Los caídos del Escuadrón Alacrán en Malvinas: sus emotivas historias y el viaje que hicieron sus familiares 41 años después
Un
contingente de familiares de caídos de Gendarmería estuvo una semana en
las islas. Visitaron el cementerio y vieron el lugar donde un misil
derribó el helicóptero que los transportaba. Un viaje que ellos
describieron como sanador en el que, por fin, luego del proceso de
identificación, pudieron dejar un rosario en la tumba de su ser querido
Por Adrián Pignatelli || Infobae
El
contingente de familiares, acompañados por funcionarios nacionales y de
gendarmería, a punto de embarcar para volar a las islas (Stephanie
Bridger)
“Todavía estamos emocionados”,
dijeron apenas bajaron la escalerilla del Boeing 737-800 “Islas
Malvinas”, que los trajo desde Río Gallegos, adonde habían arribado de
un vuelo comercial desde el archipiélago. Anoche a las 20:10 finalizó
para una docena de familiares de caídos del Escuadrón Alacrán de
Gendarmería un impactante viaje que había comenzado el fin de semana
anterior.
Para ellos, fue el fin de 41 años de imaginar cómo habían muerto sus familiares.
Estuvieron en el cementerio argentino en Darwin y vieron, aunque sea de
lejos, el lugar donde habían caído en combate, al pie del Monte Kent.
En
1982, nadie se echó atrás cuando les pidieron que dieran un paso al
frente los que quisieran ir a Malvinas. Fueron 65 los designados, de los
cuales solo 40 alcanzarían a cruzar. Alguien dijo que eran “letales como los alacranes”, y desde entonces el escuadrón pasó a llamarse así.
Los
caídos de Gendarmería son el primer alférez Ricardo Julio Sánchez;
subalférez Guillermo Nasif; sargento ayudante Ramón Gumersindo Acosta;
los cabos primero Marciano Verón y Víctor Guerrero; cabo Carlos Misael
Pereyra y el gendarme Juan Carlos Treppo.
De
izq. a derecha: cabo primero Misael Pereyra, Gendarme Juan Carlos
Treppo, primer alférez Ricardo Sánchez, sub alférez Guillermo Nasif y
cabo primero Marciano VerónRicardo Julio Sánchez fue uno de los que decidió hacer testamento.
Muy querido por sus compañeros deseaba que, si algo le pasaba, su
esposa y su hija recibiesen el sable de Güemes como el que usan los
oficiales de Gendarmería. Tenía 26 años y había sido uno de los
organizadores del escuadrón.
El
subalferez Guillermo Nasif, 23 años, de abuelo inmigrante sirio, era
egresado de la Escuela de Gendarmería con un promedio excelente, había
recibido una decena de premios, entre ellos el de mejor compañero de su
promoción. Había hecho el curso comando, incluido el de paracaidismo,
esquí, buzo y motociclista, y a la familia no le dijo nada de Malvinas para no preocuparlos.
El
cabo primero Marciano Verón era un correntino de Saladas, el pueblo del
granadero Juan Bautista Cabral. Familia muy numerosa, criados en el
campo. Se enganchó en Gendarmería cuando cumplió con el servicio
militar. También se ofreció a pelear en las islas.
Los familiares hicieron tres visitas al cementerio, y dejaron rosarios en las cruces de las tumbas (Stephanie Bridger)Víctor
Samuel Guerrero era cabo primero y el primer gendarme en la familia.
Había nacido en Pirané, Formosa, y le gustaba jugar de arquero en los
partidos de fútbol. Dos compañeros se habían ofrecido a ir en su lugar a
Malvinas porque tenía una hija chiquita, Noelia Carolina, y su esposa
estaba embarazada, pero se negó.
