Hace 183 años, el 10 de marzo de 1842, Manuel Moreno, con ejemplar profesionalismo y entereza, luego de ser ninguneado por la arrogancia imperial británica y por la prensa de ese país, presentaba una formal y contundente nota de protesta ante el gobierno del Reino Unido.
El 18 de diciembre de 1841, siete años después de la réplica argentina a la absurda respuesta británica por los hechos ocurridos en Malvinas en 1833, y sin recibir respuesta a la misma, Moreno reiteró la protesta y posición nacional "confiando en una respuesta favorable".
El 15 de febrero de 1842 el Conde de Aberdeen, encargado de las RREE del Reino Unido, responde la protesta argentina manifestando, con soberbia extrema, que su Gobierno no ve nada que pueda alterar la cuestión e informa la intención de formar una colonia en las islas Malvinas.
A los cuatro días, Moreno responde a la nota de Aberdeen reiterando los argumentos jurídicos argentinos y manifiesta la "imposibilidad de consentir la decisión del gobierno británico de formar una colonia en #Malvinas " y, por lo tanto, solicita una reunión.
El 21 de febrero siguiente Moreno se reunió con el ministro británico y le manifestó, nuevamente, lo indicado en la nota anterior y le manifiesta que se suspenda la decisión del gobierno británico de establecer una colonia en Malvinas.
El británico se limitó a escuchar al representante argentino y le informó que la reunión debía terminar porque "había otras personas esperando". El 5 de marzo el ministro británico contestaba por escrito considerando el asunto finalizado y su respuesta como “definitiva”.
Mientras tanto el diario "Times" de Londres declaraba, en relación con las afirmaciones de Moreno: "no sabemos qué es más digno de admiración: la insolencia del sudamericano o la templanza del ministro de la Reina que se abstuvo de patearlo escaleras abajo".
Frente a la intransigencia y arrogancia británica de considerar el asunto finalizado, Moreno volvió a indicar los legítimos derechos en los cuales se funda la posición argentina y manifestó expresamente que frente a dicha posición de UK (de considerar el asunto finalizado) la Argentina no podrá “jamás conformarse con la resolución del Gobierno británico que considera injusta y opuesta a sus manifiestos derechos” y que “el silencio de las Provincias Unidas no se tome por una implícita aquiescencia”. Lo que reiteraría en 1849.
Las respuestas británicas a las protestas argentinas siempre estuvieron plagadas de mala fe. Ignoran la continua presencia de España en las islas hasta 1811, así como la total ausencia de acciones o pretensiones soberanas británicas desde 1774 así como el hecho de que los representantes británicos estaban al tanto del ejercicio de soberanía por parte de Argentina durante la década de 1820.
Distorsionan groseramente el alcance del acuerdo anglo-español de 1771 y, por último muestra la arrogancia imperial al dar por cerrada la cuestión sin más, como si Argentina sólo tuviera que aceptar la posición británica. Frente a eso, Manuel Moreno se mantuvo firme y profesional y defendió con honor y patriotismo los derechos y la posición argentina. Fin
Como tantos héroes anónimos, poco se sabe de este valiente soldado. No pudimos encontrar ninguna foto de él, pero sabemos que sirvió en el Regimiento de Infantería N° 12.
Este relato nos lleva a la noche del 13 de junio de 1982. Esa noche, los infantes de marina del BIM 5 estaban reforzados por soldados del Ejército pertenecientes a los regimientos 4 y 12. Estos soldados habían llegado el día anterior, después de haber combatido contra los ingleses en los montes Harriet y Dos Hermanas. Entre ellos se encontraba un joven callado, pero que decidió voluntariamente quedarse a pelear junto a los infantes de marina. Se trataba del soldado Ramón García, del RI-12.
El subteniente Silva, del RI-4, fue puesto a cargo de un grupo de cinco hombres: el cabo Pintos, los soldados Castillo, Gregorio y Frías (todos del RI-4) y el soldado García (del RI-12). Su misión era cubrir el sector de repliegue en caso de que los hombres del BIM 5 fueran sobrepasados y tuvieran que retroceder. Desde su posición, también podían apoyar con sus armas a los infantes de marina.
Esa noche, habían sido atacados por la Guardia Escocesa. Los hombres del BIM 5 y del Ejército lograron rechazarlos tras un combate que se extendió desde las 23:00 hasta la 01:00. Cuando los escoceses comenzaron a retroceder, se escucharon los gritos de alegría de los infantes de marina. El subteniente Silva exclamaba: "¡Viva la Patria, viva la Patria, carajo!". Continuamente alentaba a sus hombres, les ordenó recargar munición al máximo y les aseguraba que pronto llegarían refuerzos.
De pronto, se lanzó un segundo ataque inglés. Esta vez, avanzaron directamente sobre el suboficial de Infantería de Marina Castillo y su grupo, quienes combatieron con una ferocidad impresionante. Los hombres de Silva, entre ellos el soldado García, comenzaron a cubrir a Castillo y su unidad. El fuego era infernal, las explosiones iluminaban la noche como si fuera de día. Se escuchaban gritos de ambos bandos, el monte era un infierno. Ya no había un solo frente de ataque, sino tres; los escoceses avanzaban desde distintos flancos. La artillería comenzó a castigar a los ingleses.
Era un combate sin tregua: disparar, recargar y sobrevivir. Se lanzaban granadas, cohetes, se utilizaba todo lo disponible. En medio del caos, una ráfaga alcanzó al soldado Gregorio (RI-4), hiriéndolo gravemente. Gritaba de dolor, mientras el soldado Ramón García permanecía a su lado. El subteniente Silva intentó socorrer a Gregorio, lo tomó y lo arrastró hasta un lugar seguro. Luego, recogió un FAP para seguir combatiendo, pero fue alcanzado por una ráfaga enemiga.
A pesar de la brutalidad del combate, García continuaba disparando contra las tropas británicas. Pero un cohete LAW de 66 mm impactó cerca de él, acabando con la vida de este valiente soldado.
Una vez finalizada la guerra, una patrulla compuesta por el TFIM Marquardt, el GUIM García, el CSIM Sánchez, el CSIM Robles, el CSIM Valdez y el sargento británico Canesa recorrió el sector oeste de Tumbledown (posiciones del TC Vázquez). Todo estaba cubierto de nieve. Encontraron el cuerpo del subteniente Silva junto a dos soldados del Ejército (todos del RI-4). Silva evidenciaba una actitud de combate hasta el final, y es posible que los británicos le hubieran retirado su fusil de las manos. El TFIM Marquardt le cortó la chapa de identificación y posteriormente la entregó en mano al jefe de su unidad, el teniente coronel Soria (RI-4).
Más allá, estaban los cinco infantes de marina caídos. Finalmente, la patrulla halló a un soldado del Ejército solo, dentro de su posición, con una cantidad enorme de vainas servidas en su pozo. Lo encontraron porque uno de los infantes de marina tropezó con la nieve que cubría el refugio. Ese valiente era el soldado Ramón García, del RI-12.
Hoy, este soldado descansa en paz en el cementerio de Darwin.
Que Dios te tenga en su gloria, valiente soldado Ramón García. Contamos esta historia para que tu nombre nunca sea olvidado.
