Mostrando entradas con la etiqueta conducta en el campo de batalla. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta conducta en el campo de batalla. Mostrar todas las entradas

martes, 9 de septiembre de 2025

Piloto de combate: Guillermo Anaya, el principito del CAE

 

El Top Gun de Malvinas: las increíbles misiones del helicopterista que apodaron “el principito”

Guillermo Anaya era teniente de la aviación de Ejército. Cuando comenzó la guerra estaba en una silla de ruedas producto de un grave accidente en moto. Tenía 8 implantes óseos, una placa con doce tornillos y una larga recuperación. Pero hizo todo para ir a la guerra. “Era mucho más fácil aguantarme el dolor en la pierna que la humillación de faltarle a la Patria”, dice. La patrulla que salvó de una muerte segura y sus días de prisionero en Malvinas


Guillermo Anaya era teniente de la aviación de Ejército

De todos los helicópteros que yo veía operando en Malvinas, había uno que se destacaba por lo acrobático de sus evoluciones en el aire. Lo comandaba Guillermo Anaya. Me intrigó. ¿Por qué piloteaba de esa manera tan temeraria y volando tan bajo? Pues porque el teniente de Aviación de Ejército consideraba que cuando la tropa oye sonar tan fuerte las palas sobre sus cabezas, cobra aliento y se fortalece: sabe que está protegida desde arriba. Y además porque al volar a tan corta distancia del suelo, realizando maniobras bruscas, le impedía al enemigo centrar la puntería.

Otra cosa que me llamó la atención de este piloto es que ostentaba una fuerte renguera. No era para menos: al inicio de la guerra se encontraba en silla de ruedas, producto de un grave accidente de moto que le había volado el fémur. Debía permanecer todo un año sin tocar el piso, por cuanto tenía ocho implantes óseos y una placa con doce tornillos. Recién después de ese lapso se iba a saber si volvería a caminar o no. Pero el “Navy” Anaya igualmente quería ir a la guerra.

“El país gastó un montón de plata en capacitarme, por si alguna vez me necesitaba”, rememora. “Como ese día llegó, le supliqué a mi padre que diera la orden de que me envíen al frente. Y si no me quieren confiar una aeronave, que me dejen batirme como infante. No quería perder la oportunidad de ofrecer mi vida. Era mucho más fácil aguantarme el dolor en la pierna que la humillación de faltarle a la Patria. No lo hubiera podido soportar”.

Los dolores eran tan fuertes, que los comandos no pudieron menos que notar el sufrimiento que le causaban. Y por eso le cedieron una de sus motos Kawasaki Enduro, que Anaya usaba para moverse cuando no estaba volando.

El helicóptero del teniente Anaya en las islas (foto Guillermo Anaya)

A pesar de su corta edad, el teniente ya había entrenado mucho con las fuerzas especiales, y eso le permitía realizar maniobras dignas de Hollywood. Por ejemplo, tras producirse el golpe de mano británico contra nuestra base en la Isla Borbón, debía llevar hasta allí a un grupo de comandos que se encontraba en San Carlos. Pero no tenía suficiente combustible como para detenerse a recogerlos. Lo que hizo entonces Anaya, fue pasar en vuelo rasante, haciendo deslizamiento con los esquíes, entre dos líneas paralelas de combatientes, que iban lanzándose dentro del helicóptero. Ninguno de los 11 comandos dejó de embarcar…

Había comenzado su carrera en la Escuela Naval Militar, pero advirtió que le daban un trato de privilegio por ser hijo del comandante de la fuerza. “Me di cuenta que si me pasaba eso siendo cadete, toda mi carrera iba a ser ‘el hijo de’, en vez de ser yo mismo; y me fui al Ejército”.

Te metiste –y de motu proprio– en los berenjenales más peligrosos durante la guerra. Pero siempre te fue bien…

—Es que tuve la suerte de llevar de copiloto a Dios. Él me decía lo que debía hacer.

—¿Cómo es eso?

—Hay cosas inexplicables que suceden en una guerra. Me tenían que haber derribado en más de una oportunidad. ¿Porqué no pasó? Hay una sola respuesta: Dios tiene escrito el día y la hora de cada uno. Uno tiene una misión en la Tierra y hasta que no esté cumplida no va a tener el derecho de estar al lado de Él. Dios es quien determina qué, cuándo y cómo. Cuando la lógica era que te derriben, Él te decía: “Aplicá una palancazo a la derecha, ponelo en 90 grados y y mandalo en descenso”. Y la ráfaga de cañón pasaba por detrás. Cuando no hay explicación lógica, como cristiano pienso que Dios todavía tenía algo importante para uno hacia el futuro. Y nosotros orábamos muchísimo. Los oficiales de Aviación de Ejército a menudo nos juntábamos por las noches y rezábamos el Rosario. Era una necesidad que uno tenía de pedirle a Dios que sea generoso. No para que no te maten, sino para que -si debo morir- que sea en gracia de Dios.

—Tu camarada, el teniente primero Buschiazzo, no tenía que salir en la misión de rescate del pesquero Narwal, y fue igual, a sabiendas que era una misión suicida. ¿Cómo se explica esa actitud?

—Eso es ser un buen oficial. Vos no vas a combatir si sabés que ganás. Vas a combatir porque es tu deber. Y en ese caso era una posibilidad de salvar vidas, remota, pero había que aprovecharla. No hay cosa más importante que no pensar en uno mismo, sino en el otro.

Guillermo Anaya junto a sus compañeros (foto Guillermo Anaya)

Pensar en el otro, es lo que Anaya hizo durante toda la guerra. En una oportunidad, cuando le dieron la orden de llevar alimentos a primera línea en los Montes Longdon y Twelve O’clock, descubrió que sólo se trataba de un par de bolsas de porotos y garbanzos. ¡Para dos regimientos! Indignado, el piloto le dijo al subteniente de Intendencia José Luis Parra: ‘¿Usted sabe manejar una MAG? Suba, que va a volar conmigo como artillero de puerta. Y si me derriban, y muero con mi mecánico, ¡también va a morir por lo menos uno de Intendencia! Voy a llevarles comida a mis soldados”.

Cuando despegaron con rumbo norte, vieron a un montón de ovejas en el campo. Estaba terminantemente prohibido tocarlas -el generalato protegía los intereses de los kelpers más que los de sus propios hombres- pero Anaya comenzó a dar vueltas alrededor de los animales para agruparlos y cuando estaban bien juntos, le dijo a Parra: “¡Saque el seguro, fuego libre, mate a todas las ovejas!

Cuando habían caído todas, aterrizaron y las cargaron, llenando la aeronave hasta el techo. Tras lo cual volaron directamente hasta las posiciones argentinas y comenzaron a pasar sobre ellas tirando ovejas. Como maná del cielo para los soldados.

Apenas volvieron, un jeep estaba esperando a Anaya para llevarlo en presencia del general Jofre.

—Anaya, ¿usted estaba volando recién?

—Si, mi general.

—¿Usted estuvo matando ovejas?

—No, mi general.

