miércoles, 1 de mayo de 2024
lunes, 11 de diciembre de 2023
La Sterling en Goose Green
Subfusil L2A3 Sterling
Estrella de la Batalla Sangrienta por Goose Green
En 1982, las fuerzas británicas y argentinas se enfrentaron en uno de los terrenos más desolados del mundo. Los británicos se habían cansado de vigilar el mundo y los argentinos olieron la oportunidad. En abril, las fuerzas anfibias argentinas desembarcaron en las Islas Malvinas seguidas al día siguiente por una conquista similar de Georgia del Sur, otra dependencia británica cercana. Sin embargo, los argentinos subestimaron la implacable determinación de la Dama de Hierro.
El escenario
La primera ministra británica, Margaret Thatcher, no tenía nada de eso, por lo que envió un grupo de trabajo naval para oponerse a la ocupación. Sin embargo, la proyección de poder global es una empresa tediosa, costosa y que requiere mucho tiempo. A fines de mayo, las fuerzas británicas habían desembarcado y estaban dispuestas frente a las argentinas.
Los argentinos habían aprovechado bien este tiempo. Sus posiciones defensivas estaban ubicadas en profundidad y fortificadas con campos de fuego entrelazados. El escenario estaba listo para un potencial baño de sangre de proporciones napoleónicas.
Quinientos hombres del 2 Para británico apoyados por los disparos navales del HMS Arrow y la 8 Commando Battery de la Royal Artillery se enfrentaron al 12º Regimiento de Infantería argentino. Un asalto a balón parado contra fortificaciones fijas es la fórmula química del caos. Además, el Servicio Mundial de la BBC había revelado el ataque antes de que comenzara. A pesar de las abrumadoras probabilidades, el comandante de 2 Para, LTC Herbert "H" Jones, dio la orden.
El terreno estaba ondulado y desprovisto de árboles. La hierba escasa y las turberas copiosas hicieron que la marcha fuera lenta, sin cobertura y con poco camuflaje. El viento cortante, la llovizna helada y la espesa niebla agregaron una generosa capa de miseria por encima de todo.
La Fuerza de Tarea Argentina Mercedes constaba de 1.083 hombres bajo el mando del LTC Italo Piaggi. Su orden de batalla incluía cañones antiaéreos de disparo rápido, tres obuses de carga de 105 mm y apoyo aéreo de guardia en forma de aviones de ataque a tierra Pucara desde el cercano aeródromo de Stanley.
Ambos bandos perdieron aviones y sufrieron bajas en el frenético combate que siguió. Con el abrumador peso del fuego argentino amenazando con aplastar el ataque británico, LTC Jones preparó su ametralladora Sterling. Lo que siguió fue el valor del campo de batalla de la vieja escuela.
La línea de la cordillera estaba atravesada por 11 trincheras sucias con defensores argentinos y armas automáticas pesadas atrincheradas. Cuando el ataque fracasó, el LTC Jones pasó a la cabeza de su batallón y dirigió el asalto él mismo. Sin tener en cuenta el fuego asesino proveniente de múltiples fuentes, Jones cargó contra las posiciones enemigas, sin ayuda de nadie, atacando a los defensores argentinos con su L2A3 SMG.
El arma
El L2A3 Sterling SMG fue un desarrollo evolutivo de la pistola Sten de la era de la Segunda Guerra Mundial. Sten es un acrónimo que refleja las iniciales de los diseñadores del arma, Reginald Shepherd y Harold Turpin, junto con la fábrica de Enfield donde se desarrolló el arma. Crudo, resistente y barato, el Sten ayudó a rearmar al ejército inglés que quedó desprovisto de armas después de la evacuación de Dunkerque.
Los tommies británicos se referían con frecuencia a la Sten como la pistola "Hedor" y era un arma de desesperación pura y simple. Las versiones más básicas constaban de solo 47 partes y costaban $ 10 cada una en 1942 ($ 155 hoy). El diseño de perno abierto de 9 mm era lo suficientemente sólido, pero los cargadores de alimentación simple de doble columna funcionaron mal.
Una vez que los británicos recuperaron el aliento, lanzaron un programa para mejorar la confiabilidad y la ergonomía del Sten. George William Patchett, el diseñador jefe de armas de fuego de Sterling Armaments Company, diseñó posteriormente el prototipo de Patchett en 1944. El ejército británico ordenó 120 copias para las pruebas.
Estos primeros Sterling entraron en acción con los Paras en la defensa de Arnhem durante la Operación Market Garden en septiembre de 1944. También sirvieron con las unidades Commando que operaban en la Europa ocupada. El coronel Robert Dawson del Comando No. 4 llevó un Sterling durante la Operación Infatuate en noviembre de ese año.
Detalles
El Sterling es un SMG de 9 mm de fuego selectivo de cerrojo abierto de acero prensado de diseño superlativo. El
cerrojo presenta cortes en espiral para despejar la suciedad del campo
de batalla de la acción y el cargador lateral permite un perfil bajo
cuando se dispara desde el suelo. Los Sterling también están diseñados para alimentarse de las revistas Sten según sea necesario. El
cargador de 34 rondas de doble columna y doble alimentación del
Sterling es probablemente el mejor cargador SMG jamás inventado.
El
cargador Sterling luce una curva suave para adaptarse a la geometría de
la ronda Parabellum de 9 mm y se desmonta fácilmente. También
cuenta con un seguidor de rodamientos de rodillos que garantiza un
flujo suave e ininterrumpido de municiones en la acción. El resultado final es una herramienta para espacios reducidos excepcionalmente fiable y precisa.
El Sterling de 6 libras. El peso y la velocidad de disparo tranquila de 550 rpm hacen que el arma sea excepcionalmente controlable. Las ráfagas de dos y tres rondas son indoloras con un dedo en el gatillo disciplinado. El L2A3 representa el apogeo del diseño del subfusil de cerrojo abierto de 9 mm y sigue siendo uno de mis favoritos.
El resto de la historia
“H” Jones fue duramente golpeado durante su carga cuesta arriba hacia las posiciones argentinas atrincheradas. Luego se lo vio caer de nuevo a la base de la colina. Jones inmediatamente se puso de pie y reanudó el ataque.
Flanqueando una trinchera enemiga, Jones fue atacado fulminantemente y fue alcanzado nuevamente mientras atacaba a las tropas argentinas a quemarropa con su Sterling. Cayó agonizante a escasos metros de su objetivo. El ejemplo personal de Jones inspiró al resto de su batallón a emprender el ataque y desmoralizó por completo a los defensores argentinos.
Como resultado de la valentía desinteresada de Jones, los Paras posteriormente se apoderaron de todo el sistema de trincheras. También tomaron las comunidades británicas cercanas de Darwin y Goose Green. Los Paras aseguraron a casi 1.200 prisioneros y prepararon el escenario para la última conquista británica de las Malvinas.
El gobierno militar de Argentina cayó y fue reemplazado por una democracia floreciente. El gobierno conservador de Margaret Thatcher fue reelegido al año siguiente de forma aplastante. LTC Jones recibió póstumamente la Victoria Cross, el premio militar más alto de Inglaterra por su valentía. LTC Jones demostró al mundo que la voluntad de hierro de hombres como Nelson, Wellington y Kitchener aún vivía en los modernos guerreros británicos.
viernes, 13 de octubre de 2023
La defensa aérea de la BAM Condor en Goose Green
La Fuerza de Tareas Mercedes y para la BAM Condor: contaba para la defensa antiaérea con 6 cañones Rheinmetall de 20 mm que complementaban con un radar Elta de 20 Km de alcance (De la FAA). Se le sumaban dos cañones AA Oerlikon de 35 mm con director de tiro Skyguard del GADA 601 del EA.