No sé que mecanismo o sentido me alertó, pero lo hice. Del vientre de una nube apareció un pequeño filete blanquecino con pasmosa velocidad. Se dirigía paralelo a mi rumbo, hacia el No 1. Cuando esa imagen se graba en mi retina ya estaba gritando con todas las fuerzas: — ¡ Pájaro, abrite, un misil ! — ¡Ruptura! Simultáneamente accioné violentamente los aceleradores a su tope máximo, todo el volante y pedal a la izquierda y atrás. — ¡ Jorge, lanza bengalas y chaff, cada 15 segundos ! Pasé rozando el agua con mi ala izquierda, que se extiende a 10 metros de la cabina; pero sin sacar la vista del misil. El No 1 giraba rápidamente hacia la derecha, lo que quizás provocó que el Sidewinder calórico, enganchara la estela caliente del numeral 2, sumado a que éste iba más alto y que su trayectoria era aún lineal. Con desesperación grité: — ¡ Guarda el 2 ! ¡¡¡Guarda el 2 !!!! — ¡Vire carajo!. — ¡ Dios !.... Ya era tarde… no tuvo tiempo de evadirlo. Vi el misil entrar en su motor derecho lo que no provocó ninguna explosión violenta como el lector podría imaginar, pero si provoco la destrucción progresiva del motor. En este instante perdíamos de vista la acción por el brusco cambio de rumbo. Pero el Capitán Baigorrí por estar virando hacia ese lado pudo ver la eyección y los dos hongos de los paracaídas, como así la caída del avión al agua con fuego en el motor derecho. Nuestro pecho se conmovió instintivamente, si es que eso era posible, dadas las circunstancias que corrían, al pensar que nuestros amigos no tenían salvación en la inmensidad del mar abierto. Realizando la mencionada maniobra el número 1 alcanzó a divisar la silueta oscura de un Sea Harrier, que seguramente nos perdió en el radar y se lanzó a nuestra caza en forma visual. Por accidente la diferencia tecnológica momentáneamente se había achicado. Entraban en juego otros factores, habilidad, experiencia y, por qué no, providencia. En eso Jorge me dijo: — ¡Eyectá los tanques de puntera loco! Efectivamente con tanques nuestras posibilidades de evasión eran mínimas, ya que no podríamos superar los 700 Kms. por hora, con riesgo de desprenderse uno de ellos, provocando un impacto inevitable de la aeronave contra el agua al haber resistencia diferente en cada ala . Estiré la mano hacia el panel derecho para eyectarlos; pero la violencia de la maniobra incrementó el peso de mi brazo al punto de escaparle dos veces al botón 1-. En el tercer intento, y por el exceso de velocidad vimos salir catapultados hacia atrás sendos "tips". El avión crujió y se aceleró en forma brusca como si lo hubiesen soltado de golpe. En ese instante, coincidente con el lanzamiento de bengalas, sentí otro golpe o estremecimiento en la cola. Afiebradamente comprobé los comandos y le dije a Jorge: — Pensé que nos habían dado pero anda todo bien. — ¿ Pájaro ? — lo llamé porque debía consultarlo ya que era el jefe de esa unidad de combate, la escuadrilla ”Rifle” — ¿ qué hacemos ? — "Volvemos individual". (Cada uno por su cuenta). — "Ojo que nos andan buscando". — "Eyectamos bombas de planos". Realmente no tenía sentido seguir hacia el objetivo, detectados por los radares de la flota, con dos Harrier arriba y 300 Kmts. que aún nos separaban de la isla. Con gran congoja, por ser nuestro elemento ofensivo, lanzamos las bombas exteriores para poder acelerar aún más.
Mis ojos escudriñaban cada nube y cada chubasco y giraban de un lado a otro como el haz del radar. Sentía como la velocidad aumentaba y aparecían fuertes vibraciones en los comandos. Lógicamente el resto de atención que me quedaba estaba afectado a no embestir la cresta de las olas. Pero Segat que no veía tanto hacia afuera, colaboraba con los instrumentos. — ¡ Viejo ! ¡ Guarda la velocidad, que nos desarmamos ! Teníamos más de 950 km. por hora siendo la máxima, por límites estructurales 850 kmts por hora. Reduje aceleradores y me pegué más a la superficie del agua. A continuación de algunas maniobras colocamos rumbo general 330° a Trelew, mientras sacábamos cálculos de consumo, por no saber si llegábamos con el alto gasto que ocasionaban la poca altura y velocidad de nuestro vuelo. Era difícil de entender pero estábamos enfrentados inteligencia contra inteligencia, los segundos corrían y el golpe no llegaba. — Che, parece que nos perdió. ¿ Cómo le irá al "Pájaro" ? — Pájaro - Cobra - (mi indicativo normal) -¿ Cómo andas ? — “¡ Bien loco ! No me enganchó” — ¡ A mí tampoco Pichón ! En la penumbra del avanzado atardecer, me pareció ver buques con reflectores grisáceos. - ¡Estábamos rodeados por la flota !. Se me apretó el corazón. — ¡ Estamos rodeados, veo fragatas por todos lados, no tengo por donde pasar ! Aunque no había forma de distinguirlos estaban demasiado cerca del continente por lo que dedujimos eran de la Armada Argentina. Dada la forma de nuestra aparición eso no era ninguna garantía de supervivencia si no alcanzábamos a avisarles, pues con toda seguridad en sus pantallas veían acercarse aun agresor. — ¡Jorge, ¡urgente!, con la clave, llama en la frecuencia de los "Navis", que son nuestros. Yo por las dudas miro afuera para tratar de esquivar si nos tiran algo.