—Sin embargo, un kelper ha denunciado que le mataron todas las ovejas, y el único helicóptero que había en vuelo era el suyo.

—¡No me diga, mi general! ¿Eran ovejas? Yo divisé tropas británicas con uniforme de invierno y ordené hacer fuego, pero no corroboré las bajas.

—¡Ahora retírese, Anaya! Pero cuando volvamos al continente, lo espera un tribunal militar.

La amenaza no hizo mella alguna en el espíritu del joven oficial. Siguió incumpliendo órdenes, cada vez que las consideraba erróneas. Y su preocupación principal siempre fueron los soldados rasos.

“Primero me matan a mí, antes de que me toquen un subalterno”, decía Anaya, a quien habían apodado “el Principito”

Durante el repliegue del Regimiento 4, el teniente advirtió que una patrulla de correntinos estaba abandonada a su suerte, los Ava Ñaró, “Indios Bravos”, como se hacían llamar, comandados por un cabo, que habían estado en calidad de observadores adelantados y los habían dejado como apoyo de fuego durante la retirada. “¡Los van a matar a todos!”, pensó Anaya y puso en marcha las turbinas, cosa que tenía prohibido hacer. Al encontrarlos en el Monte Low, vio que no entrarían en el UH1H Bell, ya que eran quince. Abnegadamente, el cabo ofreció que se quedaría. “¡Salimos todos o no sale nadie!”, tronó Anaya. “Tiren todos los equipos, métanse en la máquina, y los que no entren, párense arriba de los esquíes. A esos de afuera, los de adentro agárrenlos de las chaquetillas, para que no se me caigan.” Así, asemejándose a un panal de abejas volador, el helicóptero regresó sano y salvo a Puerto Argentino.

“Primero me matan a mí, antes de que me toquen un subalterno”, me decía Anaya, a quien habían apodado “el Principito”. Y lo probó literalmente, estando prisionero. El teniente observó que uno de los guardias estaba agarrando del pelo a su mecánico Carlos Corsini, irritado porque el suboficial argentino no entendía sus órdenes en inglés. “No toleré ese maltrato, esa humillación, fue más fuerte que yo y agarré a trompadas al brit”, cuenta Anaya.


El capitán Guillermo Anaya, el coronel Geoffrey Cardoso, el general de Brigada Sergio Fernández -también Presidente de la Asociación de Veteranos de la Guerra de Malvinas-, el comodoro Luis Puga, el Comodoro Héctor Sánchez -piloto del II Escuadrón del Grupo 5 de Caza en Malvinas- y su esposa Inés en una reunión de veteranos ingleses y argentinos que se hizo en marzo de 2022 (Foto: Franco Fafasuli)

De más está decir que inmediatamente le cayeron encima todos los ingleses presentes. Y no sólo le rompieron tres costillas, sino que después lo metieron en una jaula durante cuatro días, sin comida ni agua. El teniente caminaba en círculos durante toda la noche para no morir de hipotermia y se echaba a dormir, cuando llegaba la luz. Trasladado luego a las cámaras frigoríficas de San Carlos junto a los demás prisioneros, su estado era tan calamitoso, que la Cruz Roja estaba dispuesta a evacuarlo al continente sin mayor demora. Pero Anaya se negó tajantemente: no se iría, si no evacuaban también a sus cinco suboficiales. “No los iba a dejar solos. Fui educado en códigos de honor”, me explica, como si ello no fuera harto evidente.

“Y el honor no tiene precio”, subrayó. A tal punto, que después de la guerra, teniendo el grado de capitán, pidió el retiro para no tener que cohonestar los chanchullos de ciertos superiores.

Estas son sólo algunas de las aventuras corridas por el Top Gun de los helicopteristas argentinos en la Gesta de Malvinas. Para reflejarlas todas probablemente haría menester un libro.


domingo, 10 de agosto de 2025

Robacio sobre Tumbledown


Palabras del Contraalmirante Carlos Hugo Robacio VGM del BIM 5


Tenía a mi mando 700 hombres del batallón, y alrededor de 200 efectivos del Ejército, con los que luchamos en el momento más critico y más feróz del ataque británico; pese a ello, se registró un grado increíblemente ínfimo de bajas: 30 muertos y 105 heridos. Como contrapartida, les provocamos al enemigo el más alto número de muertos: aunque no lo reconocen oficialmente, en la zona donde peleó el BIM 5 los británicos perdieron 359 hombres, de donde saco esa cifra? ellos mismos me la dijeron.
“De los 74 días que pasamos en Malvinas, 44 recibimos fuego permanente sin poder responder. Solo los 4 o 5 últimos días fueron de real combate para nosotros… Recuerdo un momento del último día, el 14 de junio, a las 10 y media de la mañana. Era un momento muy crítico. Nos estábamos replegando sobre Sapper Hill, desde Tumbledown y Williams. Veo que el segundo comandante, Daniel Ponce, capitán de fragata, cae, agotado, rendido. El fue un segundo comandante perfecto, un ejemplo. Cuando cae, dos conscriptos van a auxiliarlo. No estaba herido. Estaba agotado, no podía más. Ponce ordena a los conscriptos que lo dejen. Ellos le dicen: “Si hay que morir, morimos los tres”. Lo ayudaron, lo levantaron, lo llevaron y los tres salieron con vida. A esto yo le llamo cohesión.



Todos sabían lo que estaban haciendo. Me conmovió la entrega del subteniente Silva, del Ejército, que se incorporó a mi unidad cuando se replegó el Regimiento 4. Silva era un valiente. Vino y me dijo que lo destine en el lugar donde se iba a luchar más duramente. Fue a Tumbledown. Murió con sus 4 soldados, peleando con la mayor bravura. Allí estaban los escoceses (muy buenos, como los paracaidistas ingleses) y los famosos gurkhas, que eran pura propaganda. Caían como moscas. También recuerdo a un conscripto que desobedeció mis órdenes. En un momento del combate en que los británicos eran rechazados, él corre detrás de ellos, baleándolos sin parar. Yo le ordeno que se detenga. Pero él sigue. El fuego enemigo lo alcanza y cae muerto. Yo mismo lo enterré estaba a 500 metros delante de las posiciones en que debía estar…y rodeado de enemigos muertos. Actos de arrojo así hubo a montones, aunque no por desobedecer mis órdenes.


“Yo no soy ni bravo, ni valiente, ni nada por el estilo. Soy un hombre común. Tengo miedo cuando cruzo la calle. Pero en Malvinas no pude tener miedo. No pude tenerlo porque creo que Dios no me dejó tenerlo, y la preocupación por mis hombres, su entrega, obviamente no me podían permitir el privilegio de tener miedo.”

“Sí sentí amargura. Ha sido la más grande amargura de mi vida, en dos momentos críticos: uno, cuando tuve que ordenar el inicio del repliegue hacia Sapper Hill; y el segundo, terrible, cuando entró mi batallón, desfilando, armas al hombro, entero, a Puerto Argentino. Eso significaba la rendición. Ahí aflojé. Más de uno me habrá visto llorar”.