La distribución es posterior al 02/05/82.
Imagen:
ACTAS DEL III CONGRESO INTERNACIONAL DE HISTORIA AERONÁUTICA MILITAR ARGENTINA
Página N 382
Dirección de Estudios Históricos Fuera Aérea Argentina.
lunes, 9 de octubre de 2023
domingo, 15 de enero de 2023
viernes, 21 de octubre de 2022
martes, 13 de septiembre de 2022
Paul Haley, fotógrafo de guerra
El fotógrafo inglés que tomó 2600 imágenes en Malvinas y odia la guerra: “Mirar a través de la cámara me protegía”
Paul Haley cubrió el conflicto del Atlántico Sur en los campos de batalla. Habló con Infobae, contó su experiencia en las islas y la historia de una icónica imagen en el momento del cese de fuego. Sus imágenes serán parte central de la exhibición del Museo Imperial de Guerra británico por los 40 años de la contienda bélicaPor Hugo Martin || Infobae
Se había preparado buena parte de su vida para cubrir una guerra, pero a Paul Haley, fotógrafo británico, miembro senior del staff de Soldier Magazine, casi no lo mandan a Malvinas en 1982. “Allí éramos cuatro fotógrafos, cuatro periodistas y un editor. Cuando sucedió la invasión quería ir, pero me dijeron ‘no’. Sólo autorizaron a embarcar a dos fotógrafos, que se encargarían de hacer un pool y distribuir el material. Así que al principio me lo pasé yendo a los puertos a tomar fotografías de barcos alistándose para partir. Pero yo me había entrenado, hacíamos ejercicios todo el año, incluso dos o tres veces en Irlanda del Norte. También había estado en Chipre, cuando los turcos llegaron allí en el 74 y bombardearon la isla…”, cuenta hoy, a los 71 años, ya retirado, casado con Mandy y recién salido de una operación de colon. Por supuesto, Haley, en forma respetuosa, amable pero firme, hablará de “invasión”, “liberación” y dirá “Falklands” cuando se refiera a las Islas Malvinas. Aquí en Argentina, desde luego, sostenemos exactamente lo contrario. Pero es interesante indagar en su mirada de los hechos, su posición de testigo privilegiado. Hoy, en sus redes sociales casi no existe la guerra que se libró hace casi 40 años (se cumplirán este 2 de abril), sino paisajes, gatitos y flores, muchas flores. Reflejar la naturaleza es su hobby.
Haley nació el 31 de agosto de 1950. Y se acercó a la fotografía desde muy pequeño. Según él, casi de recién nacido. “Empecé a ser fotógrafo cuando tenía un año… La historia es así: yo no caminaba, y el día de mi cumpleaños, mi madre me colocó para tomarme una foto y me paré, empecé a caminar hacia ella y me llamó la atención la cámara. Así fue… Mi padre era un fotógrafo amateur, y a los 8 años ya hacía copias en su cuarto oscuro. A los 15 años trabajaba los sábados haciendo bodas. Creo que en esa época, con la fotografía social se ganaba más que ahora..”, cuenta.
En 1971 consiguió trabajo como fotógrafo civil para el Ministerio de Defensa británico, tomando imágenes de equipos para la Escuela Real de Artillería en Larkhill. Allí estuvo tres años, y en 1974 fue contratado por Soldier Magazine, una publicación especializada en las fuerzas armadas. “Me dijeron que parte de mi trabajo consistía en estar preparado las 24 horas para ser enviado a cualquier sitio del planeta, lo que encontré muy cool. Empecé haciendo tomas desde helicópteros, era un buen trabajo”. Pero llegar a tomar 2600 fotos de Malvinas, dijimos, no fue sencillo para él.
Finalmente, una cobertura con los preparativos de la 5ta. Brigada de Infantería a bordo del barco Queen Elizabeth II en el puerto de Southampton y una charla con el jefe de esa división, el Brigadier Tony Wilson, le abrió una puerta. Eran épocas sin internet ni digitalización: todo era llevar los rollos al laboratorio y esperar el revelado. Cuando regresó a la redacción con el material ya atardecía y le dijeron “tenés un lugar a bordo, apurate porque mañana a las 10.30 te tenés que presentar”. Así que cargó su equipo (tres cuerpos de cámara Contax -dos RTS y una Contax 137MD- y cinco lentes marca Carl Ziess de 18, 25, 50, 85 y 200mm)( y se trepó al mismo buque que la 5ta. Brigada a la que, pensó, acompañaría en toda la campaña.
Con el Queen Elizabeth II navegó primero hasta la isla Ascensión, en medio del océano Atlántico, donde imaginó que quizás podría terminar su viaje. Pero Wilson lo tranquilizó: “Me dijo que era parte de ellos”. Luego bajaron hasta las islas Georgias y de ahí, a bordo del SS Canberra, llegó al estrecho de San Carlos, donde desembarcó en la Isla Soledad el 1º de junio de 1982.
Estar en medio de una guerra, y entre soldados profesionales, no podría no ser el mejor lugar para un civil. Pero Haley le cuenta a Infobae que su experiencia con Soldier Magazine fue decisiva para que no se originaran problemas: “Trabajaba junto a ellos desde 1971, así que sabía cómo se movían. Entendía su sentido del humor y los lazos que establecían con las unidades de su regimiento. Y también, su rivalidad con otras unidades. Cada vez que iba adonde no me conocían, había un período de tiempo en el que me miraban de costado, pero los soldados pronto captaban cuando alguien era profesional. Honestamente, no tuve ningún problema con ninguna de las unidades que fotografié durante la guerra”.
Al arribar a Malvinas, el confort no fue su compañero precisamente. “Una vez en tierra me quedé donde pude. Dormí en una trinchera de gurkhas en San Carlos la primera noche y luego en el piso de una casa en Darwin por un par de noches más. También estuve en otras trincheras y en una casa rodante en Bluff Cove. En un momento regresé a un barco, el Fearless y me quedé a pasar la noche porque tenía que conseguir más rollos de película. Luego volé de regreso y pasé una noche muy, muy fría en las rocas de Goat Ridge antes de la batalla de Tumbledown. En Stanley, la primera noche paré en una casa vacía y luego viví con una familia que tuvo la amabilidad de dejarme dormir en su altillo durante dos semanas antes de regresar a casa. Y siempre llevé conmigo una bolsa de dormir del ejército que me dieron en las tiendas del Queen Elizabeth II”, recuerda.
A pesar de que había viajado con la 5ta. Brigada de Infantería, en las islas, Haley se movió con relativa libertad. Luego de los 74 días del conflicto, el final de la contienda lo encontró junto al Regimiento de Guardias Escoceses. “Moverse era muy difícil. Elegir dónde ir también, porque cuando estás en tierra solo ves lo que sucede alrededor, no tenía forma de ver el panorama general. Iba a preguntarle a los oficiales qué sucedería a continuación para la unidad que comandaban y trataba de subirme a un helicóptero o caminar hacia donde suponía que podría haber una batalla al día siguiente. Llegué para cubrir a la 5ta. Brigada, con la que había viajado en QE2. Pero aterricé en San Carlos, luego fui a Darwin, Goose Green, Fitzroy, Bluff Cove, Goat Ridge, Tumbledown y llegué cerca de Stanley en la tarde del 13 de junio”.
