Por Horacio Poggi
La NAC&POP (*) inauguró el 2004 acercándonos un artículo en el que dos periodistas tresarroyenses recuerdan aspectos biográficos de Dardo Cabo. Peronista legendario, valiente, heroico. Inmortal descamisado. Polémico, audaz, creativo. Periodista de trinchera, de fierro en mano, de pecho descubierto.
Vino el uno de enero de 1941 y se fue un 5, 6 o 7 también de enero de 1977, cuando asesinar cobardemente era una persistente voluntad del poder dictatorial.
Dardo tenía dos corazones: uno para escribir y otro para llevar a la práctica la ortodoxia revolucionaria. Corazón pensante. Corazón de fuego. Corazón de lucha. Peleaba palabra por palabra. Basta con leer sus editoriales en la revista El Descamisado.
Odiaba a los burócratas, los que ahora llamamos "gordos" sindicales. Dirigentes gordos de obreros flacos. No era un antigremialista. Por el contrario, reivindicaba al sindicato, pero en manos de sus legítimos dueños: los trabajadores. Era proclive a recargar las tintas. La pasión sabe poco y nada de equilibrios. Máxime en un contexto histórico de profundas divisiones en el Movimiento Peronista.
Sobre el arrestro de Dardo Cabo, Dante Gullo y otros el 17 de abril de 1975. Ver comunicado de la Juventud Peronista
Era tan peronista como José Ignacio Rucci. No se trata de instalar una comparación de cambalache. Es una descripción. Los que se quedaron en los 70 quizá disientan, sea para hacer la apología del Petiso ("los que tiran de la derecha") o la del Flaco ("los que tiran de la izquierda"). Mal que nos pese, los dos, Dardo y José, forman parte de la historia del Peronismo. Cada uno con sus identidades, con sus aciertos y sus errores. Cuesta hacer la síntesis, es más fácil polarizar. Pero la polarización sirve a la división y ésta al enemigo oligárquico, siempre agazapado, siempre medrando a costa de nuestras desmesuras fratricidas.
El 2 de octubre de 1973 apareció el número 20 de El Descamisado, que dirigía Dardo Cabo. Campo gráfico color amarillo. Letras negras. Volanta: Encrucijada peronista. Título catástrofe: La muerte de Rucci. La nota-reflexión firmada por Dardo arrancaba con una pregunta cargada de preocupación militante: "La cosa, ahora, es cómo parar la mano". Y agregaba: "Pero buscar las causas profundas de esta violencia es la condición. Caminos falsos nos llevarán a soluciones falsas. Alonso, Vandor, ahora Rucci. Coria condenado junto con otra lista larga de sindicalistas y políticos (...)"
En ningún momento de su exposición -cargada de reproches a la burocracia gremial- Dardo reivindica el asesinato de Rucci. Algunos podrán colegir que es para encubrir a sus autores, allegados a él. Sin embargo, su propósito superior es auscultar en los orígenes de la violencia que enlutaba a los peronistas. Trata de parar la pelota. De ir a las causas y no quedarse en los efectos perniciosos.
Dardo utiliza elogios para los sindicalistas condenados y asesinados. Los considera protagonistas de páginas gloriosas durante la Resistencia ("Vandor bancó la mayoría de las células combativas", "Coria guardaba caños en Rawson 42", "Rucci no era mal tipo"). Y, por otro lado, esos mismos compañeros, son repudiados por considerar que defeccionaron de la causa peronista, que dejaron de ser dirigentes de obreros para ser socios de las patronales.
A Rucci le recrimina haber promovido la candidatura a gobernador de Manuel de Anchorena. Es una recriminación hacia un hermano y no hacia un enemigo. Le duele señalarle a un par de la Resistencia tamaña intrepidez. Para Dardo apoyar a Anchorena es estar con la oligarquía terrateniente de Buenos Aires, es decir, pararse en la vereda de enfrente. (Perón en lugar de Anchorena prefirió a Oscar Bidegain, pero la UOM le impuso de vicegobernador a Victorio Calabró, que terminó en el bando de los golpistas del 76. Paradojas por las que se pagaron un precio demasiado elevado en vidas humanas).
El problema de ese momento, que Dardo aborda, es la muerte de compañeros de uno y otro sector, a las puertas de la tercera presidencia de Perón. Cómo superar el enfrentamiento, cómo abandonar esa locura constituyen sus preocupaciones fundamentales.
Las críticas que le formulara a Rucci vivo, se renuevan en Rucci muerto, pero no para regocijarse ante la sangre derramada sino para sincerar el debate y encontrar las soluciones en el marco de una unidad movimientista en serio. "Por eso -afirma Dardo- no hay que disfrazar la realidad. El asunto está adentro del movimiento. La unidad sí, pero con bases verdaderas, no recurriendo al subterfugio de las purgas o a las cruzadas contra los troskos. No hay forma de infiltrarse en el movimiento. En el peronismo se vive como peronista o se es rechazado (...)"
Vivir como peronista para Dardo era no transar con los explotadores. Estar del lado del pueblo pobre, del excluido, del desposeído. Y ser implacable con los "peronistas" que terminan siendo más oligarcas que los mismos oligarcas. En definitiva: los que en nombre del pragmatismo entregan, no son transgresores, fueron, serán y son traidores.
La pluma descamisada asegura que la Juventud Peronista, la JTP y la JUP "lamentaron esta violencia que terminó con la vida del secretario (general) de la CGT".
