieron Juan Esteban Mestiver y José Pinedo.

En 1831 el Estado argentino apresó a buques pesqueros norteamericanos que operaban en aguas malvinenses, rechazando las protestas de EE.UU., ya que la acción se basaba en un acto de legítima soberanía.

Frente a los incontrastables derechos de nuestro país, los argumentos de los ingleses son tan endebles que tuvieron que ir cambiándolos a través del tiempo, además de estar deslegitimados desde el principio, por cuanto tomaron por la fuerza el territorio insular en 1833 desalojando a los argentinos residentes, arriando nuestro pabellón patrio y consumando un acto de flagrante usurpación, similar a los que habían intentado y fracasado en 1806 y 1807 al invadir el territorio continental.

Conocedores del origen espurio de su presencia en Malvinas, los británicos argumentaron primero que lo habían hecho como "descubridores" de las islas, pero con posterioridad reconocieron que no era cierto. Los primeros en llegar fueron los expedicionarios de Magallanes, en 1520.

Después alegaron la prescripción adquisitiva en razón de ocupar las islas desde 1833, pero además de no ser unánimemente reconocida en el derecho internacional esta forma de adquisición del dominio, los que la aceptan exigen que la posesión haya sido pacífica, es decir, que no haya sido cuestionada por otro Estado. Y la Argentina no sólo protestó al ser desalojada en 1833, sino que lo reiteró en 1834, 1841, 1842, 1884, 1885, 1908, 1922, 1923, 1927, 1934, 1936, 1937, 1939 y 1940, según un memorándum del gobierno británico de ese año. A ello hay que agregar las múltiples presentaciones efectuadas por la Argentina ante las Naciones Unidas, que mediante la resolución 2065 reconoció la existencia de una disputa de soberanía que los británicos se niegan a reconocer, rechazando el diálogo para resolver el conflicto.


Conocedores de la falacia de sus argumentaciones anteriores, los británicos optaron por sostener el derecho de autodeterminación de los habitantes de las islas, invocando la resolución 1514 de las Naciones Unidas, que acordó a los pueblos coloniales el derecho de independizarse de los Estados colonialistas. Pero esta tesitura es también indefendible. La citada resolución se aplica a los casos de pueblos sojuzgados por una potencia extranjera, que no es el caso de Malvinas, donde Gran Bretaña procedió a expulsar a los argentinos que residían en las islas, reemplazándolos por súbditos de la corona que pasaron a ser kelpers y luego ciudadanos británicos. Además, según surge de la misma resolución, el principio de autodeterminación no es de aplicación cuando afecta la integridad territorial de un país.

Finalmente, en cuanto a qué haría la Argentina con los habitantes de las islas en caso de ser recuperadas, la respuesta se encuentra en la cláusula transitoria primera de la Constitución Nacional sancionada por la reforma de 1994, que impone respetar el modo de vida de los isleños, lo que además significa respetar sus intereses.

En lo que sí coincidimos con el prestigioso historiador es en la necesidad de mantener buenas relaciones con los británicos que habitan las Malvinas y en los gestos de acercamiento que propone, pero teniendo siempre presente que ellos no son nuestra contraparte en la disputa de soberanía, sino el Reino Unido, que procedió a la usurpación de esa parte de nuestro territorio en 1833.

© LA NACION.

martes, 28 de enero de 2014

Romero se pregunta si son nuestras

Dos miradas sobre un conflicto que sigue perturbando a los argentinos
¿Son realmente nuestras las Malvinas?
Por Luis Alberto Romero | Para LA NACION

El Gobierno acaba de convocar a la unidad nacional por las Malvinas. Afortunadamente, en tren de paz. Pero es imposible no recordar la convocatoria, treinta años atrás, a una "unión sagrada" similar, que no apela al debate y los acuerdos sino al liderazgo autoritario y a la comunidad de sentimientos. Otra vez, los argentinos se ven en la disyuntiva de aceptarla o ser acusados de falta de patriotismo.

