Las Malvinas son nuestras
Por Eduardo Menem | Para LA NACION
En su artículo del martes, el historiador Luis Alberto Romero plantea una duda respecto de las Malvinas. Mi respuesta a ese interrogante es la siguiente: sí, las islas son nuestras.
Esta afirmación no se basa en sentimientos nacionalistas, sino en normas y principios del derecho internacional que, si bien pueden suscitar interpretaciones en contrario por parte de los británicos, tienen la fuerza suficiente para imponerse.
En primer término, las Malvinas pertenecen a la Argentina por el derecho de sucesión jurídica adquirido al independizarse de España, que tuvo la posesión efectiva pública, continuada y pacífica desde 1767 hasta que pasaron a formar parte del territorio nacional en virtud de esa independencia. En ese sentido, el archipiélago no merece ningún tratamiento distinto de cualquier otra parte del suelo argentino.
En virtud de ese derecho de sucesión, la Argentina ejerció actos de jurisdicción categóricos en el carácter de titular del dominio de los territorios en cuestión. Así, en 1820 notificó a todos los buques que se hallaban en aguas de esa zona que se encontraba en posesión formal y efectiva de las islas y que eran de aplicación las leyes argentinas en cuanto a temas como la pesca y la caza. Esta noticia fue publicada en periódicos de varios países, entre ellos Gran Bretaña y Estados Unidos, sin recibir ninguna protesta.
Otro acto jurisdiccional trascendente fue la designación como gobernador de las islas de don Manuel Areguati en 1823, procediendo además en ese mismo año a conceder tierras y el derecho de explotación del ganado y de la pesca en la Malvina Occidental a los ciudadanos argentinos Luis Vernet y Jorge Pacheco, quienes llevaron a varias familias de nuestro país que quedaron radicadas definitivamente en 1826. Además, en 1828 se otorgaron a Vernet concesiones en la Malvina Oriental.
También constituyó una demostración rotunda del dominio de la Argentina la creación, en 1829, de la comandancia política y militar de las islas con sede en Puerto Soledad, designando como titular en el cargo a Vernet, a quien sucedieron Juan Esteban Mestiver y José Pinedo.
En 1831 el Estado argentino apresó a buques pesqueros norteamericanos que operaban en aguas malvinenses, rechazando las protestas de EE.UU., ya que la acción se basaba en un acto de legítima soberanía.
Frente a los incontrastables derechos de nuestro país, los argumentos de los ingleses son tan endebles que tuvieron que ir cambiándolos a través del tiempo, además de estar deslegitimados desde el principio, por cuanto tomaron por la fuerza el territorio insular en 1833 desalojando a los argentinos residentes, arriando nuestro pabellón patrio y consumando un acto de flagrante usurpación, similar a los que habían intentado y fracasado en 1806 y 1807 al invadir el territorio continental.
Conocedores del origen espurio de su presencia en Malvinas, los británicos argumentaron primero que lo habían hecho como "descubridores" de las islas, pero con posterioridad reconocieron que no era cierto. Los primeros en llegar fueron los expedicionarios de Magallanes, en 1520.
Después alegaron la prescripción adquisitiva en razón de ocupar las islas desde 1833, pero además de no ser unánimemente reconocida en el derecho internacional esta forma de adquisición del dominio, los que la aceptan exigen que la posesión haya sido pacífica, es decir, que no haya sido cuestionada por otro Estado. Y la Argentina no sólo protestó al ser desalojada en 1833, sino que lo reiteró en 1834, 1841, 1842, 1884, 1885, 1908, 1922, 1923, 1927, 1934, 1936, 1937, 1939 y 1940, según un memorándum del gobierno británico de ese año. A ello hay que agregar las múltiples presentaciones efectuadas por la Argentina ante las Naciones Unidas, que mediante la resolución 2065 reconoció la existencia de una disputa de soberanía que los británicos se niegan a reconocer, rechazando el diálogo para resolver el conflicto.
Conocedores de la falacia de sus argumentaciones anteriores, los británicos optaron por sostener el derecho de autodeterminación de los habitantes de las islas, invocando la resolución 1514 de las Naciones Unidas, que acordó a los pueblos coloniales el derecho de independizarse de los Estados colonialistas. Pero esta tesitura es también indefendible. La citada resolución se aplica a los casos de pueblos sojuzgados por una potencia extranjera, que no es el caso de Malvinas, donde Gran Bretaña procedió a expulsar a los argentinos que residían en las islas, reemplazándolos por súbditos de la corona que pasaron a ser kelpers y luego ciudadanos británicos. Además, según surge de la misma resolución, el principio de autodeterminación no es de aplicación cuando afecta la integridad territorial de un país.
Finalmente, en cuanto a qué haría la Argentina con los habitantes de las islas en caso de ser recuperadas, la respuesta se encuentra en la cláusula transitoria primera de la Constitución Nacional sancionada por la reforma de 1994, que impone respetar el modo de vida de los isleños, lo que además significa respetar sus intereses.
En lo que sí coincidimos con el prestigioso historiador es en la necesidad de mantener buenas relaciones con los británicos que habitan las Malvinas y en los gestos de acercamiento que propone, pero teniendo siempre presente que ellos no son nuestra contraparte en la disputa de soberanía, sino el Reino Unido, que procedió a la usurpación de esa parte de nuestro territorio en 1833.
© LA NACION.
miércoles, 29 de enero de 2014
martes, 28 de enero de 2014
Romero se pregunta si son nuestras
Dos miradas sobre un conflicto que sigue perturbando a los argentinos
¿Son realmente nuestras las Malvinas?
Por Luis Alberto Romero | Para LA NACION
El Gobierno acaba de convocar a la unidad nacional por las Malvinas. Afortunadamente, en tren de paz. Pero es imposible no recordar la convocatoria, treinta años atrás, a una "unión sagrada" similar, que no apela al debate y los acuerdos sino al liderazgo autoritario y a la comunidad de sentimientos. Otra vez, los argentinos se ven en la disyuntiva de aceptarla o ser acusados de falta de patriotismo.
En este revival hay algo profundamente preocupante. El 15 de junio de 1982 -en rigor, la fecha más adecuada para conmemorar estos desdichados sucesos- hubo un amplio consenso para repudiar a los militares. La derrota abrió las puertas a la recuperación democrática, y nadie quiso indagar mucho sobre los términos del consenso. Creo que todos decidimos postergar la cuestión, pero como ocurre en estos casos, hay un momento en que hay que saldar las cuentas. En 1982 hubo quienes reprocharon a los militares el haber ido a la guerra. Pero la mayoría solo les reprochó el haberla perdido. La mayoría aclamante reunida el 2 de abril probablemente habría estado muy satisfecha con un triunfo, cuyas consecuencias no es necesario explicitar. Creo que el ánimo mayoritario no ha cambiado.
La convicción de que la Argentina tiene derechos incuestionables sobre esa tierra irredenta está sólidamente arraigada en el sentido común y en los sentimientos. No es fácil animarse a cuestionarlos públicamente. Malvinas es una de las claves del nacionalismo, una tradición política y cultural que a lo largo del siglo XX fue amalgamando diversas corrientes. Hubo un nacionalismo racial: hasta hace poco en los libros de geografía se decía que la población argentina era predominantemente blanca. También hubo un nacionalismo religioso: la Iglesia sostuvo que la Argentina era una "nación católica", y colocó al resto en un limbo de metecos. Hay un nacionalismo cultural, eterno buscador de un "ser nacional" que exprese nuestra "identidad". Y hay un nacionalismo político: el yrigoyenismo en su momento, y el peronismo luego, se presentaron como la expresión de la nación.
Todas esas versiones, que buscan la unanimidad nacional, están llenas de contradicciones y aporías: en el país hay demasiados morenos, judíos, borgeanos o no peronistas, que desmienten la unanimidad. Lo que las conjuga en un territorio que es el sostén último de la argentinidad. Se supone que las bases de una nación deben estar más allá de las contingencias de la historia. Por eso, nuestro territorio fue siempre argentino, quizá desde la Creación, y todo quien lo habitó fue argentino. Incluso los aborígenes, que desde hace diez mil años ya se ubicaban a un lado u otro de las fronteras.
Base de nuestra nacionalidad, el territorio es intangible, y la amenaza sobre su porción más pequeña conmueve toda la certeza. Allí reside el callejón sin salida de Malvinas. Pocos argentinos las conocen. Pocos podrían decir que les afecta en su vida personal. Pero la "hermanita perdida" está enclavada en el centro mismo del complejo nacionalista. La argentinidad de las Malvinas, menos alegada en el siglo XIX, ha sido afirmada en el siglo XX en todos los ámbitos, comenzando por la escuela. Las islas irredentas están incluidas en todas las versiones del nacionalismo. Cualquier acción destinada a establecer el dominio argentino será celebrada o al menos aprobada. Muchos critican algunas consecuencias de esa idea, particularmente el militarismo. Pero no basta. Es necesario revisar las premisas, si no queremos repetir las conductas, como parece que estamos a punto de hacerlo.
Es cierto que la Argentina tiene sobre Malvinas derechos legítimos para esgrimirlos en una mesa de negociaciones con Gran Bretaña. Pero no son derechos absolutos e incuestionables. Se basan en premisas no compartidas por todos. Del otro lado argumentan a partir de otras premisas. Si creemos en el valor de la discusión, debemos escucharlas. El argumento territorial que esgrimimos se basa en razones geográficas e históricas. Las primeras se expresan en un mapa de la Argentina; lo hemos dibujado tantas veces en la escuela que terminamos por creer que era la realidad. Muy pronto nos llevaremos una sorpresa, cuando descubramos que son muchos los aspirantes a la soberanía sobre nuestro Sector Antártico. En cuanto a Malvinas, debemos enterarnos de que nuestras ideas sobre la Plataforma Submarina y el Mar Epicontinental, que tan convenientemente se extienden hasta incluirlas, no son compartidas por muchos.
En cuanto a la historia, los derechos sobre Malvinas se afirman en su pertenencia al imperio español. Pero hasta el siglo XIX los territorios no tenían nacionalidad; pertenecían a los reyes y las dinastías y en cada tratado de paz se intercambiaban como figuritas. Antes de 1810, Malvinas cambió varias veces de manos, como Colonia del Sacramento -finalmente uruguaya- o las Misiones, que en buena parte quedaron en Brasil. Sobre esta base colonial se puede construir un buen argumento, pero no un derecho absoluto e inalienable.
Luego de 1810, lo que sería el Estado argentino prestó una distraída atención a esas islas, que los ingleses ocuparon por la fuerza en 1833. De esa ocupación quedó una población, un pueblo, que la habita de manera continua desde entonces: los isleños o falklanders , incluidos en la comunidad británica. En ese sentido, Malvinas no constituye un caso colonial clásico, del estilo de India, Indochina o Argelia, donde la reivindicación colonial vino de la mano de la autodeterminación de los pueblos. En Malvinas nunca hubo una población argentina, vencida y sometida. Quienes viven en ella, los falklanders , no quieren ser liberados por la Argentina.
Me resulta difícil pensar en una solución para Malvinas que no se base en la voluntad de sus habitantes, que viven allí desde hace casi dos siglos. Es imposible no tenerlos en cuenta, como lo hace el gobierno argentino. Supongamos que hubiéramos ganado la guerra, ¿que habríamos hecho con los isleños? Quizá los habríamos deportado. O encerrado en un campo de concentración. Quizá habríamos pensado en alguna solución definitiva. Plantear esas ideas extremas -creemos que lejanas de cualquier intención- permite mostrar con claridad los términos del problema.
Podemos obligar a Gran Bretaña a negociar. Y hasta convencerlos. Pero no habrá solución argentina a la cuestión de Malvinas hasta que sus habitantes quieran ser argentinos e ingresen voluntariamente como ciudadanos a su nuevo Estado. Y debemos admitir la posibilidad de que no quieran hacerlo. Porque el Estado que existe en nuestra Constitución remite a un contrato, libremente aceptado, y no a una imposición de la geografía o de la historia.
En tiempos prehistóricos -se cuenta- los hombres elegían su pareja, le daban un garrotazo y la llevaban a su casa. En etapas posteriores los matrimonios se concertaban entre familias o Estados. Hoy lo normal es una aceptación mutua, y eventualmente el cortejo por una de las partes. Hasta ahora intentamos el matrimonio concertado, y probamos con el garrotazo. No hemos logrado nada, salvo alimentar un nacionalismo paranoico de infaustas consecuencias en nuestra propia convivencia. Queda la alternativa de cortejar a los falklanders . Demostrarles las ventajas de integrar el territorio argentino. Estimularlos a que lo conozcan. Facilitarles nuestros hospitales y universidades. Seguramente a Gran Bretaña le será cada vez más difícil competir en esos terrenos. Durante varias décadas, la diplomacia argentina avanzó por esos caminos. Había aviones, médicos y maestros argentinos al servicio de los isleños. Probablemente hubo avances, en un cortejo necesariamente largo. Pero en 1982 recurrimos al garrotazo. Destruimos lo hecho en muchos años. Creamos odio y temor, perfectamente justificados. Perdimos las Malvinas. Y, además, perdimos a muchos argentinos.
Hoy debemos resignarnos a esperar que las heridas de los falklanders se cierren. Pero también necesitamos un trabajo de introspección, para expurgar nuestro imaginario del nacionalismo enfermizo y construir un patriotismo compatible con la democracia institucional. Si no lo hacemos, siempre estaremos listos para el llamado a una "unión sagrada".
© La Nacion
El autor es historiador. Es miembro del Club Político Argentino
¿Son realmente nuestras las Malvinas?
Por Luis Alberto Romero | Para LA NACION
El Gobierno acaba de convocar a la unidad nacional por las Malvinas. Afortunadamente, en tren de paz. Pero es imposible no recordar la convocatoria, treinta años atrás, a una "unión sagrada" similar, que no apela al debate y los acuerdos sino al liderazgo autoritario y a la comunidad de sentimientos. Otra vez, los argentinos se ven en la disyuntiva de aceptarla o ser acusados de falta de patriotismo.
En este revival hay algo profundamente preocupante. El 15 de junio de 1982 -en rigor, la fecha más adecuada para conmemorar estos desdichados sucesos- hubo un amplio consenso para repudiar a los militares. La derrota abrió las puertas a la recuperación democrática, y nadie quiso indagar mucho sobre los términos del consenso. Creo que todos decidimos postergar la cuestión, pero como ocurre en estos casos, hay un momento en que hay que saldar las cuentas. En 1982 hubo quienes reprocharon a los militares el haber ido a la guerra. Pero la mayoría solo les reprochó el haberla perdido. La mayoría aclamante reunida el 2 de abril probablemente habría estado muy satisfecha con un triunfo, cuyas consecuencias no es necesario explicitar. Creo que el ánimo mayoritario no ha cambiado.