Fotografiar las acciones de guerra en sí mismas, las batallas, no fue posible para Haley. Los ataques ingleses a las posiciones argentinas se desarrollaban de noche, para aprovechar la superioridad de armamentos y la logística. Así, explica, “incluso si hubiera estado en el lugar correcto en el momento correcto, al ser de noche no habría podido tomar ninguna fotografía. En 1982 no existían las cámaras digitales con las altas posibilidades de captura ISO que tenemos ahora. Y no aterricé hasta el 1º de junio, así que no estuve para las batallas de Darwin y Goose Green, pero pude fotografiar sus secuelas. En la batalla de Tumbledown, por ejemplo, pude fotografiar a los Guardias Escoceses cuando el ataque comenzó, pero luego traté de dormir un rato antes de avanzar hacia allí justo antes del alba y tomar fotos con la luz del amanecer”.
-¿Estuvo en riesgo en alguna oportunidad? ¿Sintió miedo?
-Una tarde estaba con los Guardias Escoceses en Goat Ridge cuando fuimos bombardeados. Y cuando comenzó el ataque, el bombardeo empezó nuevamente hacia nuestra posición. Fue bastante aterrador, pero dejame decirte que de pronto te acostumbras y continuas con lo que estás haciendo. Cuando tomaba fotografías en Malvinas, sentía que al mirar a través de la cámara, de alguna manera estaba protegido de todo el peligro. Hace 40 años, en una entrevista que me hicieron cuando retorné cuando volví a casa, dije ‘Me escondía detrás de mis cámaras’. Suena tonto ahora, pero así es exactamente como me sentía. Pero claro, avanzar al amanecer en la cima de Tumbledown, por ejemplo, era preocupante porque todavía había disparos esporádicos, pero también estaba emocionado de hacer mi trabajo y buscar imágenes de interés periodístico.
Allí, sobre ese monte, Haley tomó una de sus fotografías más emblemáticas. Son soldados con sus rostros marcados por el combate, pero sonrientes. El veterano fotógrafo cuenta cómo hizo esa imagen exactamente: “Había miembros de la Guardia Escocesa encima de Tumbledown. Los estaba fotografiando mientras despejaban el área cuando se escuchó una llamada en la radio: ‘Controle el fuego, controle el fuego, hay banderas blancas ondeando’. Rápidamente me di cuenta de que era un momento muy importante y quería tomar una fotografía grupal de esta compañía de hombres que acababan de perder a sus camaradas pero estaban felices porque la lucha había terminado. Empecé a tratar de ponerlos en algún tipo de orden, gritándoles que se sentaran o se quedaran quietos. ¡No fue fácil con guardias de 1,80 metro de altura y yo solo un civil de 1,72! También pude ver detrás de ellos que había una nube de nieve cayendo y dirigiéndose hacia nosotros. Rápidamente tomé dos fotogramas en blanco y negro y dos fotogramas de transparencias en color antes de que nos envolviera la nieve y casi no pudiéramos ver nada. Sinceramente, estoy muy orgulloso de la foto, trabajé duro para conseguirla. Pero estoy aún más orgulloso de que los Guardias Escoceses me hayan hecho miembro honorario de la Asociación Tumbledown, nos reunimos todos los años a beber y comer curry”.
Luego de las batallas de Goose Green y Darwin, de Tumbledown y tras la firma del cese de fuego el 14 de junio en el aeropuerto de Stanley, Haley fotografió a soldados argentinos prisioneros. “Mis sentimientos hacia ellos era que sólo estaban haciendo su trabajo. No tenía ninguna animosidad. Simplemente sentí lástima, pero a la vez alivio de que todavía estuvieran vivos. La guerra fue una cosa terrible para ambos lados”.
Después de Malvinas, viajó por todo el mundo para el Ministerio de Defensa. Ya jubilado de su profesión, regresó a las islas en 2016 y 2018. Para él, “los isleños son gente maravillosa. Hay que recordar que muchos de ellos estaban aterrorizados cuando fueron invadidos. Ciento cincuenta fueron encerrados en un salón comunitario en Goose Green. Muchos fueron separados de sus familias y enviados a la Isla Gran Malvina en contra de su voluntad. Fue muy difícil para ellos porque no tenían idea de lo que estaba pasando y lo que les sucedería a ellos. Ahora solo quieren continuar con sus vidas en el lugar que aman”.
En 1987 decidió que era hora de una vida más tranquila y volvió al comienzo de su historia: puso un estudio de fotografías de eventos sociales. Pero haber sentido el olor de la adrenalina, del humo de las armas y mirar la muerte a través de una lente dejó una huella que los 40 años que lo distancian de las batallas no borraron: “Como fotógrafo de guerra, había fotografiado algunos otros conflictos y escaramuzas, así que Malvinas no cambió mi visión de la guerra, pero sí fortaleció aún más mis creencias. Odio la guerra y los conflictos armados. Creo que los políticos deberían tener que pelear contra sus enemigos en un ring de boxeo si quieren ir a la guerra”.
En las islas y durante el largo viaje hacia ellas (las Malvinas están a 12.382 kilómetros de Londres), Haley registró miles de fotografías. Pero no tiene una favorita: “Es difícil. Es como preguntarle a un padre de cuatro hijos cuál es su preferido. Tomé alrededor de 2600 cuadros en total y puse alrededor de 400 en un libro, así que esos 400 fueron mis favoritos, supongo. Quería quitar muchas para que las imágenes impresas pudieran ser más grandes en las páginas, pero no pude eliminar más, así que las dejé.Los rostros de las personas son importantes para las personas mismas, pero algunas imágenes se vuelven significativas para las personas que estuvieron allí en la guerra, pero no necesariamente en esa imagen. La foto del grupo de Guardias Escoceses en Tumbledown es así. No importa si no estás en la imagen, todavía te representa si jugaste un papel en esa guerra”.
Hoy, el Museo Imperial de Guerra británico (IWM según su sigla en inglés), prepara una muestra con las mejores imágenes que tomó Haley. La curadora de la exhibición es Hilary Roberts. Ella le explicó a Infobae que esa institución es “el principal museo del mundo de la guerra y los conflictos modernos, y fue creado durante la Primera Guerra Mundial. Hoy, el IWM es un grupo de cinco museos ubicados en todo el Reino Unido, que cuentan la historia desde varias perspectivas acerca de cómo los conflictos modernos han impactado la vida de las personas en todo el mundo desde 1914 hasta la actualidad. Nuestras colecciones revelan historias de personas, lugares, tecnología e ideas que reflejan a la guerra como una fuerza tanto destructiva como creativa. Desafiamos a las personas a mirar los conflictos desde diferentes perspectivas”.
Para Roberts, “Aunque fue breve, el conflicto de 1982 tuvo consecuencias amplias y duraderas: políticas, diplomáticas, económicas, sociales, culturales y militares. Estas consecuencias afectaron tanto a Gran Bretaña y Argentina como a sus aliados internacionales. Para ambos países, el conflicto fue un punto de inflexión en la historia. Las exhibiciones tienen como objetivo conmemorar el aniversario creando conciencia sobre el conflicto en 1982, reflexionando sobre su impacto y legado continuo”.
