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jueves, 16 de junio de 2016

Mayor Maiorano: El defensor antiaéreo de Puerto Argentino

La historia del héroe rosarino que lideró la defensa antiaérea de Puerto Argentino
La Capital

Hugo Maiorano tiene hoy 74 años y recuerda el conflicto bélico 34 años después. Valora la camaradería de sus hombres y admite que nunca se planteó regresar a las islas Malvinas.



Reflexivo. Maiorano comandó un grupo de 62 personas, todos regresaron con vida del conflicto.

Una tarde de 1959 Hugo fue al cine Radar a ver una película de acción. Tenía 17 años, terminaba el secundario en el Nacional 1 y su padre soñaba que comenzara una carrera universitaria. Pero él sabía que, como empleado de comercio, su papá no iba a poder costear la educación superior de tres hijos y, tal vez por eso, esa misma tarde comenzó a delinear otro futuro. Cuando terminó la película, dos oficiales de la Fuerza Aérea hablaron al público y ofrecieron, a quien quisiera, formarse en la Escuela de Aviación Militar de Córdoba de manera gratuita. En 1982, con 40 años, Hugo ya era el Mayor Maiorano, especialista en "defensa antiaérea". Cuando se tomaron las islas Malvinas, una unidad a su cargo fue asignada a ese territorio. "Usted se queda, Maiorano", le dijeron sus superiores. Pero el 5 de abril él estaba en Puerto Argentino, en la costa este de la isla Soledad, organizando la defensa por pedido propio.

"Eramos un grupo de gente que trataba de sobrevivir. No estaba el hombre riguroso que daba las órdenes a los soldados. Tratábamos de alentarnos unos a otros y taparnos el miedo. Porque el miedo existe. El que diga que no lo tuvo está mintiendo", recuerda Hugo, quien tras la guerra estuvo prisionero de los ingleses por un mes y ahora, con 74 años, dice no haberse planteado nunca regresar a Malvinas. "Para mí es un recuerdo doloroso".

El 2 de abril de 1982 —casi 150 años después de la ocupación británica de 1833— las fuerzas militares argentinas desembarcaron en las islas Malvinas. Poco tiempo antes Hugo Maiorano había sido asignado a la base aérea de Mar del Plata y allí le dijeron que una de las tres unidades a su cargo iría a Puerto Argentino (o Stanley, según la denominación británica), el principal puerto y la única ciudad de las islas Malvinas. En ese lugar había una pista de aterrizaje de mil metros de largo, un hangar y una torre de control. Era el único medio de contacto con el continente que serviría para la evacuación de heridos y el aprovisionamiento de alimentos y medios logísticos. Su misión era defenderlo.

"Los 62 hombres que integraban ese grupo que yo conducía volvieron vivos". Ese es uno de los mayores orgullos del Maiorano que volvió de la guerra. El mismo que, cuando el 14 de junio de 1982 las fuerzas argentinas capitularon ante las tropas inglesas, quedó detenido por el ejército inglés junto a otros oficiales. Y el que se sintió abandonado por el gobierno argentino —la dictadura cívico-militar que en ese momento estaba en manos de Leopoldo Fortunato Galtieri, Basilio Arturo Ignacio Lami Dozo y Jorge Isaac Anaya— que decidió no formalizar la rendición ni negociar la repatriación de los presos. "Estaban especulando con los prisioneros de guerra. No se preocuparon en lo más mínimo por irnos a buscar", dijo.

El primer ataque que sufrió la unidad dirigida por Maiorano fue el 1º de mayo de 1982. "Primero nos bombardearon dos aviones Vulcan que descargaron 21 bombas de 500 kilos. Les podríamos haber tirado, pero teníamos miedo de que fuera un avión propio", recordó. El objetivo del ataque había sido destruir la pista de aterrizaje en manos de Argentina, pero no lo consiguieron. "A las 8 vinieron con aviones Harrier, que son más chicos. Ahí nos dimos el festejo, porque nuestra capacidad era para aviones que atacan a baja altura".

Entre las bombas. Las diez semanas que transcurrieron desde el desembarco de la unidad hasta el regreso de los soldados tras el cese de hostilidades se sucedieron entre bombardeos, guarecidos en refugios subterráneos que elaboraron durante los primeros días en la isla. "La cosa se ponía cada vez peor. Teníamos mucha desventaja. Ellos tenían misiles y nosotros cañones. Además contaban con misiles antirradares, que localizaban los radares con los que nosotros pretendíamos rastrearlos a ellos y los hacían volar. Con su tecnología veían tanto de día como de noche con anteojos de visión nocturna. Nosotros teníamos uno cada 20 personas", detalló Maiorano. "El 14 de junio a mí me dijeron que se había terminado la guerra y, la verdad, estaba un poquito contento de que se hubiera acabado todo", confesó.

Pero ese no sería el fin de su estadía en Malvinas. Pasó otro mes hasta que se reunió con su mujer y sus tres hijas. "Se dieron cuenta de que yo era un cuadro y no me dejaron subir al barco que devolvía a los soldados al continente. Me llevaron hasta un frigorífico abandonado donde me reencontré con algunos compañeros", entre ellos el capitán Ugarte, a quien Maiorano había enviado tiempo atrás en una misión y, como nunca había regresado, lo dieron por muerto: había sido capturado por los ingleses. "Es muy fuerte enfrentarte a una emoción así", admitió.

Tras Malvinas, volvió a Rosario y fue subdirector del Liceo Aeronáutico Militar por seis años. Luego se desempeñó como agregado aeronáutico en Washington, fue jefe de la base aérea militar de Mar del Plata y, ya jubilado, se hizo cargo de la obra social de la Fuerza Aérea en Rosario.

En los 34 años que lo separan de Malvinas, nunca se planteó volver. "Hay muchos que lo hicieron. Yo no quiero. Tengo un mal recuerdo de lo que viví. Uno doloroso", admitió.

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