La convicción de que la Argentina tiene derechos incuestionables sobre esa tierra irredenta está sólidamente arraigada en el sentido común y en los sentimientos. No es fácil animarse a cuestionarlos públicamente. Malvinas es una de las claves del nacionalismo, una tradición política y cultural que a lo largo del siglo XX fue amalgamando diversas corrientes. Hubo un nacionalismo racial: hasta hace poco en los libros de geografía se decía que la población argentina era predominantemente blanca. También hubo un nacionalismo religioso: la Iglesia sostuvo que la Argentina era una "nación católica", y colocó al resto en un limbo de metecos. Hay un nacionalismo cultural, eterno buscador de un "ser nacional" que exprese nuestra "identidad". Y hay un nacionalismo político: el yrigoyenismo en su momento, y el peronismo luego, se presentaron como la expresión de la nación.
Todas esas versiones, que buscan la unanimidad nacional, están llenas de contradicciones y aporías: en el país hay demasiados morenos, judíos, borgeanos o no peronistas, que desmienten la unanimidad. Lo que las conjuga en un territorio que es el sostén último de la argentinidad. Se supone que las bases de una nación deben estar más allá de las contingencias de la historia. Por eso, nuestro territorio fue siempre argentino, quizá desde la Creación, y todo quien lo habitó fue argentino. Incluso los aborígenes, que desde hace diez mil años ya se ubicaban a un lado u otro de las fronteras.
Base de nuestra nacionalidad, el territorio es intangible, y la amenaza sobre su porción más pequeña conmueve toda la certeza. Allí reside el callejón sin salida de Malvinas. Pocos argentinos las conocen. Pocos podrían decir que les afecta en su vida personal. Pero la "hermanita perdida" está enclavada en el centro mismo del complejo nacionalista. La argentinidad de las Malvinas, menos alegada en el siglo XIX, ha sido afirmada en el siglo XX en todos los ámbitos, comenzando por la escuela. Las islas irredentas están incluidas en todas las versiones del nacionalismo. Cualquier acción destinada a establecer el dominio argentino será celebrada o al menos aprobada. Muchos critican algunas consecuencias de esa idea, particularmente el militarismo. Pero no basta. Es necesario revisar las premisas, si no queremos repetir las conductas, como parece que estamos a punto de hacerlo.
Es cierto que la Argentina tiene sobre Malvinas derechos legítimos para esgrimirlos en una mesa de negociaciones con Gran Bretaña. Pero no son derechos absolutos e incuestionables. Se basan en premisas no compartidas por todos. Del otro lado argumentan a partir de otras premisas. Si creemos en el valor de la discusión, debemos escucharlas. El argumento territorial que esgrimimos se basa en razones geográficas e históricas. Las primeras se expresan en un mapa de la Argentina; lo hemos dibujado tantas veces en la escuela que terminamos por creer que era la realidad. Muy pronto nos llevaremos una sorpresa, cuando descubramos que son muchos los aspirantes a la soberanía sobre nuestro Sector Antártico. En cuanto a Malvinas, debemos enterarnos de que nuestras ideas sobre la Plataforma Submarina y el Mar Epicontinental, que tan convenientemente se extienden hasta incluirlas, no son compartidas por muchos.
En cuanto a la historia, los derechos sobre Malvinas se afirman en su pertenencia al imperio español. Pero hasta el siglo XIX los territorios no tenían nacionalidad; pertenecían a los reyes y las dinastías y en cada tratado de paz se intercambiaban como figuritas. Antes de 1810, Malvinas cambió varias veces de manos, como Colonia del Sacramento -finalmente uruguaya- o las Misiones, que en buena parte quedaron en Brasil. Sobre esta base colonial se puede construir un buen argumento, pero no un derecho absoluto e inalienable.
Luego de 1810, lo que sería el Estado argentino prestó una distraída atención a esas islas, que los ingleses ocuparon por la fuerza en 1833. De esa ocupación quedó una población, un pueblo, que la habita de manera continua desde entonces: los isleños o falklanders , incluidos en la comunidad británica. En ese sentido, Malvinas no constituye un caso colonial clásico, del estilo de India, Indochina o Argelia, donde la reivindicación colonial vino de la mano de la autodeterminación de los pueblos. En Malvinas nunca hubo una población argentina, vencida y sometida. Quienes viven en ella, los falklanders , no quieren ser liberados por la Argentina.
Me resulta difícil pensar en una solución para Malvinas que no se base en la voluntad de sus habitantes, que viven allí desde hace casi dos siglos. Es imposible no tenerlos en cuenta, como lo hace el gobierno argentino. Supongamos que hubiéramos ganado la guerra, ¿que habríamos hecho con los isleños? Quizá los habríamos deportado. O encerrado en un campo de concentración. Quizá habríamos pensado en alguna solución definitiva. Plantear esas ideas extremas -creemos que lejanas de cualquier intención- permite mostrar con claridad los términos del problema.
Podemos obligar a Gran Bretaña a negociar. Y hasta convencerlos. Pero no habrá solución argentina a la cuestión de Malvinas hasta que sus habitantes quieran ser argentinos e ingresen voluntariamente como ciudadanos a su nuevo Estado. Y debemos admitir la posibilidad de que no quieran hacerlo. Porque el Estado que existe en nuestra Constitución remite a un contrato, libremente aceptado, y no a una imposición de la geografía o de la historia.
En tiempos prehistóricos -se cuenta- los hombres elegían su pareja, le daban un garrotazo y la llevaban a su casa. En etapas posteriores los matrimonios se concertaban entre familias o Estados. Hoy lo normal es una aceptación mutua, y eventualmente el cortejo por una de las partes. Hasta ahora intentamos el matrimonio concertado, y probamos con el garrotazo. No hemos logrado nada, salvo alimentar un nacionalismo paranoico de infaustas consecuencias en nuestra propia convivencia. Queda la alternativa de cortejar a los falklanders . Demostrarles las ventajas de integrar el territorio argentino. Estimularlos a que lo conozcan. Facilitarles nuestros hospitales y universidades. Seguramente a Gran Bretaña le será cada vez más difícil competir en esos terrenos. Durante varias décadas, la diplomacia argentina avanzó por esos caminos. Había aviones, médicos y maestros argentinos al servicio de los isleños. Probablemente hubo avances, en un cortejo necesariamente largo. Pero en 1982 recurrimos al garrotazo. Destruimos lo hecho en muchos años. Creamos odio y temor, perfectamente justificados. Perdimos las Malvinas. Y, además, perdimos a muchos argentinos.
Hoy debemos resignarnos a esperar que las heridas de los falklanders se cierren. Pero también necesitamos un trabajo de introspección, para expurgar nuestro imaginario del nacionalismo enfermizo y construir un patriotismo compatible con la democracia institucional. Si no lo hacemos, siempre estaremos listos para el llamado a una "unión sagrada".
© La Nacion
El autor es historiador. Es miembro del Club Político Argentino
lunes, 27 de enero de 2014
Extranjeros que ayudaron a Argentina
Los extranjeros que ayudaron en Malvinas
Media docena de expertos del exterior, especializados en distintos armamentos y equipamientos militares, estuvieron durante el conflicto en las islas prestando servicio a los efectivos argentinos en combate. Esto, a pesar de que los alemanes habían declarado el bloqueo de armas en favor de los ingleses, los suizos alegaban neutralidad y los peruanos sólo hicieron público su apoyo después del hundimiento del Belgrano. Y la historia de los que quisieron ir y no pudieron.
Piezas clave. Los seis expertos resultaron fundamentales para resolver cuestiones técnicas que los soldados y superiores argentinos no podían solucionar. Entre ellos, los cañones de la firma Oerlikon-Contraves, y los misiles disparados durante los días del combate.
Dos peruanos, un alemán, un suizo y dos israelíes participaron de la guerra de Malvinas junto a las fuerzas argentinas, cumpliendo funciones que incluyeron el asesoramiento en la puesta a punto de sistemas de defensa, la reparación de baterías antiaéreas, la instalación de equipos de comunicación y el entrenamiento de oficiales en el uso de misiles soviéticos.
Lo que hace este evento más trascendente es que los germanos, junto a sus pares de la Comunidad Económica Europea (CEE), se habían plegado, el 5 de abril de 1982, al bloqueo de armas que había establecido Inglaterra contra el gobierno de Leopoldo Fortunato Galtieri, al igual que las naciones miembros del Commonwealth y los Estados Unidos.
En tanto, los suizos se habían declarado neutrales pero habían congelado el envío de los equipamientos bélicos adquiridos por el país antes de la guerra y que estaban pendientes de entrega.
Los israelíes, por su parte, se mantuvieron al margen del conflicto públicamente pero, por detrás, abrieron un canal de aprovisionamiento de armamentos que se mantuvo a lo largo de todo el conflicto.
En cambio, los peruanos primero mediaron entre británicos y argentinos y, luego del hundimiento del crucero General Belgrano, el 2 de mayo, se volcaron abiertamente a ayudar al gobierno de Galtieri mediante el envío de equipamientos bélicos propios y la triangulación de los provenientes de Jerusalén.
Neutral pero no tanto. En el momento de la recuperación de las islas, la firma Oerlikon-Contraves tenía pendiente de entrega 22 de los 436 cañones de 20 milímetros que había adquirido la Fuerza Aérea en 1981. Todos los envíos quedaron automáticamente suspendidos luego del bloqueo de armas aunque permanecieron en el país los especialistas que estaban entrenando a oficiales y suboficiales en el uso y mantenimiento de los equipos.
La neutralidad suiza no impidió que el 15 de abril, Eusebio Aguiar, uno de los técnicos de la compañía que estaba en la Argentina, viajara a las Malvinas para ofrecerles su ayuda a los militares.
Para ese entonces, su contacto era con el Ejército ya que habían sido los últimos en adquirir los cañones de 35 milímetros. Así que, ni bien llegó, fue en busca del por entonces teniente coronel (actualmente general de brigada retirado) Héctor Arias, jefe del Grupo de Artillería de Defensa Aérea 601, en los alrededores de Puerto Argentino.
Sin embargo, allí su tarea fue limitada ya que aún no habían arribado a las islas los equipamientos. “Él iba y venía y, en ese momento, estaba en el país. La fábrica tenía interés de que fuera porque nos habían vendido recientemente el material. Estuvo muy poquito en Malvinas en abril y, después, se volvió porque no lo necesitaba – afirma Arias–. Aún no habían llegado los cañones, por eso lo devolví enseguida, y estando el material tampoco lo precisaba mucho porque mis oficiales estaban perfectamente capacitados y el material funcionaba bien, por lo que no hubiera sido necesaria su presencia”.
Luego de su paso por el Ejército, Aguiar se dirigió al aeropuerto donde se cruzó con el por entonces capitán (actualmente brigadier retirado) Rodolfo Savoia, quien estaba a cargo de la artillería antiaérea de la Fuerza Aérea, y le pidió ver sus cañones.
“Fue hasta allí y sacó de su bolsillo su nivel de 10 centímetros de largo, lo limpió, lo puso en la base de la flecha de los cañones y dijo que estaba bien nivelado. Fue a la otra pata y dijo que estaba perfecta”, recuerda Savoia.
El teniente primero (actualmente comodoro retirado) Oscar Spath, quien fuera el encargado de acompañarlo en la revisión, concuerda. “Me pidió permiso para inspeccionar los cañones para ver si los teníamos bien emplazados y nivelados. Cuando terminó con su tarea nos dijo: cada vez que hagan un disparo tienen que controlar el nivel de los cañones. Después, ya no lo volvimos a ver”. Un par de días más tarde, Aguiar concluyó su misión y retornó a Comodoro Rivadavia.
Comunicaciones seguras. Algo similar ocurrió con dos técnicos israelíes que viajaron a las islas a instalar un equipo de cifrado Sec 23, de la firma Tadirán, que Jerusalén le había prestado a la Argentina para evitar que los ingleses interfirieran las llamadas entre las Malvinas, Buenos Aires y Comodoro Rivadavia.
Como los oficiales del Ejército no sabían cómo calibrarlos, le pidieron a la empresa si podía mandar a algún especialista a hacer esa tarea. “Nuestros técnicos desconocían cómo hacer que estuvieran inmediatamente en servicio, porque no habían sido entrenados y para que no cometieran algún error”, señala el coronel (R) Abelardo Acevedo, ex miembro de la División Técnica de la Agrupación de Comunicaciones 601.
Enseguida, la compañía les envió a Ioram Guidot y a otro de nombre Ika, dos ingenieros que estaban dando capacitaciones en la Argentina. “Cuando me preguntaron qué opinaba de que la gente de Tadiran viniera a instalarlo, les dije que sí. Era una forma de que se involucraran”, afirma.
Los dos técnicos llegaron de incógnito a las islas a fines de abril para evitar problemas diplomáticos. “Uno de ellos era flaco y alto. Viajaron en un Hércules de incógnito, acreditados como periodistas”, destaca el coronel (R) Carlos Stricker.
El problema fue que la guerra avanzaba y no regresaban a Buenos Aires. Finalmente, Ika volvió promediando el conflicto, pero Guidot siguió allí por decisión propia. Recién, diez días antes de la rendición lograron sacarlo y llevarlo de nuevo al continente.
“Ioram Guidot era un loco de mierda. Estaba bien que peleara una guerra que fuera suya, pero ésta no lo era. Yo estaba desesperado para que volviera y lo hizo diez días antes de que la pista de Puerto Argentino dejara de operar –concluye Israel Lotersztain, uno de los vendedores de Isrex Argentina, la representante de los fabricantes de armas israelíes en el país–. Si se hubiera quedado ahí, los ingleses lo hubieran agarrado. Era mi desesperación. No me quiero imaginar qué hubiera pasado si agarraban como prisionero de guerra a un israelí”.
Más allá de todo esto, ninguno de ellos es considerado, hasta el día de hoy, veterano de guerra de Malvinas a pesar de que la legislación argentina establece que debe ser reconocido como tal “todo aquel personal de oficiales, suboficiales y soldados de las Fuerzas Armadas y de Seguridad que hayan participado en las acciones bélicas llevadas a cabo en las jurisdicciones del TOM y del TOAS, y civiles que se encontraban cumpliendo funciones de servicio y/o apoyo, en donde se desarrollaron las acciones”.