Los museos atraen a más de 2,5 millones de visitantes cada año y su audiencia se acrecienta con su sitio web (www.iwm.org.uk) y sus redes sociales. Para el 40º aniversario de la guerra, Roberts cuenta que “el IWM de Londres está refrescando y renovando su exhibición permanente de objetos, fotografías y arte dedicado al conflicto de las Malvinas. Los objetos en exhibición incluyen una mesa de operaciones, un cañón antiaéreo y un misil Exocet, todos utilizados por las fuerzas argentinas en las Malvinas, así como un ejemplo de un jet Harrier de la Royal Air Force. Y el nuevo material en exhibición incluirá fotografías del fotógrafo de prensa civil Paul Haley. Algunas de sus tomas se consideran icónicas, pero muchas no se han visto antes en público”. Para ella, las imágenes de Haley “reflejan una experiencia personal y muy humana del conflicto, algo que espero se comunique en la muestra. Fotografió eventos y personas a medida que se encontraba con ellos. Entonces, sus fotografías no solo muestran a las fuerzas británicas, sino también a los soldados argentinos y a los habitantes de las Islas Malvinas”. Precisamente, también se exhibirán imágenes tomadas por soldados argentinos. “Son en su mayoría instantáneas de aficionados, tomadas como recuerdos, que han sido donadas a IWM en los años transcurridos desde el conflicto”, asegura la curadora de la exhibición.
También las fotos de Haley se verán en el IWM North, ubicado en la ciudad de Manchester, que tiene como highlight una pantalla de de 360 grados de 8,20 metros de altura que utiliza sonido envolvente. Allí -además de exhibiciones de objetos y arte- se proyectarán las fotografías digitalizadas de Haley, muchas de las cuales no se han visto antes.
En Duxford, cerca de Cambridge, existe otro IWM, el más grande de Europa en cuanto a aviación de guerra. Allí se pueden ver aeronaves argentinas y británicas que combatieron en Malvinas. También existe un IWM en Belfast, a bordo de un buque de guerra de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Corea, y el llamado “Churchill War Rooms”, que antes fue el cuartel secreto de Winston Churchill y su gobierno y está ubicado bajo el edificio del Tesoro en Whitehall.
Las muestras darán comienzo el 2 de abril -tomarán como inicio de los eventos por los 40 años del conflicto una fecha que para los argentinos es gloriosa- y en ellas se podrán ver reflejada la mirada que un inglés tuvo, de primera mano, sobre la guerra de Malvinas.
miércoles, 7 de septiembre de 2022
Malvinas y a quién le importa la opinión de los kelpers
Las Malvinas, los isleños y los ex combatientes: crónica íntima desde un campo minado con heridas todavía abiertas
En su libro “Los Días Salvajes”, Marcelo Larraquy reconstruye sus diálogos en las Malvinas con isleños que nacieron después de 1982, pero que la guerra les dejó impregnada su marca, sus miedos y resentimientos. Los recuerdos y reflexiones de los ex soldados argentinos desde sus pozos de combate y la búsqueda de rastros para reconstruir la memoriaEn 2012 acompañé la visita de ex soldados a las Malvinas. Era un grupo que volvía a las islas después de treinta años de la guerra contra Gran Bretaña. Nos hospedamos en una casona muy confortable de la avenida Ross, algunas cuadras alejadas hacia el este del casco urbano, frente a la bahía. Creo que éramos alrededor de quince o veinte. La mayoría de ellos había servido en la Compañía A del Regimiento 7 de Infantería Mecanizada de La Plata.
Me acuerdo de que el primer día desayunamos en forma abundante dulces, yogures, pan casero, en una mesa larga, y luego salimos a recorrer las laderas de Wireless Ridge, a dos kilómetros de la residencia de gobierno. El lugar estaba debajo del monte Longdon, donde en la madrugada del 12 y 13 de junio de 1982 se definió la batalla.
La ladera era un territorio abierto con un declive no muy pronunciado. Apenas empezaban a caminarla, los ex soldados se detenían a buscar referencias que les permitieran ubicar el que había sido su lugar de combate, los restos del pozo que habían cavado para esperar la guerra. Los impactos de las bombas, como una mancha negra sobre la tierra, cráteres anchos, de más de un metro, se veían con nitidez.
Los pozos eran más difíciles de encontrar, pero una vez localizados, removiendo un poco la tierra, emergían algunos pertrechos de entonces: pilas grandes con las que escuchaban radio, algunos restos de pilotines verdes, hierros oxidados, latas de gaseosas achatadas. Me acuerdo de que en la revisión de la ladera un ex soldado buscaba con su hijo las cartas que había enterrado en una bolsa de plástico, cerca de su pozo, y ahora no podía encontrarlas. El pozo rememoraba la lluvia, la posición anegada por el agua, las bengalas, los bombardeos.
El primer bombardeo lo vivieron el 1° de mayo, con los Sea Harriers que cruzaron el cielo de la ladera en dirección al aeródromo y descargaron sus bombas. Alfredo Rubio, ex soldado, recordaba el paso de los aviones: “El bombardeo nos tomó por sorpresa. Yo no tenía experiencia militar que me preparara para esa situación. Los bombardeos llegaban desde fragatas y aviones. Cuando había bombardeo, se corría un alerta roja y cada uno trataba de buscar algún refugio para protegerse”.
La Compañía A había padecido su propia tragedia poco antes de que las tropas terrestres británicas se asomaran por la cresta del monte Longdon. Cuatro soldados conscriptos perdieron la vida cuando una mina antitanque detonó sobre el bote de goma en el que remaban, en el río Murrell.
Del otro lado del río había una casa vacía. Sus habitantes habían sido trasladados a Puerto Argentino y algunos soldados solían entrar en busca de la comida que había quedado almacenada. El bote les permitía acortar las distancias y volver rápido a sus posiciones de combate.
Marcelo Postogna tenía un recuerdo vivo de la noche de la tragedia: “Unos días antes vino un grupo de ingenieros y minaron toda la zona para evitar un posible desembarco inglés. Esto activó una mina antitanque. Y fallecieron cuatro. Manuel Zelarrayán, Carlos Hornos, Pedro Vojkovic y Alejandro Vargas, que es el único que identificamos. Fue muy doloroso ir a buscar a nuestros compañeros, y buscarlos por partes”.
Hasta ese momento, Alejandro Vargas era el único del grupo que tenía la tumba con su nombre. Los restos de Zelarrayán, Hornos y Vojkovic fueron reconocidos luego de treinta y seis años en los que permanecieron como “soldado argentino sólo conocido por Dios”.
Aquel primer día en las Malvinas, a la tarde, fuimos al cementerio de Darwin para rendir homenaje a los caídos. “Este viaje es una procesión que uno trae, que lleva dentro de uno, es algo que nos realimenta y nos ubica en el tiempo y espacio, y nos construye como persona”, decía Postogna.
Para mí, todo era nuevo.
Lo primero que se me había revelado en el viaje era que en las Malvinas había gente. Siempre había entendido las islas como un territorio despojado, pero nunca había pensado en los isleños, que fueron viviendo y muriendo en esas tierras a lo largo de varias generaciones.
Por la noche salimos a recorrer las calles y entramos en un bar, creo que era Deano’s Bar, pero podría ser otro. Nosotros éramos bastantes y, no sé por qué, en el primer impacto no se generó una buena atmósfera. Apenas comenzábamos a ubicarnos, alguien recomendó que lo mejor sería que nos fuéramos. No sé si hubo algún comentario o una mirada que se estiró demasiado, pero la guerra había dejado una marca, una sensibilidad, que no admitía malos entendidos.
A esa hora todavía no habíamos comido y de casualidad encontramos una pizzería a punto de cerrar que atendía un inmigrante chileno. Logramos encargarle algunas cajas. Retengo una imagen de ese momento: los ex soldados en el cordón de la vereda comiendo pizza en la noche de Malvinas.
A la mañana siguiente, mientras desayunábamos, la dueña de casa, Arlette, nos presentó a un policía que se había acercado para establecer contacto con el grupo de ex soldados. No recuerdo si la conversación tenía que ver con el hecho de que se habían sentado en el cordón de la vereda o si acaso la visita era por la bandera argentina que había sido exhibida en el cementerio, creo que para una foto. Supongo que la policía local habría evaluado esos dos hechos como “conflictivos”, para decirlo de algún modo, y nos lo hicieron notar.