Elsa
Beatriz y Carlos Misael Pereyra se casaron muy jóvenes. Entrerrianos,
ella de Concepción del Uruguay y él de Gobernador Maciá. Era el que no
podía retar a los hijos, el que debajo del birrete les llevaba
chupetines bolita. Era alegre, optimista y cuando se enteró de que iría a
Malvinas, bromeaba con las criaturas, diciéndoles que les traería
caramelos de pingüino. A su esposa le confesó que no regresaría.
Los
Treppo eran diez hermanos y Juan Carlos era el mayor. Eran todos muy
familieros y existía ese respeto especial por el hermano mayor. Eran de
La Leonesa, Chaco, y Juan Carlos era como un segundo padre. A los 9 ya
manejaba el tractor y a los 13 el camión. Llegó hasta tercer año en la
Técnica, fue camionero, tuvo un paso por Prefectura antes de ser
gendarme. Hizo el curso de comando. Su familia no sabía que se había
ofrecido como voluntario, tampoco dijo nada para no preocuparlos.
Los familiares estuvieron una semana, y recorrieron diversos puntos de la isla (Stephanie Bridger)El
plan original era el de permanecer en las islas luego del repliegue de
las fuerzas que habían recuperado el archipiélago. Desempeñarían tareas
de seguridad y policial. Pero a esa altura las órdenes ya habían
cambiado.
En
Malvinas operaron con el nombre de Compañía de Tropas Especiales 601.
Recibieron la misión de llegar en helicóptero a un punto en Monte Kent,
donde comandos de Ejército tomarían tres posiciones en el centro y los
gendarmes las dos de los flancos para atacar a los británicos por retaguardia. Llevaban explosivos, lanza cohetes, proyectiles y minas.
Era
las ocho de la mañana del domingo 30 de mayo. En el helicóptero en la
base de Moody Brook ya estaban los quince comandos, al mando del Segundo
Comandante Jorge San Emeterio. Pero serían 16. El primer alférez
Ricardo Julio Sánchez, 26 años, oficial de operaciones, estaba en tierra
agachado atándose los cordones de los borceguíes. Tenía tiempo porque
iría en el segundo viaje, ya que ese helicóptero debía volver para
llevar en tandas sucesivas a otras patrullas. Pero subió en ese porque
era el que mejor manejaba la cartografía.
A la media hora de vuelo a baja altura, el piloto teniente primero Pedro Ángel Obregón sorprendió con una maniobra evasiva. Un Sea Harrier les había disparado un misil. Su pericia permitió que el proyectil no impactase de lleno en la máquina sino que se estrellase en el rotor de cola.
Miembros del Escuadrón Alacrán en 1982, antes de partir a Malvinas.El
helicóptero comenzó a sacudirse. La maniobra del piloto ayudó a
retardar la caída. Antes de impactar sobre el terreno, el sargento
ayudante Ramón Gumersindo Acosta se tiró por una de las ventanas. La
máquina comenzó a incendiarse y el peligro inmediato era que las llamas
afectasen a la gran cantidad de explosivos que transportaban.
Las
llamas provocaron un denso humo negro. El sargento primero Miguel
Víctor Pepe recuerda que fue hacia la cabina y golpeó los vidrios. Vio
un rayo de sol que se colaba por el techo. Pudo distinguir a Acosta que
desesperadamente le hacía señas. Lo ayudó a salir y se abrazaron.
En
el Puma que se incendiaba había más gente atrapada. Tantearon en la
humareda y vieron una mano que sobresalía. Así lograron sacar de los
pelos al sub alférez Aranda. Pepe alcanzó a ver al sargento primero
Justo Rufino Guerrero. “¡Hermano, sácame de acá!”, rogó. Con la
ayuda de Aranda, Acosta y San Emeterio -parado sobre el techo de la
máquina- lo salvaron. Impresionaban sus piernas destrozadas.
A Guerrero lograron llevarlo lejos de la máquina. Querían seguir buscando posibles sobrevivientes. Pero los explosivos, alcanzados por el fuego, estallaron.
