El viaje del enviado de Reagan para evaluar la salida de Galtieri y su reunión con Pinochet sobre Malvinas: “Que Argentina aprenda la lección”
Mientras la guerra escalaba en las islas y el mundo percibía que en nuestro país no había un liderazgo claro, Vernon Walters llegó en secreto a Buenos Aires y se reunió por separado con los Comandantes en Jefe. La preocupación era que Argentina -según inferían por palabras de Galtieri- se alineara con la Unión Soviética o China a cambio de apoyo en el conflicto. Luego viajó a Chile y se entrevistó con Augusto Pinochet, que le dijo: “Los argentinos se metieron solos en este problema”Por Juan Bautista Tata Yofre || Infobae
En los primeros días de mayo de 1982, la guerra de las Malvinas escalaba mientras los diplomáticos continuaban analizando la propuesta de las Naciones Unidas y presentando notas ante el Consejo de Seguridad. El 8 de mayo se realizó una reunión en el domicilio particular de Javier Pérez de Cuéllar con los representantes argentinos, mientras Gran Bretaña, a través de una nota al Consejo de Seguridad, justificaba la extensión del bloqueo a las islas. El domingo 9, mientras seguían las negociaciones en Nueva York, las fuerzas británicas iniciaron un nuevo ataque contra Puerto Argentino, y en Buenos Aires se confirmó el hundimiento del navío “Isla de los Estados” y el ataque al pesquero “Narwal”.
De acuerdo a la visión del brigadier Basilio Lami Dozo, cuando estalló el conflicto de las Malvinas el país se partió en dos: uno al Norte del Río Colorado y el otro al Sur. En el primero la vida transcurrió sin sobresaltos. En el otro la población vivió con pasión, intensamente, la guerra. En Buenos Aires la confusión no era menor. Tras el apoyo de los Estados Unidos a Gran Bretaña, el político Francisco Manrique se entrevistó, el 8, con Leopoldo Fortunato Galtieri en la Casa de Gobierno. A la salida explicó que las acciones argentinas por la cuestión de las Malvinas se estaban desarrollando “dentro del mundo occidental” y que “nadie debe, ni puede, suponer el alejamiento de sus valores tradicionales. Nada apartará al país de su ubicación geográfica e ideológica en el mundo”. En sintonía, aunque con más sutileza, Costa Méndez apuntó que los Estados Unidos “se alió con el enemigo, y espero que se rectifique y revise su actuación respecto a América latina”. Sin embargo, las declaraciones más comentadas en esas horas las formuló el ex canciller radical Miguel Ángel Zabala Ortiz para La Nación del 11 de mayo: “Si la Unión Soviética o China, por ejemplo, nos dan su ayuda y quieren contribuir a la defensa de nuestro país, no obstante las diferencias ideológicas, no podremos dudar”.
Los partidos políticos tampoco eran ajenos a lo que estaba sucediendo: en los días previos al domingo 9, la Multipartidaria ofreció viajar a los Estados Unidos para ratificar todo lo hecho por el gobierno militar al ocupar Malvinas, y en Mar del Plata 50.000 personas participaron en un acto en el Estadio Ciudad de Mar del Plata donde juraron públicamente fidelidad a la bandera, bajo los sones marciales de la banda de la Agrupación de Artillería de Defensa 601. Los medios gráficos argentinos estaban repletos de fotos de soldados en las trincheras, aviones, barcos y declaraciones públicas. Entre estas últimas, no faltaron las que realizaron al Diario Popular, el 11 de mayo, Moria Casán, Silvia Pérez, Graciela Alfano, Libertad Leblanc y Luisina Brando. Todas criticaban a la Thatcher por “inescrupulosa, resentida, belicista, loca, bruja” y otros epítetos. “‘Los argentinos hablaron tanto en estas últimas semanas que no entendemos más nada”, dijo Francis Pym. El canciller británico se confesaba particularmente atrapado en saber quién habla en nombre de quién en la Argentina de hoy: “Hay un presidente Galtieri, hay un señor Costa Méndez, hay una Junta, hay generales, hay almirantes.”, publicó el semanario brasileño Veja”, en su edición nº 713 del 5 de mayo.