En ese momento advertí que el grupo era objeto de una vigilancia imperceptible, aunque no estaba en el ánimo de ninguno generar conflictos.
El día siguiente también fue largo. Fuimos hasta el estrecho San Carlos, que separa la isla Soledad de la Gran Malvina, donde los ingleses desembarcaron sus tropas terrestres. El área estaba escasamente protegida. Sólo había cuarenta soldados argentinos para dar aviso temprano. Era la opción menos probable para la Argentina, porque consideraba que San Carlos estaba demasiado alejado de Puerto Argentino.
La logística de guerra británica ocupó el estrecho: destructores, fragatas, buques de asalto, que dieron sostén al desembarco el 21 de mayo de 1982. En la bahía del estrecho encontré al ex soldado Víctor Hugo Romero, que había combatido en San Carlos. “Cuando llegamos había un regimiento de Corrientes -recordaba-. Teníamos muy pocas municiones. Esperábamos que tiraran ellos, cambiábamos de posiciones, pero luego no teníamos dónde replegarnos. Nos rodearon, no había forma de salir. Enfrente estaban los ingleses y de espaldas teníamos el agua. La noche de la rendición la pasamos en un galpón, un esquiladero de ovejas, y a la mañana hubo cese de fuego, entregamos las armas y nos tuvieron prisioneros”.
Fui con Romero hasta el galpón. Se mantenía exactamente igual que hacía treinta años. Quizá todo estuviera como entonces, y el único cambio se había producido en una pequeña casa, convertida en un museo, que conservaba objetos de guerra.
Después del desembarco en 1982 hubo cuatro días de intensa descarga de fuego argentino que puso en peligro la marcha terrestre británica, sobre todo por la pérdida logística asentada en el estrecho, que los dejaba sin respaldo para los cien kilómetros que debían recorrer hasta Puerto Argentino.
Su próximo objetivo fue la posición argentina en Puerto Darwin y Pradera del Ganso, distantes cinco kilómetros entre sí. En esa guarnición se resguardaban algunos aviones Pucará. En los caseríos se produjo una larga batalla terrestre. Murieron 47 argentinos y 17 británicos, entre ellos el jefe de Segundo Batallón de Paracaidistas (Para 2), el teniente coronel Herbert “H” Jones, en un hecho todavía controversial, tras un aparente “cese de fuego”.
Fue un enfrentamiento infernal, de treinta y seis horas que dieron muestra del heroísmo de la resistencia argentina. El dominio de Darwin y Pradera del Ganso fue clave para el enemigo: las tropas británicas se aseguraron la retaguardia y, con la protección aérea y naval, continuaron el recorrido hacia Puerto Argentino.
Ese mediodía fuimos a almorzar a un pequeño restaurante de Pradera del Ganso. Advertí la tensión en el local apenas nos sentamos para comer el plato del día. Todos nuestros gestos y movimientos fueron sobrios y cuidados. Después supe que el restaurante lo atendía la misma familia que había sido detenida en 1982 por el mando argentino. Y si bien estaban acostumbrados a recibir ex soldados, el recuerdo traumático permanecía vigente.
Me acuerdo que en los días que siguieron busqué isleños para conocer sus experiencias durante la detención y pude dar con una chica que recogió los relatos de su familia. Ella había nacido en 1987. Se llamaba Teslyn Barkman. Conversamos en la redacción del semanario Penguin News, que dirigía John Fowler, y donde trabajaban otras dos personas. Teslyn me contó que sus padres, durante la detención, dormían en colchones, en una sala amplia con un único baño, junto a otros granjeros de lugar.
Teslyn formaba parte de un servicio militar voluntario -Falkland Islands Defense Force-, porque quería prepararse para estar en la primera línea de la guerra “en caso de un nuevo ataque”. Me sorprendió su dureza, que contrastaba con su sensibilidad como artista. Creo que era pintora. Teslyn, desde siempre, había estado molesta con el reclamo argentino por la soberanía sobre las islas.
“Éste es mi lugar -me explicó-, yo nací acá y no creo que deba pedir disculpas por eso. Como en la Argentina, muchas personas llegaron de otras partes como inmigrantes y ahora la consideran su hogar, lo mismo sucede para los isleños. Y aunque tengo ciudadanía británica, me considero una simple isleña. No pueden quitarnos nuestro hogar ni intentar hacernos perder la identidad”.
Este tipo de encuentros y otros posteriores me hicieron entender que para los isleños la guerra no había terminado, y todavía conservaban cicatrices y resentimientos. Habían vivido la invasión, porque para ellos fue una invasión. Como si la Segunda Guerra Mundial se hubiera desatado en su propio pueblo. Una dimensión del conflicto que yo no había pensado y que era necesario abordar para entender su complejidad.
Aun con su dureza, podía entender la posición de Teslyn y me sentí más cercano a sus palabras que a las sensaciones que tuve cuando visité la residencia del gobernador inglés, para un cóctel. Ese lugar lo sentí completamente ajeno. Ahí sí sentí que nuestra tierra había sido despojada.
Pero, en el trato personal a los isleños, lo percibía diferente. Recuerdo el contacto con un grupo de jóvenes a la salida de un bar, cuando uno de ellos empezó a insultar por nuestra presencia. Después me explicaron que durante los meses de marzo y abril los isleños son muy sensibles a la llegada que consideran “masiva” de ex soldados y familiares desde el continente.
La cuestión es que luego de ese incidente verbal, por así llamarlo, acordamos conversar en el lobby de un hotel boutique ubicado frente a la bahía y nos servimos té, casi como una forma de pacificar los ánimos. Ya era de madrugada, y uno de los isleños me preguntó cuánto tiempo llevaba en las islas.
- Dos semanas -respondí-.
- ¿Y todavía seguís pensando que las Malvinas son argentinas?
En ese momento pensé en su cultura, en la forma en que se mueven, en sus horarios, en que casi nunca hay gente en la calle, y respondí:
-La tierra es nuestra, pero vos naciste acá, también tenés tus derechos. Somos hermanos que no nos conocimos.
Sentía que, de cualquier modo, aunque pensáramos diferente, aunque fuéramos distintos, a nosotros nos correspondía seguir defendiendo el contacto. La guerra de Malvinas había roto con cincuenta años de relación entre argentinos del continente e isleños, y quizás ahora harían falta otros cincuenta para restaurar la confianza.
La guerra en la cara
Después de la tragedia de la mina antitanque en el río, la espera en los pozos de la ladera de Wireless Rigde continuó con el asedio diario de ataques aéreos y los cañoneos navales británicos. El radio de observación de cada soldado desde su pozo era de cien metros, doscientos como máximo. Ése era todo su universo durante la guerra. Sabían que el enemigo había desembarcado, pero no sabían dónde. No tenían mapas ni información. Padecían el hambre, la lluvia permanente y, en muchos casos, el maltrato de sus superiores.
Así ocurrió hasta el 11 de junio.
Durante ese día, algunos soldados habían escuchado por radio la misa del papa Juan Pablo II en la Basílica de Luján frente a cientos de miles de feligreses. Pero, a la noche, monte Longdon se transformó en un campo de batalla. El fuego naval, la artillería y los misiles antitanque del enemigo se desplegaron sobre su cresta.
La acción masiva de la guerra estallaba en la cara de los soldados por primera vez en sus vidas. “La guerra es un espectáculo visual muy fuerte -describió Postogna-. Explosiones constantes, tiros, millones de balas cruzándose...”.
