Malvinas: Los recuerdos de guerra de un subteniente que luchó junto a 47 heroicos soldados en la sangrienta batalla final
El hoy coronel Esteban Vilgré La Madrid -que tenía 21 años en 1982-rinde homenaje a sus hombres: “Fui su jefe, pero de ellos aprendí humildad, y hasta qué punto dieron con alegría su vida por la Patria”
Por Alfredo Serra | Especial para Infobae
Entra al estudio de Infobae con su uniforme de coronel del Ejército Argentino. De impecable uniforme, "porque es mi segunda piel", dice. O acaso la primera, pienso, después de oír su narración de la guerra de Malvinas. Porque a lo largo de la entrevista ha repetido con énfasis: "Nací soldado, siempre quise ser soldado, y nunca dejaré de serlo". No por influencia familiar: su padre es profesor de historia y trabajó en Tribunales: un civil en estado puro.
Lo presento: Esteban Vilgré La Madrid, 56 años, y además de hombre de armas, ex rugbier (wing forward de Olivos). Dato no menor. El rugby como deporte, táctica y estrategia… estará en el campo de batalla.
Cuando estalló Malvinas, en apariencia, corrió con ventaja: a sus 21 años ya estaba en el Colegio Militar, y pisó esas soledades de turba, frío y llovizna al mando de 47 hombres como subteniente. Es decir, bautismo de fuego prematuro, y como jefe…
La entrevista transcurre en el mediodía del 12 de junio, a dos días y 35 años de la caída de Puerto Argentino. De la derrota.
El subteniente Esteban La Madrid, 21 años, en el Monte Dos Hermanas poco antes de partir en una patrulla
–Coronel, en la guerra hay dos fechas límite: el primer y el ultimo día.
–Sin duda.
–Quiero –necesito– que recuerde ese ultimo día. No por estadística: porque para entonces ya estaba escrita la bitácora del heroísmo, más allá del resultado.
–En realidad, ese último día, ese 14 de junio, empezó dos días antes en el combate del monte Dos Hermanas contra el comando 45 de los Royal Marines. Era el preludio del final, pero también el de muchas historias heroicas…
–¿Cuál era su estado de ánimo, y el de sus hombres?
–Teníamos confianza en que podíamos ganar… Pero no fue así en el combate de Monte Longdon contra los paracaidistas británicos…
La comunión con el padre Martínez Torrens, en Moody Brooke
La comunión con el padre Martínez Torrens, en Moody Brooke
–Fue cuerpo a cuerpo…
–Ese tipo de combate define muy bien qué es la infantería: uno puede ver la cara del que viene a matarlo… y solo Dios es ayuda y testigo.
–¿Una imagen de ese combate?
–El soldado Guanes, paraguayo, que murió rezándole a la virgen de Caacupé. Llegamos a la base agotados y derrotados. Puerto Argentino ya había caído. Pero alguien nos ordenó esperar al enemigo, y seguimos luchando…
–Como dice la famosa fórmula, "hasta más allá del deber"…
–Allí se vio el temple del soldado argentino, y también el del británico, que para mí es el mejor del mundo. Esa misión nos evocó la batalla de las Termópilas (Nota: Segunda Guerra Médica, 480 Antes de Cristo, Esparta y Atenas contra el imperio persa). Esos 300 espartanos que prefirieron la muerte a la deshonra.
–¿En qué sentido fue comparable, salvando las distancias?
–Éramos apenas 60 u 80 hombres, y los británicos nos atacaron con toda su potencia de fuego: ametralladoras, morteros, cañones, y fuego desde fragatas en apoyo. Allí murió el soldado Bandini, que no quiso replegarse…
–¿Cómo pudo resistir ese 14 de junio, con ya todo perdido?
–Me ayudó el honor de los soldados argentinos. Lejos de volver a Puerto Argentino, nos ingeniamos robando comida (en la guerra todo vale…), y nos preparamos para combatir. Ese episodio me enseñó mucho para la vida…
–¿Por qué?