En este revival hay algo profundamente preocupante. El 15 de junio de 1982 -en rigor, la fecha más adecuada para conmemorar estos desdichados sucesos- hubo un amplio consenso para repudiar a los militares. La derrota abrió las puertas a la recuperación democrática, y nadie quiso indagar mucho sobre los términos del consenso. Creo que todos decidimos postergar la cuestión, pero como ocurre en estos casos, hay un momento en que hay que saldar las cuentas. En 1982 hubo quienes reprocharon a los militares el haber ido a la guerra. Pero la mayoría solo les reprochó el haberla perdido. La mayoría aclamante reunida el 2 de abril probablemente habría estado muy satisfecha con un triunfo, cuyas consecuencias no es necesario explicitar. Creo que el ánimo mayoritario no ha cambiado.



La convicción de que la Argentina tiene derechos incuestionables sobre esa tierra irredenta está sólidamente arraigada en el sentido común y en los sentimientos. No es fácil animarse a cuestionarlos públicamente. Malvinas es una de las claves del nacionalismo, una tradición política y cultural que a lo largo del siglo XX fue amalgamando diversas corrientes. Hubo un nacionalismo racial: hasta hace poco en los libros de geografía se decía que la población argentina era predominantemente blanca. También hubo un nacionalismo religioso: la Iglesia sostuvo que la Argentina era una "nación católica", y colocó al resto en un limbo de metecos. Hay un nacionalismo cultural, eterno buscador de un "ser nacional" que exprese nuestra "identidad". Y hay un nacionalismo político: el yrigoyenismo en su momento, y el peronismo luego, se presentaron como la expresión de la nación.

Todas esas versiones, que buscan la unanimidad nacional, están llenas de contradicciones y aporías: en el país hay demasiados morenos, judíos, borgeanos o no peronistas, que desmienten la unanimidad. Lo que las conjuga en un territorio que es el sostén último de la argentinidad. Se supone que las bases de una nación deben estar más allá de las contingencias de la historia. Por eso, nuestro territorio fue siempre argentino, quizá desde la Creación, y todo quien lo habitó fue argentino. Incluso los aborígenes, que desde hace diez mil años ya se ubicaban a un lado u otro de las fronteras.

Base de nuestra nacionalidad, el territorio es intangible, y la amenaza sobre su porción más pequeña conmueve toda la certeza. Allí reside el callejón sin salida de Malvinas. Pocos argentinos las conocen. Pocos podrían decir que les afecta en su vida personal. Pero la "hermanita perdida" está enclavada en el centro mismo del complejo nacionalista. La argentinidad de las Malvinas, menos alegada en el siglo XIX, ha sido afirmada en el siglo XX en todos los ámbitos, comenzando por la escuela. Las islas irredentas están incluidas en todas las versiones del nacionalismo. Cualquier acción destinada a establecer el dominio argentino será celebrada o al menos aprobada. Muchos critican algunas consecuencias de esa idea, particularmente el militarismo. Pero no basta. Es necesario revisar las premisas, si no queremos repetir las conductas, como parece que estamos a punto de hacerlo.

Es cierto que la Argentina tiene sobre Malvinas derechos legítimos para esgrimirlos en una mesa de negociaciones con Gran Bretaña. Pero no son derechos absolutos e incuestionables. Se basan en premisas no compartidas por todos. Del otro lado argumentan a partir de otras premisas. Si creemos en el valor de la discusión, debemos escucharlas. El argumento territorial que esgrimimos se basa en razones geográficas e históricas. Las primeras se expresan en un mapa de la Argentina; lo hemos dibujado tantas veces en la escuela que terminamos por creer que era la realidad. Muy pronto nos llevaremos una sorpresa, cuando descubramos que son muchos los aspirantes a la soberanía sobre nuestro Sector Antártico. En cuanto a Malvinas, debemos enterarnos de que nuestras ideas sobre la Plataforma Submarina y el Mar Epicontinental, que tan convenientemente se extienden hasta incluirlas, no son compartidas por muchos.