Cuando les tocó a ellos entrar en acción, después de casi dos meses de espera en el pozo, se revelaron las deficiencias del equipamiento militar. A Juan Bratulich, abastecedor de mortero pesado de la Compañía A del Regimiento 7, el combate le duró pocos disparos: “Teníamos un observador adelantado que nos iba dando la información. A partir del quinto tiro, la placa base del mortero se fue hundiendo y no se pudo seguir disparando. En ese momento empezó a caer la réplica del fuego enemigo, un fuego muy intenso. Los ingleses tenían detectores de calor, sabían desde dónde tirábamos. Entonces nos ordenan sacar los morteros y replegarnos. Cuando estoy cumpliendo esa orden, me explota un proyectil de 81 milímetros en la zona abdominal. Todo el mundo estaba ocupado en ese momento. Pero mis compañeros me trasladaron detrás de una roca y siguieron combatiendo. Me arrastré hasta la posición del jefe del Regimiento. Me evaluaron, me bajaron de la ladera con una camilla. No pensaba si iba a morir, pero estaba asustado por el contexto de la situación”. Bratulich fue operado en la madrugada del 13 de junio en Puerto Argentino y un avión lo trasladó a Comodoro Rivadavia ese mismo día.
Juan Salvucci, del Regimiento 7, también vio los fuegos desde ladera de Wireless Ridge: “Escuché el primer tiro a menos de un kilómetro, vi los fuegos iniciales, se escuchaban los gritos de locura y dolor, los de ellos, los nuestros. Me acuerdo que tenía una tableta de tranquilizantes y me la clavé toda. Me dije: ‘Bueno...’”.
Salvucci había llegado a la guerra con su diploma de arquitecto, pero todavía debía el servicio militar, y el Ejército lo convocó a los 26 años. “Tiraba con un fusil liviano, con uno pesado, con una 9 milímetros. Llegué a envidiar al herido que se iba, mientras yo seguía. Envidiaba al chico que caía, porque yo seguía. En el momento del repliegue, me cruzaba con fuego propio. Sabía que un sargento venía tirando y me la iba a poner... A nadie le gusta rendirse. Desnutrido, con veinticinco kilos menos, me hubiese gustado caer en combate. Vinimos a la guerra con chicos de 18 años que recién salían de sus casas y no sabían manejar un arma, sin experiencia; con militares que estaban acostumbrados a que la hipótesis de conflicto era su propio pueblo, no fronteras afuera. ¿No habíamos perdido antes de venir?”, se preguntaba.
Las tropas británicas tomaron el monte Longdon. La residencia del gobernador ya les quedaba a tiro de artillería. Después hubo un “tiempo muerto”, durante un día en el que casi no se cruzó fuego. El enemigo se reagrupó, instaló puntos de observación, temía un contraataque argentino. Pero la defensa de la ladera de Wireless Ridge ya estaba debilitada. Muchos soldados advirtieron que sus tenientes y sargentos habían abandonado sus posiciones y bajaron a Puerto Argentino sin dar aviso.
En la noche del 13 de junio, todos los batallones británicos se lanzaron para definir la victoria en la guerra. Avanzaron con tanques de guerra para romper el fuego de las trincheras.
A las dos de la madrugaba nevaba en la ladera. Había soldados argentinos arrastrándose heridos, soldados que bajaban corriendo hacia el valle, protegiéndose entre roca y roca, tratando de no cruzarse con el fuego “amigo” de un FAL.
El cielo estaba cruzado de bengalas.
Alfredo Rubio recordaba las imágenes del final: “Cada uno bajaba como podía. No hubo una organización, nadie que te dijera: ‘Andá para allá’. Era el Titanic que se estaba hundiendo... Esa imagen, para mí, la tuve cuando pasé por una carpa redonda que habíamos apodado ‘El Circo’. Tenía muchas provisiones. Estaba a cargo de un capitán que manejaba la logística del regimiento, uno de los oficiales que se hacía calzar los borceguíes por los soldados y les negaba la comida. En el desbande, nos acercamos a la carpa que recepcionaba los pedidos de ayuda y escuchamos las radios al rojo vivo: ‘Manden refuerzos... tenemos heridos’. Entramos, y estaba vacía, no había nadie, con todos los micrófonos colgando. Ahí me dije: ‘Se acabó. Fuimos’”.
Ninguno de los ex soldados a los que consulté había visto a un general argentino en la batalla. Excepto Juan Salvucci.
Después de la rendición del 14 de junio permaneció prisionero junto a Mario Benjamín Menéndez en la bahía San Carlos, casi cuarenta y cinco días. Nunca entendió por qué, dado que él era un conscripto y Menéndez había sido el gobernador de las islas. Pero estuvieron juntos. Tuvo oportunidad de hablarle.
“Yo fui muy crítico con la conducción de la guerra y Menéndez me respondió: ‘Soldado, usted necesita apoyo psicológico, usted está mal...’. Le dije: ‘Y cómo no voy a estar mal si estuve combatiendo, vi la realidad. Usted estuvo en una casa, yo estuve en una guerra. La guerra no fue su realidad’”.
Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA). Su último libro es “La Guerra Invisible. El último secreto de Malvinas”. Ed. Sudamericana www.marcelolarraquy.com
domingo, 6 de marzo de 2022
domingo, 28 de noviembre de 2021
Goose Green: El desempeño del RI 12
jueves, 4 de noviembre de 2021
Los héroes chaqueños del conflicto
Malvinas: conocé los perfiles de los soldados chaqueños identificados
Diario Chaco
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A finales del 2017 bajo el Proyecto Humanitario Malvinas comenzó el proceso de identificación de los cuerpos de los caídos en Malvinas, a través de las muestras de ADN.
Durante más de tres décadas los soldados caídos entre abril y junio del ’82 permanecieron enterrados sin un nombre en su cruz, solo una lápida rezaba “Soldado conocido solo por Dios”.
Hasta el momento, un total de 112 caídos fueron identificados en el cementerio de Darwin gracias a las muestras de ADN, varios de ellos fueron chaqueños.
Cabe resaltar que varias familias optaron por mantener el anonimato de sus seres queridos.
A continuaación te presentamos los perfiles de algunos de los soldados chaqueños identificados:
Miguel Aguirre
Nació en Chaco en 1929. Desde muy joven descubrió su vocación militar, por lo que no dudó a la hora de ingresar como suboficial de la Armada y luego especializarse en electricidad.
Acudió a la guerra de Malvinas como voluntario, ya que en ese momento disfrutaba de una licencia anual en el ejército.
Su principal labor en las Islas fue la de traslado, carga y descarga de alimentos, medicamentos y municiones.
Murió dentro del transporte ARA Isla de los Estados cuando fue alcanzado por un proyectil disparado desde la fragata británica Alacrity, en el estrecho de San Carlos. Su cuerpo fue encontrado completo, desnudo, solo con medias, en la costa de Shag Rockery Point, en el islote Este.
Su hijo único, Sergio, formaba parte en un inicio de los familiares que no querían que se revelara la identidad de los soldados muertos NN. Lo hizo únicamente para dejar por escrito su deseo de que todos los restos permanezcan en el cementerio de Darwin.
Celso Alegre
Celso Alegre era uno de los dos únicos representantes de la comunidad Qom que cayeron en Malvinas. Al momento de acudir a las Islas, no sabía leer ni escribir, por lo que nunca pudo enviar una carta a su familia para relatar su periplo.
Vivió sus 18 años en La Leonesa, una zona rural a 70 km. de la capital de Chaco. Alegre murió el 28 de mayo en Darwin, pero poco se sabe de las condiciones en las que perdió su vida.