El israelí Shlomo Erez, quien se encontraba en la localidad bonaerense de Tandil entrenando a los oficiales de la Fuerza Aérea, fue uno de los que pidió ir a la guerra, pero no lo dejaron.
“Quería ir a combatir, porque les tenía bronca a los ingleses. Me decía: ‘Mi familia murió en manos de ellos, cómo no voy a querer combatir’. Ellos querían venir y yo no lo podía aceptar, porque sino agrandábamos la guerra”, afirma el brigadier general (R) Teodoro Waldner, quien era el jefe de la Base Aérea de la ciudad.
Una oferta similar hicieron los pilotos peruanos Ernesto Lanao, César Gallo, Augusto Mengoni, Pedro Ávila, Gonzalo Tueros, Pedro Seabra, Mario Núñez del Arco, Marco Carranza, Augusto Barrantes y Rubén Mimbela, de los escuadrones 611 y 612 de las FAP, quienes habían llevado en vuelo desde Arequipa los Mirage V, que su país le había vendido a la Argentina.
Pero no se conformaron con eso y le pidieron al brigadier general Basilio Lami Dozo, comandante en jefe de la Fuerza Aérea, continuar viaje para pelear en la guerra. “Los peruanos querían seguir y presentarse de voluntarios en la guerra de Malvinas. Les dije que no”, concluye el ex miembro de la última Junta Militar.
Media docena de expertos del exterior, especializados en distintos armamentos y equipamientos militares, estuvieron durante el conflicto en las islas prestando servicio a los efectivos argentinos en combate. Esto, a pesar de que los alemanes habían declarado el bloqueo de armas en favor de los ingleses, los suizos alegaban neutralidad y los peruanos sólo hicieron público su apoyo después del hundimiento del Belgrano. Y la historia de los que quisieron ir y no pudieron.
Piezas clave. Los seis expertos resultaron fundamentales para resolver cuestiones técnicas que los soldados y superiores argentinos no podían solucionar. Entre ellos, los cañones de la firma Oerlikon-Contraves, y los misiles disparados durante los días del combate.
Lo que hace este evento más trascendente es que los germanos, junto a sus pares de la Comunidad Económica Europea (CEE), se habían plegado, el 5 de abril de 1982, al bloqueo de armas que había establecido Inglaterra contra el gobierno de Leopoldo Fortunato Galtieri, al igual que las naciones miembros del Commonwealth y los Estados Unidos.
En tanto, los suizos se habían declarado neutrales pero habían congelado el envío de los equipamientos bélicos adquiridos por el país antes de la guerra y que estaban pendientes de entrega.
Los israelíes, por su parte, se mantuvieron al margen del conflicto públicamente pero, por detrás, abrieron un canal de aprovisionamiento de armamentos que se mantuvo a lo largo de todo el conflicto.
En cambio, los peruanos primero mediaron entre británicos y argentinos y, luego del hundimiento del crucero General Belgrano, el 2 de mayo, se volcaron abiertamente a ayudar al gobierno de Galtieri mediante el envío de equipamientos bélicos propios y la triangulación de los provenientes de Jerusalén.
Neutral pero no tanto. En el momento de la recuperación de las islas, la firma Oerlikon-Contraves tenía pendiente de entrega 22 de los 436 cañones de 20 milímetros que había adquirido la Fuerza Aérea en 1981. Todos los envíos quedaron automáticamente suspendidos luego del bloqueo de armas aunque permanecieron en el país los especialistas que estaban entrenando a oficiales y suboficiales en el uso y mantenimiento de los equipos.
La neutralidad suiza no impidió que el 15 de abril, Eusebio Aguiar, uno de los técnicos de la compañía que estaba en la Argentina, viajara a las Malvinas para ofrecerles su ayuda a los militares.
Para ese entonces, su contacto era con el Ejército ya que habían sido los últimos en adquirir los cañones de 35 milímetros. Así que, ni bien llegó, fue en busca del por entonces teniente coronel (actualmente general de brigada retirado) Héctor Arias, jefe del Grupo de Artillería de Defensa Aérea 601, en los alrededores de Puerto Argentino.
Sin embargo, allí su tarea fue limitada ya que aún no habían arribado a las islas los equipamientos. “Él iba y venía y, en ese momento, estaba en el país. La fábrica tenía interés de que fuera porque nos habían vendido recientemente el material. Estuvo muy poquito en Malvinas en abril y, después, se volvió porque no lo necesitaba – afirma Arias–. Aún no habían llegado los cañones, por eso lo devolví enseguida, y estando el material tampoco lo precisaba mucho porque mis oficiales estaban perfectamente capacitados y el material funcionaba bien, por lo que no hubiera sido necesaria su presencia”.
Luego de su paso por el Ejército, Aguiar se dirigió al aeropuerto donde se cruzó con el por entonces capitán (actualmente brigadier retirado) Rodolfo Savoia, quien estaba a cargo de la artillería antiaérea de la Fuerza Aérea, y le pidió ver sus cañones.
“Fue hasta allí y sacó de su bolsillo su nivel de 10 centímetros de largo, lo limpió, lo puso en la base de la flecha de los cañones y dijo que estaba bien nivelado. Fue a la otra pata y dijo que estaba perfecta”, recuerda Savoia.
El teniente primero (actualmente comodoro retirado) Oscar Spath, quien fuera el encargado de acompañarlo en la revisión, concuerda. “Me pidió permiso para inspeccionar los cañones para ver si los teníamos bien emplazados y nivelados. Cuando terminó con su tarea nos dijo: cada vez que hagan un disparo tienen que controlar el nivel de los cañones. Después, ya no lo volvimos a ver”. Un par de días más tarde, Aguiar concluyó su misión y retornó a Comodoro Rivadavia.
La ayuda germana. La presencia de un alemán en Malvinas es la más increíble ya que su país se había plegado al bloqueo de armas contra la Argentina. Sin embargo, esto no impidió que el ingeniero Manfred Jentges, de la firma franco-germana Euromissile, viajara a las Malvinas en medio de los bombardeos británicos.
En ese momento, se encontraba de vacaciones en el país cuando el Ejército lo invitó a visitar las estaciones de misiles Roland que estaban en las islas para que ayudara a los militares en lo que pudiera. Así, Jentges viajó el 14 de mayo, por propia voluntad, en medio de los combates, sin que la compañía ni su gobierno lo supieran.
“La empresa no lo mandó, sino que dejó a su criterio si quería ir y él por su cuenta y riesgo viajó voluntariamente, cuando sus dos compañeros franceses se quedaron en Mar del Plata. Su gesto fue muy bueno porque no tenía ninguna obligación de ir”, resalta el por entonces teniente primero (retirado como teniente coronel) Carlos Regalini, quien se desempeñaba en aquel tiempo como jefe de la batería del GADA Mixto 602.
Al día siguiente, miembros del Grupo de Artillería de Defensa Aérea 601 intentaron todo el día trasladar la batería Roland hasta Puerto Argentino para que le reparara una de las placas que le impedían que el grupo electrógeno funcionara correctamente. Finalmente, lograron su cometido a las 18.30.
“Teníamos un problema con el grupo electrógeno del sistema de misiles: se había roto una tarjeta y él vino a repararla. Esto no era un impedimento para que la batería funcionara, porque también trabajábamos con energía común, pero era importante. Su ayuda fue más que importante”, detalla Regalini.
Durante las siguientes dos jornadas, Jentges se dedicó a arreglar los desperfectos técnicos que tenía el equipo, por lo que recién pudo estar operativo nuevamente el 18 de mayo, según consta en el Diario de guerra de la batería Roland, redactado por el subteniente Diego Noguer.
El ingeniero no sólo se dedicó a reparar el grupo electrógeno sino que, también, aprovechó para brindarles información técnica sobre los equipamientos británicos a los oficiales argentinos.
“Nos pasaba unos datos interesantes de sus aviones, misiles antirradar y los armamentos que tenían los británicos. Estaba más con nosotros que con los ingleses”, explica el teniente coronel.
Luego de que concluyó su tarea en Puerto Argentino, Jentges retornó a Comodoro Rivadavia y, después, reanudó sus vacaciones que había abandonado para ayudar a los tropas argentinas.
El armamento soviético. La ayuda peruana se materializó tanto a través de la provisión de armamentos como mediante el envío de oficiales especialistas en artillería de su Fuerza Aérea (FAP) para entrenar a sus pares argentinos.
Así, el 6 de mayo aterrizó en la base aérea de El Palomar un C-130 proveniente de Lima cargado con munición, cohetes, misiles y bombas, entre ellos 120 lanzadores portátiles tierra aire SA-7 Strela 2, de origen soviético.
Junto con esto, arribaron dos oficiales peruanos para entrenar a sus pares en las Malvinas y a un tercero para hacer lo propio con los militares que estaban en Comodoro Rivadavia.
La primera capacitación la dio el teniente Ramírez a un grupo de oficiales y suboficiales en la IX Brigada Aérea de la ciudad chubutense, donde les explicó cómo se utilizaban los misiles.
“Me llevaron adentro de un hangar para la instrucción, todo medio misterioso. Sólo salimos cuando nos explicó de qué manera se encendía el misil y la cabeza buscadora del blanco. Nos dio un manual, una clase teórica y una práctica”, afirma el comodoro (R) Walter Garay quien participó del curso.
Sin embargo, Ramírez no se conformó con eso pidió cruzar a las Malvinas para combatir contra los ingleses, pero la comandancia de la Fuerza Aérea Sur le prohibió que lo hiciera.
“Era muy gaucho y consustanciado con el tema, quería cruzar. Hasta lo tenían que controlar para que no se subiera a un Hércules”, recuerda el brigadier (R) Jaime Ugarte, quien también participó de la capacitación y el 7 de mayo voló rumbo a Puerto Argentino junto a Garay y un grupo de suboficiales.
Sin embargo, otros dos oficiales peruanos tuvieron mejor suerte y cruzaron el 9 de mayo, en forma secreta, a Puerto Argentino y, enseguida, fueron enviados en un helicóptero Bell 212 junto con dos lanzadores y ocho misiles SA-7 a Pradera del Ganso.
“Llegaron los misiles con los técnicos peruanos, casi en forma simultánea, a darnos las clases sobre cómo operar esos misiles que nosotros no teníamos”, afirma el brigadier (R) Wilson Pedrozo, quien estaba a cargo de la Base Aérea Cóndor.
Allí, quedaron a las órdenes del jefe de Operaciones, el vice comodoro (retirado como comodoro) Oscar Vera Mantarás, quien les asignó a los pilotos más jóvenes de Pucará, entre ellos el teniente Hernán Calderón, para que los entrenara y así pudieran operarlos cuando no volaran.
“Los oficiales de la Fuerza Aérea Peruana estuvieron un par de días y le dieron instrucción a un grupo de nuestros aviadores y ellos, después, se lo transmitieron a otros de nuestra base. Tenían unas ganas bárbaras de quedarse y no los dejamos porque no podíamos tenerlos ahí”, resalta.
Finalmente, luego de realizar los cursos con los pilotos regresaron en helicóptero a Puerto Argentino y, desde allí, fueron trasladados en un Hércules hacia Comodoro Rivadavia.
En ese momento, se encontraba de vacaciones en el país cuando el Ejército lo invitó a visitar las estaciones de misiles Roland que estaban en las islas para que ayudara a los militares en lo que pudiera. Así, Jentges viajó el 14 de mayo, por propia voluntad, en medio de los combates, sin que la compañía ni su gobierno lo supieran.
“La empresa no lo mandó, sino que dejó a su criterio si quería ir y él por su cuenta y riesgo viajó voluntariamente, cuando sus dos compañeros franceses se quedaron en Mar del Plata. Su gesto fue muy bueno porque no tenía ninguna obligación de ir”, resalta el por entonces teniente primero (retirado como teniente coronel) Carlos Regalini, quien se desempeñaba en aquel tiempo como jefe de la batería del GADA Mixto 602.
Al día siguiente, miembros del Grupo de Artillería de Defensa Aérea 601 intentaron todo el día trasladar la batería Roland hasta Puerto Argentino para que le reparara una de las placas que le impedían que el grupo electrógeno funcionara correctamente. Finalmente, lograron su cometido a las 18.30.
“Teníamos un problema con el grupo electrógeno del sistema de misiles: se había roto una tarjeta y él vino a repararla. Esto no era un impedimento para que la batería funcionara, porque también trabajábamos con energía común, pero era importante. Su ayuda fue más que importante”, detalla Regalini.
Durante las siguientes dos jornadas, Jentges se dedicó a arreglar los desperfectos técnicos que tenía el equipo, por lo que recién pudo estar operativo nuevamente el 18 de mayo, según consta en el Diario de guerra de la batería Roland, redactado por el subteniente Diego Noguer.
El ingeniero no sólo se dedicó a reparar el grupo electrógeno sino que, también, aprovechó para brindarles información técnica sobre los equipamientos británicos a los oficiales argentinos.
“Nos pasaba unos datos interesantes de sus aviones, misiles antirradar y los armamentos que tenían los británicos. Estaba más con nosotros que con los ingleses”, explica el teniente coronel.
Luego de que concluyó su tarea en Puerto Argentino, Jentges retornó a Comodoro Rivadavia y, después, reanudó sus vacaciones que había abandonado para ayudar a los tropas argentinas.
El armamento soviético. La ayuda peruana se materializó tanto a través de la provisión de armamentos como mediante el envío de oficiales especialistas en artillería de su Fuerza Aérea (FAP) para entrenar a sus pares argentinos.
Así, el 6 de mayo aterrizó en la base aérea de El Palomar un C-130 proveniente de Lima cargado con munición, cohetes, misiles y bombas, entre ellos 120 lanzadores portátiles tierra aire SA-7 Strela 2, de origen soviético.
Junto con esto, arribaron dos oficiales peruanos para entrenar a sus pares en las Malvinas y a un tercero para hacer lo propio con los militares que estaban en Comodoro Rivadavia.
La primera capacitación la dio el teniente Ramírez a un grupo de oficiales y suboficiales en la IX Brigada Aérea de la ciudad chubutense, donde les explicó cómo se utilizaban los misiles.
“Me llevaron adentro de un hangar para la instrucción, todo medio misterioso. Sólo salimos cuando nos explicó de qué manera se encendía el misil y la cabeza buscadora del blanco. Nos dio un manual, una clase teórica y una práctica”, afirma el comodoro (R) Walter Garay quien participó del curso.
