Malvinas: "Mi mamá me está llamando y me quiero ir con ella", las últimas palabras del conscripto Ricardo Argentino Ramírez
En las islas, donde cumplió los 20 años, Ramírez estuvo al mando de seis compañeros
Federico Acosta Rainis || La Nación
Ricardo Argentino Ramírez, Soldado conscripto de la Armada
La historia de Ricardo Argentino Ramírez -conscripto de la Armada, clase 62, enviado a combatir a Malvinas - es una historia contada a destiempo.
Ricardo es uno de los 88 soldados que fueron identificados el año pasado en el cementerio argentino de Darwin, donde hay 121 tumbas que permanecían sin identificación. En los próximos meses, esos caídos en la guerra tendrán una placa con su nombre.
Su familia no supo que había ido a la guerra hasta que llegaron sus cartas desde el archipiélago; no supo de su muerte hasta un mes después, porque el reporte oficial lo daba como desaparecido; no tuvo foto alguna hasta que, tras años y años de revolver en publicaciones, su hermano menor Alberto lo encontró en la tapa de una revista.
"Estaba en una camilla junto a Quiroga, el enfermero que lo fue a atender, todo hinchado por una explosión -cuenta Alberto-. Durante mucho tiempo consulté en todos lados: veteranos de guerra, libros, revistas, filmaciones. Busqué centenares de datos para saber qué le había pasado".
Ramírez fue nombrado dragoneante, el cargo que recibe un soldado raso por sus méritos Ramírez fue nombrado dragoneante, el cargo que recibe un soldado raso por sus méritos
Ricardo nació en Quitilipi, Chaco, un 25 de mayo, y por eso le pusieron de segundo nombre Argentino. La suya era una familia de constructores y él quería seguir ese mismo camino. En 1969 se mudaron a Lanús. De "Ricky", Alberto recuerda sobre todo su buen humor, sus chistes y su pinta, que arrancaba suspiros entre las chicas del barrio: "'Tirá una para este lado', le decíamos. Andábamos siempre juntos; esa cofradía que solo existe entre hermanos. Todo quedó trunco ahí, en la guerra. Yo tengo 63 años y hasta hoy no puedo hablar del tema sin llorar: el dolor es todavía muy fuerte".
Aunque era un simple conscripto, Ricardo fue nombrado dragoneante, el cargo que recibe un soldado raso por sus méritos. En las islas, donde cumplió los 20 años, estuvo al mando de seis compañeros. "Según me contó por carta su jefe, el suboficial Elvio Ángel Cuñé, Ricardo fue premiado por su carisma, su inteligencia y su proceder", explica Alberto. "Tu hermano cumplió con la bandera: juró morir por la patria y así lo hizo", le escribió Cuñé.
La noche del 13 de junio de 1982 nadie durmió en Malvinas. Bajo una fuerte nevada, los británicos iniciaron una serie de ataques para lograr la avanzada definitiva sobre Puerto Argentino. El combate más duro ocurrió en Monte Tumbledown, defendido por el Batallón de Infantería de Marina N°5, uno de los mejor preparados, que peleó hasta el final. Ricardo estaba encargado de disparar un mortero de 81 mm, con el que ocasionó numerosas bajas a la Guardia Escocesa y a los temibles gurkas.
Superadas en número por el enemigo y ya sin municiones, a media mañana del 14 las tropas argentinas recibieron la orden de repliegue. Durante la maniobra, a la altura del Cerro Zapador (Sapper Hill), un obús de gran tamaño cayó cerca del grupo al que pertenecía Ricardo. Los soldados quedaron aturdidos por la explosión y tardaron varios segundos en reincorporarse; todos menos Ricardo: las esquirlas y la onda expansiva lo habían herido de gravedad.
Uno de sus compañeros, el conscripto Sergio Pantano, quiso cargarlo en los hombros, pero el dragoneante se negó. "Dejame acá, me duele mucho -le dijo-. Mi mamá me está llamando y me quiero ir con ella". Su madre había fallecido seis meses antes. Esas fueron sus últimas palabras; ese fue también el último día de la guerra: unas horas después Mario Benjamín Menéndez firmó la rendición ante el general Moore.
"Son cosas que te ponés a pensar -dice ahora Alberto-: nació un 25 de mayo y por esa ironía del destino murió por su patria veinte años después. De los 45 hombres que formaban parte de su grupo de morteros solo perdió la vida él".
Treinta y cinco años más tarde, siempre a destiempo, la familia finalmente pudo saber dónde estaba enterrado. También recuperó tres objetos que el soldado tenía entre sus ropas: una medallita con su nombre, un cortauñas y un recuerdo de Ushuaia, ciudad cercana a Río Grande, donde había hecho el servicio militar.
"Nos dieron todo en una bolsita cerrada al vacío que no se puede abrir porque si no las cosas se arruinan. Fue una emoción muy fuerte y en cierto modo también un alivio -cuenta Alberto y hace una breve pausa-. Mi papá, que murió unos años después, quería que Ricardo se quede ahí, porque eso es Argentina. Nosotros también: él regó con su sangre ese lugar y por eso también es suyo".
Que en paz descanses Ricardo. Emocionante historia la de este héroe de la Patria.
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