A las 3 de la madrugada del 14 de junio hicimos uno de los contraataques más intensos contra el enemigo, en Tumbledown, junto con la compañía de Ejército del mayor Jaimet. Ellos son los que chocan con los famosos gurkhas.



Los nuestros eran más o menos 150 hombres. Ellos eran entre 800 y 1.000. allí concentré fuego de la artillería de Ejército (de los grupos tres y cuatro, que me apoyaron indiscriminadamente, con el coronel Balza y el coronel Quevedo). Según me contó luego el general inglés Wilson, de la Quinta Brigada –con quien conversé cuando estuve prisionero- allí sólo quedó un tercio en pié. Los barrimos. Aunque ahora lo niegue, fue así.



Todo un regimiento de ellos chocaba contra 60 u 80 hombres míos, y los bajamos sin asco, y los paramos. Una de las preguntas que me hicieron fue porqué no había contraatacado, si les habíamos quebrado el ataque. Yo tenía a la compañía Mar lista para el contraataque. Pero la realidad es que, cuando podíamos hacerlo, ya no teníamos munición. Por otra parte, había llegado la orden de repliegue. Sobre nuestras posiciones caían mil proyectiles de obuses por hora, además del bombardeo naval, más los aviones y los helicópteros. Era tremendo. Así y todo, podíamos haber contraatacado, de haber tenido un poco de munición. Pero, no hubiera cambiado el curso de la batalla. La suerte estaba echada. Claro: los ingleses no sabían mi situación real. Esperaban el contraataque nuestro. Rezaban, me dijeron, para que no contraatacáramos. Pero…¿Con que?...Cuando les conté que nosotros éramos un batallón, no lo podían creer. También recuerdo que, en el momento de decidir el contraataque, llamo a los oficiales de mi Estado Mayor y les cuento mi plan. Tomo la carta y hago un esbozo de las órdenes. Ellos se miran entre sí. No dicen nada. Cumplen. Pero después del 14 de junio, a mí me había quedado una duda: ¿porqué se miraron entre ellos? Un día se los pregunté. Me dijeron que pensaban que yo estaba loco. Entonces, una vez que pasaron las cosas y terminó, yo seguí preguntando: ¿Y ustedes que hubieran hecho, aún así? “Hubiéramos cumplido la orden. Punto”.”Eso era el BIM 5. Eso es lo que vale. La confianza. Pero quisiera destacar que en Malvinas cada uno luchó con lo que pudo, y con lo que tuvo. Por cada uno de nosotros caían seis o siete de ellos. Ahora ya saben que no les tenemos miedo, que no somos indios y que sus soldados no van a venir de pic-nic.”

sábado, 2 de agosto de 2025

Monte Longdon: El liderazgo del soldado Miguel Falcón


𝐌𝐈𝐆𝐔𝐄𝐋 Á𝐍𝐆𝐄𝐋 𝐅𝐀𝐋𝐂Ó𝐍 𝐔𝐍 𝐋𝐈𝐃𝐄𝐑 𝐄𝐍 𝐌𝐎𝐍𝐓𝐄 𝐋𝐎𝐍𝐆𝐃𝐎𝐍.

Nació el 6 de Octubre de 1.962 en Barranqueras, provincia de Chaco. Su familia afirma que Miguel siempre fue un niño rebelde. No acataba demasiado las reglas, ni en casa ni en el colegio. De hecho, era famoso por escaparse todas las semanas al menos un día de la escuela. Perteneció al Regimiento de Infantería 7 Coronel Conde. Murió en el enfrentamiento del Monte Longdon y entre sus pertenencias se encontró un mazo de cartas españolas. Esa rebeldía juvenil fue la que le hizo protagonizar una historia memorable en la noche de su última batalla. El suceso fue relatado en una carta por otro ex combatiente:"La noche del 12 de junio cuando los ingleses nos atacan, en un real infierno, con cientos de proyectiles y lluvia de trazantes que cruzaban el cielo, veo que se prepara la primera sección de nuestra compañía en apoyo a la Compañía "B". Eran El teniente Castañeda, un cabo y 44 conscriptos como yo. Los veo prepararse en la oscuridad, todos en fila india, en silencio, temblorosos. Entonces, de la fila, saltó un soldado que estaba muy flaquito, un pibe que era muy humilde, que casi nunca hablaba porque era tímido, - Era el soldado Falcón-



Empezó a arengarlos, a aplaudirse las manos, flexionándose, con el FAL rebatido en la espalda, y les gritaba : '¡Vamos carajo!!, ¡Ingleses de mierda, los vamos a reventar!, Somos el 7, el Regimiento 7, Vamos Carajo!!!' Surgió un líder de la nada, un tipo que, en las circunstancia más límite, le dio ánimo al resto".
La acción de esta sección quedó registrada en libros británicos como uno de los actos más heroicos de los enfrentamientos terrestres en Malvinas. De los 46 que salieron, volvieron 25. Falcón fue uno de los que se quedó allí.



𝐄𝐥 𝐩𝐚𝐬𝐚𝐣𝐞 𝐚 𝐥𝐚 𝐞𝐭𝐞𝐫𝐧𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐬𝐨𝐥𝐝𝐚𝐝𝐨 𝐜𝐨𝐧𝐬𝐜𝐫𝐢𝐩𝐭𝐨 𝐌𝐢𝐠𝐮𝐞𝐥 𝐀𝐧𝐠𝐞𝐥 𝐅𝐚𝐥𝐜ó𝐧,
𝘙𝘦𝘢𝘭𝘢𝘵𝘢 𝘦𝘭 𝘦𝘯𝘵𝘰𝘯𝘤𝘦𝘴 𝘵𝘦𝘯𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘊𝘢𝘴𝘵𝘢ñ𝘦𝘥𝘢:
Nos toco lanzar un contraataque flaqueados por una sección de infantería  otra de ingenieros que habían tratado de contraatacar y habían llegado a media cresta por el intenso fuego de los ingleses, Era la noche del 11 al 12 de junio¬. Fuimos guiados por un conscripto estafeta, del mayor Carrizo, Este soldado  conocía un camino de ovejas, ya que  recorría a diario el monte Longdon llevando mensajes y conocía todos los recovecos que existían.  Una vez en posición teníamos en frente un enemigo que parecía cada vez más numeroso con el correr de las horas. Si pesarlo mas despache al conscripto y nos lanzamos al ataque. Recuperando gran parte del terreno perdido
Los hombres de Castañeda trataban de responder a los ingleses con parejo caudal de fuego, para que no se envalentonaran. Al mismo tiempo les gritaban y los insultaban. Los ingleses respondían con la misma moneda. Algunos conscriptos utilizaban la munición y las armas que les habían quitado a los enemigos, muertos o que habían abandonado por el ímpetu del ataque de los soldados argentinos. ¬
Volviendo al relato del teniente Castañeda: A pocos metros mio, el fusil del soldado Miguel Ángel Falcón no dejaba de escupir fuego, mostraba el ímpetu que demostró cuando nos pusimos en marcha. De repente ocurrió algo insólito. Falcón se enfureció, salió de su posición, se plantó desafiante frente a los británicos y continuó disparando desde la cintura mientras los cubría de insultos., el ruido era ensordecedor disparos, granadas, cohetes, y artillería, todo eso formaba una atmósfera irrespirable, las explosiones nos retumbaban en el cuerpo. Yo le grite no seas bol… tiráte al suelo, pero tal vez no me escucho, o no quiso escucharme. ¬ Disparaba todo lo que tenia, arrojaba granadas, Finalmente, una ráfaga de ametralladora le dio. Falcón Cayó de rodillas y cuando se desplomaba hacia adelante, el cañón de su fusil se clavo en el suelo, quedando su pecho apoyado sobre la culata. Parecía que estaba arrodillado rezando. Desafiando a su vez el fuego enemigo, el soldado Gustavo Luzardo se le acercó, lo recostó en el suelo, me miró  y con un gesto le dio a entender que Falcón había partido.¬
¿Porqué actuó así? "Eso sólo lo sabe él", -me expresó el teniente Castañeda- Creo que ya no le importaba nada, estaba haciendo lo que realmente sentía. Dios lo había llamado y se iba feliz, sabedor de que había cumplido"
La batalla de Monte Longdon duró más de doce horas horas, pese a la gran disparidad de fuerzas. Esa noche, los soldados argentinos debieron hacer frente a más de 6.000 disparos, al fuego de morteros, granadas, bombardeos de artillería. Fue una pelea atroz que mostró el coraje inaudito de nuestros combatientes. el Soldado Falcón fue condecorado post mortem con la Medalla " La Nación Argentina al Muerto en Combate" y fue Declarado Héroe Nacional del RI 7.
Por: Malvinas Historias de Coraje
(www.facebook.com/profile.php?id=100071458564601)