Sin embargo, Ramírez no se conformó con eso pidió cruzar a las Malvinas para combatir contra los ingleses, pero la comandancia de la Fuerza Aérea Sur le prohibió que lo hiciera.
“Era muy gaucho y consustanciado con el tema, quería cruzar. Hasta lo tenían que controlar para que no se subiera a un Hércules”, recuerda el brigadier (R) Jaime Ugarte, quien también participó de la capacitación y el 7 de mayo voló rumbo a Puerto Argentino junto a Garay y un grupo de suboficiales.
Sin embargo, otros dos oficiales peruanos tuvieron mejor suerte y cruzaron el 9 de mayo, en forma secreta, a Puerto Argentino y, enseguida, fueron enviados en un helicóptero Bell 212 junto con dos lanzadores y ocho misiles SA-7 a Pradera del Ganso.
“Llegaron los misiles con los técnicos peruanos, casi en forma simultánea, a darnos las clases sobre cómo operar esos misiles que nosotros no teníamos”, afirma el brigadier (R) Wilson Pedrozo, quien estaba a cargo de la Base Aérea Cóndor.
Allí, quedaron a las órdenes del jefe de Operaciones, el vice comodoro (retirado como comodoro) Oscar Vera Mantarás, quien les asignó a los pilotos más jóvenes de Pucará, entre ellos el teniente Hernán Calderón, para que los entrenara y así pudieran operarlos cuando no volaran.
“Los oficiales de la Fuerza Aérea Peruana estuvieron un par de días y le dieron instrucción a un grupo de nuestros aviadores y ellos, después, se lo transmitieron a otros de nuestra base. Tenían unas ganas bárbaras de quedarse y no los dejamos porque no podíamos tenerlos ahí”, resalta.
Finalmente, luego de realizar los cursos con los pilotos regresaron en helicóptero a Puerto Argentino y, desde allí, fueron trasladados en un Hércules hacia Comodoro Rivadavia.
Comunicaciones seguras. Algo similar ocurrió con dos técnicos israelíes que viajaron a las islas a instalar un equipo de cifrado Sec 23, de la firma Tadirán, que Jerusalén le había prestado a la Argentina para evitar que los ingleses interfirieran las llamadas entre las Malvinas, Buenos Aires y Comodoro Rivadavia.
Como los oficiales del Ejército no sabían cómo calibrarlos, le pidieron a la empresa si podía mandar a algún especialista a hacer esa tarea. “Nuestros técnicos desconocían cómo hacer que estuvieran inmediatamente en servicio, porque no habían sido entrenados y para que no cometieran algún error”, señala el coronel (R) Abelardo Acevedo, ex miembro de la División Técnica de la Agrupación de Comunicaciones 601.
Enseguida, la compañía les envió a Ioram Guidot y a otro de nombre Ika, dos ingenieros que estaban dando capacitaciones en la Argentina. “Cuando me preguntaron qué opinaba de que la gente de Tadiran viniera a instalarlo, les dije que sí. Era una forma de que se involucraran”, afirma.
Los dos técnicos llegaron de incógnito a las islas a fines de abril para evitar problemas diplomáticos. “Uno de ellos era flaco y alto. Viajaron en un Hércules de incógnito, acreditados como periodistas”, destaca el coronel (R) Carlos Stricker.
El problema fue que la guerra avanzaba y no regresaban a Buenos Aires. Finalmente, Ika volvió promediando el conflicto, pero Guidot siguió allí por decisión propia. Recién, diez días antes de la rendición lograron sacarlo y llevarlo de nuevo al continente.
“Ioram Guidot era un loco de mierda. Estaba bien que peleara una guerra que fuera suya, pero ésta no lo era. Yo estaba desesperado para que volviera y lo hizo diez días antes de que la pista de Puerto Argentino dejara de operar –concluye Israel Lotersztain, uno de los vendedores de Isrex Argentina, la representante de los fabricantes de armas israelíes en el país–. Si se hubiera quedado ahí, los ingleses lo hubieran agarrado. Era mi desesperación. No me quiero imaginar qué hubiera pasado si agarraban como prisionero de guerra a un israelí”.
Más allá de todo esto, ninguno de ellos es considerado, hasta el día de hoy, veterano de guerra de Malvinas a pesar de que la legislación argentina establece que debe ser reconocido como tal “todo aquel personal de oficiales, suboficiales y soldados de las Fuerzas Armadas y de Seguridad que hayan participado en las acciones bélicas llevadas a cabo en las jurisdicciones del TOM y del TOAS, y civiles que se encontraban cumpliendo funciones de servicio y/o apoyo, en donde se desarrollaron las acciones”.
Dos ofertas desechadas
El apoyo de los peruanos e israelíes no sólo se limitó a los hombres que enviaron a las Malvinas sino que, además, sus pilotos se ofrecieron a volar los cazabombarderos y participar de los ataques contra la flota inglesa.El israelí Shlomo Erez, quien se encontraba en la localidad bonaerense de Tandil entrenando a los oficiales de la Fuerza Aérea, fue uno de los que pidió ir a la guerra, pero no lo dejaron.
“Quería ir a combatir, porque les tenía bronca a los ingleses. Me decía: ‘Mi familia murió en manos de ellos, cómo no voy a querer combatir’. Ellos querían venir y yo no lo podía aceptar, porque sino agrandábamos la guerra”, afirma el brigadier general (R) Teodoro Waldner, quien era el jefe de la Base Aérea de la ciudad.
Una oferta similar hicieron los pilotos peruanos Ernesto Lanao, César Gallo, Augusto Mengoni, Pedro Ávila, Gonzalo Tueros, Pedro Seabra, Mario Núñez del Arco, Marco Carranza, Augusto Barrantes y Rubén Mimbela, de los escuadrones 611 y 612 de las FAP, quienes habían llevado en vuelo desde Arequipa los Mirage V, que su país le había vendido a la Argentina.
Pero no se conformaron con eso y le pidieron al brigadier general Basilio Lami Dozo, comandante en jefe de la Fuerza Aérea, continuar viaje para pelear en la guerra. “Los peruanos querían seguir y presentarse de voluntarios en la guerra de Malvinas. Les dije que no”, concluye el ex miembro de la última Junta Militar.
domingo, 26 de enero de 2014
Una anécdota en las trincheras de Monte Longdon
Alejandro Dachary:"Blanco haga formar la gente que repartimos"
"El día del fallecimiento de Alejandro, me encontraba en mi posición de Monte Longdon cuando escucho el sonido de un avión grande muy diferente al del Harrier o a los aviones propios, las nubes estaban bajas no podía ver que tipo de avión era, pero me di cuenta que volaba bajo y recto hacia la pista de aterrizaje. En un momento dado desde tierra comienza a disparar una batería de artillería; los disparos se pierden al cruzar las nubes, no puedo ver si hay impacto. Inmediatamente dos misiles lanzados por el avión cruzan las nubes y van recto hacia la batería de tiro.....hacen impacto, se producen una llamaradas y después silencio.
En ese momento pense ¿a quien se la habrán dado? Quince minutos después me llama el Mayor Carrizo y textualmente me dice -Sergio, tu hermano esta herido y bastante grave....ándate al pueblo-.
Para ir al pueblo había dos caminos uno de ripio por el Murrell, constantemente batido por la artillería enemiga y otro paralelo mucho mas a cubierto que protegían mucho de los impactos. mi pregunta fue.....mi Mayor ¿Alejandro esta herido de gravedad o muerto? ....ya falleció fue la respuesta. Los dos misiles había impactado en la caseta de tiro de Alejandro, matándolo instantáneamente junto con el Sargento Blanco y dos conscriptos mas. Fue enterrado en el cementerio de Puerto Argentino y luego trasladado al de Darwin....Recuerdo que cuando nos encontrábamos comentábamos de la familia, de como estaba la situación, el era sumamente optimista, ( no juegues al héroe Sergio eran sus palabras) siempre le dejaba algo de comer porque ellos andaban "cortos" y cada vez que le dejaba algo, Alejandro repetía una y otra vez la misma orden "Blanco haga formar la gente que repartimos".
Un día conseguí una botella de cognac (tesoro inapreciable en esas circunstancias) le dije....."esta te la guardas para vos" quédate tranquilo hermano que esta me la guardo. Subo al camión y al darme vuelta veo a los conscriptos formando fila con el jarrito en la mano. Ese era mi hermano.
Bueno, espero que estas reflexiones lleven un poco mas de claridad sobre el comportamiento de todos aquellos que tuvimos en la Defensa de Puerto Argentino.
En la foto: de derecha a izquierda, soldado, Daniel Diarte, Sargento 1º Pascual Blanco, teniente Alejandro Dachary, soldado Alberto Llamas.
Foto: Malvinas por Siempre
Fuente: Relato del teniente 1º Sergio Dachary M.I. en FACEBOOK
Historias de Malvinas
"El día del fallecimiento de Alejandro, me encontraba en mi posición de Monte Longdon cuando escucho el sonido de un avión grande muy diferente al del Harrier o a los aviones propios, las nubes estaban bajas no podía ver que tipo de avión era, pero me di cuenta que volaba bajo y recto hacia la pista de aterrizaje. En un momento dado desde tierra comienza a disparar una batería de artillería; los disparos se pierden al cruzar las nubes, no puedo ver si hay impacto. Inmediatamente dos misiles lanzados por el avión cruzan las nubes y van recto hacia la batería de tiro.....hacen impacto, se producen una llamaradas y después silencio.
En ese momento pense ¿a quien se la habrán dado? Quince minutos después me llama el Mayor Carrizo y textualmente me dice -Sergio, tu hermano esta herido y bastante grave....ándate al pueblo-.
Para ir al pueblo había dos caminos uno de ripio por el Murrell, constantemente batido por la artillería enemiga y otro paralelo mucho mas a cubierto que protegían mucho de los impactos. mi pregunta fue.....mi Mayor ¿Alejandro esta herido de gravedad o muerto? ....ya falleció fue la respuesta. Los dos misiles había impactado en la caseta de tiro de Alejandro, matándolo instantáneamente junto con el Sargento Blanco y dos conscriptos mas. Fue enterrado en el cementerio de Puerto Argentino y luego trasladado al de Darwin....Recuerdo que cuando nos encontrábamos comentábamos de la familia, de como estaba la situación, el era sumamente optimista, ( no juegues al héroe Sergio eran sus palabras) siempre le dejaba algo de comer porque ellos andaban "cortos" y cada vez que le dejaba algo, Alejandro repetía una y otra vez la misma orden "Blanco haga formar la gente que repartimos".
Un día conseguí una botella de cognac (tesoro inapreciable en esas circunstancias) le dije....."esta te la guardas para vos" quédate tranquilo hermano que esta me la guardo. Subo al camión y al darme vuelta veo a los conscriptos formando fila con el jarrito en la mano. Ese era mi hermano.
Bueno, espero que estas reflexiones lleven un poco mas de claridad sobre el comportamiento de todos aquellos que tuvimos en la Defensa de Puerto Argentino.
En la foto: de derecha a izquierda, soldado, Daniel Diarte, Sargento 1º Pascual Blanco, teniente Alejandro Dachary, soldado Alberto Llamas.
Foto: Malvinas por Siempre
Fuente: Relato del teniente 1º Sergio Dachary M.I. en FACEBOOK
Historias de Malvinas
sábado, 25 de enero de 2014
Biografías: Ward y Martel unidos por la guerra
Conoció al piloto que mató a su padre en la guerra y sus vidas quedaron unidas
Investigó quién había derribado el Hércules en el que volaba su papá; el inglés le pidió disculpas y buscó explicarle su accionar; hoy tienen un fuerte vínculo a la distancia
Por Mauricio Caminos | LA NACION
Nigel Ward, el pilotó inglés que atacó el avión del padre de Ezequiel. Foto: Gentileza Ezequiel Martel
Era la mañana del 1° de junio de 1982 cuando la tripulación del comandante y primer teniente Héctor Rubén Martel, de 34 años, recibió la orden fragmentaria 2258, la "misión del loco": recorrer con el Hércules TC-63 de la Fuerza Aérea Argentina cuatro puntos entre el continente y las islas Malvinas para identificar posiciones de la flota inglesa.
La tarea era de máximo riesgo, de ahí su nombre. El avión tenía que volar al ras del mar, con todos los comandos apagados, hasta ascender bruscamente en determinadas coordenadas y prender los equipos. En altura debía recoger información y después volver a descender.
Tras un primer intento de despegue, el Hércules partió esa mañana desde Comodoro Rivadavia con dirección a Malvinas. A Martel lo acompañaban su copiloto, Carlos Krause, el navegador Hugo Meizner y los suboficiales Julio Lastra, Manuel Albelos, Miguel Cardone y Carlos Cantezano.
El TC-63 completó los tres primeros puntos sin inconvenientes. Eran invisibles a los radares ingleses y entre sus tripulantes había "silencio de radio", nadie hablaba. Pero al llegar al último objetivo, el radar de un buque HMS Minerva los detectó. Dos Harriers ingleses piloteados por el jefe del escuadrón 801, Nigel Ward, y su segundo, Steve Thomas, se lanzaron a la búsqueda del Hércules.
Con los cazas al acecho, en la cabina de Rubén Martel se prendió una luz de alarma. "IFF encendido, estamos en emergencia", fue la última comunicación que transmitió el comandante Martel por radio.
Ubicado detrás del Hércules, Ward lanzó dos misiles: el primero cayó al agua y el segundo impactó en el ala izquierda, entre los dos turbohélices, justo arriba del tanque de combustible. Pero el avión argentino no cayó al agua hasta que el piloto inglés dio su tiro de gracia: descargó la corrida de 245 proyectiles de 30 mm y destruyó el empenaje del Hércules. Los siete tripulantes argentinos fallecieron en el acto cuando el avión se desintegró en el agua.
El día que su padre murió, Ezequiel Martel tenía apenas diez meses. Estaba llorando en la cuna mientras sus hermanas Laura, de 8 años, y Pilar, de 6, jugaban por la casa. Sonó el teléfono y atendió su madre, Elisa. "Dicen que el avión de Rubén desapareció. No saben más nada", contó del otro lado el abuelo Héctor Martel.
Ezequiel vivió toda su infancia con el recuerdo de su padre caído en la guerra de Malvinas, asistiendo con su familia a todos los actos del 1° de junio en la base aérea de El Palomar y escuchando repetidas veces un nombre: Nigel Ward.