El 11 de mayo a las 10 horas se reunieron el Comité Militar y la Junta Militar, en el Estado Mayor Conjunto. Durante las conversaciones los tres comandantes decidieron hacer “un censo o relevamiento de empresas, compañías, entidades financieras, establecimientos de propiedad británica (capitales británicos) para estructurar un sistema que posibilitara el bloqueo de fondos, títulos y demás bienes de esa procedencia, para materializarlo en caso de necesidad nacional.” Costa Méndez –que ingresó más tarde – informó que había recibido sugerencias de dirigentes políticos (no identificados) que aconsejaban convocar a representantes de los partidos políticos para consultarlos antes de firmar o acordar términos de negociación. Seguidamente, el canciller apreció que Gran Bretaña intentaría una ofensiva militar significativa…”. El mismo día, en otro lugar de Buenos Aires, el general de división Juan Carlos Trimarco le confiaba al economista radical Bernardo Grinspun que “Galtieri intentaría seguir adelante con su plan político de perdurar en el poder hasta 1984 y lograr elegirse electoralmente en 1989, todo esto, además, sin dejar la comandancia del Ejército. Trimarco sostuvo que nadie se opondría dentro de la Fuerza.”
“Lenta y ardua negociación en las Naciones Unidas” y “Obstáculos en la gestión de Pérez de Cuéllar” eran los títulos de los dos matutinos más importantes de Buenos Aires, Clarín y La Nación, el miércoles 12 de mayo, día en que Galtieri se reunió con su gabinete. Según relató el Secretario de Hacienda, Manuel Solanet, abrió la reunión el Presidente: “Se está llegando al momento de mayor confrontación de voluntades. No habrá imposición total de una voluntad. El resultado no será diez a cero, eso es imposible ni de uno ni de otro lado. No habrá aniquilamiento. Luego de un gran enfrentamiento bélico, aún mayor que el que hoy tenemos, se alcanzará una solución negociada”. Luego, el presidente Galtieri cerró la reunión pidiendo que se analizara la confiscación de todos los bienes muebles e inmuebles de propiedad británica en la Argentina. Flotaba, en la Sala de Situación de Casa Rosada, “la sensación de que tanto el Presidente como el canciller sobreestimaban las posibilidades argentinas en el plano militar y, consiguientemente, en el diplomático”, opinó posteriormente Manuel Solanet en su poco difundido, pero no menos importante, libro “Notas sobre la guerra de Malvinas”.
Mientras se realizaba la reunión de gabinete en la Casa de Gobierno, sobre el mediodía, casi en las puertas de la Cancillería, fueron secuestrados cuatro periodistas; tres británicos (dejados en Luján) y un norteamericano del Canal 15 de Nueva York (liberado en el Rosedal). Todos fueron abandonados desnudos pocas horas más tarde. No faltaron las explicaciones, ridículas, intentando disminuir los daños a la alicaída imagen del gobierno en el exterior: “Se esperó a que [Juan] De Onis, de The New York Times, se fuera el sábado para decretar la expulsión del periodista estadounidense Jansen.” En realidad, Juan De Onis se fue en un momento providencial. Desde hacía semanas era puntillosamente observado por la Policía Federal porque usaba una máquina “rara” para transmitir información al exterior. La tenía en la habitación del hotel “República”. Era una laptop, con conexión telefónica que ya en esa época usaba The New York Times. Un periodista argentino, amigo de Juan De Onis, fue a su hotel para ver la “máquina” y le avisó del peligro que corría.
Mientras pasaban las horas los EE.UU. enviaron a Buenos Aires a uno de sus funcionarios más conocidos y experimentados en el arte de “la diplomacia paralela, o militar”. No era otro que el general Vernon “Dick” Walters. Desde hacía casi tres décadas el asesor de cinco presidentes, ex subdirector de la CIA y embajador en destinos centrales y, ahora, embajador “at large” de Ronald Reagan, conocía Argentina. En 1958, había acompañado el vicepresidente Richard Nixon a la asunción presidencial de Arturo Frondizi. En 1960 volvió para secundar al presidente Dwight Eisenhower en su encuentro con Frondizi en Bariloche. Luego, durante años entró y salió de la Argentina recorriendo los pliegues de las FF.AA. en “misiones especiales”. En 1982, sostenía que el gobierno de Galtieri era “el más pro occidental de todos los tiempos”, por eso no entendía los deslices que aventuraban una posible alianza o cooperación de Buenos Aires con Moscú. Durante las densas veladas diplomáticas “Dick” ofrecía de vez en cuando algo de alivio cómico, con sus anécdotas sin fin y su conocimiento enciclopédico de varios argentinos tradicionales: “¿Usted sabe la definición de un argentino?: “Es un español que habla italiano, a quien le gusta fingir que es inglés”.