lunes, 21 de julio de 2025

Héroe de la Nación: El valiente sargento Adolfo Luis Cabrera

Adolfo Luis Cabrera... Un valiente sargento



 

Argentina tiene muchos héroes desconocidos. Uno de ellos es el Sargento Adolfo Luis Cabrera.
El sargento del Ejército Argentino, Adolfo Luis Cabrera, es para casi todos los argentinos un ilustre desconocido. Este Héroe cuyo nombre ahora es parte de la gesta de Malvinas. Nació en Concordia, Entre Ríos. Integró la "Reserva de a pie" que dirigió el Capitán Rodrigo Soloaga, como segundo jefe del Escuadrón de Exploración de Caballería Blindado 10 “Coronel Isidoro Suarez”. 



El Sargento Cabrera llegó "de pase" al Escuadrón 10 en el mes diciembre de 1981. En realidad era oficinista y antes de que el Escuadrón de Exploración de Caballería Blindado 10 partiera hacia Malvinas pidió el pase a caballería para ser voluntario y poder ir. El mérito y heroísmo de este gran soldado no está dado solo por el hecho relatado sino que lo que lo hace más valioso aún es que no había compartido el año militar con sus soldados conscriptos.



Cuando fueron desplegados en Malvinas  Cabrera revistaba como jefe de grupo en la 1ra sección de exploración.  En la noche del 13 al 14 de Junio de 1982, después de realizar varios desplazamientos ordenados, el Escuadrón de Exploración de Caballería Blindado 10  se incorporó al dispositivo del RI Mec 7 en las alturas de Wireless Ridge y ocupó el extremo oeste, con la 1ra sección en dicha posición, cerrando el flanco correspondiente. El ataque británico, después de ejecutar un aferramiento frontal, se materializó con un envolvimiento con centro de gravedad en ese sector, implicando como consecuencia natural, que la citada sección recibiera el ataque más intenso. Cuando la situación se tornaba insostenible, se recibió la  orden de repliegue para el escuadrón de exploración  blindado. El capitán Rodrigo Soloaga comunica la orden a las secciones. Esta orden para la 1ra Sección resultaba más complicada de ejecutar dado que se encontraba combatiendo en las distancias cortas, con un nivel de aferramiento importante y con riesgo de ser aferrada definitivamente. En ese marco, su jefe el Teniente Bertolini, transmitió a sus grupos la orden de repliegue, el grupo del Sargento Cabrera combatía valerosamente con el enemigo, ellos eran los que estaban bajo mas presión. Ante esta situación este bravo Entrerriano se jugó su vida en defensa de sus hombres. Esta actitud, tan simple en su ejecución y tan grande en su trascendencia, es propia de un héroe de nuestra moderna historia militar, de un soldado cabal y de alguien que supo transformar en hechos su promesa de morir en cumplimiento del sagrado deber militar.



Ante las dificultades para poder despegar y desaferrarse del ataque enemigo, tuvo la nobleza de ordenar a sus hombres ejecutar el repliegue mientras él los cubría con intenso fuego ganando tiempo precioso para que sus hombres se pusieran a salvo. Mientras protegía el repliegue de sus hombres el sargento Cabrera fue abatido por el fuego enemigo y perdió la vida." Quedando para siempre allá en la turba malvinera.
El Sargento Cabrera entregó su vida en la forma en que lo hacen los grandes soldados. Ese hecho, nos muestra grandeza de espíritu, nobleza de alma, espíritu de sacrificio, virtudes que sólo caben en un corazón noble como el que tenía nuestro suboficial. Indudablemente, habrá quien piense que el Sargento Cabrera cumplió con su misión, y eso es verdad, pero no sólo cumplió con ella, sino que ofreció su vida, logrando así preservar la de sus subordinados. 


sábado, 5 de julio de 2025

Becerra, el soldado que murió protegiendo una retirada

La historia del soldado que murió en Malvinas para que sus compañeros pudieran replegarse y el homenaje que demoró cuarenta años

El soldado Walter Becerra combatió y murió en el conflicto bélico del Atlántico Sur. Su papel en la guerra contra las fuerzas británicas y por qué la burocracia y la ignorancia demoraron más de una década en imponerle su nombre a su escuela, para que fuera recordado

Por Adrián Pignatelli || Infobae



Walter Becerra soldado, luciendo el uniforme de salida (Flia Becerra)

Era ya avanzada la noche cuando Mónica se sobresaltó por los golpes que alguien le daba al vidrio de la ventana en su casa de la calle Río Amazonas al 300 del Barrio Zarza, en Moreno. Recién abrió la puerta cuando vio que era su cuñado Walter Ignacio Becerra, 19 años, que se había escapado del cuartel del regimiento 6 donde estaba haciendo el servicio militar. Había ido al barrio con tres amigos para despedirse de su novia Mirta y de paso de su familia, porque se iba a la guerra.

Adelante vivía su hermano Carlos y en la casa de atrás los padres Andrés Ignacio y Julia Díaz. Cuando lo vio, la madre no pudo de la alegría. Enseguida preparó su plato preferido: milanesas con bombas de papa rellenas con paté y recubiertas con mayonesa. Esa noche fue la última vez que lo verían.