Todo ocurría tan vertiginosamente que los sentidos parecían lentos y torpes. — ¡ “Lobo – Matienzo” ! (Llamada en clave).Prontamente arreciaron las llamadas de distintos buques pidiendo autenticación. (Confirmación por medio de códigos especiales). Lo que quería decir que estaban a punto de tirarnos con todo. Con un poco de alivio hicimos enlace con unaa fragata que nos recibió el informe adelantado y pedido de auxilio: — Escuadrilla Rifle, tres Canberras, fuimos interceptados por aviones Harrier a 150 millas náuticas por el radial 330 de Malvinas. Un Canberra derribado por misil aire-aire, dos tripulantes eyectados. — Recibido, enviamos el informe y para el rescate informamos al Aviso "Alférez Sobral" (Que en esta empresa fuera atacado). Regresamos de noche junto con el "Palito" Nogueira, que por avería o falla de sus equipos de navegación, sumada a la falta de su puntera izquierda, venía casi sin combustible al aterrizaje. Toda la gente, Oficiales, Suboficiales y Civiles nos esperaba al bajar. Nos abrazaron y sufrieron silenciosamente por la caída de nuestros camaradas el 1eer.Teniente "Coquena" Mario González y el Teniente "Pituso" De Ibáñez . De ahí me fui a la capilla de la Base. Entré, estaba a oscuras. Recé por los camaradas caídos. Y a medida que me acostumbraba a la penumbra me encontré con muchas siluetas que me acompañaban. Estábamos todos allí. Asumimos nuestra pérdida, "Levantamos el guante" y comenzamos la espera con la "vela de las armas" para asestar nuestro "golpe de maza" (símbolo de nuestro escudo de combate). Luego de este traspié la F.A.S.2 -nos dejó varios días inactivos por considerar que nuestra lentitud con tanque de puntera colocados y la falta de repuestos para eyectarnos en todas las misiones, agregadas a las condiciones momentáneas de la batalla hacían excesivamente riesgosa nuestra operación. Estábamos "tascando el freno", cada camarada que caía era una espina clavada en el alma y un multiplicador de nuestra impotencia. Llegó el desembarco de San Carlos. Mientras se realizaban los primeros ataques de escuadrillas argentinas a la flota en la Bahía, organizábamos una salida de ocho Canberras con ocho bombas de 1.000 Ibs cada uno, con una escolta de Mirage III, previamente coordinada. El Mayor Chevallier, a cargo del Escuadrón en ese momento, expuso la misión a la F.A.S. El bombardeo sería de zona desde 15.000 mts. de altura, cubriendo un paño de terreno de 2.000 Mts. por 2.000 mts., con 64.000 Ibs. de bombas (32.000 Kgs.) para destruir o desmembrar la cabeza de playa. El sistema de puntería sería visual y/o con el apoyo del "amado radar de Puerto Argentino". Este sistema se utilizó en varias ocasiones logrando batir objetivos, consistiendo básicamente en calcular interpolando los vientos existentes desde el terreno hasta la altura de lanzamiento, compatibilizados con la trayectoria balística de la bomba y de esta forma obtener un punto de lanzamiento y a órdenes del radar todos descargar sus bombas. Las posibilidades de retorno eran estimadas en el 40% pero la importancia del blanco hizo que la mayoría nos ofreciéramos como voluntarios. La iniciativa fue bien recibida por la F.A.S. La orden llegó. Alcanzaron a despegar tres aviones y nos ordenaron regresar al aterrizaje. Quizás por haberse desperdigado la cabeza de playa, o por la alta posibilidad de derribo o por otras razones de comando que no llegaron a nuestro conocimiento. Lástima, era una misión a nuestra justa medida.
Si bien no pudimos llevarla a cabo a partir de allí comenzamos a operar en las famosas (entre las tropas enemigas) misiones nocturnas que nos ganó el apodo de "Murciélagos". En sus dos variantes: las rasantes, donde luchábamos contra la poca visibilidad, la meteorología, la tortuosa navegación, la temida proximidad al agua y obstáculos y la dificultad de encontrar el blanco. Naturalmente también contra las defensas del enemigo. Con la ventaja de ser sorpresiva y evitar los sistemas defensivos de gran alcance. Y las nocturnas de altura que nos facilitaba mucho la navegación pero estábamos más expuestos a los misiles de fragatas. Así regresamos, penetramos las defensas del enemigo, a veces a velocidades irrisorias para cuidar el combustible y los tanques y los golpeamos muy duro. Vale el testimonio del Teniente Lucero, que todos vimos en la filmación de la Fuerza Aérea al ser rescatado del agua por los ingleses. Por aquellos días se hallaba internado en un hospital de campaña en San Carlos, cuando a la media noche uno de nuestros ataques hizo temblar con sus bombas toda la zona lo que ocasionó su evacuación inmediata para recibir, según le manifestaban Médicos Ingleses, gran cantidad de heridos y muertos (Quizá más de los que reconocieron en toda la guerra). Un inglés le dijo: -"Hubo mucha sangre hoy aqui" . Otro testimonio es el recogido por corresponsales extranjeros que indican que los bombardeos al Monte Kent (algunos relatados anteriormente) produjeron la destrucción de un vivac con tropas y gran cantidad de pertrechos bélicos, acopiados para la irrupción final a Puerto Argentino. La que aparentemente debió postergarse y derivó en el desembarco de Bahía Agradable, que como sabemos fue muy "desagradable" para ellos. Coincidentemente el Capitán Pastrán, piloto derribado de Canberra, fue interrogado insistentemente por la inteligencia enemiga sobre el sistema que utilizamos para apuntar con precisión y sin visibilidad, ya que en dos ocasiones batimos el puesto de comando. De las declaraciones recogidas informalmente de ex-prisioneros se corroboró el temor permanente de las tropas invasoras a los bombardeos nocturnos. Pasado el tiempo llegó a mis manos una revista Air-Pictorial, donde se publica un artículo de George Baldwin, titulado: (Operaciones de Sea Harrier en las Falklands", donde entre otras cosas enuncia: (lo encerrado entre paréntesis es de mi pluma con fines esclarecedores) "Al atardecer (1° de mayo) tres Canberras argentinos fueron avistados cerca de la flota (escuadrilla del Capitán Nogueira) con los radares de abordo y luego perdidos, pero el rumbo del alejamiento fue tomado por un piquete (helicóptero con radar asociado al de una fragata) y pasado a una PAC (patrulla aérea de combate dos Harrier vistos por la escuadrilla “Ruta”). Prontamente salieron en su busca los Harrier, que poco después hicieron contacto con los Canberras argentinos con sus radares
Blue Fox (persiguiendo a la escuadrilla ”Ruta”). (Casualmente dieron con nosotros que veníamos en trayectoria opuesta). Los Canberras volaban a 50 pies (error de apreciación ya que volábamos a mucho menor altura) y eyectaron sus bombas (incorrecto ya que eyectamos solamente los tanques de puntera y luego del derribo). El Teniente Al Curtis, que después murió, disparó su Sidewinder y vio su blanco explotar (esto ocurrió antes de lo relatado en el párrafo anterior y el blanco no explotó); presto buscó el último Canberra dañado por otro Sidewinder disparado por el Teniente Comandante Mike Brodwater. (No nos derribó porque volábamos a dos metros del agua, por la ruptura oportuna y por el lanzamiento de bengalas; aunque evidentemente detonó bajo la panza de nuestro avión). Este avión escapó lo mismo que el otro Canberra . Pero se calcula que fue dañado e improbable que haya regresado a la base (en carta dirigida a los nombrados destinatarios con todas las consideraciones antes escritas agrego que doy fe de que ¡ sí regresamos a nuestra base y que lanzamos con posterioridad varias toneladas de bombas sobre sus tropas