Su padre, Héctor Ramón Alegre, vivió hasta sus 95 años con la esperanza de que su chico volviera alguna vez a casa. Se negó siempre a considerar la posibilidad de su muerte. "No creo que mi hijo esté ahí", decía el hombre en su lenguaje autóctono.
Victor Ofelio Avalos
El anciano no llegó a recibir la noticia de la identificación de los cuerpos. Aun así, desde 1982 hasta su muerte, el 3 de junio de 2017, izó cada domingo de la semana una bandera argentina en honor a su hijo.
Nació en Samuhú, Chaco. Murió a los 19 años durante un combate en Darwin, cuando se desarrollaba como soldado apuntador de las FAP. Junto a él cayó uno de los líderes de su batallón, el cabo Jorge Gómez.
Hoy, una escuela primaria y un jardín de infantes de la provincia de Chaco llevan su nombre. Fue el penúltimo "soldado argentino sólo conocido por Dios" identificado durante el proceso de los análisis de ADN.
Juan Alejandro Ayala
Juan Ayala nació en Tres Isletas, Chaco. Si bien era destacado como una persona jovial, sus padres afirmaron que tenía un alto sentido de responsabilidad, seriedad y que daba mucha importancia al valor de la justicia.
Durante su adolescencia llegaba a recitar poemas gauchescos y le gustaba la música mexicana.
Acudió a las Islas Malvinas como parte de la Compañía B del Regimiento de Infantería 4 de Monte Caseros, de Corrientes. Murió el 12 de junio, mientras trataba de defender una posición argentina en el Cerro Enriqueta, en Monte Harriett. Era sirviente de mortero y junto a él perdieron la vida otros cinco compañeros.
Orlando Aylan
Nacido en Chaco, cumplía el servicio militar en el Regimiento 4 de Infantería Mecanizada. Su madre se murió hace unos años sin poder saber finalmente dónde se encontraba el cuerpo de su hijo y con la mínima esperanza de que todavía se encontrara vivo.
La ciudad de Las Breñas rindió innumerables homenajes al soldado oriundo de allí. De hecho, en la plaza principal se construyó un monolito con la intención de perpetuarlo y la escuela Nº 1052 lleva su nombre.
"Estamos muy emocionados al saber que nuestro hermano estaba en una de esas tumbas y quienes los enterraron lo trataron bien como ser humano, lamentamos que nuestra madre se murió sin saber qué y dónde estaba su hijo pero hoy nosotros tenemos la tranquilidad de saber dónde está", dijo uno de sus hermanos tras conocer la noticia de la confirmación del ADN.
Ángel Benitez
Nació en Chaco. Fue el 26 de octubre de 1962. Después de concluir los estudios primarios, trabajó en un almacén y como obrero de la construcción. "Ángel nació por parto natural. Era un bebé muy grandote", rememora Julia Franco, mamá de Benítez.
Su muerte se produjo el mismo día de la firma de la rendición argentina. Benítez fue una de las víctimas que arrojó la sangrienta batalla de Monte Longdon. Al momento de incorporarse al Regimiento de Infantería 7 residía en Lomas de Zamora.
Juan Carlos Dábalos
Juan Carlos Dábalo era uno de los ocho hermanos de una familia muy humilde de Chaco. Debido a una prolongada enfermedad de su padre, tuvo que abandonar sus estudios primarios y dedicarse a trabajar desde niño.
Trabajó de vendedor ambulante junto a una hermana y empezó a aprender a leer y a escribir recién cuando hizo el servicio militar en el Batallón de Infantería de Marina Nº 5, en Río Grande.
El Estado informó en un primer momento a la familia que estaba desaparecido y después confirmó su muerte, aún sin saber dónde estaba el cuerpo. Todavía se desconocen las circunstancias en las que perdió la vida en Malvinas.
Su familia fue una de las primeras que luchó por la identificación de los 123 "soldados conocidos sólo por Dios", en el cementerio de Darwin.
Carlos Agustín Díaz
Un joven tímido, callado y con dificultades para socializar. Carlos Díaz era uno de los ocho hermanos de otra familia humilde de General Pinedo, en Chaco. Era hincha de Boca, jugaba muy bien al fútbol, pero su verdadera pasión eran los caballos. Trabajaba como jornalero en una zona rural y hacía destronques con un hacha.
Durante décadas, la familia recibió un sinfín de rumores sobre la suerte que corrió Carlos Díaz en Malvinas. Se les dijo desde que estaba herido, que le faltaba una pierna, hasta que estaba sano y salvo para regresar a su casa. Recién en 2017, su madre Victorina recibió la noticia de que su hijo se encontraba enterrado en Darwin. Aún resta poder definir cómo y cuándo perdió la vida el joven chaqueño de 18 años.
Vladimiro Dworak
Vladimiro Dworak nació en Campo Largo, un pequeño pueblo de la provincia de Chaco. Formó parte del equipo de fuerzas de tareas de Mercedes. Sus labores se llevaron a cabo entre Darwin y Pradera del Ganso.
Dworak perdió la vida durante un enfrentamiento con paracaidistas británicos en Puerto Darwin. Su compañero de fosa, el correntino Raúl Cardozo, relató cómo fueron sus últimos instantes de vida: "De noche casi no dormíamos porque era un constante bombardeo, se escuchaba el silbido de las bombas y que enseguida explotaban a metros de nosotros (…) Vi caer a camaradas muy cerca mío, recuerdo que el camarada Vladimiro Dworak de Campo Largo murió en combate a unos 50 metros mío", afirmó.
Miguel Ángel Falcón
Su familia afirma que Miguel Falcón siempre fue un niño rebelde. No acataba demasiado las reglas, ni en casa ni en el colegio. De hecho, era famoso por escaparse todas las semanas al menos un día de la escuela. También evitaba estar en casa, se la pasaba divirtiéndose con sus amigos en las calles de Barranqueras, Chaco.
Murió en el enfrentamiento del Monte Longdon y entre sus pertenencias se encontró un mazo de cartas españolas. Su figura de referente para sus colegas fue advertida por varios ex combatientes.
De hecho, esa rebeldía juvenil fue la que le hizo protagonizar una historia memorable en la noche de su última batalla. El suceso fue relatado en una carta por otro ex combatiente:
"La noche del 12 de junio cuando los ingleses nos atacan, en un real infierno, con cientos de proyectiles y lluvia de trazantes que cruzaban el cielo, veo que se prepara la primera sección de nuestra compañía en apoyo a la Compañía "B". Eran un teniente, un cabo y 44 colimbas civiles como yo, soldados no profesionales, que estaban desnutridos. Los veo prepararse en la oscuridad, todos en fila india, en silencio, temblorosos. Entonces, de la fila, saltó un soldado que estaba muy flaquito, un pibe que era muy humilde, -Falcón- y empezó a arengarlos, a aplaudirse las manos, flexionándose, con el FAL rebatido en la espalda, y les gritaba, como Pichot a los Pumas: '¡Vamos carajo!!, ¡Ingleses de mierda, los vamos a reventar!' (…) Surgió un líder de la nada, un tipo que, en las circunstancia más límite, le dio ánimo al resto".
Su acción quedó registrada en libros británicos como uno de los actos más heroicos de los enfrentamientos terrestres en Malvinas. De los 46 que salieron, volvieron 25. Falcón fue uno de los que se quedó allí.
Luis Roberto Fernández
Nació en Villa Ángela, Chaco. Tenía un solo hermano, Miguel Gaspar. Al momento de ser llamado para acudir al servicio militar cursaba el tercer año de la Escuela de Comercio Nº 7. Así se mudó durante dos años a Río Grande, Tierra del Fuego.