–Puerto Argentino estaba todo iluminado. El buque Bahía Paraíso (de transporte, carga y rompehielos) estaba todo iluminado. En las calles, gente caminando. Pero nosotros, mirando hacia el lado británico… El suelo temblaba. Pasaban ráfagas de ametralladora. Debíamos buscar al enemigo para un último combate. Teníamos las caras tiznadas. El cielo era cruzado por bengalas. Era el principio del fin…, pero también mi comienzo real como persona. Un nuevo bautismo.
Junto a parte de sus soldados, en la posición de bloqueo de Monte Challenger, a fines de mayo
–Usted, a diferencia de sus soldados, ya estaba en la carrera militar. ¿Eso le daba superioridad, ventaja sobre esos muchachos?
–Yo era estudiante de cuarto año: todavía no había egresado como oficial. ¿Superioridad? ¡No! Fue al revés. Mis soldados tenían una excelente preparación: un año y medio de instrucción, y cuarenta intensos días en La Pampa. Vi sus caras y comprendí que me costaría mucho ganar su confianza, demostrarles que yo era el jefe.
–¿Cómo lo logró?
–Ganándoselos con humildad y ejemplo. Nadie se queda esperando una bala si tiene un jefe que lo maltrata. Me enseñaron muchísimo. Pude conducir y mandar en igualdad de condiciones. Fuimos 47 más uno…
–Hace un rato mencionó la palabra "muerte". De 47, solo perdió siete. Desde la estadística, y considerando la diferencia de fuerzas, una buena tarea. Pero, ¿qué siente un jefe ante la muerte de un soldado? ¿Cómo se asume?
–Le cuento un momento específico: Monte Longdon. Los británicos nos tiraban con todo. Separé dos ametralladoras, armas de apoyo. Teníamos que economizar munición, ser muy cuidadosos al disparar. El buen artillero tira ráfagas cortas y precisas. El malo, ráfagas largas e imprecisas. Vi una bola de fuego: ¡un cohete enemigo! Nos agachamos, pero Juan Horisberger no puede porque estaba cambiando el caño de su arma, y recibe una ráfaga en el pecho. Le largo una puteada y le digo ¡levantáte!, pero un compañero me dice "el soldado Horisberger está muerto". Lo miré y me miró. Todavía tenía la ametralladora en la mano, agarrada por la culata. Estaba muriendo. Corrimos, y otros cayeron…
Las carpas de la sección del subteniente Esteban La Madrid y el sector como reserva helitransportada en Moody Brooke (se ve al fondo ex cuartel de los Royal Marines)
–Vuelvo a la pregunta: ¿qué se siente?
–Es más desesperante la situación de los heridos que la de los muertos. Recuerdo que un soldado, comiendo Mantecol, me dijo frente a un muerto: "Qué suerte tuvo este tipo; para él, la guerra se terminó". Lo peor es la herida grave, morir desangrado. Por eso hay una oración que dice: "Pon calidad en mi corazón para que mi tiro sea certero, para que no sufra".
–En la vida civil, el equivalente a pasar del sueño a la muerte sin darse cuenta…
–Es así, sin duda.
–Volvamos al 14 de junio, coronel…
–El combate terminaba. Después de pasar por una barrera de fuego vimos las primeras casas de Puerto Argentino. El soldado Echave, de Lobos, muy jodón, me dice "Me quedé sin munición". Le contesto: "Ni loco te doy la mía. Quedáte atrás a ver si enganchás algo". Insiste: "Entonces déme su pistola, y si me tengo que morir me llevo un Yoni (por Johnny) conmigo". De pronto llega otra ráfaga, y hay que tirarse al piso, replegarse… Yo estaba sesenta metros más cerca de Puerto Argentino que él. Echave cae. ¿Qué hacer con los muertos en ese caso? Taparlos, ponerlos al costado del camino, y seguir. Y de pronto, un suceso extraordinario…
–Dígame…
–Ya en Puerto Argentino, con alto el fuego, sabiendo que arriba del cerro tal vez había soldados muertos o heridos, en una casa kelper abandonada, el soldado Britos me dice "saquémonos una foto. Me queda rollo en la cámara". Yo estaba golpeado, con los codos y las rodillas hinchados, no podía levantarme, y le dije: "¡Estás loco, una foto! Acabamos de perder la guerra. Nos dieron una paliza. Soy un mal jefe". Y él me para: "Mi subteniente, pelamos bien. Fue un gran combate, ¡merecemos esa foto!". Y sonrió con la cabeza levantada. Toda una lección… Alguien, en silencio, nos dio un vaso de agua.