Marcado en el círculo, junto a sus compañeros del regimiento 6 de Mercedes

Walter Ignacio Becerra nació en el Hospital Castex, en General San Martín el 5 de mayo de 1962. Al tiempo el padre compró dos lotes en Moreno, cuando todo era campo, y no se fueron más del barrio. Walter, como toda la familia, era hincha de Boca y cada tanto se daba una vuelta por el gimnasio a hacer pesas y a pegarle unas piñas a la bolsa. Según su hermano Carlos, siete años mayor, era querible y cariñoso, al punto tal que sus amigos del barrio, en la medida que formaban familia, a sus hijos varones les pusieron Walter o Ignacio.

Le gustaba bailar el rock, escuchar a los Bee Gees y tomar vermouth. A pesar de su juventud, era un padrino muy presente de su sobrina Julieta, quien recuerda que la llevaba a la calesita del barrio.

Junto a sus compañeros del Regimiento de Infantería Mecanizada 6 de Mercedes partió el 12 de abril de 1982 a Malvinas. A la noche llegaron a El Palomar y al día siguiente estaban en las islas.

Héctor Guanes, otro de los caídos del 6 (Comisión de familiares de caídos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur)

Con los soldados que estaban por irse de baja se formó la Compañía B. Becerra integraba el primer grupo de la tercera seccion de infanteria, a cargo del Cabo 1ro Zapata. De ese grupo murieron en combate Becerra y Jorge Luis Bordon, cuyos restos fueron identificados en 2018. Miguel Luis Todde y Néstor Brilz fueron heridos en combate, Segovia murió en la posguerra, y el grupo era completado con Polizzo, Roldan, Arrua y Benitez,

Todos concuerdan que el “cabezón” era un tipo bueno, sin maldad y recuerdan entre risas cuando en una noche de niebla, que no se veía nada, salieron con el único visor nocturno que disponían a buscar comida en un galpón y se terminaron perdiendo y que en lugar de comida volvieron con sus bolsos portaequipos, a los que consideradan extraviados.

Los primeros días en Malvinas fueron de expectativa, pendientes de las negociaciones políticas y de la intervención del Papa. Sin embargo, los bombardeos del primero de mayo avisaron que la guerra había llegado, y más aún cuando se enteraron del hundimiento del Crucero General Belgrano.

Su hermano Carlos, emocionado, luego de descubrir la placa

Ya casi al final de la guerra Walter, ese muchacho querendón, divertido, gracioso y atorrante, debió luchar con sus bajones anímicos que el joven jefe Lamadrid intentaba levantar en las largas esperas en las trincheras frías y húmedas.

Becerra cayó en la madrugada del 14 de junio, combatiendo contra el Segundo Batallón de Guardias Escoceses, en el sector este del Monte Tumbledown. Los soldados de la sección de Vilgré Lamadrid, a pesar de los días de cansancio y de mal comer, mantuvieron a raya el avance enemigo la noche del 13, hasta que las municiones comenzaron a escasear y los ingleses a multiplicarse.

Cuando fue alcanzado el soldado Juan Domingo Horisberger, apuntador de la ametralladora Mag, quien había dejado de disparar porque se le había trabado, fue Becerra quien con su fusil automático pesado -un arma parecida al Fal pero con caño reforzado para poder disparar más ráfagas sin que se dilatase el cañón y que además llevaba un trípode en su extremo- abría fuego a la par que cambiaba de posición, desorientando a los británicos -”peleaban como verdaderos demonios”, dirían después- que no lograban dar con él.

Misión cumplida. A la izquierda Pichi Contardi y a la derecha Víctor Hugo Iópolo, uno de los que trabajó para que la escuela llevase el nombre del compañero muerto

Aún sabiendo que se había transformado en el principal blanco enemigo, Becerra se negó a replegarse porque quería cubrir a sus compañeros. Una hora estuvo disparando en esas condiciones hasta que lo abatieron con un lanza cohetes.

En la familia estaban pendientes de los contingentes de soldados que regresaban y ante la misma pregunta que se repetía una y otra vez, la respuesta era que a Becerra no lo habían visto, búsqueda que finalizó cuando estacionó un jeep del Ejército frente a la casa y dos oficiales les llevaron la noticia que nunca imaginaron escuchar.

Desde 1983 sus restos descansan identificados en la tumba 15, de la fila 1 del sector B del cementerio argentino en Darwin.

El papá falleció de un infarto dos años después, y su médico lo atribuyó a la tristeza. Su mamá, sumida en la desesperación, solía salir de su casa de madrugada para ir a buscar a su hijo, quien sabe dónde.

Veteranos posan junto a la directora del establecimiento

El recuerdo del Negro Guanes

Víctor Hugo Iópolo es para todo el mundo “el colorado”, un veterano del regimiento 6, corpulento, de emoción fácil, que el pasado noviembre cumplió 64 años. Era clase 60 pero había pedido prórroga para terminar sus estudios de maestro mayor de obra. La vida quiso que a diez días de irse de baja, le tocase ir a Malvinas.

Nació y vive en Moreno, y su obsesión fue que había que hacer algo por Becerra y Guanes, los dos veteranos caídos del 6 que eran de Moreno, porque como le confesó a Infobae, “de estos muchachos nadie se va a acordar”.

Trabajó muchos años en la gráfica hasta que el médico le indicó que debía parar y se empleó como auxiliar en una escuela de Moreno. Dice sentir un profundo dolor mientras se señala el corazón cuando, diez días después de haber regresado de la guerra, la mamá del Negro Guanes, que lo había tenido de soltera, fue a su casa porque no tenía noticias de su hijo. Iópolo sabía que Guanes, muchacho introvertido que era más de mirar que de hablar, había sido gravemente herido en las piernas por una bomba en las últimas horas de la guerra; que el soldado Goñi, desentendiéndose del intenso fuego enemigo y de la tierra que no dejaba de temblar por las explosiones, le aplicó morfina mientras se desangraba y perdía el conocimiento; y que sus compañeros, cuyos rostros exhaustos por el combate se iluminaban intermitentemente con las bengalas, lo rodeaban y atinaron a rezarle a la virgencita paraguaya de Caacupé, del que su amigo al que la vida se la iba era devoto; y que como no podían llevarlo con ellos, lo dejaron cubierto por una sábana blanca, que indicaba que era un soldado herido.

Terminadas las acciones se enteraron de que había fallecido, pero Iópolo no tuvo el valor de enfrentar a la mujer y contarles los detalles de los últimos minutos de su hijo e hizo salir al padre. Ella entendió, dio las gracias y no la vio nunca más. Iópolo iría a terapia por veinte años, porque en el fondo, él hubiera querido que, de haber muerto en Malvinas, su madre supiera la verdad.

Con banda militar y todo. El acto fue una revolución en el barrio, del que participaron los vecinos

La puja con el Che Guevara

Con los años se empleó como portero en la Escuela de Educación Secundaria N° 30 de Moreno, ubicada en el barrio 2000, a pocas cuadras del Acceso Oeste, zona insegura pero que, en el universo de la delincuencia que domina al conurbano, él define que ahora está más tranquilo.

No como cuando el año en que entró a trabajar, cuando manos cobardes la quemaron. Junto a otros veteranos se desvivieron para reconstruirla, tarea que les llevó un año. Van chicos de primero a sexto año, en dos turnos, mañana y tarde.

