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jueves, 26 de junio de 2014

Un viaje emotivo por las Malvinas bajo ocupación

Un viaje al corazón de Malvinas
El camarógrafo y editor Bernardo Boucho viajó en 2013 a las Islas Malvinas para vivir una experiencia inolvidable. Lo hizo. Y elaboró un video para tratar de transmitir lo que se siente al recorrer las islas.

Por: Redacción 0223
por Bernardo Boucho, camarógrafo y editor




"Vimos rendirse a los ingleses". Abril de 1982. Así tituló su portada la revista gente. Marta, embarazada, cerca de dar a luz, por esas vueltas de la vida, está en Río GrandeTierra del Fuego. La ciudad vivía la guerra: los simulacros eran una constante en el día a día. Marta aprovechó la oportunidad de venirse a Mar del Plata, donde vivían sus padres. El 5 de junio de 1982 tuvo a su hijo. Me tuvo a mí.
-Viajo a Malvinas, ¿vamos?
Mayo de 2013. Guille, mi hermano, está del otro lado del teléfono con la propuesta. Nací interesado por la guerra, crecí intrigado por las historias y las imágenes que motivaban mi deseo de conocer las islas. Lloré. Era imposible no hacerlo. Por todo lo que representaba para mí, y para mi viejo que se quedó en Río Grande durante la guerra.
“Vos estás loco. Por esa guita me voy a Europa…”. Escuché esa frase y parecidas. Ni me gasté en explicarles. Ojo, también hubo quienes celebraron mi decisión. Uno de ellos fue Pablo Levingston, un amigo que me felicitó tantas veces que el 8 de noviembre se subió al colectivo que nos llevó a Buenos Aires. Y se sumó a esta experiencia inolvidable.
El 9 de noviembre salimos desde Río Gallegos. Allí nos encontramos a los primeros veteranos de guerra de Rosario y Córdoba. Intentaron graficar con anécdotas y recuerdos las sensaciones que tenían de palpitar el regreso al lugar donde transcurrieron los días más inolvidables de sus vidas. Era imposible describirlas. Es imposible describir lo que se siente.
El avión de Lan Chile nos recibió con miradas heladas. Ingleseskelperschilenos, todos atentos a los argentinos que abordaban el avión. Desde que subí a la nave tenía en claro que no quería perderme ningún detalle. Grabar absolutamente todo y con las mejores tomas. Era mi objetivo. Pero apenas puse un pie en Malvinas el objetivo se desenfocó. Lágrimas. ¿Y el encuadre de la cámara? Ni idea.
Frío. Mucho frío. También sol. Mi hermano se dio vuelta y me abrazó. Agarramos los bolsos y nos pusimos en la fila para ingresar oficialmente a las Islas Malvinas.
-¡Next! – gritó un barbudo con cara de pocos amigos.
-¿Profesión?
-Camarero
-¿Motivo de la visita?
-Las aves.
La gente con la que hablé antes del viaje me recomendó que no dijera que era periodista, ni camarógrafo. Me habían advertido que a muchos les pedían las cámaras al llegar y les borraban los archivos. Mi mentira piadosa no le hacía mal a nadie.
¡Pum! Pasaporte sellado. En una Land Rover salimos de la base militar Mount Pleasant y ahí, más tranquilo, saqué mi cámara y retomé la grabación. Llegamos a Lafone House, una pintoresca casa, típicamente inglesa, con una dueña amable y de buen humor. No todos nos recibieron así. En Globe Tavern una mujer bastante borracha se me acercó a decirme que no filme. “Don’t do that”, me dijo. Le hice caso y me tomé una cerveza. Así cerré mi primer día en las islas.
***
El Poppy Day o día del recuerdo se celebra todos los 11 de noviembre. Se homenajea a aquellos que lucharon –y todavía luchan- por Inglaterra en distintas guerras. Nigel Robert Haywood, gobernador de las islas, encabezaba el acto junto a excombatientes, militares y civiles. Ahí nadie me impidió que grabe.
-¡Fuck the Falklands!
Caminábamos por la ciudad con Guille, mi hermano; Pablo, mi amigo, y un grupo de “viejos” que conocimos en el viaje, Miguel Gigantino, Miguel Fernández y Walter Massi, cuando escuchamos ese grito. Nos sorprendimos y nos acercamos. Era un grupo de escoses que llegaron para pintar la base militar y ese día disfrutaban de una jornada libre. Nos hicieron saber su odio hacia Inglaterra, los ingleses, los kelpers y las islas Malvinas. Todo les causaba rechazo. Pero algo nos unió: “Diego, Diego, Diego Maradona…”, cantaban todos juntos. Sí, se me puso la piel de pollo.
Todos juntos seguimos caminando y pasamos por la casa del gobernador. Le dejamos un recuerdo. Eso no está grabado, no pregunten…