–¿Algo más sobre ese día?
–Nos refugiamos en un viejo bunker de la segunda guerra. Me sentía un gran perdedor, un gran derrotado. Estaba detrás de una columna, iluminado por una vela de grasa de oveja. El subteniente Arroyo pasó lista. Sentí vergüenza. Un grupo se me acercó. Pensé: "Me van a pegar, por mal jefe". Se me acercó el cabo Fernández. Me paré. Y me dijo: "Subteniente… ¡feliz cumpleaños!". Era el 15 de junio. En efecto, mi cumpleaños. Y yo no me acordaba. Lloré amargamente por primera vez, y también por última.
“Esta imagen la tomó el fotógrafo Eduardo Rotondo. Yo estaba entrando a Puerto Argentino, el 14 de junio al mediodía… detrás venían el Sargento Echeverría y el soldado Disciulo”
–Leí que se lavaba y tomaba agua constantemente. ¿Por qué?
–Tenía miedo de que me mataran, y que mi madre recibiera mi cuerpo sucio. Hice eso, me vestí con mi mejor uniforme, y con turba me pinté un bigote antes de sacarme una foto, para que mi madre pensara que bromeaba…
–¿Qué significó para usted el rugby en la guerra?
–Templanza, fortaleza, lealtad… Y también estrategia y acción. Créase o no, en muchos de los combates actuamos con tácticas de rugby.
–¿Cómo fue la relación con su familia durante la guerra?
–Cerca del final, un helicóptero me trajo una carta de mi padre. Me decía "se acercan tiempos difíciles, cuidáte y cuidá a tus hombres, ¡viva la Patria!". Pero después supe que antes de mi llegada le dijo a mi hermana: "Es tan chiquito para morir".
“En Puerto Argentino cuando nos desplazábamos al lugar de reunión de prisioneros, cantando la canción del infante”
En adelante, el coronel libra otras batallas.
La primera: dirigir un centro de recuperación de ex combatientes golpeados por el estrés postraumático.
La segunda, exaltar el valor y la capacidad del soldado argentino: "Sin contar la Segunda Guerra Mundial, en las Malvinas los británicos tuvieron la mayor cantidad de bajas por día que en toda su historia".
La tercera, luchar por la verdad. "Fuimos despreciados, olvidados y calumniados por mucha gente, por películas y por libros. Pero yo no necesito ver esas películas ni leer esos libros para saber la verdad".
La cuarta, recordar con orgullo que los británicos, en las misiones de Irak y la ex Yugoslavia, lo eligieron por su capacidad en la guerra de Malvinas, "a pesar de que en nuestro propio país nos acorralaron durante años con sueldos miserables. Yo trabajé muchos años de noche… para poder seguir siendo soldado. Para morir por la Patria si fuera necesario".
“En el Regimiento 6 de Mercedes, el día en que regresamos de la guerra junto a dos camaradas. Nuestras familias fueron a recibirnos. Lo recuerdo con mucha emoción”
Y por fin recuerda el libro "No Picnic", del inglés Julian Thompson: la historia de la actuación de la 3a. Brigada de Comandos de la Infantería Británica en la guerra de las Malvinas 1982… con elogios a la tropa argentina, y hasta la conjetura de que con algo de suerte… el resultado pudo ser otro.
En el final, Thompson dice: "El pueblo inglés lo entendió: ¿lo entenderá el pueblo argentino?".
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