"Pero acá todos somos culpables -sentencia Dardo-, los que estaban con Rucci y los que estábamos contra él; no busquemos fantasmas al margen de quienes se juntaron para tirar los tiros en la Avenida Avellaneda, pero ojo, acá las causas son lo que importa". Y propone con grandeza: "Revisar qué provocó esta violencia y qué es lo que hay que cambiar para que se borre entre nosotros. Para que no se prometa la muerte a los traidores y para que la impunidad no apañe a los matones, ni el fraude infame erija dirigentes sin base".
El Compañero tenía en claro cuál era la táctica y cuál la estrategia. Quería parar la mano entre los peronistas. Detener la violencia. Clausurar tanta muerte. Cultivar la esperanza de revolución en paz. Lamentablemente, los acontecimientos posteriores aceleraron las pugnas internas. La confusión premeditada o no de los objetivos nacionales llevó a la tragedia. A tres décadas de aquellos desencuentros, seguir la línea reflexiva de Dardo Cabo puede reconducirnos a saldar el pasado que nunca se repite, pero que ayuda, que ilumina, que enorgullece. Eso que llaman memoria.
(*) Agencia Nacional y Popular, dirigida por Martín García.
Fuente: www.rebanadasderealidad.com.ar
El 2 de octubre de 1973 apareció el número 20 de El Descamisado, que dirigía Dardo Cabo. Campo gráfico color amarillo. Letras negras. Volanta: Encrucijada peronista. Título catástrofe: La muerte de Rucci. La nota-reflexión firmada por Dardo arrancaba con una pregunta cargada de preocupación militante: "La cosa, ahora, es cómo parar la mano". Y agregaba: "Pero buscar las causas profundas de esta violencia es la condición. Caminos falsos nos llevarán a soluciones falsas. Alonso, Vandor, ahora Rucci. Coria condenado junto con otra lista larga de sindicalistas y políticos (...)"
En ningún momento de su exposición -cargada de reproches a la burocracia gremial- Dardo reivindica el asesinato de Rucci. Algunos podrán colegir que es para encubrir a sus autores, allegados a él. Sin embargo, su propósito superior es auscultar en los orígenes de la violencia que enlutaba a los peronistas. Trata de parar la pelota. De ir a las causas y no quedarse en los efectos perniciosos.
Dardo utiliza elogios para los sindicalistas condenados y asesinados. Los considera protagonistas de páginas gloriosas durante la Resistencia ("Vandor bancó la mayoría de las células combativas", "Coria guardaba caños en Rawson 42", "Rucci no era mal tipo"). Y, por otro lado, esos mismos compañeros, son repudiados por considerar que defeccionaron de la causa peronista, que dejaron de ser dirigentes de obreros para ser socios de las patronales.
A Rucci le recrimina haber promovido la candidatura a gobernador de Manuel de Anchorena. Es una recriminación hacia un hermano y no hacia un enemigo. Le duele señalarle a un par de la Resistencia tamaña intrepidez. Para Dardo apoyar a Anchorena es estar con la oligarquía terrateniente de Buenos Aires, es decir, pararse en la vereda de enfrente. (Perón en lugar de Anchorena prefirió a Oscar Bidegain, pero la UOM le impuso de vicegobernador a Victorio Calabró, que terminó en el bando de los golpistas del 76. Paradojas por las que se pagaron un precio demasiado elevado en vidas humanas).
El problema de ese momento, que Dardo aborda, es la muerte de compañeros de uno y otro sector, a las puertas de la tercera presidencia de Perón. Cómo superar el enfrentamiento, cómo abandonar esa locura constituyen sus preocupaciones fundamentales.
Las críticas que le formulara a Rucci vivo, se renuevan en Rucci muerto, pero no para regocijarse ante la sangre derramada sino para sincerar el debate y encontrar las soluciones en el marco de una unidad movimientista en serio. "Por eso -afirma Dardo- no hay que disfrazar la realidad. El asunto está adentro del movimiento. La unidad sí, pero con bases verdaderas, no recurriendo al subterfugio de las purgas o a las cruzadas contra los troskos. No hay forma de infiltrarse en el movimiento. En el peronismo se vive como peronista o se es rechazado (...)"
Vivir como peronista para Dardo era no transar con los explotadores. Estar del lado del pueblo pobre, del excluido, del desposeído. Y ser implacable con los "peronistas" que terminan siendo más oligarcas que los mismos oligarcas. En definitiva: los que en nombre del pragmatismo entregan, no son transgresores, fueron, serán y son traidores.
La pluma descamisada asegura que la Juventud Peronista, la JTP y la JUP "lamentaron esta violencia que terminó con la vida del secretario (general) de la CGT".
"Pero acá todos somos culpables -sentencia Dardo-, los que estaban con Rucci y los que estábamos contra él; no busquemos fantasmas al margen de quienes se juntaron para tirar los tiros en la Avenida Avellaneda, pero ojo, acá las causas son lo que importa". Y propone con grandeza: "Revisar qué provocó esta violencia y qué es lo que hay que cambiar para que se borre entre nosotros. Para que no se prometa la muerte a los traidores y para que la impunidad no apañe a los matones, ni el fraude infame erija dirigentes sin base".
El Compañero tenía en claro cuál era la táctica y cuál la estrategia. Quería parar la mano entre los peronistas. Detener la violencia. Clausurar tanta muerte. Cultivar la esperanza de revolución en paz. Lamentablemente, los acontecimientos posteriores aceleraron las pugnas internas. La confusión premeditada o no de los objetivos nacionales llevó a la tragedia. A tres décadas de aquellos desencuentros, seguir la línea reflexiva de Dardo Cabo puede reconducirnos a saldar el pasado que nunca se repite, pero que ayuda, que ilumina, que enorgullece. Eso que llaman memoria.
(*) Agencia Nacional y Popular, dirigida por Martín García.
Fuente: www.rebanadasderealidad.com.ar
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