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domingo, 2 de febrero de 2014

Gamba: "Si no se hubiese nada en 1982, se hubiesen perdido para siempre las islas"

Entrevista con Virgina Gamba
"Mientras el tema Malvinas siga siendo una llaga abierta, será peligroso"
Coautora del libro Señales de guerra, que acaba de reeditarse, esta experta en defensa afirma que en 1982 "se podría haber tomado otra decisión", pero sostiene que si no se hubiera hecho nada "había un riesgo grande de perder las islas para siempre"; además, cree que hoy hay "madurez" suficiente como para negociar la soberanía con Gran Bretaña
 
Por Ricardo Carpena | LA NACION 

 
Foto: LA NACION / SANTIAGO FILIPUZZI 
Por más que dentro de muy pocas semana se cumplan 30 años de la Guerra de las Malvinas, sigue siendo difícil hablar de las islas, del conflicto bélico, de cómo salir de ese interminable escenario de posguerra donde, a lo largo de las décadas, los gobiernos y las políticas de cada uno fueron cambiando para que nada, en definitiva, se modifique en serio. 

Y los que hablan, en general, se quedan atrincherados en sus rígidas posturas. En un rincón, los que toman a las islas Malvinas como un estandarte de la nacionalidad, una causa patriótica sin descanso, más aún luego de la sangre argentina derramada en 1982. En el otro, los que creen que se trata sólo de un archipiélago por el que, más allá de la historia, no vale la pena desvivirse y que se presta a caer en un burdo chauvinismo. 

"Mientras Malvinas continúe siendo una llaga abierta, va a ser potencialmente peligrosa, tanto para Gran Bretaña como para la Argentina, y no por ningún tipo de acción militar sino porque domésticamente bloquea la gestión gubernamental tocar este tema, sea en Londres o acá. Los dos gobiernos tendrían que salir de esta historia. Este es un momento de regionalismo en donde lo que no se puede aguantar, ante el desafío de la paz y la seguridad global, es una crisis insospechada que desestabilice una economía más", afirma Virginia Gamba, una de las expertas que habla sobre el tema. 

Y lo hace con la autoridad que le dan su condición de especialista en estudios estratégicos de la Universidad de Gales, estudiosa del conflicto bélico de las Malvinas y autora de varios libros sobre el enfrentamiento de 1982, 

uno de los cuales, Señales de guerra , escrito con el historiador inglés Lawrence Freedman entre 1987 y 1988, publicado en nuestro país en 1992 y que en estos días reeditará El Ateneo. Considerada por algunos como un clásico, la obra de Gamba y Freedman analiza e interpreta los hechos y los mensajes que llevaron a la escalada diplomático-militar de diciembre de 1981 a junio de 1982. 

En Señales de guerra no hay acusaciones ni ánimo de dirimir la cuestión de la soberanía, sino una mirada sobre el tema que, como sostiene Gamba en el prólogo a la nueva edición, "quizá ayude a que una nueva generación de argentinos entienda el porqué de las guerras y lo fácil que es la escalada bélica cuando las partes de un conflicto insisten en ignorarse y no se abocan a la búsqueda de una resolución pacífica". 

Casada, con una hija, Gamba nació en el partido de San Martín, provincia de Buenos Aires, pasó su infancia en Bolivia y Perú, y estudió en Inglaterra. Sólo ocho años de su vida, en realidad, vivió en la Argentina. Trabajó en el país como periodista, en 1982, durante la Guerra de las Malvinas, y luego, entre 1983 y 1987, como profesora de estrategia en las escuelas de guerra de las Fuerzas Armadas y de la Gendarmería. 

Se desempeñó como profesora titular de la cátedra de Estudios de Seguridad Latinoamericana del King's College London hasta 1991, cuando asumió como responsable de área sobre desmilitarización, desmovilización y control de armas en la Fundación MacArthur, de Chicago. También fue directora del Programa de Paz y Resolución de Conflictos del Instituto de Estudios del Desarme, de las Naciones Unidas en Ginebra. Invitada por el gobierno de Nelson Mandela, dirigió el programa de seguridad pública y control de armas ilegales de Sudáfrica. Profesora de seguridad pública de Interpol en Lyon, también capacitó a todas las oficinas regionales de esa organización en Africa y diseñó los planes nacionales de seguridad de siete países africanos (tarea que la lleva a afirmar, durante la charla con Enfoques, algo que sonará tentador para cualquier político: "Si algún día quieren seguridad en la Argentina, yo tengo el plan para lograrla en tres años"). 

En su trabajo voluntario, ganó el Premio Nobel de la Paz de 1995, como miembro de la organización Pugwash por el desarme nuclear. 

Volvió a la Argentina hace tres años y actualmente se desempeña como asesora internacional del Instituto Superior de Seguridad Pública del gobierno porteño y de la Organización de Entidades Mutuales Americanas (Odema). 

-¿Cuáles son esas señales que, de haberse interpretado, podrían haber evitado en aquellos años las peores consecuencias? 

-En 1980 estábamos escribiendo todavía durante la Guerra Fría. Hoy se sabe que hay toda una psicología de la guerra, de señales, de mensajes que tienen que ver con la disuasión, donde es muy importante para dos partes en conflicto poder comunicarse. De todas formas, como en la Argentina la guerra termina en una derrota militar que, además, lleva a la caída de un gobierno militar, no existió la posibilidad de poder hacer un análisis profundo de todas las acciones. Esa represión de la posibilidad de hablar sobre las Malvinas, de intercambiar información, es lo que hace que hoy en la Argentina se tenga una memoria muy fragmentada de lo que fue la guerra, donde algunos la idolatran y otros la odian. En Gran Bretaña pasó algo parecido, sólo que nosotros fuimos víctimas de la derrota y de la depresión, pero los ingleses fueron víctimas de la victoria y de la euforia. Y la euforia es tan mala como la derrota, porque la propia dirigencia no tenía interés en que se conocieran las cosas que los ingleses hicieron muy mal. En ambos lados se buscaba simplificar la derrota y la victoria. Entonces, la víctima era no solamente la gente que la sufrió sino también la historia. 

