domingo, 18 de mayo de 2014

Héores del Isla de los Estados

El cabo con el mameluco azul
Cabo 1º Varas
Días después de pasar por la isla Bougainville, el bote naranja con el fantasma del Capitán a bordo se adentra en el canal San Carlos y se arrima hasta la costa rocosa de la Isla Soledad. Hacia el norte y hacia el sur, las últimas ondulaciones de las sierras centrales se hunden en el mar. En la línea de la rompiente, oscuros peñascos se asoman entre las olas como centinelas de una pequeña ensenada rodeada de acantilados. Es tan fina la arena donde encalla el bote que fácilmente se desliza un par de metros, playa adentro, empujada solo por la espuma. Sin desembarcar todavía, el Capitán divisa muy cerca de él a un cabo aeronáutico vestido con un mameluco azul. Junto al bote, está sentado, la cara larga de pómulos altos, apoyada sobre las rodillas, las piernas recogidas sostenidas por las manos a la altura del empeine. El cabo con el mameluco azul, conductor motorista, además buen mecánico —como se autotitula Hugo Varas cuando el Capitán le pregunta su ocupación— ni se mueve. Ignora por completo al recién llegado. El Capitán, sin marcar la arena con sus pisadas, baja del bote y se le acerca extrañado. Lo observa con atención. Los ojos redondos, aindiados, increíblemente verdosos del cabo Varas, escrutan sin pestañear un punto indefinido del estrecho.
El Capitán, apuntando la vista en esa dirección, no ve nada. Eso sí, oye el gritar de muchas personas.
—Cabo, ¿por qué no se pone de pie? ¿O no me vio llegar? — pregunta el Capitán, molesto por la indiferencia e intrigado por los gritos.
Despacio, el interpelado levanta la mirada y como si le doliera el cuerpo, se queja. Cansino, se endereza.
—Ufa, ¡acá también! —exclama fastidiado, parándose al costado del Capitán.
Ambos se quedan mirando el centro del canal, oyendo el coro lastimero que brota del agua.
—Bueno, al menos podría saludar. Por peor día que uno tenga, se puede ser respetuoso. ¿No? Además, no sé por qué está tan enojado.
—Es que no pude entregar el jeep.
—¿Qué jeep?
—¿Cómo que qué jeep? El que yo traje. Viajé desde Tandil hasta Buenos Aires, solo. Y, sin dormir, me subieron a un barco y me trajeron a Malvinas y me tuvieron como una semana al cuete. —El cabo con el mameluco azul alza los hombros, como apesadumbrado, y continúa contando sus desventuras—. Y yo quería bajar el jeep porque sabía que lo necesitaban mis camaradas de la Fuerza Aérea, pero no me dejaban. Me decían que el barco de nosotros, el Carcarañá, era muy grande para acercarse al muelle y que no se podía bajar nada. ¡Qué guachos! —El cabo oprime los labios y, enfadado, bambolea la cabeza—. Y el primero de mayo empezó la guerra, y yo con el jeep de adorno en la cubierta, ¿qué me cuenta, señor? Y encima de que nos pegamos un sustazo de la puta madre con el bombardeo, de la Capitanía del Puerto le ordenaran al comandante Dell’Elicine que abandonara la bahía. Por supuesto que él se negó porque significaba salir a mar abierto fuera del paraguas de la artillería argentina, pero lo mismo le dijeron que se hiciera humo. Y tal cual lo presentía, no bien salimos hacia el sur, unos aviones nos cagaron a chumbazos. Y así nomás pasó, nos salvamos por un pelo, y por suerte nos pudimos esconder en este canal, ¿vio? —Con el labio inferior señala un costado del estrecho donde no se ve más que agua—. Nos escondimos hasta que el ocho de mayo se nos acercó otro buque, el Isla de los Estados. Me dijeron que me mudara con jeep y todo, y cuando ya creía que nos íbamos hacia Puerto Argentino, el diez a la noche, ¿vio?, mientras navegábamos, encima de la cubierta se encendió una bengala brillante como un sol y vino un fragatón que nos cagó a cañonazos y volamos más alto que la eme y yo no pude entregar el jeep a nadie. ¿Vio? Cómo para no estar con bronca.
—Está bien, no se preocupe. Tengo intención de ir al Comando y visitar a un conocido. También puedo avisar sobre su problema.
—Y ese bote, ¿es suyo, señor? —pregunta el cabo del mameluco azul.
—Así es. Pienso llegar navegando a Puerto Argentino.
—¡Uhh! Pero no va a poder. De acá no se va a mover, el viento siempre sopla desde el sur. Así que palpito que, de esta ensenadita, usted no va a salir. Yo le diría que fuera por tierra, caminando nomás.
—Podría ser, pero no conozco el camino. Tampoco, si es muy lejos.
—No, para nada, además a usted no le duelen los pies. Y es refácil. Puede seguir por ahí o, también, cortar derechito por ese cerro más alto que creo que los ingleses le llaman Saimon. Qué finos que son. ¿No?
El Capitán sonríe. Con las manos en los bolsillos, se encamina hacia la elevación. El cabo con el eterno mameluco azul, vuelve a sentarse. A los ojos aindiados, verdosos, los mantiene fijos en el Estrecho. Al alejarse un poco más, al Capitán le parece escuchar, mezclada entre unos gritos, la tonada del cabo que, airado, con un tono inflamado por el coraje, a voz en cuello insulta a los atacantes:
—¡Hijos de puta, guarda con el jeep! ¡No tiren, no tiren!

NOTA DEL BÚHO:
El cabo primero PM Héctor Hugo Varas, Mecánico de Automotores de la VI Brigada Aérea, nació el 29-JUL-60, en Villa del Rosario (Río II –.Córdoba). Soltero, falleció en acción de guerra el 10-MAY-82. La Nación Argentina le confirió la Condecoración al Muerto en Combate
DETALLE DE LA ACCIÓN:
El Cabo Varas viajaba a bordo del buque ARA Isla de los Estados con la tarea de entregar un jeep al Comando del Componente Aéreo de Malvinas en Puerto Argentino. Varas había recibido esa consigna en Tandil, donde se hallaba su Unidad de origen. Allá inició un largo periplo, que nada debería envidiar a las vicisitudes del héroe griego Odiseo y que culminó a las 22:35 del 10 de mayo de 1982 cuando entró en el Olimpo de los héroes criollos.
En plena noche, mientras el Islas de los Estados se desplazaba entre Puerto Rey y Puerto Mitre, fue sorprendido por la fragata HMS Alacrity que le disparó una mortal andanada de artillería. Impactada de lleno, la nave argentina prácticamente explotó debido al combustible que acarreaba.
El Isla de los Estados se hundió de inmediato. Dieciocho tripulantes, entre ellos el Cabo Varas, fallecieron o fueron dados por desaparecidos.

El Buho escribidor

No hay comentarios:

Publicar un comentario