Unos doce años atrás Iópolo vio un pequeño cartelito, medio escondido, donde se invitaba a los profesores a sugerir nombres para bautizarla. Iópolo, quien además presidía la cooperadora y era famoso por publicar los balances, increpó al director de entonces. Que la escuela era del barrio, que todos los vecinos tenían el derecho de votar, y que el cartel debía ponerlo en la entrada para que fuera visible para todos. “Yo sabía que con vos iba a tener problemas”, se quejó el director.

El apuntó el nombre de Walter Becerra, pero también hubo otros que apoyaban la candidatura de Ernesto Che Guevara, y hubo quienes optaron por Leonardo Da Vinci y otros que su memoria ya borró. Para la selección final, el trámite se le complicó, ya que cada postulante debía presentar un video con la justificación de por qué lo proponía. Para los otros postulantes, fue sencillo: recurrieron a videos publicados en youtube, pero él no sabía qué hacer. Se le ocurrió grabarlo a Fernando Pichi Contardi, gran amigo de Becerra, y luego viajó a Buenos Aires donde lo filmó a Esteban Vilgré Lamadrid, que había sido su jefe. Cada uno relató quién había sido el soldado muerto en Tumbledown.

La escuela 30 ahora tiene nuevo logo y homenajea a un caído en Malvinas

Durante una semana los alumnos tuvieron la oportunidad de ver todos los videos y Becerra ganó con el 99% de los votos. El resultado fue asentado en el libro de actas del colegio y el directivo, contrariado por el resultado, cajoneó el trámite.

Ese director se fue, y vino una seguidilla de una interina, un profesor, luego otra directora, y todos se desentendieron del tema. Iópolo no se acuerda bien de ninguno de ellos.

El veterano estaba cansado. Era mucho el desgaste de tantos años porque además era la cabeza de la cooperadora, y a comienzos de este año renunció, si hacía cuatro o cinco que se había jubilado. Está separado y tiene tres hijas.

En agosto, una llamada lo volvió a la vida. El vice director Pablo Roncio le dijo que la provincia había aprobado la imposición del nombre. Solo había que buscar una fecha para hacerlo realidad.

Por los compromisos de los funcionarios municipales, se eligió el 21 de noviembre, para hacerlo coincidir, casi con el día de la soberanía, que es el 20.

El acto fue un tremendo alboroto de los buenos en el barrio. Se consiguió que fuera la banda de música del Grupo 1 de Artillería “Tomás de Iriarte”, que tiene asiento en Campo de Mayo, y el modesto patio de la escuela se llenó de vecinos, funcionarios municipales, provinciales y veteranos.

Iópolo, que ese día fue abanderado, agradeció quebrado por la emoción a los veteranos que participaron de este reconocimiento, como a Alberto “Culata” Curieses, que trabajaba en el Consejo Escolar de Moreno y ayudó mucho cuando la escuela se quemó. También estaba el coronel Mario Albérico Moyano -teniente primero en la guerra- “el papá de todos los veteranos”, y muchos compañeros del 6, que siempre se mueven como en una suerte de inquebrantable hermandad guerrera.

Estaban los Becerra, a quien se les obsequió una bandera, y su hermano Carlos participó del descubrimiento de la placa. El jefe del regimiento 6, coronel Sebastián Marincovich, envió un diploma para la escuela.

“Lo que hicimos en el colegio fue dejar una familia a nuestros compañeros”, aseguró Iópolo. Porque en 2017 también se había cumplido con el otro caído, cuando a la Escuela de Educación Secundaria N° 42 de Paso del Rey pasó a llamarse Héctor Guanes.

En la familia están más que contentos que, después de tantos años, se hayan acordado de Walter. A la vuelta de la casa, en una placita un monolito tiene su nombre y también hay otro en la plaza principal de Moreno, frente a la municipalidad. Hace tiempo hubo un intento de un concejal de ponerle el nombre a la calle donde vive la familia, pero el edil falleció y todo quedó en la nada.

Esa noche, la de las milanesas con bombas de papa, su cuñada Mónica les preguntó si tenían miedo, y ellos respondieron que no, que los “iban a hacer pelota a los ingleses”. En la puerta de calle fue la despedida, y la última vez que lo vieron fue cuando cruzó la calle para tomar el colectivo 57. En un momento los cuatro muchachos que iban a la guerra se dieron vuelta y saludaron, pensando tal vez en un hasta luego, pero que duraría para toda la vida.


martes, 17 de junio de 2025

Ledesma elogia a Jones en una carta a su familia

Esas cosas de la guerra...



Teniente Coronel Herbert Jones

El teniente coronel Herbert Jones fue el militar inglés de más alto rango muerto en la Guerra de Malvinas. Era el jefe de los paracaidistas británicos y toda una leyenda para su tropa. Lo abatió el conscripto Oscar Ledesma, que tenía 19 años y estaba a cargo de la única ametralladora Mag que funcionaba en su grupo. Hace unos años el soldado argentino le escribió una carta a su viuda, Sara,
Carta abierta a Sara (viuda de Herbert Jones)

"El tiempo obra en consecuencia de lo actuado y la memoria se rige por nuestros actos"
"Con escasos 19 años me tocó enfrentarme con el Regimiento 2 de Paracaidistas Británicos la mañana del 28 de mayo de 1982, en el combate de Darwin Hill. Cualquiera hubiera sido su desarrollo no modificará en mi alma y mi mente el recuerdo de aquel terrible enfrentamiento".
"Eventualmente me tocó apretar el gatillo para abatir un adversario y en momento alguno sentí odio al hacerlo, como tampoco me jacté ni alegré por aquel acto. No tenía opciones, debía salvar a mis camaradas que contemplaban aterrados cómo un Para asaltaba su posición, desconociendo que a escasos metros se encontraba mi ametralladora, de la misma manera que yo desconocía quién era tan temerario soldado que en una muestra de asombroso arrojo atacaba una posición argentina. Una vez terminada la batalla elevé una plegaria por todos los caídos y pedí a Dios por sus familias".
"Siempre tuve como pendiente el poder decirle, mirándola a los ojos, que su esposo cayó como un valiente soldado y que su ocasional adversario le honra cotidianamente con el mayor de los respetos al igual que a todos los caídos".
"Le presento mis respetos, como también a sus hijos, herederos de un valiente guerrero".
Oscar Ledesma




miércoles, 2 de abril de 2025

La gesta de Malvinas para nunca más ignorar nuestra historia

 

Gesta de Malvinas: ¿Cinismo o ignorancia?

No pasa una semana sin que uno tenga que asombrarse de la liviandad con que funcionarios y políticos argentinos, de toda laya, afiliación y jerarquía, actuan en temas referidos a nuestra soberanía sobre las Islas Malvinas. ¿Cinismo o ignorancia? Siendo benévolos y pensando en la segunda variante ¿será que se cumple aquella máxima de que uno no puede amar lo que no conoce? ¿Y que dichos funcionarios y políticos necesitan un breve curso sobre lo que fue nuestra noble y justa guerra del 82? ¿Algo así, quizá, los pueda conmover y empuje a reconsiderar?