Además
del cementerio y Monte Kent, visitaron otros lugares donde se combatió.
Dijeron que fueron tratados por los kelpers con respeto (Stephanie
Bridger)Nasif
había muerto junto a Sánchez, aprisionados por la carga del
helicóptero. Tampoco pudieron salir ni Pereyra, Verón, Guerrero y
Treppo. El 10 de junio, también en cercanías del Monte Kent un proyectil
de mortero mataría al gendarme Acosta.
Cynthia Sánchez viajó dos veces a las islas, primero con la Cruz Roja y la segunda con el contingente con hijos y hermanos. Le confesó a Infobae que aún le cuesta hablar de su papá.
Los
Nasif se enteraron de la muerte de Guillermo al día siguiente. Se había
formado en el Liceo Militar General Paz y hasta había estudiado un año
de ingeniería civil, mientras esperaba ingresar a Gendarmería, donde fue
escolta de bandera.
Los Verón cuentan que a Marciano no le tocaba ir a la guerra pero que pidió ir.
Ellos se enteraron de que estaba en las islas cuando le notificaron de
su muerte. Gente de campo, toda la vida vivieron del fruto de su chacra,
muestran orgullosos el libro que cuenta su historia. Se llama Entre lagunas y mares.
Guerrero
nunca conoció a su hijo Víctor Gastón, actualmente suboficial de
Gendarmería. Su hija Noelia Carolina es sargento en la misma fuerza y
estuvo por no entrar porque pensó que no iba a soportar el curso. “Ahora no podría hacer otra cosa”,
confiesa. Su marido también es suboficial y tienen dos hijos. En el
2000 visitó Malvinas. El papá de Víctor se ganaba la vida vendiendo
chipá con un carrito y había perdido un ojo por un ataque de presión
cuando se enteró de la muerte de su hijo.
Los comandos de Gendarmería cumplieron diversas misiones en la guerra. La del 30 de mayo sería su bautismo de fuegoAntes
de irse a Malvinas, Carlos Misael Pereyra dejó grabado un cassete, que
lo pasaron a un cd, en el que cantaba e imitaba sonidos y en la familia
lo conservan como una reliquia. Su esposa cumplió lo que le hizo
prometer, que si no regresaba que se volviese a Concepción del Uruguay.
Sus hijos siguieron sus pasos: Elsa Verónica es suboficial de
Gendarmería, Carlos oficial y fue Casco Azul y Marcos oficial de la
Policía Federal.
Los
Treppo vivían a cuatro cuadras de la sede del Escuadrón. A la mamá,
Teresa de Jesús le habían dicho que a Juan Carlos había tenido un
accidente con un helicóptero en Mendoza, pero ella enseguida presintió
la verdad. Nelson, uno de sus hijos, recuerda que desde entonces sus padres tuvieron una mirada triste. Todas las tardes su mamá se sentaba en la puerta de la casa, como mirando a lo lejos.
En
2012 comenzó el Plan Proyecto Humanitario, pedido por el gobierno
argentino y liderado por el comité internacional de la Cruz Roja. En el
transcurso del mismo, los funcionarios se encontraron con dos tumbas
colectivas que le generaban dudas de cuántos cuerpos contendrían.
Una
de ellas era la C 1 10, que estaba identificada con el nombre de
Sánchez “y tres soldados argentinos más”. En esa primera etapa de
identificación, se pudo descartar que esos restos sean los de Sevilla,
Luna y Aguirre, como entonces se suponía, ya que fueron localizados en
otras tumbas.
Fue
en la segunda etapa, desarrollada en 2021 cuando la Cruz Roja, con la
colaboración del Equipo Argentino de Antropología Forense, se
identificaron los restos de cuatro gendarmes, enterrados en la tumba C
1.10: Nasif, Verón, Pereyra y Treppo. Además, se confirmó la identidad de Sánchez y logró reasociar los restos de Guerrero.