En cuanto a la historia, los derechos sobre Malvinas se afirman en su pertenencia al imperio español. Pero hasta el siglo XIX los territorios no tenían nacionalidad; pertenecían a los reyes y las dinastías y en cada tratado de paz se intercambiaban como figuritas. Antes de 1810, Malvinas cambió varias veces de manos, como Colonia del Sacramento -finalmente uruguaya- o las Misiones, que en buena parte quedaron en Brasil. Sobre esta base colonial se puede construir un buen argumento, pero no un derecho absoluto e inalienable.

Luego de 1810, lo que sería el Estado argentino prestó una distraída atención a esas islas, que los ingleses ocuparon por la fuerza en 1833. De esa ocupación quedó una población, un pueblo, que la habita de manera continua desde entonces: los isleños o falklanders , incluidos en la comunidad británica. En ese sentido, Malvinas no constituye un caso colonial clásico, del estilo de India, Indochina o Argelia, donde la reivindicación colonial vino de la mano de la autodeterminación de los pueblos. En Malvinas nunca hubo una población argentina, vencida y sometida. Quienes viven en ella, los falklanders , no quieren ser liberados por la Argentina.

Me resulta difícil pensar en una solución para Malvinas que no se base en la voluntad de sus habitantes, que viven allí desde hace casi dos siglos. Es imposible no tenerlos en cuenta, como lo hace el gobierno argentino. Supongamos que hubiéramos ganado la guerra, ¿que habríamos hecho con los isleños? Quizá los habríamos deportado. O encerrado en un campo de concentración. Quizá habríamos pensado en alguna solución definitiva. Plantear esas ideas extremas -creemos que lejanas de cualquier intención- permite mostrar con claridad los términos del problema.

Podemos obligar a Gran Bretaña a negociar. Y hasta convencerlos. Pero no habrá solución argentina a la cuestión de Malvinas hasta que sus habitantes quieran ser argentinos e ingresen voluntariamente como ciudadanos a su nuevo Estado. Y debemos admitir la posibilidad de que no quieran hacerlo. Porque el Estado que existe en nuestra Constitución remite a un contrato, libremente aceptado, y no a una imposición de la geografía o de la historia.

En tiempos prehistóricos -se cuenta- los hombres elegían su pareja, le daban un garrotazo y la llevaban a su casa. En etapas posteriores los matrimonios se concertaban entre familias o Estados. Hoy lo normal es una aceptación mutua, y eventualmente el cortejo por una de las partes. Hasta ahora intentamos el matrimonio concertado, y probamos con el garrotazo. No hemos logrado nada, salvo alimentar un nacionalismo paranoico de infaustas consecuencias en nuestra propia convivencia. Queda la alternativa de cortejar a los falklanders . Demostrarles las ventajas de integrar el territorio argentino. Estimularlos a que lo conozcan. Facilitarles nuestros hospitales y universidades. Seguramente a Gran Bretaña le será cada vez más difícil competir en esos terrenos. Durante varias décadas, la diplomacia argentina avanzó por esos caminos. Había aviones, médicos y maestros argentinos al servicio de los isleños. Probablemente hubo avances, en un cortejo necesariamente largo. Pero en 1982 recurrimos al garrotazo. Destruimos lo hecho en muchos años. Creamos odio y temor, perfectamente justificados. Perdimos las Malvinas. Y, además, perdimos a muchos argentinos.

Hoy debemos resignarnos a esperar que las heridas de los falklanders se cierren. Pero también necesitamos un trabajo de introspección, para expurgar nuestro imaginario del nacionalismo enfermizo y construir un patriotismo compatible con la democracia institucional. Si no lo hacemos, siempre estaremos listos para el llamado a una "unión sagrada".

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El autor es historiador. Es miembro del Club Político Argentino