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lunes, 27 de abril de 2015

Soldados, "torturas" y depresión

El 58% de los excombatientes sufre de depresión, uno de cada 10 ha tenido pensamientos suicidas
Heridas abiertas de la guerra de las Malvinas
Un grupo de excombatientes de las Malvinas denunció a militares por torturar soldados durante la guerra. Pidieron que fueran sentenciados por crímenes de lesa humanidad.
Por: El Espectador





Hace unos días, la Corte Suprema argentina rechazó la solicitud de que lo militares fueran sentenciados por crímenes de lesa humanidad. El cronista y excombatiente Roberto Herrscher explicó a la revista Anfibia por qué estos crímenes no deberían prescribir.

“Sí, soy un excombatiente de la guerra de las Malvinas. Pero no, no es esa la razón por la que estoy indignado. La Corte Suprema de nuestro país le da la espalda al grito de justicia de los veteranos de La Plata. Y en este pedido de justicia por las torturas cometidas contra soldados por sus jefes en Malvinas, aun los que no habían nacido en 1982 deberían sentir como propia la causa de esos chicos de los pozos de zorro en los montes alrededor de Puerto Argentino que, cuando llegaron las tropas británicas, ya estaban quebrados”.

Roberto Herrscher dice además que el caso presentado por los integrantes de la asociación de veteranos, CECIM de La Plata, tiene que generar reflexión en todos los ciudadanos argentinos. Primero, porque los aproximadamente 10.000 soldados que fueron enviados a pelear a las Malvinas no tenían oportunidad de ganar contra el ejército británico, pues la operación fue sumamente mal planeada. Los ingleses se habían preparado para pelear en sus incontables guerras contra ejércitos diversos, además estaban armados y vestidos para combatir bajo las inclemencias del frío intenso.

Testimonios que han quedado plasmados en documentales y reportajes como Los chicos de la guerra de Daniel Kon e Iluminados por el fuego de Edgardo Esteban, se evidencia que los soldados eran maltratados por sus jefes. Herrscher, por ejemplo, nunca había tenido un fusil en sus manos, cuando llegó a las Malvinas le entregaron uno y le dijeron que no podía gastar munición practicando, tampoco le explicaron cómo debía cuidarlo. Su fusil se encasquetó con el agua de mar y nunca funcionó. Posiblemente si se hubiera tenido que defender con él, habría perdido la vida.

Los británicos tenían gafas de visión nocturna y fusiles con miras infrarrojas. Los argentinos tenían hambre, agotamiento, estaban metidos en pozos inundados y no veían nada. Los mandaron a pelear como con vendas en los ojos. Sin embargo, la denuncia que llegó a la Corte Suprema no fue por la falta de preparación y la desigualdad con la que evidentemente peleaban los jóvenes soldados argentinos. Fue por las torturas, los tratos humillantes y degradantes a que fueron sometidos por sus propios superiores.

El CECIM pedía que un grupo de oficiales y suboficiales fueran sentenciados por crímenes de lesa humanidad. Los oficiales y suboficiales acusados no se defendieron negando las acusaciones, solo dijeron que esos delitos ya habían prescrito. Los abogados de la asociación de veteranos respondieron que los delitos no podían prescribir porque eran hechos de lesa humanidad, iguales a las violaciones a los derechos humanos cometidos durante la dictadura. El caso se enredó cuando se dijo que los soldados por ser militares estaban en una situación distinta, no obstante ellos realmente eran civiles que fueron obligados a vestir uniforme para defender a su país en esa guerra.

“Para limitarse solo al caso más frecuente: atar de pies y manos a un muchacho debilitado por el hambre y el frío, sujetando sus ataduras a estacas clavadas en el piso, dejarlo así acostado sobre el fango helado durante horas, inmovilizado y sin ninguna protección contra el clima inhóspito del Atlántico Sur, hasta que estuviera al borde de la muerte por enfriamiento, para así, con el pretexto de castigarlo, intimidar a él y al resto de la tropa es en sí una forma de maltrato incuestionablemente cruel, brutalmente inhumano e intencionadamente degradante; una de las formas de maltrato, en fin, para las que reservamos el término ‘tortura’”. Esas fueron las palabras del procurador Luis Santiago González Warcalde, cuando defendió la teoría de que eran crímenes de lesa humanidad ante la Corte, y que por esa razón no podían prescribir.

Herrscher dice que tuvo suerte de que sus superiores lo trataran a él y a sus compañeros con mucha humanidad, pero sostiene que no puede asumirse que el tratamiento a los soldados es una suerte de lotería, algunas veces bien y otras con mal. Algunos de los veteranos interesados desde hacía mucho tiempo en interponer la denuncia tenían dudas de hacerlo porque consideraban que podría ser visto como deshonroso acusar a héroes de la patria, personas que inclusive murieron defendiendo el país. Sin embargo si Argentina ahora está bajo una democracia le corresponde actuar como tal y dar una lección sobre el sufrimiento soportado por sus soldados.

Tal vez Malvinas siempre fue lo que se vio en el momento de la transición a la democracia: el último, el peor, el más significativo crimen de una dictadura atroz. Después se conoció cómo trataron a los enemigos a los soldados del ejército contrario que cayeron en manos de oficiales y suboficiales argentinos. Pero no se podía esperar otra cosa, cuando sus propios hombres fueron víctimas de torturas y maltratos.

Los excombatientes quedaron profundamente decepcionados de lo que pasó en las Malvinas, de lo que fue como experiencia personal y nacional, pero hoy 33 años después también experimentan la profunda decepción que les causó el fallo de la Corte Suprema, que les dice en nueve líneas que esos delitos están prescritos y que ya nada se puede hacer, que fue en el marco de un conflicto en el que ellos también eran combatientes. ¿Pero entonces quién le responde a los veteranos que pelearon una guerra perdida a la que los mandó con ojos vendados la dictadura? Según un estudio oficial realizado en 2012, el 58 por ciento de los exsoldados sufre de depresión y tres de cada 10 reconoce haber tenido pensamientos suicidas.

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