La decisión de Cynthia Sánchez, hija del primer alférez Sánchez, fue fundamental: ella autorizó que se abriera la tumba en la que figuraba el nombre de su papá y se pudiera desarrollar el proceso que culminó con la identificación.
Los familiares coincidieron en describir la visita a las islas como “triste y emotiva”, y que “eran nudos que se empiezan a desatar”.
“Cuando
visitamos el cementerio -contó Elsa Beatriz Cremona, viuda de Pereyra-,
todos lloramos, pero con la convicción de que teníamos que seguir
adelante por nosotros, por nuestros hijos y por nuestros descendientes”.
“Me aflojé en el cementerio”,
admitió Jesús Berón; su hermano, Marciano, era el mayor, y por mucho
tiempo le costó admitir que había muerto, ya que no había visto el
cuerpo.
Hicieron tres visitas a Darwin. En una de ellas se acercó un cura católico que rezó un responso en español.
Con algunos de los familiares no se conocían y en esa semana crearon lazos indestructibles. “Somos hermanos de la esperanza, no del dolor”, aclaró.
Juan Martín Mena, viceministro de Justicia, le contó a Infobae que
una vez que esos restos fueron inhumados como correspondía, se les
ofreció a los familiares la posibilidad de viajar a las islas para
visitar las tumbas. Todos accedieron. El Ministerio de Justicia coordinó
el viaje.
El
funcionario aclaró que hubo que esperar a que pasara la pandemia y que
la isla volviese a abrir. Se dispuso entonces que cada familia de los
caídos nombrase a dos representantes, que serían los que viajarían.
El
viaje tuvo lugar el fin de semana pasado. En un vuelo del Estado
llegaron a Río Gallegos, donde trasbordaron a uno comercial. Fueron
acompañados por un psicólogo, un médico y un asistente del ministerio de
Relaciones Exteriores.
El grupo con la gran cruz blanca del cementerio de fondo (Stephanie Bridger)El
gobierno, además del alojamiento, les contrató la movilidad y un guía,
lo que posibilitó que pudieran visitar no solo el cementerio, sino
además llegar hasta las inmediaciones de donde aún quedan restos del helicóptero
en el que murieron los gendarmes, al pie del monte Kent. No pudieron
llegar al lugar exacto porque están en propiedad privada y el dueño no
permite visitas.
De todas formas, para los familiares, que contemplaron el lugar desde la ruta, fue significativo. Coincidieron ante Infobae en señalar que el terreno que estaban contemplando fue lo último que vieron ellos.
Mena subrayó que hasta el momento hay 121 cuerpos identificados
y que aún restan cuatro o cinco casos sin resolver. El misterio está en
la tumba colectiva B 4 16 y contiene los restos de la tripulación del
Lear Jet, una máquina del Escuadrón Fénix, derribado el 7 de junio de
1982 sobre la Isla Borbón. Allí murieron el vicecomodoro Rodolfo de la
Colina, su copiloto el mayor Juan José Falconier, el aerofotógrafo
capitán Marcelo Pedro Lotufo, el operador de comunicaciones suboficial
ayudante Francisco Tomás Luna y el mecánico suboficial auxiliar Diego
Antonio Marizza.
Cansados, tristes, felices y con la tranquilidad en el espíritu de haber podido haber rezado frente a la tumba de su ser queridoEl
dilema está en que en la isla Borbón también hay una tumba. Esta
tercera etapa del proyecto humanitario está en plena negociación con las
autoridades británicas.
En
el salón de la aeroestación militar aeroparque, donde se los recibió,
los familiares están satisfechos. Alegres por los lazos construidos,
tristes por las pérdidas que no se olvidan, dicen que el hecho de haber
visto y de haber conocido de primera mano fue lo ayudó a darle una dosis
de alivio y tranquilidad a un proceso de sanación cuyas heridas nunca
terminan de cicatrizar y que sangran, pero para adentro.