LA RECUPERACION

La recuperación de las Islas Malvinas se llevó a cabo de manera incruenta para las tropas británicas en el llamado Operativo Rosario, aunque la misma le costó la vida al capitán Pedro Giachino, el primer héroe de la Gesta, quien a pesar de estar mortalmente herido hizo rendir al gobernador Rex Hunt.

A todas luces la Junta Militar había caído en la trampa, tendida por Gran Bretaña con ayuda del Pentágono, de que podía hacer una suerte de “toco y me voy” para después sentarse a negociar. Lejos de eso, la intención de la primera ministra Margaret Thatcher era provocar a la Argentina para tener un “casus belli” que sirviera de justificación a una nueva invasión británica y al establecimiento de la Fortaleza Falklands en el archipiélago.

Hay que recordar que en 1982 la OTAN ya no tenía ninguna base militar en el Atlántico Sur, que pudiera servir de contrapeso a la creciente presencia de la flota soviética en esas aguas, y necesitaba asegurarse a futuro la explotación de petróleo en la zona, el control del cruce interoceánico y sobre todo la proyección a la Antártida, último gran reservorio de minerales y agua dulce del planeta.

La Junta Militar nunca había pensado en ir a una guerra contra la OTAN pero, como intento de disuasión, ante la zarpada de una poderosa flota británica, comenzó a enviar tropas a las islas -con armamento incompleto- a la espera de que las Naciones Unidas pararan el conflicto bélico. Durante todo el mes de abril se montó un impresionante puente aéreo entre el continente y el archipiélago, que se ha llegado a comparar por su magnitud con el puente aéreo de los Aliados a Berlín, después de finalizada la Segunda Guerra Mundial.

EL 1° DE MAYO

Tras establecer un cerco en torno a las islas, la aviación británica atacó la Base Aérea Malvinas, bombardeándola con bombas de mil libras y bombas de fragmentación tipo Beluga en la madrugada del 1° de mayo, con aviones Vulcan y Sea Harrier. La eficaz respuesta de la artillería antiaérea consiguió derribar varias de esas máquinas, evitando así que quedara fuera de servicio el aeropuerto. De hecho, a pesar de que la pista fue el blanco principal de los británicos, que durante todo el conflicto estuvieron bombardeándola hasta tres y cuatro veces por día, nunca lograron su objetivo. Siguió operativa hasta el último día del conflicto, permitiendo que aterrizaran en ella los aviones Hércules de la Fuerza Aérea y los Fokker de la Armada, trayendo abastecimiento y armamento y evacuando heridos.

Ese día 1° de mayo la Fuerza Aérea atacó a las fragatas británicas, causándoles daños y también se enfrascó en las llamadas “peleas de perro” con los aviones Harrier británicos, muy superiores en tecnología y armamento, ya que los Estados Unidos los habían provisto con los misiles Sidewinder L, de última generación. A propósito, el entonces Secretario de Marina de los Estados Unidos, John Lehman declaró que sin esos misiles el Reino Unido habría perdido la guerra.

La Argentina contaba con cinco aviones ultramodernos, los Super Etendard, con sus respectivos misiles Exocet, pero la mayoría de los aviones de la Fuerza Aérea eran de la década del 50, los Skyhawk A4. Sin embargo, sus pilotos, conocidos como los Halcones, suplieron esos 30 años de diferencia en tecnología con pericia, coraje y mística religiosa, diezmando a la flota del Reino Unido. Sorprendido, el jefe de la Task Force, almirante Sandy Woodward, anotaba en su diario (que luego fue editado como libro bajo el título ‘Los cien días’): “Si me preguntan quienes están ganando la guerra, nosotros ciertamente no somos”. Y en otro pasaje comenta que le quedan solamente tres buques operativos (había zarpado de Gran Bretaña con más de cien unidades, entre buques de guerra y logísticos).

Finalmente, el día 13 de junio, después de enumerar todas las bajas que los Halcones le habían causado a la flota, escribe: “Si los argentinos pudieran soplarnos, nos caemos”. Y justamente el 13 de junio el general Menéndez, jefe de la Guarnición Malvinas y gobernador militar, decide rendirse, tras mostrar durante todo el conflicto una asombrosa pasividad. Lo hace cuando a los británicos ya se les estaban acabando los pertrechos, por cuanto un avión Super Etendard de la Armada Argentina les había hundido el portacontenedores militar Atlantic Conveyor.

Después de la guerra se publicó un “paper” de la Inteligencia británica donde se habla del “factor Genta” en la guerra de Malvinas. Allí se explica que los cadetes de la Escuela de Aviación Militar habían sido formados en las enseñanzas de este filósofo nacionalista católico, asesinado por la guerrilla marxista en 1974, que los había imbuido de la mística que les permitió tener un desempeño tan eficaz en el conflicto.

HUNDIMIENTO DEL BELGRANO

La embajadora de los EE.UU. en la ONU, Jeanne Kirkpatrick, estaba haciendo denodados esfuerzos en conjunto con el presidente del Perú y el Secretario General de la entidad, para detener la guerra, y prácticamente se estaba por acordar un cese de fuego, pero a fin de frustrarlo y continuar con la guerra, Margaret Thatcher ordenó hundir el crucero General Belgrano, que estaba navegando de regreso al continente. Ya no habría marcha atrás.

Tras el hundimiento del Belgrano, la Armada retiró a la flota de mar del teatro de operaciones, a tal punto que el único de sus navíos que en Malvinas entró en combate, fue el pequeño aviso Sobral, que audazmente ingresó en aguas dominadas por los británicos para tratar de rescatar a dos pilotos derribados de la Fuerza Aérea.

Atacado por helicópteros artillados, presentó combate a pesar de la inferioridad de su armamento y sufrió numerosas bajas comenzando por su comandante, el capitán Gómez Roca, pero no se entregó y logró arribar al continente (en las Georgias había llegado a entrar en combate la corbeta Guerrico). De esta manera quienes salvaron el honor de la Armada en Malvinas fueron los aviadores navales, algunas fracciones de la Infantería de Marina, el submarino San Luis y las tripulaciones de ciertos buques mercantes.

Dos días después del hundimiento del Belgrano llegó el contragolpe de la Aviación Naval. Aviones Super Etendard atacaron y hundieron al Sheffield, el buque más moderno y sofisticado de la flota británica.

De ahí en adelante se sucedieron ataques de aviones de la Fuerza Aérea que salían del continente y que debían volar a ras del agua, para no ser captados demasiado temprano por los radares del enemigo, luego atravesar el erizo de fuego defensivo de las fragatas, descargar las bombas en el puente de las mismas y hacer el escape con una cantidad mínima de combustible, perseguidos además por los Harrier con su armamento tan superior.

DESEMBARCO BRITANICO

Recién el 21 de mayo los británicos se animaron a desembarcar y lo hicieron en San Carlos, lugar que oficiales de Inteligencia argentinos habían identificado como probable. Sin embargo, el general Menéndez solo había mandado 60 hombres a la zona. Encabezados por el teniente primero Carlos Daniel Esteban, estos soldados enfrentaron el desembarco de unos 2500 británicos y derribaron tres helicópteros antes de replegarse hacia Puerto Argentino.