El 2 de Abril fue inmensa nuestra sorpresa y alegría. Apenas recuperados del evento comenzamos entusiasmados nuestras elucubraciones de combate. Con el 1er. Teniente Marcelo Adolfo Siri (Navegador) nos "fabricamos" el vuelo de Canberra hacia la zona de operaciones con el objeto de comprobar distancias y resultados de bombas y espoletas en el agua. Esto trajo aparejadas "cargadas" por parte de varios oficiales; era obvio nuestro interés por estar a la brevedad en la zona recientemente recuperada. Realmente era como el irresistible canto de la sirena. Así lo hicimos, aterrizamos en la Base Aeronaval Trelew y fuimos recibidos con patriótica algarabía. Efectuamos varios vuelos en el mar siguiendo distintos patrones de bombardeo y otras prácticas para ganar experiencia que no teníamos. Como siempre SIRI dio muestras de sus excelentes aptitudes como navegador y bombardero, aunque comencé a notar que le aquejaban terribles dolores. Pese a sus esfuerzos por ocultarlos, en ocasiones se le escapaban conmovedores quejidos. (Tenía una enfermedad incurable). Así esperábamos la hora del combate, pero la flota fue más lenta que su enfermedad. Iniciadas las operaciones y ocultando grandes sufrimientos, me pidió que lo llevara de cualquier manera hasta el avión y lo ayudara a atarse para poder ir al combate, a lo que no accedí ya que su aptitud física estaba marcadamente disminuida, el margen de supervivencia era nulo en caso de derribo y en el mejor de los casos su estado se agravaría. Lloró conmigo de impotencia, como el buen soldado que no puede defender lo suyo. Pocos meses después de finalizada la contienda, ya en conocimiento pleno de su enfermedad libró su última batalla con la misma voluntad de aquellos días. Es imperiosa la mención de estos antecedentes para valorizar la personalidad de este luchador. Vaya este pequeño homenaje para la "Lombriz" Siri y sus hijos, para que siempre sepan de su valor. Ante la inminente llegada de la flota, constituimos las tripulaciones estables compatibilizando criterios de eficiencia, experiencia y afinidad. Durante el conflicto el 1er. Teniente Jorge Segat fue mi inseparable navegador. Por momentos nos sentíamos eufóricos y luego de investigar las capacidades del enemigo, evadíamos los análisis entregándonos aun campeonato de dardos, en el que el centro mosca era la imagen de la señora Thatcher. (Nada que ver con el vudú, solamente era una buena terapia). La espera era dura, me recordaba la imagen del padre frente a la sala de partos. La tensión creciente y el incremento de secreciones glandulares consecuentes produjo fenómenos extraños: el más fantástico fue que el "Gordo" Cardo (la mascota del grupo) adelgazara; otros que en sueños realizaban maniobras evasivas se rompieron la cabeza contra el suelo; algunos no dormían; se les caía el cabello y así variadas alteraciones fuera de lo común. El olfato nos dijo que esto se iba alargando, por lo que con Segat, Sproviero y otros fanáticos nos dedicábamos, metódicamente, de noche y fuera de alerta, fue a hacer gimnasia. Hoy sé que fue importantísimo su efecto en nuestros posteriores vuelos nocturnos "casi a ciegas", donde pudimos ver cosas adivinando. Según los expertos esto fue probable solo por poseer condiciones psicofísicas muy buenas. Como sello identificatorio y por mi afición al karate y a las pesas me quedó el apelativo: "Musculito".
El 26 de Abril se llevó a cabo la difícil e infructuosa misión de tres Canberras a las Georgias. Agregando el paulatino avance de la flota, se multiplicaban en nosotros las ansias de "la lucha justa" y también el miedo, por supuesto. No el miedo instintivo, ingobernable, sino el temor lógico al futuro de los hijos sin padre, a perder el numeral que confía ciegamente en nuestra pericia, o ser combativamente inferior al enemigo, o equivocarse en las decisiones, o no llegar al blanco, o bombardear propias tropas, etc.; y ¿por que no?, dejar este cuerpo material que, malo o bueno, es nuestro y nos acompañó unos cuantos años. Fue posible vencer el obstáculo porque paulatinamente se nos fueron cayendo "los velos" y nos descubrimos a nosotros mismos. Supimos que amábamos la tierra de nuestros padres e hijos y que necesitábamos esencialmente del Principio y Fin de todas las cosas: Dios. No soy original en los conceptos, pero no me despreocupa el serlo, la historia del hombre es una viva reiteración. Lo que sí me importa es rescatar algún valor que nos han prodigado estos jóvenes, fieles exponentes de la sociedad argentina que con sus pocos años y experiencias son educadores ejemplares de las cosas trascendentales. Ellos nos recuerdan que debemos ser el estandarte de la cultura Greco-Romana pura y no el apéndice putrefacto de la cultura del "Dios oro". Los cómodos y descreídos enjuiciarán esas abstracciones como "quijotadas", "tonterías", "utopías", "ideales perimidos", o como quieran llamarles, pero jamás podrán con ellos. Cuatro horas del día 1 ° de Mayo. El Mayor Vivas, jefe del Escuadrón, golpeando las puertas de los alojamientos gritó: — ¡ Atacan Puerto Argentino ! — ¡ Arriba todo el mundo ! No quiero asegurarlo pero creo haber escuchado que alguno salió con una bota de vuelo dos números más chica y viceversa. Las dos escuadrillas de alerta se subieron a los aviones quedando encerrados y atados. A fuerza de ser claro, debo decir que la imposibilidad de mínimos movimientos produce diversas molestias, en piernas, espalda, cuello, etc., que con el correr de las horas se hace dolorosa. A propósito de estos datos que he ilustrado fue que improvisamos una escuadrilla para relevar a los que llevaban largas horas en esa condición. Total era por un ratito... ¡ error !... a breves minutos de reemplazarlos, llegó la primera orden fragmentaria que consistía en dos salidas de tres aviones con 30 minutos de intervalo. Salió la primera escuadrilla: "Ruta". Integrada por el Capitán Nogueira como jefe, Capitán Sánchez, Navegador, Teniente Cooke - Capitán Lozano de No 2 y Capitán Rodino- 1er. Teniente Dubroca de N° 3. Nuestro blanco eran lanchas y tropas de desembarco al norte de la isla Soledad. Cumplido el lapso preestablecido decolamos como guía el Capitán Alberto Baigorrí con el Mayor Rodeiro, de numeral 2 el Teniente De Ibáñez con el 1er.Teniente Mario González y como numeral 3 quienes relatan. La estructuración de la Escuadrilla no fue azarosa sino que el guía debe ser el más experimentado, sucediéndole en aptitudes y comando el No 3, que a su vez brinda protección defensivo-evasiva a todo el grupo (en este caso el No 1 y 3 éramos jefe de escuadrilla titulares) y el numeral 2 que va colocado en el medio, es el piloto más "nuevo", que como tal debe ser cuidado. Ascendimos alrededor de 10.000 metros, para ahorrar combustible, iniciando el descenso próximos a la zona de captación radárica del enemigo, para no ser detectados. Un dato de interés es que el avión Canberra; produce en el radar un eco exactamente tres veces más grande que un avión tipo Mirage y se percibe desde el doble de distancia en guales condiciones. Volábamos casi tocando el agua, el No 1 dejaba un torbellino de espuma en el aire. Bruscamente, por el alcance de las ondas de VHF (Radio) comenzamos a escuchar gritos entrecortados y luego más claros: — ¡ Bien pibe, lo pusiste de traste, lo tumbaste ! Otro decía: — ¡ Me eyecto ! Otro: - ¡ Me dieron. No puedo tenerlo. Me voy a la isla! Este último parecía ser el Capitán Nogueira (“Ruta”). Efectivamente lo era, por la poca visibilidad reinante, no vieron hasta estar demasiado cerca que el desembarco había sido rechazado y la flota había aproximado a la costa para proteger el repliegue. Así se encontraron con una pared defensiva entre ellos y el objetivo. Segundos más tarde vieron notables destellos que iluminaron dos fragatas y luego, como tomando forma de la nada, varios misiles de gran porte y color blanco que se orientaban hacia ellos. Milagrosamente, por haberlos visto salir, pudieron esquivarlos. Pasando dos de ellos entre los aviones. Se produjo entonces la ruptura (desprendimiento de los aviones) defensiva. Evidentemente varias andanadas de misiles salieron en su búsqueda, de los cuales uno detonó cerca de la puntera del ala izquierda del guía, volándola como si fuese de papel de cigarrillo. La proximidad al agua evitó el impacto directo pero la pérdida del control producida por la explosión convirtió al agua en un virtual enemigo, evitando por centímetros la fatal colisión. Recuperado el control, vio salir a su encuentro una sección de Harrier (P.A.C.) del portaaviones cosa que providencialmente lo hizo desistir de aterrizar en Puerto Argentino y le evitó correr la misma suerte que el Capitán García Cuerva (M-III).