"Ver la imagen de los Herriers en la escuela me hacía llorar. Yo asumía que era el avión que me había dejado sin papá. Cosas de chico...", recordó Ezequiel a LA NACION. "Ahí empieza la investigación".
-¿La investigación?
-No quería quedarme con la duda de que a mi papá lo bajaron y listo. Necesitaba saber quién era Nigel Ward, qué hacía, dónde vivía, cómo había derribado el Hércules. Así que hice como de arqueólogo o forense y empecé a investigar. Necesitaba armar el rompecabezas de mi papá. Si tantas cosas se reconstruyen, ¿por qué yo no podía hacer mi propia reconstrucción?
Preguntó, escuchó cientos de historias, recibió respuestas encontradas, leyó el libro de memorias de Ward y hasta encontró fotos suyas con sus hijos.
Ezequiel consiguió la última ficha del rompecabezas el año pasado, gracias al programa de Andy Kusnetzoff en radio Metro, que lo cruzó en un dialogó al aire con Ward. "Me arrepiento mucho de lo que pasó con tu padre. Era una guerra y yo cumplía una orden", le dijo el piloto inglés.
LA BÚSQUEDA
Ezequiel entró a la Fuerza Aérea siguiendo los pasos de su padre. "El hacía vuelos a Europa y hasta auxilió en una catástrofe en Colombia. Mi vieja siempre estaba detrás suyo, tanto que cuando hacía guardia en El Palomar iba a visitarlo con mis hermanas", relató.
-¿Cómo llega a operar en Malvinas?
No quería quedarme con la duda y empecé a investigar. Necesitaba armar su rompecabezas.
-Cuando la guerra era inminente, la base de operaciones pasa a estar en Comodoro Rivadavia. La última vez que estuvo en mi casa fue en marzo, para el cumpleaños de una de mis hermanas. Mi mamá me contó que nunca mandó cartas. Supongo que no pensaba que se iba a morir, sino que iba a cumplir su misión y nada más.
-¿Cómo se enteran de lo que pasó el 1° de junio?
-A mi mamá le dijeron que el avión estaba desaparecido al principio. Mis hermanas tienen el recuerdo de pasar por la puerta de su habitación y verla cerrada. Debe haber sido muy jodido.
-Vos te enteraste años después.
-De a poco empecé a preguntar y me iba mentalizando cuando participaba en los actos en El Palomar, todos los 1° de junio.
-¿Y empezaste a investigar qué había pasado con él?
-En 1995, con un compañero del secundario empezamos a comprar unos fascículos de aviación, y una de las tandas hablaba de las operaciones en Malvinas. Aparecen las caras de tres pilotos ingleses, uno de ellos era Nigel Ward, con la leyenda de tres derribos: un Pucará, un Mirage y un Hércules. Ahí concordé que era él, por el relato de todos los 1 de junio. Nunca le había visto la cara. Y empecé a averiguar todo lo que pude de él.
-¿Estabas obsesionado con Ward?
-No creo. Me parecía interesante tratar de reconstruir la historia. Pero sí me impuse como un autocastigo. Guardaba todo lo que encontraba, pero en mi familia no sabían, no quería lastimar a nadie.
-¿Cuánto tiempo duró tu investigación?
-Años. En 2011 con dos amigos hicimos una simulación en computadora, imitando aquel vuelo del Hércules y del Harrier. Hasta pusimos las condiciones climáticas del 1° de junio de 1982. Fue como estar ahí.
-¿Alguna vez soñaste con estar en el Hércules en ese momento?
-No. Trato de imaginar cómo fueron los últimos momentos de ellos, qué se dijeron, cómo lo pasaron, pero es difícil. Supongo que pensaron en sus familias cuando ya sabían que estaban sentenciados a muerte.
-¿Nunca encontraron los cuerpos?
-Nunca. Quedaron en el agua. Yo voy al monumento en El Palomar y sé que no hay nada. Cuando fui al cementerio en Malvinas busqué su placa, vi el nombre, y sabía que no había nada. Mi contacto es con el agua. Siento que ellos están ahí en continua vigilancia de las islas.
Ezequiel y su papá Rubén. Foto: / Gentileza Ezequiel MartelFoto 1 de 10
EL ENCUENTRO
El 1 de abril del año pasado, Ezequiel contó la historia de su padre en "Perros de la calle", el programa que conduce Andy Kusnetzoff en radio Metro .
"¿Nunca lo buscaste a Ward?", le preguntó el conductor luego de la entrevista. "No", le respondió Ezequiel.
A la semana, Andy volvió a llamarlo con una novedad: "La producción encontró a Ward, ¿te animás a hablar con él por la radio?".
Ward lo derribó porque tenía que hacerlo. Era la regla del juego bajo la condición más ilógica que es la guerra
Ezequiel aceptó y Ward -que vive en la isla Granada, una colonia inglesa en el Caribe- salió al aire por teléfono sin saber que Martel estaba en el estudio, hasta que se lo informaron.
"Sí, yo lo derribé", admitió Ward sobre su accionar contra el Hércules que comandaba Martel. Y relató lo que había pasado ese día.
-Es un momento muy especial estar en contacto con vos. Desde que tengo uso de razón me dediqué a saber casi todo de vos. Directamente fue estudiarte -le dijo Ezequiel al aire.
-Me arrepiento mucho. Cualquier cosa que yo pueda hacer nunca va a enmendar la pérdida de tu padre. Entiendo que es un momento muy emocionante. Tu padre fue una persona muy valiente, pero era mi deber enfrentarlo. Era una guerra -le respondió Ward.
"Su historia era tal cual a lo que ya sabía. Era igual al libro", recordó Ezequiel. "No había ninguna imperfección en su relato, pero mi gran duda era por qué había descargado los cañones, y él me dijo: 'Se me escapaba'".
-¿Lo perdonaste?
-No sé si la palabra es perdonar. Como profesional tengo que saber entender. Fue en una guerra y Ward lo derribó porque tenía que hacerlo. Era la regla del juego bajo la condición más ilógica que es la guerra, donde se matan seres humanos por decisiones de dos bandos políticos que no se ponen de acuerdo. Su trabajo era derribar el avión y lamentablemente el avión no vuela solo. Me reconforta saber que la tripulación murió haciendo lo que querían y lo que sabían, y que el avión portaba la bandera y la escarapela argentina en ambos lados del fuselaje.
-¿Se terminó tu investigación?
-Di examen final y demostré todo lo que sabía. Hasta le dije que los dos compartíamos algo especial: que nuestras mamás eran del mismo signo, de géminis. La de él cumple el 5 de junio y la mía el 7.
LA RELACIÓN ACTUAL
Desde ese 27 de abril, Ezequiel y Ward mantienen una estrecha relación y comparten experiencias vía e-mail, aunque todavía no pudieron conocerse personalmente.
Ezequiel lo invitó a participar de la ceremonia del 1° de junio en El Palomar, pero el piloto inglés no pudo venir. A cambió, le hizo dos regalos más que simbólicos: le envió una corona de flores con la leyenda "Para un héroe que vuela con los ángeles, de Sharkey Ward" y le regaló para Navidad la reedición de su libro de memorias, Sea Harrier over the Falklands, con dos agregados especiales: la dedicatoria al comandante Martel y el relato del encuentro por radio con el hijo del piloto argentino, además de fotos suyas.
-¿Hay una amistad con Ward?
-La relación es muy profesional. Pero de alguna forma me terminé encariñando. Todos estos años estuve buscando qué había pasado con mi papá y, al no tenerlo, armé mi propio modelo de lo que fui conociendo, y ahora encontré lo único que me faltaba.
La relación con Ward es muy profesional. Pero de alguna forma me terminé encariñando.
-¿Cómo tomaste los regalos que mandó?
-Fueron increíbles. Tener el reconocimiento de Ward es una sensación de mucha gratificación. Pero con el arreglo floral tuve problemas porque mis superiores no querían que la coloque el día de la ceremonia. Decían que tenían una orden del Ministerio de Defensa, así que tuve que tapar el mensaje. Después lo saqué para hacer un cuadro que doné al museo de Malvinas en Oliva, en Córdoba.
-¿Por qué crees que pasó eso?
-Supongo que falta madurez por parte de nuestra dirigencia. No veo que exista un reconocimiento hacia los héroes de Malvinas y en busca de poder están usando esta causa para mantenerse más alto. Y eso es muy denigrante.
-Conociendo la historia de tu padre, ¿irías a la guerra?
-Para eso me preparé, y si tengo que morir, tengo que morir. No lo haría porque lo ordena un comandante en jefe, sino por mi papá y por el mismo juramento que hizo la tripulación del Hércules: defender la patria hasta perder la vida.
Treinta años pasaron de la guerra de Malvinas. Hace dos semanas, Ezequiel y Ward volvieron a encontrarse en el aire del programa de radio para recordar sus historias, ahora unidas más allá de la tragedia.
Investigó quién había derribado el Hércules en el que volaba su papá; el inglés le pidió disculpas y buscó explicarle su accionar; hoy tienen un fuerte vínculo a la distancia
Por Mauricio Caminos | LA NACION
Nigel Ward, el pilotó inglés que atacó el avión del padre de Ezequiel. Foto: Gentileza Ezequiel Martel
Era la mañana del 1° de junio de 1982 cuando la tripulación del comandante y primer teniente Héctor Rubén Martel, de 34 años, recibió la orden fragmentaria 2258, la "misión del loco": recorrer con el Hércules TC-63 de la Fuerza Aérea Argentina cuatro puntos entre el continente y las islas Malvinas para identificar posiciones de la flota inglesa.
La tarea era de máximo riesgo, de ahí su nombre. El avión tenía que volar al ras del mar, con todos los comandos apagados, hasta ascender bruscamente en determinadas coordenadas y prender los equipos. En altura debía recoger información y después volver a descender.
Tras un primer intento de despegue, el Hércules partió esa mañana desde Comodoro Rivadavia con dirección a Malvinas. A Martel lo acompañaban su copiloto, Carlos Krause, el navegador Hugo Meizner y los suboficiales Julio Lastra, Manuel Albelos, Miguel Cardone y Carlos Cantezano.
El TC-63 completó los tres primeros puntos sin inconvenientes. Eran invisibles a los radares ingleses y entre sus tripulantes había "silencio de radio", nadie hablaba. Pero al llegar al último objetivo, el radar de un buque HMS Minerva los detectó. Dos Harriers ingleses piloteados por el jefe del escuadrón 801, Nigel Ward, y su segundo, Steve Thomas, se lanzaron a la búsqueda del Hércules.
Con los cazas al acecho, en la cabina de Rubén Martel se prendió una luz de alarma. "IFF encendido, estamos en emergencia", fue la última comunicación que transmitió el comandante Martel por radio.
Ubicado detrás del Hércules, Ward lanzó dos misiles: el primero cayó al agua y el segundo impactó en el ala izquierda, entre los dos turbohélices, justo arriba del tanque de combustible. Pero el avión argentino no cayó al agua hasta que el piloto inglés dio su tiro de gracia: descargó la corrida de 245 proyectiles de 30 mm y destruyó el empenaje del Hércules. Los siete tripulantes argentinos fallecieron en el acto cuando el avión se desintegró en el agua.
El día que su padre murió, Ezequiel Martel tenía apenas diez meses. Estaba llorando en la cuna mientras sus hermanas Laura, de 8 años, y Pilar, de 6, jugaban por la casa. Sonó el teléfono y atendió su madre, Elisa. "Dicen que el avión de Rubén desapareció. No saben más nada", contó del otro lado el abuelo Héctor Martel.
Ezequiel vivió toda su infancia con el recuerdo de su padre caído en la guerra de Malvinas, asistiendo con su familia a todos los actos del 1° de junio en la base aérea de El Palomar y escuchando repetidas veces un nombre: Nigel Ward.
"Ver la imagen de los Herriers en la escuela me hacía llorar. Yo asumía que era el avión que me había dejado sin papá. Cosas de chico...", recordó Ezequiel a LA NACION. "Ahí empieza la investigación".
-¿La investigación?
-No quería quedarme con la duda de que a mi papá lo bajaron y listo. Necesitaba saber quién era Nigel Ward, qué hacía, dónde vivía, cómo había derribado el Hércules. Así que hice como de arqueólogo o forense y empecé a investigar. Necesitaba armar el rompecabezas de mi papá. Si tantas cosas se reconstruyen, ¿por qué yo no podía hacer mi propia reconstrucción?
Preguntó, escuchó cientos de historias, recibió respuestas encontradas, leyó el libro de memorias de Ward y hasta encontró fotos suyas con sus hijos.
Ezequiel consiguió la última ficha del rompecabezas el año pasado, gracias al programa de Andy Kusnetzoff en radio Metro, que lo cruzó en un dialogó al aire con Ward. "Me arrepiento mucho de lo que pasó con tu padre. Era una guerra y yo cumplía una orden", le dijo el piloto inglés.
LA BÚSQUEDA
Ezequiel entró a la Fuerza Aérea siguiendo los pasos de su padre. "El hacía vuelos a Europa y hasta auxilió en una catástrofe en Colombia. Mi vieja siempre estaba detrás suyo, tanto que cuando hacía guardia en El Palomar iba a visitarlo con mis hermanas", relató.
-¿Cómo llega a operar en Malvinas?
No quería quedarme con la duda y empecé a investigar. Necesitaba armar su rompecabezas.
-Cuando la guerra era inminente, la base de operaciones pasa a estar en Comodoro Rivadavia. La última vez que estuvo en mi casa fue en marzo, para el cumpleaños de una de mis hermanas. Mi mamá me contó que nunca mandó cartas. Supongo que no pensaba que se iba a morir, sino que iba a cumplir su misión y nada más.
-¿Cómo se enteran de lo que pasó el 1° de junio?
-A mi mamá le dijeron que el avión estaba desaparecido al principio. Mis hermanas tienen el recuerdo de pasar por la puerta de su habitación y verla cerrada. Debe haber sido muy jodido.
-Vos te enteraste años después.
-De a poco empecé a preguntar y me iba mentalizando cuando participaba en los actos en El Palomar, todos los 1° de junio.
-¿Y empezaste a investigar qué había pasado con él?
-En 1995, con un compañero del secundario empezamos a comprar unos fascículos de aviación, y una de las tandas hablaba de las operaciones en Malvinas. Aparecen las caras de tres pilotos ingleses, uno de ellos era Nigel Ward, con la leyenda de tres derribos: un Pucará, un Mirage y un Hércules. Ahí concordé que era él, por el relato de todos los 1 de junio. Nunca le había visto la cara. Y empecé a averiguar todo lo que pude de él.
