Malvinas y el recuerdo de una guerra de oro y chocolate
Verónica Dema
LA NACION
Cuando empezó la guerra de Malvinas tenía cinco años. No recuerdo mucho de mi infancia tan temprana, pero eso sí. Teníamos un vecino del barrio, El Polaco, que estaba en el servicio militar y le tocó ir a un lugar lejos, donde hacía frío. "Vamos a llevar chocolates para los soldados", me parece recordar la voz de mamá que siempre era la que organizaba y decidía en casa. En nuestra infancia los chocolates no se veían casi nunca, salvo cuando mi nonno Giovanni nos traía alguna Tita o Rhodesia del boliche al que iba los domingos, cuando venían con mi abuela al pueblo. Así que pensaba que esos soldados eran unos privilegiados que recibían muchos chocolates.
Hace unos meses, cuando mi papá ya había enfermado de cáncer y mi familia de tíos y primos visitaba la casa familiar con más frecuencia, mi madrina recordó una anécdota que empezó con un chiste. Como ahora tiene más de 60, su cuerpo es el de una señora con algunos kilos de más, según ella misma cree. Y hablando de su peso se acordó de cuando a los 15 años fue elegida reina del mini short. Mi papá también se acordaba y asentía desde el sillón. Ya estaba muy débil pero recordaba y sonreía. "La medalla que me dieron, de oro, fue lo único que gané en la vida", dijo. Y ya casi despidiéndose de la casa, apurada por llegar a cocinar, soltó: "Y la doné para los soldados de Malvinas". Se fue negando con la cabeza.
Me quedé con esa anécdota de pocas líneas, que amplié otra tarde en que ambas visitábamos a mi padre. Le pedí salir al jardín y en un banco como de plaza empezó a responder a mis preguntas. Mi madrina fue joven otra vez. "Yo fui reina del mini short", empieza, y se sonríe, quizá se sonroja. "En esa época, se usaba mucho lo de las reinas: estaba la del oro blanco, del maní, de Los Molles... Se hacían en el Club Unión, al otro lado (de las vías). Me acuerdo de que ese mismo día había un baile de 15 en la Sociedad Italiana. Yo quería ir ahí, no al otro lado, porque era más fino todo en el salón de la Sociedad Italiana. Pero me pidieron por favor que fuera, se ve que ya sabían del premio. Y entonces fui". Se acuerda hasta de lo que llevaba puesto: "En esa época se estilaba usar zapatos con plataforma, los míos de esa noche eran blancos. Tenía un pantalón negro, un saco largo tejido por mi hermana. Toda la ropa la hacíamos nosotras", aclara. Y recuerda la felicidad de las cuatro hermanas y de la madre, que siempre iba a acompañarlas a los bailes.
Una postal de Malvinas
Diez años después estallaba la tormenta de Malvinas. Las noticias que llegaban a la pampa gringa en el sur de Córdoba hablaban de que íbamos ganando y de que se necesitaban donaciones. "Me acuerdo que fuimos a la Municipalidad, que había abierto un domingo para hacer donaciones. Yo llevé la medalla, era grande, de oro". Ella no se detenía en la sutileza de identificar oro puro, bañado o enchapado. "Por ahí debe andar el papelito que nos daban como comprobante de lo que donábamos", dice.
Continúa su relato: "Nosotros éramos pobres, pero como pedían yo dije: 'Algo tengo que dar'. No tenía otra cosa de oro. 'Le doy la medalla esa', le dije al tío. Me la había ganado yo, era lo más valioso que tenía". Ella recuerda y sigue, como si yo ya no estuviera. Se pierde en el verde del cuidado jardín de mi madre. "Me acuerdo que pedían oro, oro pedían. ¿Para qué sería? Uno no se preguntaba. De eso no creo que haya llegado nada. Pero no, lo que uno da, da. No me arrepiento. No es para estar diciendo después. Si uno da, da".
Como cada 2 de abril, en las librerías aparecieron en vidriera varios libros que abordan la guerra de Malvinas. Me llamó la atención la última novela de Sergio Olguín, 1982. Al entrevistarlo, el autor me contó que para escribir el libro hizo memoria de sus propios recuerdos en tiempos de Malvinas, cuando tenía 15 años. Uno de esos recuerdos mencionaba las donaciones para los soldados. Cuando en un momento en la novela dos mujeres discuten sobre la conveniencia de donar o no un collar de perlas, todo este mundo de recuerdos -mis cinco años, mi madrina, mi padre, El Polaco- se acomodaron en este texto.
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