El navegador Capitán Sánchez al sentir el impacto dijo: — ¡ Me eyecto ! — ¡ No ! ¡ No ! ¡Para, quédate! Ante la propia limitación por avería del "Palito" Nogueira , para acelerar adecuadamente y evadir los interceptores ordenó a sus numerales regresar a la base, quedándose él como señuelo. El "Pájaro" Baigorrí y yo lo llamábamos para saber de su suerte. De ese enlace y otros que se oían dedujimos que la sombrilla aérea de M-III regresaba al continente por combustible, dejándonos sin protección. Y que el desembarco inglés se había suspendido. — ¿ Escuchaste Pájaro ? — ¡Sí, le voy a preguntar al "Palito" ! — “Ruta – Rifle” (llamado de escuadrillas) Sin recibir respuesta perforábamos lloviznas y nubes desgarradas. Ya ni nos acordábamos del temblor de las piernas; del baño turco, ni de las incomodidades del asiento. Observamos con Jorge, que desde su cubil era "todo ojos", que el número 2, De Ibáñez, se desplazaba algunos metros hacia arriba, seguramente para aliviar la tensión extrema que provoca el volar tan bajo. Lo llamé: — ¡ Rifle 2; baje! Momentáneamente descendió, aunque con tendencia a subir. Como los dos aviones de adelante, tenían espoletas que harían estallar sus bombas muy cerca mío, fui tomando la conveniente distancia para evitar sus esquirlas. Nos encontrábamos a 300 kmts del objetivo. En ese momento algo indescriptible me impulsó a mirar hacia la derecha, forzando la natural posición del asiento.
Geoffrey Cardozo: “Los argentinos no tienen aún real dimensión de lo valientes que fueron sus soldados”
Geoffrey Cardozo, el capitán británico que enterró a los argentinos caídos en Malvinas. Foto AP Beatriz Reynoso || Clarín
El capitán Geoffrey Cardozo llegó a las Islas Malvinas, el 15 de junio de 1982, al día siguiente de la rendición argentina. Formaba parte de las fuerzas británicas en la guerra del Atlántico Sur, en la Logística. Trabajó, arduamente, en la tarea de enterrar a los soldados argentinos, muchos de ellos sin identificación. Fue el creador del cementerio de Darwin, a 88 km. de Puerto Argentino, gracias a la donación de un isleño. Apoyado en su profesionalismo, valores familiares y creencias religiosas realizó un trabajo excepcional que 35 años más tarde serviría para la esperada, no sólo por los familiares, identificación de nuestros héroes. Junto a Julio Aro está postulado por la Universidad Nacional de Mar del Plata para el premio Nobel de la Paz.
¿Cómo fue su llegada a las islas?
Inicialmente, mi tarea era la responsabilidad y el bienestar de nuestros soldados en la post guerra. Considerando la importancia de los sobrevivientes. Tenían adrenalina en sus venas, quizás por alcoholismo, heridas o violaciones. Sabíamos que había cuerpos y teníamos que tomar la responsabilidad de dar una sepultura digna. Esperamos que el gobierno argentino tomara la iniciativa para hacerlo, pero eso no sucedió. Permanecí en las islas 8 meses. Necesitábamos expertos para ese trabajo, hombres entre 30 y 40 años, que tuvieran una madurez sicológica y fuerza física para hacer la tarea. Los instruimos, militarmente. Cuando encontraba un cuerpo, rezaba. En enero de 1983 se hizo un informe muy detallado del trabajo de identificación que duró 5 semanas.. La ceremonia de sepelio, con los honores merecidos, fue 19 de febrero. Los argentinos no tienen, aún, real dimensión de lo valientes que fueron sus soldados.
¿Qué sintió entonces?
Dicen que hice algo extraordinario, no es así. Hice algo ordinario, normal. Con respeto y amor como si fueran mis hijos. Mi madre me despidió a mis 32 años. Nunca antes ella me había abrazado así, quizás ella pensaba que nunca volvería de la guerra. De frente al primer cuerpo, pensé en mi madre e inmediatamente, en la madre de ese héroe argentino. La palabras cuerpo, muerte, nunca son palabras fáciles.
¿Qué marca le dejó aquella experiencia de la posguerra en Malvinas?
Algunos quedaron con secuelas sicológicas traumáticas, no todos logran la resiliencia. Trabajé muchos años en Veterans Aid y pude ver de cerca las marcas profundas de la guerra. Ahora, formo parte de un proyecto en Ginebra, “The Management of the Dead” sobre desaparecidos en terremotos, inmigrantes que cruzan en barco de Libia a Grecia, etc. En los documentos de la ley internacional, humanitaria, se llaman cuerpos. Los excelentes resultados de este proyecto se utilizarán como modelos para otros grupos humanitarios. Si hablamos de cuerpos, de muertos, se transforman en objetos, sin valor legal. Tenemos que hablar de personas con una historia y un legado, entonces hay un valor. Algunos abogados, en Ginebra, me han dicho: “hay que cambiar ese concepto”.
En 2008, Usted protagoniza otro acontecimiento: su encuentro con Julio Aro en Londres...
Antes de aquel encuentro, supe por internet que los familiares no sabían dónde habían quedado sus soldados. Se hablaba de fosas comunes e inclusive que en el cementerio de Darwin no había nada debajo de las cruces. La providencia hizo que fuese uno de los traductores designados, en Londres, cuando Julio Aro junto a otros ex combatientes buscaban técnicas de sanación post guerra. Les entregué una copia del informe pormenorizado, donde constaba todo sobre los soldados sin identificar. Ese sería el comienzo, conjuntamente con la creación de la Fundación “No Me Olvides” para llevar a los familiares una esperanza, pensando en una posible identificación. Destaco el enorme y comprometido trabajo de Julio Aro.
Años después, en 2015, viaja a la Argentina para contactar a las familias...
Lo hice de modo personal. Las familias sabían poco. Quería confortar a las madres. Dar credibilidad al informe. Fui a al Chaco, supe que era una provincia aislada del país. Confirmarles que había un cementerio, también les mostraba el video de la ceremonia en Darwin. En mayo de 2016, la Cruz Roja Internacional me contacta para el proyecto de identificación, con el acuerdo de los familiares. En 2017, volví a las islas con el equipo asignado. Sentí temor de que ellos no hicieran el trabajo apropiadamente. Tenía que proteger a “mis chicos” Advertí que estos hombres y mujeres no sólo eran científicos, antropólogos, forenses, eran personas confiables. Hay historias fabulosas de post guerra, no debemos olvidarlas. De la historia contemporánea, este proyecto de identificación de los soldados argentinos es fabuloso. El alivio, el reconocimiento al ser humano en su país. No son desaparecidos, son seres humanos. No sólo las familias, se involucraron muchas personas. Es un movimiento humanitario.