-¿Estabas obsesionado con Ward?
-No creo. Me parecía interesante tratar de reconstruir la historia. Pero sí me impuse como un autocastigo. Guardaba todo lo que encontraba, pero en mi familia no sabían, no quería lastimar a nadie.
-¿Cuánto tiempo duró tu investigación?
-Años. En 2011 con dos amigos hicimos una simulación en computadora, imitando aquel vuelo del Hércules y del Harrier. Hasta pusimos las condiciones climáticas del 1° de junio de 1982. Fue como estar ahí.
-¿Alguna vez soñaste con estar en el Hércules en ese momento?
-No. Trato de imaginar cómo fueron los últimos momentos de ellos, qué se dijeron, cómo lo pasaron, pero es difícil. Supongo que pensaron en sus familias cuando ya sabían que estaban sentenciados a muerte.
-¿Nunca encontraron los cuerpos?
-Nunca. Quedaron en el agua. Yo voy al monumento en El Palomar y sé que no hay nada. Cuando fui al cementerio en Malvinas busqué su placa, vi el nombre, y sabía que no había nada. Mi contacto es con el agua. Siento que ellos están ahí en continua vigilancia de las islas.
Ezequiel y su papá Rubén. Foto: / Gentileza Ezequiel MartelFoto 1 de 10
EL ENCUENTRO
El 1 de abril del año pasado, Ezequiel contó la historia de su padre en "Perros de la calle", el programa que conduce Andy Kusnetzoff en radio Metro .
"¿Nunca lo buscaste a Ward?", le preguntó el conductor luego de la entrevista. "No", le respondió Ezequiel.
A la semana, Andy volvió a llamarlo con una novedad: "La producción encontró a Ward, ¿te animás a hablar con él por la radio?".
Ward lo derribó porque tenía que hacerlo. Era la regla del juego bajo la condición más ilógica que es la guerra
Ezequiel aceptó y Ward -que vive en la isla Granada, una colonia inglesa en el Caribe- salió al aire por teléfono sin saber que Martel estaba en el estudio, hasta que se lo informaron.
"Sí, yo lo derribé", admitió Ward sobre su accionar contra el Hércules que comandaba Martel. Y relató lo que había pasado ese día.
-Es un momento muy especial estar en contacto con vos. Desde que tengo uso de razón me dediqué a saber casi todo de vos. Directamente fue estudiarte -le dijo Ezequiel al aire.
-Me arrepiento mucho. Cualquier cosa que yo pueda hacer nunca va a enmendar la pérdida de tu padre. Entiendo que es un momento muy emocionante. Tu padre fue una persona muy valiente, pero era mi deber enfrentarlo. Era una guerra -le respondió Ward.
"Su historia era tal cual a lo que ya sabía. Era igual al libro", recordó Ezequiel. "No había ninguna imperfección en su relato, pero mi gran duda era por qué había descargado los cañones, y él me dijo: 'Se me escapaba'".
-¿Lo perdonaste?
-No sé si la palabra es perdonar. Como profesional tengo que saber entender. Fue en una guerra y Ward lo derribó porque tenía que hacerlo. Era la regla del juego bajo la condición más ilógica que es la guerra, donde se matan seres humanos por decisiones de dos bandos políticos que no se ponen de acuerdo. Su trabajo era derribar el avión y lamentablemente el avión no vuela solo. Me reconforta saber que la tripulación murió haciendo lo que querían y lo que sabían, y que el avión portaba la bandera y la escarapela argentina en ambos lados del fuselaje.
-¿Se terminó tu investigación?
-Di examen final y demostré todo lo que sabía. Hasta le dije que los dos compartíamos algo especial: que nuestras mamás eran del mismo signo, de géminis. La de él cumple el 5 de junio y la mía el 7.
LA RELACIÓN ACTUAL
Desde ese 27 de abril, Ezequiel y Ward mantienen una estrecha relación y comparten experiencias vía e-mail, aunque todavía no pudieron conocerse personalmente.
Ezequiel lo invitó a participar de la ceremonia del 1° de junio en El Palomar, pero el piloto inglés no pudo venir. A cambió, le hizo dos regalos más que simbólicos: le envió una corona de flores con la leyenda "Para un héroe que vuela con los ángeles, de Sharkey Ward" y le regaló para Navidad la reedición de su libro de memorias, Sea Harrier over the Falklands, con dos agregados especiales: la dedicatoria al comandante Martel y el relato del encuentro por radio con el hijo del piloto argentino, además de fotos suyas.
-¿Hay una amistad con Ward?
-La relación es muy profesional. Pero de alguna forma me terminé encariñando. Todos estos años estuve buscando qué había pasado con mi papá y, al no tenerlo, armé mi propio modelo de lo que fui conociendo, y ahora encontré lo único que me faltaba.
La relación con Ward es muy profesional. Pero de alguna forma me terminé encariñando.
-¿Cómo tomaste los regalos que mandó?
-Fueron increíbles. Tener el reconocimiento de Ward es una sensación de mucha gratificación. Pero con el arreglo floral tuve problemas porque mis superiores no querían que la coloque el día de la ceremonia. Decían que tenían una orden del Ministerio de Defensa, así que tuve que tapar el mensaje. Después lo saqué para hacer un cuadro que doné al museo de Malvinas en Oliva, en Córdoba.
-¿Por qué crees que pasó eso?
-Supongo que falta madurez por parte de nuestra dirigencia. No veo que exista un reconocimiento hacia los héroes de Malvinas y en busca de poder están usando esta causa para mantenerse más alto. Y eso es muy denigrante.
-Conociendo la historia de tu padre, ¿irías a la guerra?
-Para eso me preparé, y si tengo que morir, tengo que morir. No lo haría porque lo ordena un comandante en jefe, sino por mi papá y por el mismo juramento que hizo la tripulación del Hércules: defender la patria hasta perder la vida.
Treinta años pasaron de la guerra de Malvinas. Hace dos semanas, Ezequiel y Ward volvieron a encontrarse en el aire del programa de radio para recordar sus historias, ahora unidas más allá de la tragedia.
viernes, 24 de enero de 2014
En la SGM, la ARA ponía proa a Malvinas
22 DE ENERO DE 1940 UNIDADES DE LA ARMADA ARGENTINA
PONEN PROA A MALVINAS
En el año 1940 se estaba desarrollando la Segunda Guerra Mundial, por entonces la Argentina había adoptado una actitud de neutralidad, sin embargo a fines de 1939 el estuario del Plata había sido escenario del combate entre tres buques ingleses y el acorazado de bolsillo alemán Admiral Graf Spee, en lo que se conoció como la batalla del Rio de la Plata.
Quizás valga la pena recordar que ese buque llevaba el nombre de un Almirante alemán, que luego de derrotar a la Flota inglesa en aguas chilenas en la batalla de Coronel, se había destacado con una División Naval con la intención de destruir la estación radiotelégráfica y otras facilidades militares y logísticas de las islas Malvinas y, en lo posible, de adueñarse de los depósitos de carbón existentes, mineral necesario para alimentar las calderas de sus buques.
Así fue que el 8 de diciembre del año 1914 en horas de la tarde donde se produjo un combate naval en proximidades de Puerto Argentino (Stanley) de resultas del cual fueron hundidos los cruceros alemanes Leipzig, Nuremberg, Scharmhost, Gneiseau y dos buques carboneros de apoyo , por buques ingleses al mando del Vicealmirante Sir Frederick D. Sturtee. Se trataba de los cruceros Kent, Glasgow, Conwall, Inflexible, Invincible y Carnarvon. En la batalla muere el Comandante alemán Almirante Conde Ferdinan Johannes Maria Hubert Graf Von Spee y sus dos únicos hijos varones junto, a mil ochocientos catorce tripulantes, la cantidad de buques empeñados da una idea de la magnitud del combate, sin contar que la cantidad de bajas alemanas fue casi similar a la de la población isleña.
En diciembre de 1939 luego de la batalla del Rio de la Plata los tres buques ingleses participantes, cruceros Exeter, Ajax y Achilles se dirigieron a Malvinas a fin de desembarcar heridos y someterse a variadas reparaciones.
Así fue que, las aguas argentinas, en el inicio de ambos conflictos Mundiales fueron escenario de grandes combates navales, protagonizados por beligerantes de ambos bandos, lo cual desde ya afectaba la actitud neutral de nuestro País, a la vez que refleja la importancia estratégica del archipiélago Malvinas en el Control de las aguas del Atlántico Sur, sea por su posición geográfica como por sus facilidades logísticas.
En ese sentido quién era Presidente de la Nación en 1940, Dr. Ramón Castillo, ordena al Ministro de Marina, Almirante León Scasso, la realización de vuelos de Patrullado Marítimo con el fin de realizar tareas de Control del Mar en aguas jurisdiccionales argentinas. .
Así fue que se formó una División Naval de buques de superficie que apoyaría un vuelo de tres aviones navales, que se destacarían de Bahía Uruguay a Malvinas. Este hecho ocurrió el 22 de enero de 1940, cuando tres aviones Consolidated P2Y-3 A, al mando del entonces Teniente de Navío Dn. Salustiano Mediavilla despegaron de Bahía Uruguay, en cercanías de Puerto Deseado a fin de cumplir con la misión ordenada por el Poder Ejecutivo Nacional.
En este punto del relato creemos que vale la pena mencionar que estos aviones eran “hidros” es decir sólo operaban desde superficies acuáticas, eran de gran alcance y modernos para la época, llevaban incorporados a la Armada Argentina poco más de un lustro. El sólo hecho de operar desde Bahía Uruguay prepuso un esfuerzo logístico para montar las necesarias facilidades para asegurar el éxito con que culminó la tarea.
El rastreador A.R.A. Bouchard y los torpederos A.R.A. Cervantes, A.R.A Garay, A.R.A. Mendoza y A.R.A. La Rioja sirvieron de apoyo al vuelo en su derrota hacía Malvinas, sin duda una muestra de la capacidad naval de la época en apoyo de la política exterior de la Nación.
La actividad fue ordenada con un alto grado de reserva, de resultas de lo cual las fuentes bibliográficas de consulta no aportan mucha información de esta actividad, que constituye un jalón más en los esfuerzos argentinos en mostrar al Mundo el ejercicio soberano, de nuestro País en las islas Malvinas.
Los aviones se destacaron de la Base Naval de Puerto Belgrano a la Estación Aeronaval Auxiliar Bahía Uruguay, constituida para este cometido el 19 de enero de 1940. En la madrugada del 22 de enero se destacaron a Malvinas, para lo cual contaron con apoyo en su navegación y meteorólogico de los buques mencionados. Se recaló en las islas Malvinas, en el extremo noroeste en el archipiélago de las Sebaldes, el cual fue reconocido realizándose además ejercitaciones con los buques que sirvieron de apoyo durante el traslado.
En el regreso se decidió no acuatizar en Bahía Uruguay y se continuó vuelo a la Base Aeronaval Puerto Belgrano, donde los tres hidroaviones acuatizaron luego de ocho horas de vuelo, sin contratiempo alguno. Esta misión sirvió para ponderar la capacidad operativa de la Armada Argentina de por entonces en tareas de Control del Mar, ante la eventualidad de una escalada del conflicto Mundial en nuestras costas.
El Conflicto de 1982 puso de manifiesto que una de las menores distancias a Malvinas eran desde Puerto Deseado, cosa que nuestros mayores nos había enseñado en este vuelo memorable y poco conocido.
Entre 1940 y 1982 la Armada Argentina realizó otras actividades con Medios aéreos en la zona de Malvinas, principalmente con aviones Albatros y Neptune, lo cual demuestra que nuestras islas eran un escenario de operación posible y donde se fue sumando experiencia que fue materializada en el momento del Conflicto. Así nuestras islas estuvieron presentes en los Planes Navales durante muchas décadas como una posibilidad cierta de operación futura.
Esta actividad del año 1940 sin duda es poco conocida y si bien fue realizada por la Armada Argentina no fue otra cosa que la materialización de la política exterior de la Nación, rol fundamental en el quehacer naval desde la existencia misma de esta Institución que, como otras tantas expresiones del Estado argentino contribuye a preservar los Intereses Marítimos y Fluviales de la Patria.
A poco más de siete décadas de este hecho recordamos el esfuerzo y profesionalismo de estos hombres de mar, que con Medios y tecnología muy diferentes a los de hoy, realizaron una tarea que los puso al límite de su capacidad, venciendo todos los obstáculos que se le presentaron en el camino. Hoy la tecnología ha cambiado y las cosas parecen ser más fáciles, pero sin la vocación de servicio de entonces que iluminaba a los hombres de nuestra Armada, y hoy a sus hombres y mujeres por igual, no sería posible ni trascendente su diario quehacer en pos de preservar los supremos intereses de la Nación argentina
Rafael Luis SGUEGLIA
Presidente
INSTITUTO AERONAVAL
Extraído del Facebook de Oscar Hector Filippi
PONEN PROA A MALVINAS
En el año 1940 se estaba desarrollando la Segunda Guerra Mundial, por entonces la Argentina había adoptado una actitud de neutralidad, sin embargo a fines de 1939 el estuario del Plata había sido escenario del combate entre tres buques ingleses y el acorazado de bolsillo alemán Admiral Graf Spee, en lo que se conoció como la batalla del Rio de la Plata.
Quizás valga la pena recordar que ese buque llevaba el nombre de un Almirante alemán, que luego de derrotar a la Flota inglesa en aguas chilenas en la batalla de Coronel, se había destacado con una División Naval con la intención de destruir la estación radiotelégráfica y otras facilidades militares y logísticas de las islas Malvinas y, en lo posible, de adueñarse de los depósitos de carbón existentes, mineral necesario para alimentar las calderas de sus buques.
Así fue que el 8 de diciembre del año 1914 en horas de la tarde donde se produjo un combate naval en proximidades de Puerto Argentino (Stanley) de resultas del cual fueron hundidos los cruceros alemanes Leipzig, Nuremberg, Scharmhost, Gneiseau y dos buques carboneros de apoyo , por buques ingleses al mando del Vicealmirante Sir Frederick D. Sturtee. Se trataba de los cruceros Kent, Glasgow, Conwall, Inflexible, Invincible y Carnarvon. En la batalla muere el Comandante alemán Almirante Conde Ferdinan Johannes Maria Hubert Graf Von Spee y sus dos únicos hijos varones junto, a mil ochocientos catorce tripulantes, la cantidad de buques empeñados da una idea de la magnitud del combate, sin contar que la cantidad de bajas alemanas fue casi similar a la de la población isleña.