Raúl Quijano, el embajador argentino ante la OEA, llamó al general Héctor Iglesias para contarle que un vocero del Departamento de Estado dijo que Haig transmitió a Pym que Gran Bretaña no infringiera una derrota militar total a la Argentina. “¿Cuánto más podemos pelear? ¿Qué hay de la posibilidad de que viaje un enviado norteamericano a Buenos Aires, para intentar una última solución? ¿Será William Clark?” Finalmente, viajó el general Vernon Walters para sondear o analizar el derrocamiento de Galtieri. Más tarde trascendieron detalles de la visita secreta a Buenos Aires en la segunda semana de mayo. Según esos detalles, Walters se entrevistó separadamente con los miembros de la Junta Militar. En sus encuentros, el funcionario norteamericano intentó convencer a los argentinos de la necesidad de continuar negociando. Además, anidaba en las cabezas del gobierno de Washington, algo que con alguna frecuencia había dicho Galtieri en la intimidad: que si la situación lo forzaba pediría ayuda a los soviéticos y los cubanos. En otras palabras, era la teoría de “romper el cerco”. Se le adjudicaba a Galtieri haber dicho a Haig que “el primer deber de cualquier militar, acorralado, es romper el cerco, y la Argentina no dudará en dar ese paso”. “Era importante tratar de disuadirlo de esta acción, si es que la estaba contemplando seriamente”, comentó años más tarde Alexander Haig. El brigadier Basilio Lami Dozo le dijo al enviado norteamericano que los soviéticos “ofrecían equipos militares y asistencia a precios moderados, pero el dinero es sólo parte del precio y la Argentina jamás pagará ese precio”. Anaya por su parte fue más contundente: “No importa lo que suceda; nunca, repito, nunca volvería hacia la Unión Soviética. Traicionaría todos los sentimientos que mantuve durante toda mi vida”. También le interesaba al enviado norteamericano la preocupación de Washington por las deterioradas relaciones a partir de los anuncios de Haig del 30 de abril. En cada uno de los despachos que visitó se encontró con la misma respuesta. Primero, los Estados Unidos debían modificar su actitud y “demostrar la amistad que el gobierno de Reagan dice guardar para la Argentina”. Así salió publicado en La Nación del 14 de mayo. Al mismo tiempo, los jefes militares informaron a Walters, la presunción de que el gobierno de Reagan intentaba desestabilizar al gobierno militar y, entre otras pruebas, se le impuso un listado de contactos del embajador Schlaudeman con políticos argentinos, ya a esa altura críticos con el desarrollo de los acontecimientos.
El 12 de mayo, Costa Méndez y Esteban Takacs conversaron telefónicamente:
CM: “¿Usted sabe que su interlocutor Walters está en Buenos Aires y que anoche conversó con el Presidente? Ayer llegó inesperadamente al mediodía… hoy todavía parece que está acá, pero no ha tomado contacto con la Cancillería.”
ET: Yo tengo la impresión de que el mensajero es el mismo que me anticipó, en el sentido de que ellos no van a dejar que se hunda el sistema interamericano ni la NATO y que en ese sentido, van a hacer todos los esfuerzos. Pero esta es una declaración general, sería bueno saber si realmente están dispuestos a dar alguna señal más concreta.”
En el Día de la Armada, Jorge Anaya pareció enmendar a Vernon Walters: “Adherimos a Occidente, sí, pero a un Occidente que quiere replantear sus pautas, para que la conducta de sus pueblos vuelvan a ser regidas por auténticos principios de libertad, enmarcados en la filosofía cristiana y no distorsionados por espurios intereses económicos”.
“Durante la semana pasada, mientras la Argentina intentaba en vano una solución ecuánime ante el secretario general de las Naciones Unidas, asomó en el ‘frente interno’ una llamada ‘propuesta política para la posguerra’”, relató Jorge Lozano desde su columna de “El Popular”, haciendo referencia al paso de Vernon Walters por Buenos Aires. Y advertía: “Más vale que algunos tripulantes no abandonen el barco en medio de la tormenta. Porque el pueblo siempre repudia a los cobardes y a los traidores. Aunque esta guerra se pierda”.