Finalmente, en 2018, protagoniza el primer viaje a las islas con los familiares...
Significó el comienzo de los frutos del proyecto. El alivio para padres que sobrevivieron a sus hijos. La certeza de que el trabajo no había sido en vano, que valió la pena. Nos falta la identificación de 10 humanos que no tienen un ser y tenemos que juntar el ser humano, al ser que no son cuerpos, son personas. Si en un año pudiéramos identificar a estos hombres que tienen nombre y no son NN ( no name), entonces podría decir que he cumplido mi misión. Sin dudas, la más importante de mi vida.
Señas particulares
Geoffrey Cardozo El británico que levantó el cementerio de Darwin para los caidos argentinos
Geoffrey Cardozo nació el 3 de marzo de 1950 en Francia. Madre francesa y padre británico. Asistió a las universidades de Zaragoza y Colonia antes de convertirse en soldado profesional. Sirvió en misiones de restauración de paz en Irlanda del Norte. En 1982, participó en la guerra de Malvinas. Se retiró en 2005 y trabajó 10 años para Veterans Aid, organización con sede en Londres que cuida a ex combatientes en crisis o con trastornos. Es vicepresidente de la Fundación Franco-británica en París, organización que atiende a 800 jóvenes con problemas mentales.
Después de casi 42 años, un ex combatiente de Malvinas recuperó las fotos que dejó en las islas cuando fue herido
El subteniente Jorge Pérez Grandi llevó una pequeña cámara a Malvinas. Malherido en su repliegue desde el monte Dos Hermanas, dejó abandonadas sus pertenencias. Un efectivo inglés, antes de regresar de la guerra, se llevó el rollo de fotos con él. A través de Agustín Vázquez, un santafesino que busca reliquias del conflicto de 1982, los negativos fueron devueltos. La vida en combate y el duro destino del británico que hizo el hallazgo
Por Hugo Martin || Infobae
Una
de las fotos que recuperó el subteniente Jorge Pérez Grandi. Está en la
zona del hipódromo de Puerto Argentino con las botas de goma inglesas
que encontró y usó en gran parte del conflicto
El 1 de mayo de 1982, el ejército británico atacó por primera vez Puerto Argentino. Ese día, el subteniente Jorge Pérez Grandi tomó
las últimas fotos que le quedaban en el rollo que había comenzado en el
continente. Luego guardó su cámara, una vieja Kodak Fiesta, y regresó a
su puesto de combate en el hipódromo. Recién pudo ver las imágenes que
tomó casi 42 años después.
Jorge
es cordobés, nació en Río Cuarto, pero se crió en un pueblo, Coronel
Moldes. Su padre era comerciante, no había militares en su familia.
Desde chico quiso lucir el uniforme del Ejército. Después de cumplir con
la conscripción, en 1979 ingresó al Colegio Militar en El
Palomar. El 2 de abril de 1982, cuando era cadete de cuarto año, los
reunieron en el patio y les informaron que Argentina había recuperado
las islas Malvinas. Cinco días después, adelantaron el egreso de su
promoción. Como subteniente, fue destinado a reforzar el Regimiento de Infantería 4 de Monte Caseros, en Corrientes. Muy pronto, lo que tanto deseaba se hizo realidad: fue enviado a Río Gallegos y, el 26 de abril, llegó a Malvinas.
Pérez Grandi, en el aeropuerto de Puerto Argentino, al llegar a las islas el 26 de abril de 1982
“Me
destinaron a la Compañía C y llegamos en avión a Puerto Argentino.
Recuerdo que viajamos sentados en el piso, como podíamos”, relata. Los
enviaron a Monte Wall, el punto más avanzado entre los cerros que rodean
Puerto Argentino y que fueron escenario de las batallas más cruentas de
la guerra. “Marchamos unos 15 kilómetros bajo la lluvia.
Llegamos mojados, casi de noche. Y nuestro jefe me ordenó que regresara a
Puerto Argentino, al mando de media sección, unos 15 soldados, para dar
seguridad en la zona del hipódromo, donde había un depósito de
proyectiles para los cañones Otto Melara. Nos instalamos en la
boletería. Estábamos ahí cuando nos agarró el ataque del 1 de mayo. Fue
una sorpresa, quedamos impactados al escuchar a los aviones y a nuestra
artillería antiaérea, que disparaba con todo”.
Cuando
amaneció y cesó el bombardeo al aeropuerto, Pérez Grandi tomó un Unimog
y le pidió a un soldado que manejara hasta la escena de la batalla. Con
él llevó su cámara y agotó el rollo: “Era una Kodak, de esas
chiquitas, de plástico gris y negro, de las que se ponía y sacaba el
rollo por una puertita que tenían detrás. La tenía desde el Colegio
Militar, y la llevé. Ahí saqué fotos, se ve una pared amarilla con las
esquirlas... En el hipódromo tenía otras, estoy con casco, fusil y unas botas de goma que le saqué a unos ingleses. Eran
de pesca, así que las corté a la altura de la rodilla. Me fueron útiles
más adelante, en la posición que tenía me protegieron del barro. Recién
me las saqué dos días antes de que me hirieran porque ya me pasaba el
frío, de tan extremo, y me puse borceguíes”.
Una foto que tomó luego de la llegada y estaba en el rollo que dejó en las islas cuando se replegó herido del monte Dos Hermanas
Una
semana después, le ordenaron regresar al Monte Wall con su sección. La
posición exacta de Pérez Grandi estaba en la punta del Wall, desde donde
se dominaba un valle. “Nuestras posiciones miraban hacia la costa. Por
las noches, una fragata se acercaba y comenzaba el bombardeo. Estábamos a
unos ocho kilómetros y veíamos los fogonazos; y por la mañana, cuando
se levantaba la bruma, los barcos. Recuerdo que el 15 o 16 de mayo
aparecieron dos aviones nuestros que los atacaron, y uno de ellos explotó en el aire”.
Sin embargo, hasta ese momento, las bombas no eran un problema para él y
sus hombres, ya que pasaban por encima de sus cabezas.
En
los últimos días en el Monte Wall, el teniente Martella se hizo cargo de
la sección. Darwin había caído, y les ordenaron retirarse hacia el
monte Dos Hermanas. “Sabíamos que los ingleses ya estaban camino a Puerto Argentino”,
explica. Con los bolsos de armamento, llevaron una oveja que habían
carneado. “A pesar de la orden del generalato de no matar ovejas, si
aparecía una yo ordenaba matarla para alimentarnos mejor. La comida escaseaba y no teníamos las suficientes calorías para pasar todo el día. Y el frío cada vez era peor”, añade.