En diciembre de 1939 luego de la batalla del Rio de la Plata los tres buques ingleses participantes, cruceros Exeter, Ajax y Achilles se dirigieron a Malvinas a fin de desembarcar heridos y someterse a variadas reparaciones.
Así fue que, las aguas argentinas, en el inicio de ambos conflictos Mundiales fueron escenario de grandes combates navales, protagonizados por beligerantes de ambos bandos, lo cual desde ya afectaba la actitud neutral de nuestro País, a la vez que refleja la importancia estratégica del archipiélago Malvinas en el Control de las aguas del Atlántico Sur, sea por su posición geográfica como por sus facilidades logísticas.
En ese sentido quién era Presidente de la Nación en 1940, Dr. Ramón Castillo, ordena al Ministro de Marina, Almirante León Scasso, la realización de vuelos de Patrullado Marítimo con el fin de realizar tareas de Control del Mar en aguas jurisdiccionales argentinas. .
Así fue que se formó una División Naval de buques de superficie que apoyaría un vuelo de tres aviones navales, que se destacarían de Bahía Uruguay a Malvinas. Este hecho ocurrió el 22 de enero de 1940, cuando tres aviones Consolidated P2Y-3 A, al mando del entonces Teniente de Navío Dn. Salustiano Mediavilla despegaron de Bahía Uruguay, en cercanías de Puerto Deseado a fin de cumplir con la misión ordenada por el Poder Ejecutivo Nacional.
En este punto del relato creemos que vale la pena mencionar que estos aviones eran “hidros” es decir sólo operaban desde superficies acuáticas, eran de gran alcance y modernos para la época, llevaban incorporados a la Armada Argentina poco más de un lustro. El sólo hecho de operar desde Bahía Uruguay prepuso un esfuerzo logístico para montar las necesarias facilidades para asegurar el éxito con que culminó la tarea.
El rastreador A.R.A. Bouchard y los torpederos A.R.A. Cervantes, A.R.A Garay, A.R.A. Mendoza y A.R.A. La Rioja sirvieron de apoyo al vuelo en su derrota hacía Malvinas, sin duda una muestra de la capacidad naval de la época en apoyo de la política exterior de la Nación.
La actividad fue ordenada con un alto grado de reserva, de resultas de lo cual las fuentes bibliográficas de consulta no aportan mucha información de esta actividad, que constituye un jalón más en los esfuerzos argentinos en mostrar al Mundo el ejercicio soberano, de nuestro País en las islas Malvinas.
Los aviones se destacaron de la Base Naval de Puerto Belgrano a la Estación Aeronaval Auxiliar Bahía Uruguay, constituida para este cometido el 19 de enero de 1940. En la madrugada del 22 de enero se destacaron a Malvinas, para lo cual contaron con apoyo en su navegación y meteorólogico de los buques mencionados. Se recaló en las islas Malvinas, en el extremo noroeste en el archipiélago de las Sebaldes, el cual fue reconocido realizándose además ejercitaciones con los buques que sirvieron de apoyo durante el traslado.
En el regreso se decidió no acuatizar en Bahía Uruguay y se continuó vuelo a la Base Aeronaval Puerto Belgrano, donde los tres hidroaviones acuatizaron luego de ocho horas de vuelo, sin contratiempo alguno. Esta misión sirvió para ponderar la capacidad operativa de la Armada Argentina de por entonces en tareas de Control del Mar, ante la eventualidad de una escalada del conflicto Mundial en nuestras costas.
El Conflicto de 1982 puso de manifiesto que una de las menores distancias a Malvinas eran desde Puerto Deseado, cosa que nuestros mayores nos había enseñado en este vuelo memorable y poco conocido.
Entre 1940 y 1982 la Armada Argentina realizó otras actividades con Medios aéreos en la zona de Malvinas, principalmente con aviones Albatros y Neptune, lo cual demuestra que nuestras islas eran un escenario de operación posible y donde se fue sumando experiencia que fue materializada en el momento del Conflicto. Así nuestras islas estuvieron presentes en los Planes Navales durante muchas décadas como una posibilidad cierta de operación futura.
Esta actividad del año 1940 sin duda es poco conocida y si bien fue realizada por la Armada Argentina no fue otra cosa que la materialización de la política exterior de la Nación, rol fundamental en el quehacer naval desde la existencia misma de esta Institución que, como otras tantas expresiones del Estado argentino contribuye a preservar los Intereses Marítimos y Fluviales de la Patria.
A poco más de siete décadas de este hecho recordamos el esfuerzo y profesionalismo de estos hombres de mar, que con Medios y tecnología muy diferentes a los de hoy, realizaron una tarea que los puso al límite de su capacidad, venciendo todos los obstáculos que se le presentaron en el camino. Hoy la tecnología ha cambiado y las cosas parecen ser más fáciles, pero sin la vocación de servicio de entonces que iluminaba a los hombres de nuestra Armada, y hoy a sus hombres y mujeres por igual, no sería posible ni trascendente su diario quehacer en pos de preservar los supremos intereses de la Nación argentina
Rafael Luis SGUEGLIA
Presidente
INSTITUTO AERONAVAL
Extraído del Facebook de Oscar Hector Filippi
jueves, 23 de enero de 2014
San Carlos: El RI 25 intenta repeler el desembarco
21 de Mayo de 1982
REGIMIENTO DE INFANTERIA 25 (RI 25)
Contra el desembarco que lanzaron los británicos el 21 de mayo. Una fracción de apenas poco más de sesenta soldados argentinos los primeros en advertir la acción Enemiga , se hallaba en el lugar e hizo pie firme contra la formidable máquina bélica que empezaba a desplegarse. Esta es la historia de aquellos valientes.
A las 8. 10 de la mañana del 21 de mayo de 1982, cuando las primeras luces del alba pugnaban por vencer a las tinieblas del invierno austral, un atribulado soldadito cordobés anunció en el puesto de comando "Aguila", que "un barco grande, blanco, que no parecía de guerra" entraba en el canal de Puerto San Carlos.
Esta fue la confirmación del tan augurado, temido, esperado desembarco británico en la isla Soledad, precisamente en su extremo occidental.
Repeliendo el desembarco.
Contra el desembarco que lanzaron los británicos el 21 de mayo. Una fracción de apenas poco más de sesenta soldados argentinos los primeros en advertir la acción Enemiga , se hallaba en el lugar e hizo pie firme contra la formidable máquina bélica que empezaba a desplegarse. Esta es la historia de aquellos valientes.
A las 8. 10 de la mañana del 21 de mayo de 1982, cuando las primeras luces del alba pugnaban por vencer a las tinieblas del invierno austral, un atribulado soldadito cordobés anunció en el puesto de comando "Aguila", que "un barco grande, blanco, que no parecía de guerra" entraba en el canal de Puerto San Carlos.
Esta fue la confirmación del tan augurado, temido, esperado desembarco británico en la isla Soledad, precisamente en su extremo occidental.
Los relatos posteriores dieron la impresión de que el acceso de las tropas británicas a territorio malvinense no fue "un paseo", que no hubo oposición, ya que el comando argentino no había previsto que allí iba a producirse la cabeza de playa.
Sin embargo, la realidad difiere bastante con esa leyenda del "paseo bajo la luz de la luna". Es que el Teniente 1º Carlos Daniel Esteban, al frente del equipo de combate "Güemes", compuesto por un total de sesenta y dos hombres, y cuarenta y uno en establecimiento San Carlos y veintiuno en la altura 234, a 9 kilómetros al norte, se cuidó de que las cosas no fueran tan fáciles.
El desembarco en sí mismo había sido precedido por tres largas horas de intenso cañoneo naval, que no estuvo dirigido a ningún blanco terrestre, por lo menos en poder de los argentinos. Fue un clásico "fuego de distracción" que puso a prueba las comunicaciones entre San Carlos y la 2340.
A las 3.00 desde esa altura que domina el estrecho, el subteniente Reyes abre fuego con sus cañones de 105 mm contra fragatas británicas que, con su respuesta "borran" las posiciones de la sección "Gato", causándole cuatro heridos '
Dicha sección deambuló luego durante veintiún días por la cabeza de playa británica, al borde de la inanición, hasta que sus componentes lograron ponerse a salvo.
Inmediatamente de haber sido advertido de la presencia del buque "Canberra" por la descripción del soldado, Estévez ("Aguila" en código) corrió a cerciorarse desde un puesto de observador adelantado.
A las 8.15, a medida que aumentaba la luz del día se pudo ver a tres fragatas y a las 8.20 una serie de lanchones de desembarco se desprendieron de los buques dirigiéndose a San Carlos. Dos minutos después las lanchas recorrían la bahía "en todas direcciones", sobrevoladas por numerosos helicópteros según el relato del oficial.
Sin embargo, la realidad difiere bastante con esa leyenda del "paseo bajo la luz de la luna". Es que el Teniente 1º Carlos Daniel Esteban, al frente del equipo de combate "Güemes", compuesto por un total de sesenta y dos hombres, y cuarenta y uno en establecimiento San Carlos y veintiuno en la altura 234, a 9 kilómetros al norte, se cuidó de que las cosas no fueran tan fáciles.
El desembarco en sí mismo había sido precedido por tres largas horas de intenso cañoneo naval, que no estuvo dirigido a ningún blanco terrestre, por lo menos en poder de los argentinos. Fue un clásico "fuego de distracción" que puso a prueba las comunicaciones entre San Carlos y la 2340.
A las 3.00 desde esa altura que domina el estrecho, el subteniente Reyes abre fuego con sus cañones de 105 mm contra fragatas británicas que, con su respuesta "borran" las posiciones de la sección "Gato", causándole cuatro heridos '
Dicha sección deambuló luego durante veintiún días por la cabeza de playa británica, al borde de la inanición, hasta que sus componentes lograron ponerse a salvo.
En San Carlos
El parte confeccionado por el teniente 1' Esteban sobre los acontecimientos de ese día es lo suficientemente elocuente pese a la extrema sobriedad del lenguaje militar utilizado.Inmediatamente de haber sido advertido de la presencia del buque "Canberra" por la descripción del soldado, Estévez ("Aguila" en código) corrió a cerciorarse desde un puesto de observador adelantado.
A las 8.15, a medida que aumentaba la luz del día se pudo ver a tres fragatas y a las 8.20 una serie de lanchones de desembarco se desprendieron de los buques dirigiéndose a San Carlos. Dos minutos después las lanchas recorrían la bahía "en todas direcciones", sobrevoladas por numerosos helicópteros según el relato del oficial.
Aproximadamente a las 8.30 "Aguila" recibe el aviso de que la infantería
británica, que había desembarcado, comenzaba a avanzar hacia el pueblo desde el oeste. Inmediatamente se advierte por radio a Puerto Argentino de lo que está sucediendo y se ordena luego un desplazamiento de las posiciones hacia el este, para evitar quedar cercados por un descenso helitransportado.
A las 8.40 dos compañías británicas llegan al pueblo (vacío), mientras que un helicóptero Sea King intentaba posarse con su carga de soldados, desde el este, para cerrar el cerco.
británica, que había desembarcado, comenzaba a avanzar hacia el pueblo desde el oeste. Inmediatamente se advierte por radio a Puerto Argentino de lo que está sucediendo y se ordena luego un desplazamiento de las posiciones hacia el este, para evitar quedar cercados por un descenso helitransportado.
A las 8.40 dos compañías británicas llegan al pueblo (vacío), mientras que un helicóptero Sea King intentaba posarse con su carga de soldados, desde el este, para cerrar el cerco.
El jefe argentino ordena abrir fuego contra la máquina enemiga y ésta, muy averiada, no se decide a descender, escapa humeando y finalmente cae al agua.
"Evidentemente tenían dudas sobre nuestra presencia, porque si no, no hubiesen enviado a ese gran helicóptero de transporte, que llevaba además colgando una especie de 'chinguillo' con municiones", memora Esteban.
Mientras tanto la infantería inglesa disparaba contra las posiciones de "Aguila" sin hacer blanco, así que dos minutos después enviaron otro helicóptero, pero esta vez un Gazelle de ataque, para que disparase sus cohetes contra los defensores.
"Le efectuamos fuego reunido con todas las armas y el aparato se precipitó a las aguas del río San Carlos. La máquina se hundió inmediatamente, un cuerpo salió flotando, mientras que otro tripulante se asió de una boya.
Una lancha tripulada por dos "kelper " se precipitó en auxilio de los aviadores y ordené que no se les disparase", señala "Aguila".
"El helicóptero derribado había marcado la posición y los infantes enemigos hicieron fuego de mortero sin dar en el blanco. Entonces se ordenó un nuevo cambio de posición, más hacia el este, para eludir los disparos de los británicos".
"Sobre la nueva posición apareció otro Gazelle que comenzó a atacarla con ametralladora, al tiempo que el piloto intentaba dar inclinación a la máquina para alcanzamos con sus cohetes. Otra vez se hizo fuego reunido y el aparato se precipitó a tierra incendiado, a diez metros de nuestras posiciones, lo que nos permitió comprobar la muerte de todos sus tripulantes."
"Era evidente que los helicópteros tenían la misión de dirigir el fuego, - dice Esteban - pero debido a que los derribamos los disparos de mortero y artillería naval nunca se nos aproximaron a más de 500 600 metros.
Los argentinos efectúan un nuevo desplazamiento cuando llegó otro Gazelle, aparentemente para dirigir el fuego naval y lo atacaron con todas sus armas. El piloto alcanzó a retirarse con su máquina humeando, que luego aterriza en llamas. "
"Al tiempo que se libraba el combate con los helicópteros, estimábamos que unos 200 infantes ingleses se encontraban en Puerto San Carlos y que más o menos el doble estaba dirigiéndose hacia el establecimiento", señala "Aguila"'
Después de un nuevo cambio de posición, los defensores vieron entre las 9.30 el primer ataque aéreo argentino contra la flota de desembarco, protagonizado por un Aermacchi de la ' aviación naval.
"Los infantes ingleses en ningún momento trataron de acercarse a las posiciones, el fuego de sus fusiles fue casi nulo y los morteros efectuaban muchos disparos sin conseguir blanco. "
"Aguila" Y sus cuarenta hombres esperaron durante dos horas el repliegue de "'Gato" desde la altura 234, pero el comandante enemigo que había perdido tres helicópteros de ataque y no sabía lo que tenía por delante, prefirió no correr ningún riesgo. Sin sentido.' Durante los ataques los defensores no sufrieron ninguna baja y solamente abandonaron algún material pesado y un lanzacohetes averiado.