***
La Pingüinera era la excursión recomendada. Pero decidimos evitarla. Ya todos saben que las aves, en realidad, no me interesaban en lo más mínimo. Queríamos conocer a fondo los lugares sobre los que habíamos leído, visto fotos o escuchado anécdotas. Y hacia allí fuimos: Wireless Ridge, lugar de la última batalla.
Un viento intratable y un sol tenue nos acompañaron en la caminata hasta nuestro primer contacto con las huellas de la guerra. Los cráteres que dejaban los morteros se hundían en el piso árido. Un arma antiaérea totalmente recubierta por óxido marca el paso del tiempo. Muy cerca, un cañón apunta en soledad al monte Dos Hermanas. Nos sentamos a mirar todo e imaginar cómo vivieron los héroes aquellos días. Distinguimos unas rocas y hacia allá fuimos. Caminamos alrededor de media hora, esquivando los cráteres que dejó el bombardeo naval inglés. Llegamos hasta La Morocha, la cocina de campaña que utilizaban los soldados. Todavía hay restos que hielan la piel: latas de gaseosa y zapatillas Flecha con las suelas intactas, al lado de algunos borceguíes.
Cuando decidimos emprender la caminata de regreso se largó una lluvia helada, fina, acompañada por ráfagas de viento que, por suerte, nos empujaban hacia nuestro regreso. Con las capas de lluvia colocadas, caminamos cerca de 14 kilómetros hasta Puerto Argentino. Ninguno dijo una palabra. No había nada para decir.
***
Sabíamos que este día sería el más emotivo. ¿El destino? El cementerio de Darwin. Nos subimos otra vez a la Land Rover y hacia allá fuimos. Antes de llegar, pasamos por los campos minados que persisten. Los carteles alertan no cruzar el alambrado. Aún conviven con la guerra.
La camioneta siguió su camino, lomita, curva a la derecha y ahí estaban: más 200 cruces y una más grande en el centro. Casi como en una película, las nubes grises taparon enseguida el sol y comenzó una leve llovizna. Sacamos el celular y en medio del sonido de la lluvia irrumpió el himno. Cantamos. Lloramos. Frente a nosotros estaban las tumbas, algunas con los nombres de los caídos. En otras, apenas una inscripción: “Soldado argentino solo conocido por Dios”.
“¡Por los caídos en Malvinas, presentes, presentes!”, gritamos. Y con esa emoción nos fuimos a Ganso Verde, los galpones que se usaban para alojar a los prisioneros de guerra. La lluvia contra la chapa era lo único que se escuchaba. El olor a oveja, lo único que se sentía en ese lugar vacío, pero lleno de recuerdos.
Toda esa calma y emoción son imposibles de manejar para una persona ansiosa como yo. Necesitaba moverme. Me subí a una bici y salí sin rumbo. Las ruedas desinfladas no me dejaron llegar muy lejos. Paré en seco a un inglés que venía embalado y subiendo la loma con esfuerzo. Se bajó y me ayudó a inflar la bici. Seguí camino por Puerto Argentino. Solo y feliz.
Ya acompañado volví a subirme a la bicicleta. No es fácil usar ese transporte, tiene varios problemas: se circula por la mano contraria porque los ingleses manejan a la derecha; siempre hay viento y el camino tiene muchos desniveles y, por si fuera poco, ¡el freno derecho frena la rueda delantera! Estuve varias veces cerca de clavarme de cabeza contra el piso. Otra vez, la buena onda de la gente nos ayudó: un inglés nos hizo de “mecánico” para levantar el asiento de la bici. Con todo listo, nos dirigimos a Sapper Hill. El camino fue difícil: empedrado y en subida. Pero llegamos sin chistar.
-¡Mirá estoooo! –gritó Pablo, a unos 20 metros de donde yo estaba.
Me acerqué y me encontré con una montaña inmensa de telas, latas y restos de todo tipo que siguen estoicos allí.
***
La cena grupal fue el aviso de que el viaje estaba por terminar. Nos quedaba poco tiempo en la isla. Apenas una vuelta más para despedirnos. El 16 de noviembre nos volvimos a Río Gallegos. Ya pasaron varios meses de aquella experiencia. Y esto que leen y que ven es lo que siento; o lo que puedo contar de lo que siento, que no es lo mismo. No compartí ninguna foto en redes sociales y prácticamente no hablé con nadie del viaje. “Para entender un poco hay que estar ahí”, les repetí a todos.
Mi respeto a todos los héroes que lucharon para defender a la patria. Mi admiración para los que hoy en día siguen en pie manteniendo la lucha. Las Malvinas son y serán argentinas.

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