Cuando
llegaron a la cima del Dos Hermanas, un Sea Harrier los atacó, pero no
alcanzó a ninguno. A la mañana siguiente, una tormenta de nieve cubrió
la zona. Era el 1 de junio. Desde su posición, Pérez Grandi podía ver a los ingleses acercándose. “Éramos la vanguardia de la defensa de Puerto Argentino. A mí me habían ordenado que mi posición era de sacrificio… de sacrificio hasta las últimas consecuencias”,
recuerda. Sobre el monte Dos Hermanas se formaba una especie de
planicie, explica Pérez Grandi. Allí cavaron pozos de zorro y
dispusieron una ametralladora MAG apuntando hacia el llamado “río de
Piedra”, que separa al Dos Hermanas del Monte Kent. De repente,
aparecieron dos helicópteros ingleses. Querían colocar piezas de
artillería. “Hicimos fuego reunido y levantaron las piezas y se
instalaron detrás del monte. Como consecuencia de ese ataque, me trajeron una ametralladora Browning, la que se usaba en la Segunda Guerra Mundial. Fue muy útil y la manejaba yo”.
Una imagen que tomó en el aeropuerto luego del ataque inglés del 1 de mayo de 1982
Los
combates se intensificaron. Les empezaron a disparar con un mortero.
“Justo un proyectil cayó dentro de la posición donde estaba la MAG. Pero
en ese momento yo había llamado a los soldados para repartirles
munición. Ellos se salvaron. A uno, al soldado Sosa, una esquirla lo
hirió cerca de la columna. Lo evacuaron a Puerto Argentino y lo mandaron
de vuelta. Pero la MAG quedó fuera de combate. Al principio, te
digo la verdad, quedé impactado. Fueron 10 o 15 segundos de quedar medio
inmovilizado y ahí nomás cambias el chip y te das cuenta de que estás
combatiendo. Y aparte, en mi caso, tenés que asumir la responsabilidad de ser jefe de una sección, que
tenés suboficiales y soldados a cargo tuyo. Y peleás. Pero nos quedó
solo la Browning, y ahí estuvimos hasta la noche, cuando nos atacó el
Batallón de Comandos 45 de la Marina Real”.
Ya
era el 11 de junio. Contrariamente a lo esperado por los ingleses, que
pensaron que encontrarían a los argentinos durmiendo, la sorpresa fue
para ellos. Pérez Grandi recuerda todo como si hubiera sucedido ayer:
“Me adelanté hacia una roca y arrojamos una bengala. Ellos se dieron
cuenta de que habíamos detectado su avance. Les disparamos con un
lanzacohetes y salieron corriendo como seis o siete ingleses. Habrán
sido media hora o 40 minutos de combate. Yo estaba cuerpo a tierra y las
municiones trazantes me pasaban a dos metros de la cabeza. Esa noche murió el cabo Gómez combatiendo,
era el jefe del tercer grupo de tiradores de mi sección. Y tuve que
dejar en el lugar al soldado herido en la espalda, era arriesgado
trasladarlo porque para eso necesitaba dos o tres soldados y podían
caer. Además, ya sabíamos que los británicos trataban bien a los heridos argentinos”.
Otra escena que captó con su pequeña cámara Kodak y es fiel reflejo de los destrozos del ataque inglés al aeropuerto
En
una guerra, el coraje es una condición necesaria, pero no suficiente.
La enorme superioridad de armamento de los ingleses se impuso a la
determinación de Pérez Grandi y sus soldados de defender el monte Dos
Hermanas. La Browning se trabó, ya no tenían municiones, y tomó la
decisión de replegarse. “Cuando estábamos reagrupándonos me encontré con
unl teniente y le dije que se llevara a mi gente, que me quedaba a
cubrir el repliegue, porque nos seguían bombardeando. En ese momento,
cuando estaba al pie del monte, explotó un proyectil de mortero a cinco
metros mío. Ordené cuerpo a tierra, y cuando caí, sentí un ardor en las
dos piernas, en la planta de los pies. Cuando pasó, ordené ‘carrera
marcha…’ de ahí, y al intentar ponerme de pie, el brazo no me ayudó, y
la pierna derecha se me fue para un costado. Sentí un dolor terrible. Tuve triple fractura expuesta en la pierna derecha, con pérdida de carne, fractura de peroné en la izquierda y en el brazo derecho quebradura expuesta de cúbito y pérdida ósea”.
Ensangrentado y “creyendo que mis horas estaban contadas”, Pérez Grandi ordenó el repliegue a Puerto Argentino de sus hombres. Pero uno de ellos, el soldado Barroso, se acercó y le dijo “no, mi subteniente, me quedo a morir con usted”.
Las palabras del veterano se cortan por la emoción: “Tuvimos un
intercambio de malas palabras, que no voy a pronunciar ahora. Pero se
quedó. Fue hasta un jeep Unimog que estaba destruido y rescató un bolsón
porta equipo. Desparramó ropa arriba mío, porque yo sentía frío,
lloviznaba, y me dio para tomar un poquito de whisky, porque el último
día habíamos recibido unas raciones, y como yo ni fumaba ni tomaba, al
whisky se lo daba a los soldados… Llegó un momento en que empecé a sentir como que ya me iba de este mundo”.
Una
foto que sacó en Malvinas a poco de llegar. De las islas eran apenas
cinco o seis fotos de un rollo del que fueron recuperadas 22 imágenes,
la mayoría de ellas tomadas en el continente antes de viajar
Pérez
Grandi, asistido por Barroso, estuvo una hora y media tirado en el
campo de batalla. Pero sus hombres regresaron por él. El entonces
subteniente cuenta que un cabo, Nicolás Urbieta, “regresó con otros
soldados. Con fusiles y una manta hicieron una especie de camilla y me subieron. Fue un parto, yo sentía unos dolores terribles y cada diez metros tenían que parar”.
Ya
era la madrugada del 12 de junio, y faltaban unas horas para que
saliera el sol. Llegaron hasta las proximidades de Puerto Argentino,
donde había un grupo de artillería, lo subieron a un Unimog y lo
llevaron al hospital. “Me pusieron en un salón grande, junto a varios
heridos. Me cortaron todo el uniforme y me sacaron los borceguíes.
Barroso seguía a mi lado. Le di mi documento y le dije ‘entregáselo a mi viejo y decile que lo quiero mucho’”.
Pérez Grandi junto a otro oficial en Malvinas
Media
hora después, lo llevaron a la sala de cirugía. Pasaron casi 42 años y
esa imagen sigue como un sello en su cabeza: “Había sangre por todos
lados. Me pusieron arriba de la mesa de operaciones y le dije al médico ‘por favor no me corte la pierna’.
Es lo último que recuerdo de Malvinas. Cuando me desperté, estaba en la
terapia intensiva de un hospital de Río Gallegos. Me dijeron que salí
con el último Hércules”.
En la capital de Santa Cruz estuvo dos días más y voló a Buenos Aires. El cuadro de Pérez Grandi era de gravedad. Lo
llevaron de inmediato a la terapia intensiva del Hospital Militar.
Tenía las dos piernas y el brazo derecho enyesados. “El coronel Moore,
el jefe de traumatología, me sacó una placa para ver todo. Y descubrió
que tenía gangrena en el muslo de la pierna izquierda. De
urgencia me llevaron a la sala de operaciones. Me limpiaron y sacaron
parte del muslo, con dos cortes un poquito arriba de la cadera para
impedir que la gangrena avanzara”.