Después de pasar por Buenos Aires, Vernon Walters viajó a Santiago de Chile para encontrarse con el presidente Augusto Pinochet Ugarte. Previamente, almorzó con el canciller trasandino René Rojas Galdames y el embajador de los EE.UU. James Theberge. Para discutir cuestiones bilaterales y el conflicto de las Malvinas. El canciller chileno expresó algunas inquietudes para que sean transmitidas al Secretario de Estado. Entre otras, su molestia por no ser recibido por Alexander Haig y otros altos funcionarios para discutir el conflicto del Atlántico Sur. Sobre Argentina, Rojas Galdames observó que el actual conflicto hacía que la Argentina no sea una amenaza militar inmediata para Chile, aunque eventualmente podía recuperarse después de la guerra y ser “un vecino poderoso y amenazante”.
La cita con Pinochet Ugarte se realizó el 13 de mayo de 1982 por la tarde, y posteriormente envió a Washington un “Memorando de la Conversación”:
“El presidente (Pinochet) me dijo que está muy preocupado por la situación de Malvinas. De todas maneras, hay una sola cosa que nos aseguro, Chile no va a tomar ventaja de los problemas de Argentina. Él piensa que los argentinos se metieron solos en este problema por culpa de su imprudencia y agresividad. Él sospecha que si no hubiesen atacado las Malvinas, hubiesen atacado las islas del canal de Beagle. Igualmente, Pinochet ha tomado una posición moderada en este tema. Él no ha respaldado a los argentinos de la manera en que lo han hecho otros países de Latinoamérica pero ha ofrecido recientemente el barco hospital ‘Piloto Pardo’ para sacar a los argentinos heridos. Los ingleses han aceptado dejar el barco ahí pero los argentinos igualmente dijeron que no lo necesitaban. El presidente Pinochet expresó mucha preocupación sobre la ayuda de Perú a Argentina y dijo tener evidencia de un pacto secreto entre Perú, Bolivia y Argentina. Ambos, Perú y Bolivia tienen reclamos territoriales sobre Chile. Dijo que Bolivia no es importante salvo por ser el puente entre Argentina y Perú. Está convencido de que algún día peruanos y bolivianos le pedirán ayuda a Argentina contra Chile para recuperar territorios perdidos en la guerra de 1879. Piensa que Estados Unidos se portó muy bien y que si se hubiera actuado razonablemente, la ayuda de mediación del Secretario Haig se hubiese aceptado. El no condena a nadie pero culpa a los argentinos por su intransigencia en demandar la soberanía de las islas como una precondición de negociación y no el resultado de la misma.
Pinochet me preguntó que había estado haciendo en Argentina, le contesté que no había ido ahí a negociar. Las negociaciones todavía están en manos del secretario de las Naciones Unidas llamado Pérez de Cuéllar. Fui a la Argentina a ver a la Junta con la esperanza de preservar las relaciones de Argentina y Estados Unidos después del incidente Malvinas. Le conté que había estado con todos los integrantes de la Junta y cada uno de ellos me dio su palabra de honor que no recibirían ayuda soviética. Pinochet se mostró incrédulo con respecto a esto. Él piensa que pueden recibir ayuda encubierta a través de un tercero como Cuba o Perú. Pinochet estaba en un estado de ánimo filosófico. Se mostró preocupado sobre qué va a pasar en Chile cuando él deje el gobierno […] Nos desea lo mejor en tratar de encontrar una solución al conflicto argentino-británico pero no cree que podamos encontrar una solución hasta que los argentinos aprendan la lección”. Tras esta “discreta misión”, Walters no volvería a Buenos Aires para dialogar con los mismos interlocutores. Después de 1983 lo haría con funcionarios y militares del gobierno democrático argentino.
Las consecuencias de aceptar ayuda soviética, que incluía aviones de ataque naval de gran poder, hubieran sido inmensas para nuestro país. No solo EEUU nos pondría en la lista negra sino que también tendríamos que aceptar a los soviéticos en nuestro territorio y, en cierta forma, cierto tipo de alineamiento incompatible para la cúpula militar e inmensa parte de la población. Hoy, occidente nos cierra las puertas para que nos reequipemos militarmente con armas modernas (para nuestros estándares) por lo tanto no nos dejan otro camino que mirar a otras fuentes, o en el peor de los casos, terminan usando gomeras y lanzas de tacuara.
ResponderEliminarA este sujeto lo vendía su cara. Iba y venía llevando y trayendo, manipulando las cosas a favor de EEUU, manteniendo a los militares de ambos lados de la cordillera dentro del corral. Un agente negro que realizaba el trabajo sucio del Tio Sam.
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