Alertados por el teniente de navío Owen Crippa, que en la mañana del 21 de mayo atacó con su avión de entrenamiento AerMacchi a toda la flota británica en el estrecho de San Carlos, averiando a la fragata Argonaut, desde el continente comenzaron a llegar oleadas de cazabombarderos de La Fuerza Aérea y la Aviación Naval que sometieron a un feroz castigo a la flota británica, hundiendo varios buques y averiando a otros.

Desde San Carlos, los británicos emprendieron la marcha hacia la localidad de Darwin-Pradera del Ganso, donde funcionaba la Base Cóndor de la Fuerza Aérea y estaba desplegado el Regimiento 12 de Infantería y fracciones de los Regimientos 8 y 25, está última al mando del teniente Roberto Estévez.

A todo esto, los Halcones seguían asediando a la flota británica, causándole ingentes daños. Así, por ejemplo, el 25 de mayo el primer teniente Mariano Velasco hundió al destructor Coventry y los pilotos Pablo Carballo y Carlos Rinke pusieron fuera de combate a la fragata Broadsword. El general Menéndez, en cambio, persistía en su actitud pasiva. Había enterrado a unos 8.000 soldados alrededor de Puerto Argentino, en pozos de zorro inundados y con insuficiente alimentación, ya que había prohibido que se carnearan las centenares de miles de ovejas que había en las islas. Tampoco había cambiado de dirección la cuña defensiva que apuntaba hacia el mar, cuando los británicos avanzaban por tierra. Solamente salían a buscar al enemigo las compañías de comandos. Fueron las únicas unidades que tomaron prisioneros, y que capturaron una enseña británica. Además fueron las fracciones que proporcionalmente más bajas tuvieron.

El dia 27 de mayo los británicos comenzaron a atacar las posiciones argentinas en Darwin-Pradera del Ganso. Se habían jactado que a las 5 de la tarde ya estarían tomando el té de la victoria, pero los combates finalizaron recién el 29. En los mismos se destacó la Sección del teniente Roberto Estévez, que contraatacó y detuvo a las fuerzas británicas – superiores en número – durante cinco horas. Aún herido, Estévez siguió comandando, combatiendo y cuidando a sus soldados conscriptos hasta que cayó muerto. También se distinguió en las acciones el subteniente Juan José Gómez Centurión, quien abatió a un teniente de paracaidistas y rescató, internándose detrás de las líneas enemigas, a un suboficial herido.

Uno de los hombres de Estévez, el conscripto Oscar Ledesma, de 18 años, abatió en un mano a mano al jefe de los paracaidistas británicos, el teniente coronel Herbert Jones. Su accionar, como el de muchos otros soldados conscriptos, echa por tierra el mito de los “chicos de la guerra”, mote infamante endilgado a nuestros soldados a fin de sugerir que no eran aptos para el combate y solamente dignos de lástima.

Asimismo se destacó en el combate el subteniente Claudio Braghini, que amén de haber derribado aviones Harrier, utilizó los cañones bitubo de su batería antiaérea para arrasar a la infantería enemiga.

El teniente coronel Italo Piaggi rindió la guarnición el 29 de mayo, pero los británicos nunca más volvieron a atacar a la luz del día, como lo habían hecho en esta oportunidad, por la cantidad de bajas que sufrieron.

Al tiempo que continuaba la batalla aeronaval, los británicos marchaban por tierra hacia Puerto Argentino, pero el 8 de junio intentaron realizar un desembarco de tropas en Bahía Agradable. Una escuadrilla de la Fuerza Aérea comandada por Carlos Cachón atacó al enemigo en el momento justo del desembarco, causando estragos entre los buques y los soldados, a tal punto que los propios ingleses calificaron ese 8 de junio como “El día más negro de la flota británica”. El general Menéndez, que aún disponía de 12 helicópteros en condiciones de transportar tropa, no hizo nada para rematar el desembarco, a pesar de la corta distancia entre Puerto Argentino y Bahía Agradable.

A partir del 9 de junio se intensificaron los combates en los montes aledaños a Puerto Argentino. En el monte Dos Hermanas se destacó por su valentía y eficacia la fracción encabezada por el subteniente Marcelo Llambías, y en el monte Harriet, el teniente primero Jorge Echeverría, un oficial de Inteligencia sin mando de tropa, organizo la resistencia e incluso realizó un contraataque, antes de caer herido por cinco impactos.

La superioridad numérica del enemigo hizo imposible retener esos montes, aunque en las cercanías había varios regimientos argentinos –el 3, el 25, el 6 – que prácticamente nunca entraron en combate (salvo algunas de sus fracciones pequeñas). El general Menéndez, haciendo gala de su sempiterna pasividad no los movilizó.

La batalla clave se produjo en la noche del 11 al 12 de junio por el control del Monte Longdon, defendido por el Regimiento de Infantería 7 y pequeñas fracciones de otras unidades. El encarnizado combate duró once horas, destacándose el contraataque realizado por la Sección del teniente Raúl Castañeda, que estuvo a punto de desalojar a los británicos. Pero al no recibir apoyo por parte de otros efectivos, el Monte Longdon quedó en manos enemigas.

A partir de ahí fue central el accionar de la artillería argentina para contener el avance británico. Como ejemplo cabe citar que la Batería A del Grupo de Artillería 3, comandada por el teniente primero Luis Caballero, disparó sus cañones Oto Melara de 105 mm durante 60 horas seguidas, hasta agotar munición.

El 13 de junio una escuadrilla de la Fuerza Aérea, encabezada por el capitán Carlos Varela atacó audazmente el puesto comando británico en tierra, causando numerosas bajas y obligando al máximo jefe enemigo, general Jeremy Moore, a tirarse en una zanja para salvar su vida.

Esa misma noche se produjo el contraataque en Wireless Ridge del teniente primero Víctor Hugo Rodríguez, al mando de dos Secciones del Regimiento 3. Y en el monte Tumbledown resistió durante diez horas el embate de fuerzas inglesas superiores en número en una relación de uno a diez, la Cuarta Sección de la Compañía Nácar del Batallón de Infantería de Marina 5, al mando del teniente de corbeta Carlos Daniel Vázquez. El grueso de esa unidad nunca fue empeñado en combate de infantería por su jefe, el capitán Carlos Robacio. Sólo lo hicieron pequeñas fracciones como la de Vázquez y del guardiamarina Alejandro Koch en el Monte Sapper.

El 14 de junio a la mañana el general Menéndez se rendía, sin haber dado nunca una orden de ataque o contraataque. El cese de fuego tuvo lugar a las 10 de la mañana. La guerra había terminado, a pesar de que la Fuerza Aérea quería seguir combatiendo.

Los 632 soldados argentinos caídos en el conflicto son los centinelas garantes de que el reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas nunca será abandonado por la Nación. ¿Entenderán finalmente los funcionarios y políticos argentinos que la sangre derramada no se negocia?