Ian Kendrick, el inglés que encontró el rollo y lo tuvo en su poder 40 años
Lo
derivaron al Hospital Muñiz, que tenía una cámara hiperbárica. Su
memoria es vívida: “La máquina era inglesa y estaba fuera de servicio,
pero la reactivaron por mi caso. Después me enteré de que me ponían ahí
para combatir la gangrena con mucho oxígeno. Y por la mañana y la tarde
me hacían curaciones con azúcar en la zona. Lo peor era que las vendas
se pegaban. Fueron diez días espantosos. Pero fui saliendo… recuerdo a
todos los médicos y enfermeros del Muñiz. Con el tiempo me hicieron un injerto óseo en el cúbito del brazo derecho, que me quedó un poco más débil que el otro…”.
Hoy, Pérez Grandi, a los 64 años, tiene las secuelas de la guerra a flor de piel. En solo dos de los dedos de su mano derecha tiene sensibilidad,
en el resto, nada. Después de su recuperación, que demandó en total un
año, lo destinaron al Regimiento de Patricios. “Yo quería ser un oficial
de tropa, y veía que no iba a poder. Así que me puse a estudiar Derecho
y pedí el retiro como Teniente”. Se recibió de abogado y más adelante
hizo un máster de Derecho Intelectual en Chicago, Estados Unidos. Se
casó, se divorció, tuvo una hija en Estados Unidos y dice que,
aún hoy, Malvinas lo persigue: “Mi madre murió un 14 de junio, el día
que terminó la batalla. Y mi hija nació un 10 de junio, el día del
reclamo de nuestra soberanía en las islas. Eran las 11.58 y le pedí al
obstetra peruano si podía nacer antes del 11. Y dijo que sí. A mi hija le pusimos María Paz”.
Kendrick,
el primero desde la derecha, en Puerto Argentino con compañeros de
armas. La casa donde halló el rollo con las fotos de Pérez Grandi
aparece a sus espaldas
Lo que quedó en Malvinas
Cuando
Pérez Grandi se replegó del monte Dos Hermanas con su sección, dejó el
bolso con sus pertenencias. Entre ellas, la cámara de fotos. Años más
tarde, por medio de un oficial inglés, se enteró de que los gurkhas se
habían encargado de la limpieza del campo de batalla. “Todas nuestras cosas personales las dejaron en un galpón grande. Por supuesto, cada uno se llevó un souvenir”.
No
se llevaron todo. Hace diez años tuvo una sorpresa. “El cabo Urbieta y
otros soldados fueron a Malvinas y recorrieron nuestras posiciones. Y encontraron un cepillo de uñas que era mío.
¿Sabes cuál fue su importancia? En los últimos días estábamos todos
sucios, embarrados. Ni enmascaramiento necesitábamos. Ya habíamos
perdido los guantes… Entonces yo calentaba agua, agarraba una media mía y
pasaba, posición por posición, para que lavaran las manos y las uñas
con ese cepillo. Cuando me lo trajeron, sentí una gran emoción…”.
Kendrick hoy, en un hospital de Australia, donde le amputaron una pierna, con una camiseta de la selección Argentina
Pero las fotos tardaron más. Y en su recuperación tuvo mucho que ver Agustín Vázquez,
un santafesino que desde hace años investiga Malvinas y contacta a
veteranos o coleccionistas ingleses que poseen elementos que pertenecían
a argentinos. Es una tarea paciente y que da resultados de tanto en
tanto. Pero cuándo alguna sale bien, sabe que el esfuerzo paga en
emoción.
A través suyo, el soldado Oscar Bauchi recuperó una carta
que escribió desde las islas, que nunca envió y fue llevada a
Inglaterra, subastada y adquirida por un coleccionista británico. Y
otro, Jorge “Beto” Altieri,
que en 2019 se había reencontrado con su casco, pudo volver a tener en
sus manos el diario donde dejaba por escrito su día a día en la guerra.
Agustín
Vázquez, incansable buscador de tesoros de Malvinas, ya fue
intermediario de varios hallazgos que regresaron a sus dueños. Aquí, con
Jorge Pérez Grandi en diciembre de 2023, el día que le devolvió las
fotos y los negativos
Esta vez, cuenta Vázquez, “Jorge dejó su equipo en la montaña, lo llevaron y alguien tiró el rollo solo, sin la cámara. Ahí, en un pozo en una casa de la calle Philomel lo encontró un inglés, Ian Kendrick. Se lo llevó a Inglaterra, lo reveló y quedó 40 años en su poder”.
Kendrick
formaba parte del Ejército Británico, era Lance Corporal del Royal Corp
of Transport 52. Durante la guerra estuvo a bordo del buque Sir
Geraint. En total, estuvo en Malvinas cinco meses y medio, ya que
permaneció en forma voluntaria luego del 14 de junio, fecha en que cesó
el combate. Por su rol en el conflicto, recibió un diploma por parte de
la Reina Isabel, que enmarcó con orgullo. En las consideraciones señala
que “siempre se destacó por su alegría y su capacidad para animar a los
demás. Tenía un sentido del humor contagioso y a menudo era una fuente
de inspiración para los que le rodeaban durante los largos, agotadores y
a menudo aterradores días en las aguas del estrecho de San Carlos”.
Hoy Kendrick vive en Australia y tiene una enfermedad renal. Hace
diálisis y poco tiempo atrás le tuvieron que amputar una pierna. Desde
la cama de un hospital le envió una fotografía a Agustín luciendo la camiseta argentina de Messi que él le envió. Y con una sonrisa.
La
emoción de Jorge Pérez Grandi al ver por primera vez algunas imágenes
hace 20 días. Otras ya las había recuperado hace dos años
El
siguiente paso fue dado por otro veterano inglés que conocía a Vázquez,
y le comentó que Kendrick tenía esas imágenes en su poder. “Como estoy
en contacto con veteranos, lo contacté, hablamos y me envió unas pocas
fotos. Se las mostré a varios veteranos argentinos y Marcelo Llambías,
se reconoció en una y me dijo que podían ser de Jorge. Lo llamé y
efectivamente, eran suyas”. Esto sucedió hace un par de años. Ahora, en
diciembre de 2023, cuando Agustín tuvo la totalidad de los 22 negativos
que resistieron el paso del tiempo en su poder, se reunió con Pérez Grandi y su hermano Adrián en Santa Fe, y se los entregó. Una vez más, Vázquez ayudó a cerrar un círculo.
Jorge
Pérez Grandi reconoce que no es demasiado demostrativo. Pero aunque
recién en los últimos tiempos pudo volver a hablar de su experiencia en
Malvinas, agradece el reencuentro con las fotos. “Yo no quería estar
todo el tiempo en 1982. Trato de guardarme las cosas adentro. Pero tengo
que volver siempre, porque cuando me levanto y me quiero abrochar el
pantalón tengo problemas para hacerlo o dolor en las piernas. Y es por
Malvinas, ¿entiendes? Estas imágenes son algo muy especial, porque cierran algunas cosas de mi vivencia en las islas. Pero más allá de eso, hoy lo que agradezco es estar vivo y ver el sol cada día”. Pero tiene un sueño: regresar alguna vez al monte Dos Hermanas.
A su posición. Llevar a su hija y a su hermano (“mi primer fan”,
aclara), y contarles, en el campo de batalla, lo que hizo en la guerra.