Era el bromista de la familia y solía arrancarle una sonrisa a su hermano y a su madre Emilia cada vez que podía.
Después de sus dos años en Tierra del Fuego, acudió a Puerto Argentino para formar parte de la Batería 8113 del Batallón Comando Campaña Militar de Puerto Belgrano.
Murió el 11 de junio en la batalla de Monte Longdon: recibió un disparo cuando abandonó su escondite. Según relataron testigos, falleció justo en el momento que estaba lanzando una bengala. Su intención era lanzar una bengala que intentara exponer la posición del enemigo.
Rubén Horacio Gómez
Nació en la localidad de Presidencia Plaza, Chaco, en 1963 en una familia de 10 hermanos. Cursó la primaria en la Escuela Nº 454, que hoy lleva nada menos que su nombre. Antes de finalizar séptimo grado, ya trabajaba junto a algunos de sus hermanos en una desmontadora de algodón. Jugaba al fútbol en el Club Comercio de Presidencia Plaza como defensor central.
Pocos días antes de partir hacia la guerra Rubén salió del cuartel y pasó por su humilde casa familiar para despedirse. "Cuando vuelva me caso", les anunció a sus hermanos con una sonrisa.
Murió el 28 de mayo de 1982, cuando se adentró junto al cabo Héctor Miño en la zona de Darwin-Pradera del Ganso para verificar si unas tropas que se divisaban a lo lejos eran propias o enemigas. Finalmente, ese grupo en posición ofensiva era integrado por soldados británicos. Se cree que perdió la vida después de ser alcanzado por un mortero.
Eleodoro Monzón
Eleodoro Monzón nació en Quitilipi, Chaco. Era apodado el "Nene" y era un fanático de los caballos. No pudo terminar la escuela, ya que decidió ayudar a su padre en el campo. En 1981, luego de cumplir el servicio militar, fue convocado para acudir a un puesto en Ushuaia.
Fue uno de los últimos tres soldados argentinos que murieron en la guerra. Perdió la vida en la colina Sapper Hill. El escuadrón al que pertenecía no pudo enterarse del orden del cese al fuego y continuó batallando dos horas después del final de la guerra. Murió junto a Sergio Robledo y Roberto Leyes.
Juan Carlos Monzón
Uno de los tres soldados caídos en Malvinas nacidos en la ciudad de Villa Ángela, Chaco. Miembro de una familia de ocho hermanos, era fanático del fútbol y de River. Al igual que su familia, se desarrollaba en la cosecha de maíz y algodón.
El 2 de abril, el "Gringo", como lo apodaban, se sentó junto al resto de la familia en la mesa de la casa para compartir un asado. Allí les comunicó que al otro día partiría para las Islas Malvinas. Hubo emoción, orgullo y también lágrimas y llanto por parte de su madre. El miedo siempre estaba presente. Así y todo, sus hermanos afirman hoy que Juan Carlos no sabía del todo que iría a Malvinas para luchar en una guerra.
Acudió a las Islas como soldado del Regimiento de Infantería Mecanizado Nº 12 y murió el 28 de mayo, a causa de heridas causadas por una bomba caída en Pradera del Ganso.
Su familia le envió varias cartas durante el período de la guerra, pero nunca pudo confirmar siquiera si le llegaron. Mientras tanto, su madre Marciana le puso un plato vacío en la mesa familiar hasta el día en el que se confirmó la identificación.
Carlos Omar Osyguss
Nació en Santa Sylvina, Chaco y combatió como parte del Regimiento de Infantería N° 4 de Monte Caseros, Corrientes. Pertenecía a una familia de testigos de Jehová.
Murió el 28 de mayo cuando un disparo le impactó en la frente, mientras se encontraba en la trinchera de la defensa de una posición en Puerto Argentino.
En el 2007, un militar encontró entre los desechos de una fábrica de cartón de Coronel Suárez una medalla con su nombre confeccionada desde el mismo Congreso de la Nación. Se intentó otorgar esa condecoración a la familia, pero la misma decidió rechazarla.
Hoy, el jardín de infantes N° 169 de Santa Sylvina lleva su nombre.
Alberto Genaro Pavón
Desde muy pequeño, en su ciudad de Sáenz Peña en Chaco, Alberto Pavón soñó con ser médico. Así, logró instruirse durante dos años en la carrera de medicina antes de partir hacia las islas.
Llegó a trabajar de canillita, de la mano de su tía "Totín" y a vender bolsas de polietileno fabricadas en su casa. Además, era un fanático de las películas del rey de las artes marciales, Bruce Lee.
Viajó a Malvinas como voluntario y formó parte de Compañía de Sanidad Nº 3 y asistió a centenar de compatriotas heridos. Murió el 10 de junio después de ser alcanzado por las balas de la artillería británica.
Su primo, el músico Jorge Pascual, escribió una poesía en su homenaje titulada "Todavía anda (ahí va el negro Pavón)". Luego, Zitto Segovia le puso música y la convirtió en canción:
"Anda el Negro Pavón
Todavía anda
No importa que sus huesos estén en Malvinas.
Se suena el silencio de la nieve
Anda el Negro Pavón, todavía anda
Anda el Negro Pavón
Sangre chaqueña
Empuñando un fusil y una sonrisa
Las bombas no destruyen su inocencia
Anda el Negro Pavón
Sangre chaqueña"
Darío Rolando Ríos
Nació en La Escondida, Chaco, pero vivió la mayor parte de su vida en la ciudad bonaerense de Berazategui. Vivía en Plátanos Norte y tenía 24 años al momento de su muerte, cuando se desarrollaba como Cabo 1º del Regimiento 7º de La Plata.
Su madre Delmira, que hoy vive en condiciones de pobreza, aseguró que su hijo se fue a lo de una tía en Buenos Aires y ahí se enroló en el ejército.
Si bien su madre todavía cree que Ríos perdió la vida a bordo del Crucero Gral. Belgrano, la realidad es que el Cabo primero fue otro de los tantos que murió durante la batalla del Monte Longdon.
Su hijo Pablo, que nació poco antes de que el militar llegara a Malvinas, es quien cobra hoy la pensión de los ex combatientes.
"Con orgullo y felicidad puedo decir que Don Dario Rolando Rios descansa y descansará por la eternidad en Darwin sector A fila 1 cruz 12. Tener sus pertenencias en mis manos es estar tan lejos y tan cerca", dijo su hijo Pablo.
Ricardo Argentino Ramirez
Nació en Quitilipi y con 19 años era soldado conscripto de la Armada.
A los seis años se mudó junto a su familia a Lanús, donde completó sus estudios. Soñaba ser constructor, como su padre.
En Malvinas estuvo a cargo de un mortero en el Batallón de Infantería de Marina N°5.
Falleció el 14 de junio en Sapper Hill, cuando una bomba le cayó cerca mientras se replegaba hacia Puerto Argentino.
Alberto, su hermano menor, buscó datos suyos durante años hasta que en los noventa encontró su foto en la tapa de una revista, junto al enfermero que fue a asistirlo. Ya había perdido la vida.
Carlos Epifanio Casco
Carlos llevaba el apellido de su mamá, nació en Quitilipi. Sirvió en el RI 4. Su rol de combate fue el de abastecedor de munición y después fue destinado al Monte Harriet. Le tocó poner minas antipersonales alrededor del cerro Dos Hermanas. Fue sorprendido por enemigos infiltrados y cayó en lucha entablada contra el Batallón 42 de Comandos británicos el 12 de junio, tenía 20 años.