La silenciosa proeza del Cabo Roberto Baruzzo
De todos los suboficiales de Ejército que estuvieron en Malvinas, sólo dos recibieron la máxima distinción a que puede aspirar un hombre de armas argentino: la Cruz al Heroico Valor en Combate. Uno, el Sargento primero Mateo Sbert, muerto en el combate de Top Malo House. El jefe de su sección, Capitán José Vercesi, se ha encargado de que su historia se publicara en la revista “Soldados Digital” y en general tuviera cierta divulgación. (Aunque, claro, muy por debajo de la que amerita a nivel nacional).
El otro, sigue siendo un perfecto desconocido, aún para muchos estudiosos del tema Malvinas. Si uno quiere averiguar por qué le fue conferido tan alto galardón, no se va a enterar ni en la Internet. Se trata del por entonces cabo Roberto Baruzzo del Regimiento 12 de Infantería, por aquellos tiempos, con guarnición en Mercedes, Corrientes. Su historia, de ribetes cinematográficos, vale la pena ser contada.
Baruzzo, es oriundo del pueblo de Riachuelo, Corrientes. Es un hombre de rostro aniñado, sin ínfula alguna, de perfil muy bajo, puro y transparente hasta rayar en la ingenuidad.
Su unidad, al llegar a Malvinas, había sido ubicada primero en el Monte Kent, para después ser enviada a Darwin. Pero una sección compuesta mayormente de personal de cuadros, con Baruzzo incluido, se quedó en la zona, al mando del teniente primero Gorriti.
En los días previos al ataque contra Monte Longdon, los bombardeos ingleses sobre esa área se habían intensificado. El mismo Baruzzo fue herido en la mano por una esquirla. En una de las noches, el cabo oyó gritos desgarradores. A pesar del cañoneo, salió de su pozo de zorro y encontró a un soldado con la pierna destrozada por el fuego naval enemigo. Sin titubear, dejó su fusil y cargó al herido hasta el puesto de enfermería, tratando de evitar que se desangrara.
Lo peor aún estaba por venir.
En la noche del 10 al 11 de junio, desde Puerto Argentino se observaba el espectáculo fantasmagórico que ofrecía la ofensiva británica. En medio de un estruendo ensordecedor, los montes aledaños eran cruzados por una miríada de proyectiles trazantes e intermitentemente iluminados por bengalas. Se estremecía el alma de imaginar que allí, en esos momentos, estaban matando y muriendo muchos bravos soldados argentinos. Allí, en medio del fragor, la sección de Baruzzo ya se había replegado hacia el Monte Harriet, sobre el cual los ingleses estaban realizando una acción envolvente. Varios grupos de soldados del 12 y del Regimiento 4 quedaron aislados. El teniente primero Jorge Echeverría, un oficial de Inteligencia de esta última unidad, los agrupó y encabezó la resistencia. Baruzzo se sumó a ellos y vio a al oficial parapetado detrás de una roca, disparando su FAL.
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El reencuentro de los dos camaradas, veinticuatro años después del combate |
Cerca de él vio a un soldado inglés muerto y le sacó su visor nocturno. “Ahora la diferencia en recursos ya no será tan despareja”, pensó. Con el visor fue ubicando las cabezas de los ingleses que asomaban detrás de las rocas, y tanto Baruzzo, como su jefe afinaron la puntería. Los soldados de Su Majestad, por su parte, los rociaron de plomo e insultos. Las trazantes pegaban a centímetros del cuerpo del oficial, hasta que finalmente fue herido en la pierna y cayó en un claro, fuera de la protección de la roca. Cuando Baruzzo se le quiso acercar, un inglés surgió de la oscuridad y le tiró al cabo. Erró el primer disparo, aunque la bala pegó muy cerca, pero antes de que pudiera efectuar el segundo, Echeverría, disparando desde el suelo, lo abatió. Otro inglés le tiró a Echeverría, pero Baruzzo lo mató de un certero disparo. Cerca de ellos, el conscripto Gorosito peleaba como un león. Los adversarios estaban a apenas siete u ocho metros uno del otro y sólo podían verse las siluetas en los breves momentos en que alguna bengala iluminaba la zona.