Y los "daños probados" sobre el enemigo fuero los siguientes: una decena de paracaidistas muertos heridos que iban a bordo del primer helicóptero.
Tres Gazelle destruidos, un sea King seriamente dañado y sus tripulaciones muertas o heridas. La pequeña tropa argentina, dos oficiales, nueve suboficiales y treinta y un soldados emprendieron el regreso a pie a Puerto Argentino adonde llegaron el 26 de mayo, dándose incluso el gusto de festejar la fecha patria en Douglas Paddock con una formación especial.
El 28 estaban de vuelta en Darwin para participar en los combates de Goose Green, pero... esa es otra historia...
Tte. 1º Esteban, Tte. Estevez, Subteniente Goméz Centurión y Subteniente Reyes.
"Evidentemente tenían dudas sobre nuestra presencia, porque si no, no hubiesen enviado a ese gran helicóptero de transporte, que llevaba además colgando una especie de 'chinguillo' con municiones", memora Esteban.
"En primer lugar, deberían haber enviado un helicóptero de ataque, no de transporte. Quiere decir que ahí venía un grupo de tiradores que, en vez de bajarse a cierta distancia del pueblo para completar el cerco, descendió directamente en el centro del villorrio. Le debemos haber pegado con unos 2000 ó 2500 proyectiles, porque éramos cuarenta y dos hombres que nos bajamos casi un cargador por helicóptero, así que eliminamos totalmente al grupo de tiradores que iba dentro de la máquina y el aparato quedó destruido."
Mientras tanto la infantería inglesa disparaba contra las posiciones de "Aguila" sin hacer blanco, así que dos minutos después enviaron otro helicóptero, pero esta vez un Gazelle de ataque, para que disparase sus cohetes contra los defensores.
"Le efectuamos fuego reunido con todas las armas y el aparato se precipitó a las aguas del río San Carlos. La máquina se hundió inmediatamente, un cuerpo salió flotando, mientras que otro tripulante se asió de una boya.
Una lancha tripulada por dos "kelper " se precipitó en auxilio de los aviadores y ordené que no se les disparase", señala "Aguila".
"El helicóptero derribado había marcado la posición y los infantes enemigos hicieron fuego de mortero sin dar en el blanco. Entonces se ordenó un nuevo cambio de posición, más hacia el este, para eludir los disparos de los británicos".
"Sobre la nueva posición apareció otro Gazelle que comenzó a atacarla con ametralladora, al tiempo que el piloto intentaba dar inclinación a la máquina para alcanzamos con sus cohetes. Otra vez se hizo fuego reunido y el aparato se precipitó a tierra incendiado, a diez metros de nuestras posiciones, lo que nos permitió comprobar la muerte de todos sus tripulantes."
"Era evidente que los helicópteros tenían la misión de dirigir el fuego, - dice Esteban - pero debido a que los derribamos los disparos de mortero y artillería naval nunca se nos aproximaron a más de 500 600 metros.
Los argentinos efectúan un nuevo desplazamiento cuando llegó otro Gazelle, aparentemente para dirigir el fuego naval y lo atacaron con todas sus armas. El piloto alcanzó a retirarse con su máquina humeando, que luego aterriza en llamas. "
"Al tiempo que se libraba el combate con los helicópteros, estimábamos que unos 200 infantes ingleses se encontraban en Puerto San Carlos y que más o menos el doble estaba dirigiéndose hacia el establecimiento", señala "Aguila"'
Después de un nuevo cambio de posición, los defensores vieron entre las 9.30 el primer ataque aéreo argentino contra la flota de desembarco, protagonizado por un Aermacchi de la ' aviación naval.
"Los infantes ingleses en ningún momento trataron de acercarse a las posiciones, el fuego de sus fusiles fue casi nulo y los morteros efectuaban muchos disparos sin conseguir blanco. "
"Aguila" Y sus cuarenta hombres esperaron durante dos horas el repliegue de "'Gato" desde la altura 234, pero el comandante enemigo que había perdido tres helicópteros de ataque y no sabía lo que tenía por delante, prefirió no correr ningún riesgo. Sin sentido.' Durante los ataques los defensores no sufrieron ninguna baja y solamente abandonaron algún material pesado y un lanzacohetes averiado.
Y los "daños probados" sobre el enemigo fuero los siguientes: una decena de paracaidistas muertos heridos que iban a bordo del primer helicóptero.
Tres Gazelle destruidos, un sea King seriamente dañado y sus tripulaciones muertas o heridas. La pequeña tropa argentina, dos oficiales, nueve suboficiales y treinta y un soldados emprendieron el regreso a pie a Puerto Argentino adonde llegaron el 26 de mayo, dándose incluso el gusto de festejar la fecha patria en Douglas Paddock con una formación especial.
El 28 estaban de vuelta en Darwin para participar en los combates de Goose Green, pero... esa es otra historia...
Tte. 1º Esteban, Tte. Estevez, Subteniente Goméz Centurión y Subteniente Reyes.
miércoles, 22 de enero de 2014
Futbolistas argentinos heridos en Malvinas
Villa y Ardiles sufrieron un accidente
Los campeones del mundo en 1978 volcaron su camioneta en las Islas Malvinas y están fuera de peligro. Se encontraban filmando un documental.
Ricardo Villa y Osvaldo Ardiles sufrieron un accidente automovilístico en las Islas Malvinas. / Twitter @ChrisKey3
Los excampeones con Argentina en el Mundial de 1978 Osvaldo Ardiles y Ricardo Villa sufrieron un accidente al volcar la camioneta con la que se movilizaban en las Islas Malvinas, aunque se encuentran fuera de peligro.
El accidente se produjo en una carretera entre Darwin y la base militar de Mount Pleasant el lunes por la noche, según una información de Mercopress que publicó el portal de Penguin News.
“El más perjudicado fue Ardiles, quien tiene un corte bastante importante en su cabeza, aunque no perdió el conocimiento”, dijo Villa en declaraciones telefónicas desde el archipiélago al canal de noticias TN.
Ardiles, que estaba conduciendo la camioneta, y Villa, excompañeros del seleccionado y de Tottenham Hotspur, se encontraban en las Islas Malvinas filmando un documental para ESPN.
Perfil
Los campeones del mundo en 1978 volcaron su camioneta en las Islas Malvinas y están fuera de peligro. Se encontraban filmando un documental.
Ricardo Villa y Osvaldo Ardiles sufrieron un accidente automovilístico en las Islas Malvinas. / Twitter @ChrisKey3
Los excampeones con Argentina en el Mundial de 1978 Osvaldo Ardiles y Ricardo Villa sufrieron un accidente al volcar la camioneta con la que se movilizaban en las Islas Malvinas, aunque se encuentran fuera de peligro.
El accidente se produjo en una carretera entre Darwin y la base militar de Mount Pleasant el lunes por la noche, según una información de Mercopress que publicó el portal de Penguin News.
“El más perjudicado fue Ardiles, quien tiene un corte bastante importante en su cabeza, aunque no perdió el conocimiento”, dijo Villa en declaraciones telefónicas desde el archipiélago al canal de noticias TN.
Ardiles, que estaba conduciendo la camioneta, y Villa, excompañeros del seleccionado y de Tottenham Hotspur, se encontraban en las Islas Malvinas filmando un documental para ESPN.
Perfil
martes, 21 de enero de 2014
Malvinas: Los kelpers preocupados por no levantar la moral argentina
Radar de largo alcance Tipo 965 del HMS Coventry en el fondo del Mar, la foto la publicó un veterano británico K. Griffiths
Aqui queda desmostrado los criterios diferentes que tienen britanicos y kelpers; estos últimos, los habitantes ilegales de Malvinas PROHIBEN que se publiquen fotos de los buques de guerra hundidos por los argentinos. Cuando buzos britanicos publicarón las fotos de la HMS Antelope en el fondo del mar los kelpers armaron un escándalo pues según ellos estos barcos representan tumbas y deben ser honradas. Pero la VERDAD ES QUE NO QUIEREN QUE SE PUBLIQUE NADA QUE HAGA ELEVAR EL SENTIMIENTO PATRIOTICO ARGENTINO...y no es un comentario mío..lo dijo el propio Gobernador de Malvinas
Aqui queda desmostrado los criterios diferentes que tienen britanicos y kelpers; estos últimos, los habitantes ilegales de Malvinas PROHIBEN que se publiquen fotos de los buques de guerra hundidos por los argentinos. Cuando buzos britanicos publicarón las fotos de la HMS Antelope en el fondo del mar los kelpers armaron un escándalo pues según ellos estos barcos representan tumbas y deben ser honradas. Pero la VERDAD ES QUE NO QUIEREN QUE SE PUBLIQUE NADA QUE HAGA ELEVAR EL SENTIMIENTO PATRIOTICO ARGENTINO...y no es un comentario mío..lo dijo el propio Gobernador de Malvinas
lunes, 20 de enero de 2014
Operación Aerolíneas: Un reflexión
La compra de armas durante la guerra por las Malvinas
POR RICARDO KIRSCHBAUM
POR RICARDO KIRSCHBAUM
EDITOR GENERAL DE CLARÍN
Sobre la compra de armas durante la guerra de Malvinas se ha escrito y conjeturado mucho más de lo que, en verdad, se sabe . Fue un conflicto de otro tiempo. Una colonia británica perdida en el Atlántico Sur, desconocida por los habitantes del Reino Unido. Los isleños dependían entonces -1982- de la relación con Argentina : vuelos, hospitales, colegios secundarios, gas y maestros de español. Eran ciudadanos de segunda hasta que, luego de la derrota argentina, Margaret Thatcher les concedió la ciudadanía británica . Comenzó otra historia.
Aquellos eran los tiempos de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Los militares que ocupaban el poder en Argentina eran rabiosamente anticomunistas y pronorteamericanos . Trabajaban con la CIA en Centroamérica apoyando a la contra somocista, y asesoraban sobre secuestros, torturas y contrainsurgencia . Esa alianza, pensaban, evitaría que Washington se inclinara por Gran Bretaña cuando desembarcaran en Malvinas. Esa hipótesis fue desastrosa.
Ocurrió todo lo contrario : Reagan apoyó a Thatcher y, se sabe, aún antes que la mediación de Alexander Haig colapsara, el Pentágono ya suministraba armamento para la flota que navegaba hacia las islas Malvinas.
Ocurrió, entonces, que los militares anticomunistas argentinos se volcaron hacia cualquier fuente de aprovisionamiento de armas , bloqueados por la solidaridad con Londres de la mayoría de los países proveedores de ese material.
Ese brusco cambio obligó a buscar proveedores. Perú aportó aviones Mirages (después Argentina “pagó” esa ayuda vendiéndole armas a Ecuador) y hubo compras en el mercado negro .
Esas negociaciones, es obvio, tuvieron que evitar al servicio de inteligencia británico y a otros servicios similares de países de la OTAN , además de la vigilancia siempre cercana de los americanos. Alguna operación fue bloqueada y hasta hubo agentes dobles metidos en el asunto.
En esa búsqueda desesperada, se recurrió a fuentes de aprovisionamiento que, poco antes, f ormaban parte de la “conjura antiargentina” . Entre ellos, Libia, gobernada por Muammar Kadafi, por entonces un líder tercermundista y promotor de actos terroristas en los países que consideraba enemigos de su causa.
Por primera vez, quienes participaron de los vuelos secretos para traer armamento a la Argentina rompen el silencio y cuentan detalles de aquella operación que se mantuvo oculta por treinta años Se trata de un documento excepcional de Gonzalo Sánchez , uno de los editores de la redacción de Clarín , que dialogó con los pilotos de los aviones de carga y obtuvo testimonios reveladores.
Es un trabajo periodístico de calidad que alumbra esos días de tragedia.
Clarín
Sobre la compra de armas durante la guerra de Malvinas se ha escrito y conjeturado mucho más de lo que, en verdad, se sabe . Fue un conflicto de otro tiempo. Una colonia británica perdida en el Atlántico Sur, desconocida por los habitantes del Reino Unido. Los isleños dependían entonces -1982- de la relación con Argentina : vuelos, hospitales, colegios secundarios, gas y maestros de español. Eran ciudadanos de segunda hasta que, luego de la derrota argentina, Margaret Thatcher les concedió la ciudadanía británica . Comenzó otra historia.
Aquellos eran los tiempos de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Los militares que ocupaban el poder en Argentina eran rabiosamente anticomunistas y pronorteamericanos . Trabajaban con la CIA en Centroamérica apoyando a la contra somocista, y asesoraban sobre secuestros, torturas y contrainsurgencia . Esa alianza, pensaban, evitaría que Washington se inclinara por Gran Bretaña cuando desembarcaran en Malvinas. Esa hipótesis fue desastrosa.
Ocurrió todo lo contrario : Reagan apoyó a Thatcher y, se sabe, aún antes que la mediación de Alexander Haig colapsara, el Pentágono ya suministraba armamento para la flota que navegaba hacia las islas Malvinas.
Ocurrió, entonces, que los militares anticomunistas argentinos se volcaron hacia cualquier fuente de aprovisionamiento de armas , bloqueados por la solidaridad con Londres de la mayoría de los países proveedores de ese material.
Ese brusco cambio obligó a buscar proveedores. Perú aportó aviones Mirages (después Argentina “pagó” esa ayuda vendiéndole armas a Ecuador) y hubo compras en el mercado negro .
Esas negociaciones, es obvio, tuvieron que evitar al servicio de inteligencia británico y a otros servicios similares de países de la OTAN , además de la vigilancia siempre cercana de los americanos. Alguna operación fue bloqueada y hasta hubo agentes dobles metidos en el asunto.
En esa búsqueda desesperada, se recurrió a fuentes de aprovisionamiento que, poco antes, f ormaban parte de la “conjura antiargentina” . Entre ellos, Libia, gobernada por Muammar Kadafi, por entonces un líder tercermundista y promotor de actos terroristas en los países que consideraba enemigos de su causa.
Por primera vez, quienes participaron de los vuelos secretos para traer armamento a la Argentina rompen el silencio y cuentan detalles de aquella operación que se mantuvo oculta por treinta años Se trata de un documento excepcional de Gonzalo Sánchez , uno de los editores de la redacción de Clarín , que dialogó con los pilotos de los aviones de carga y obtuvo testimonios reveladores.
Es un trabajo periodístico de calidad que alumbra esos días de tragedia.
Clarín
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