Echeverría, sangraba profusamente: tenía tres balazos en la pierna. El joven cabo de apenas 22 años, con el cordón de la chaquetilla del oficial, le hizo un torniquete en el muslo. La pierna de Echeverría parecía teñida de negro y también lucía negra la nieve a su alrededor. El teniente primero le dijo empero que no sentía nada, sólo frío. Baruzzo trató de moverlo. Echeverría se levantó y empezaron a caminar por un desfiladero, mientras a su alrededor seguían impactando las balas trazantes. De repente, de atrás de un peñasco, entre la neblina y las bengalas, surgió la silueta de un inglés, quien disparó y le dio de lleno a Echeverría. Baruzzo contestó el fuego y el atacante se desplomó muerto. Esta vez Echeverría había sido herido en el hombro y el brazo: una sola bala le causó dos orificios de entrada y dos de salida. El teniente primero cayó boca abajo y Baruzzo veía que le estaba brotando sangre por el cuello.
“¡Se me está desangrando!” se desesperó el cabo. Aún hoy, el suboficial no puede hablar de su jefe sin emocionarse: “El es uno de mis más grandes orgullos. Un hombre de un coraje impresionante. Allí, con cinco heridas de bala, estaba íntegro, tenía una tranquilidad increíble, una gran paz. Con total naturalidad, me ordenó que yo me retirara, que lo dejara morir allí, que salvara mi vida. Me eché a llorar.
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Malvina Soledad y Mariana Noemí, en la calle que recuerda el nombre heroico de su padre, en Corrientes |
¿Cómo iba a hacer eso? ¡Yo no soy de abandonar! ¡Y encima a este hombre, que era mi ejemplo de valentía! Tenía conmigo intacta la petaquita de whisky que nos habían entregado junto a un cigarrillo; es que yo no bebo ni fumo. Y le di de tomar. ‘Eso si que está bueno', me comentó. En cierto momento, no me habló más, había perdido el conocimiento. La forma en que sangraba, era una terrible. Lo cubrí, lo agarré de la chaquetilla y empecé a arrastrarlo”.
Súbitamente, Baruzzo se vio rodeado por una sección de Royal Marines del Batallón 42. Sin amilanarse, desenvainó su cuchillo de combate, pero uno de los ingleses con el cañón de su fusil le dio un ligero golpe en la mano, como señalándole que ya todo había terminado. Baruzzo, cubierto de pies a cabeza con barro y la sangre de Echeverría, dejó caer el arma, y el mismo soldado enemigo lo abrazó con fuerza, casi fraternalmente. “Eran unos señores”, comentaría luego el cabo.
Al amanecer, al ver que no tenía heridas graves, sus captores le ordenaron que, con otros argentinos, se dedicara a recoger heridos y muertos. “Yo personalmente junté 5 ó 6 cadáveres enemigos”, cuenta Baruzzo. “Pero en Internet los ingleses dicen que en ese combate sólo tuvieron una baja”
Echeverría fue helitransportado por los británicos al buque hospital “Uganda”, sobrevivió, recibió del Ejército Argentino la medalla al Valor en Combate y hoy vive con su mujer y dos hijas en Tucumán. La menor tenía dos añitos en el 82.
Baruzzo habla de sus hijas, a las que bautizó Malvina Soledad y Mariana Noemí y vive en su Corrientes natal. En su pago chico ha tenido un par de halagos que merecía: hay una calle con su nombre y hasta le fue erigido un busto en vida. Pero aún así, nadie repara en su existencia, ni conoce su proeza.
Poco después de la guerra, el 15 de noviembre del 82, Baruzzo recibió una carta del teniente primero, donde este le agradecía su “resolución generosa y desinteresada, su sentido del deber hasta el final, cuando otros pensaron en su seguridad personal. Toda esa valentía de los “changos”, son suficiente motivo para encontrar a Dios y agradecerle esos últimos momentos. Pero, así Él lo decidió, guardándome esta vida que Usted supo alentar con sus auxilios”.
El oficial le contaba que lo había propuesto para la máxima condecoración al valor y le manifestaba su “alegría de haber encontrado un joven suboficial que definió el carácter y el temple de aquellos que forman Nuestro Glorioso Ejercito, y de los cuales tanto necesitamos”.
Personalmente, Baruzzo volvió a encontrarse con Echeverría recién 24 años después de aquella terrible noche. Ambos lloraron, el oficial le mostró sus heridas, dijo que el cabo había sido su ángel de la guarda y le regaló una plaquetita, con la inscripción: “Estos últimos 24 años de mi vida testimonian tu valentía”. También le contó que en el buque hospital los médicos británicos dejaron que le siguiera manando sangre un buen rato, para que así se lavara el fósforo de las balas trazantes.
“You have very good soldiers” (“Usted tiene muy buenos soldados”), le comentaron admirados los militares ingleses al ensangrentado teniente primero. Un reconocimiento que la sociedad argentina, en pleno, aún le debe a Echeverría, a Baruzzo, a Gorosito y a tantos otros callados y acallados héroes de Malvinas.
Soldados Digital