-En el libro, ustedes no se muestran convencidos de que la dictadura haya decidido ir a la guerra por una cuestión de política interna, para tratar de perpetuarse en el poder. 

-No encontramos ninguna prueba de que haya sido así. No fue una aventura militar... 

-¿Y cómo calificaría entonces la decisión de ir a una guerra con una potencia mundial sin estar en condiciones de ganarla? 

-Es que es tan diferente hoy... No es justo juzgar algo sin la información del contexto del momento en que se toma esa decisión? 

-Cuando se niega a hablar de "aventura militar" parece que justificara la guerra? 

-No, el tema es el contexto. Se ha politizado tanto el tema Malvinas que es muy difícil hablar sin que te critiquen, así que, tratando de ser muy honesta y muy objetiva, en el contexto de ese momento, en el ámbito de la Guerra Fría y teniendo en cuenta que aquí había un régimen militar, eran muy pocas las opciones que tenían para no reaccionar como lo hicieron. ¿En qué sentido? Hay dos escuelas de pensamiento. Hay gente que cree en la teoría de la conspiración, de que todo esto nace en 1981 con el único propósito de conseguir algún tema que sea popular y lleve a la perpetuidad al gobierno militar? 

-¿Eso no fue así? 

-No, porque hay toda otra que a mí me parece que es mucho más objetiva. Un gobierno democrático y legítimo tiene en su posesión herramientas de Estado, económicas, políticas, diplomáticas, morales, militares, para poder responder a cualquier tipo de acción. Un gobierno militar, generalmente, potencia la respuesta que naturalmente es su herramienta, que es una solución militar o por la fuerza de casi todo lo que ocurre. Es lógico. Creo que hubo una reacción militar, no que lo hayan planeado tal como sucedió. Sí estoy absolutamente segura de que, para diciembre de 1981, ya tenían una idea muy clara de que iban a tener que hacer algo para forzar a Gran Bretaña a negociar de una vez la soberanía de las islas Malvinas. Estaban muy preocupados por cuestiones geopolíticas, de que todavía se estaba negociando con el Vaticano por Chile por el Beagle, entonces había muchos temas en el aire que afectaban la soberanía y también la libre circulación de la Argentina en su propia zona. Así que, invariablemente, cualquier cosa que estallara en el Atlántico Sur iba a requerir de una acción fuerte. Gran Bretaña confunde los mensajes de la Argentina, que trata de decirle en forma muy clara: "Necesito soluciones en el tema Malvinas". En Inglaterra la crítica es la misma: se dijo que fue todo para tapar los problemas domésticos de la señora Thatcher en un momento de baja popularidad. Pero afirmar hoy, treinta años después, que todo eso fue una aventura militar hecha por un gobierno agonizante que quería perpetuarse en el poder, es un simplismo muy grande. 

-Aun desde esa óptica tampoco le encuentra una definición adecuada... 

-No puedo encontrarla porque hay que separar un tema de lo que es la gente, y la gente que vivimos el tema Malvinas en ese momento quedamos todos tocados. Si tengo que decirlo desde un punto de vista humano, diría que fue una epopeya, porque lo que dio el pueblo argentino fue heroico. Lo que yo vi, chicos de 18 años empeñando relojes para poder comprar un misil para reventar a un inglés, eso fue heroico, no fue estúpido. 

-¿No fue estúpida la decisión de los militares? La guerra nunca es buena... 

-Podrían haber tomado otra decisión. La decisión que podrían haber tomado era no hacer nada. Pero si no hubieran hecho nada tenían un riesgo grande de perder las Malvinas para siempre. Se sabe que desde 1960 Gran Bretaña tenía interés en dialogar sobre la soberanía, pero en ese momento había un grupo de presión en Londres para impedir la negociación con la Argentina. Nuestro país no era el de hoy. Chile, Paraguay, Uruguay y Brasil tenían gobiernos militares. Hasta 1981, sólo Ecuador, Venezuela y Colombia eran democráticos. Había una alta militarización. Entonces, si no se hacía nada para reafirmar los derechos argentinos sobre las Malvinas, Georgias y Sandwich había una expectativa factible, posible, de perder cualquier posición argentina futura en cuanto a la soberanía de las Malvinas. 

-El tema ha sido utilizado políticamente por todos los gobiernos. ¿Cómo califica la postura de la presidenta Kirchner? 

-Lo que pasa con la Argentina es que es muy ciclotímica porque no está muy segura de cómo hablar con Gran Bretaña. No sabe cómo hablar. 

-¿Qué significa saber hablar? 

-Cómo hablar significa: ¿tenés que ser confiable? ¿Tenés que demostrar que sos bueno y que ahora sí pueden hablar con vos? ¿O tenés que hacer que los isleños te quieran para que ellos vean que sí les conviene ser argentinos? Los gobiernos argentinos no han sabido qué posición tomar. Lo que estamos viviendo ahora es una frustración grande porque, incluso después de todo el acercamiento generado en la época de Menem, incluso después de que los isleños nos han conocido y de que es evidente que la Argentina nunca más va a utilizar la fuerza para la recuperación de las islas, nada de eso nos acerca al objetivo de tener una vez una reunión, con la soberanía sobre la mesa, para discutir con Gran Bretaña. Si la Argentina pudiera poner la soberanía sobre la mesa, creo que tendríamos la madurez, como pueblo, de aceptar una derrota en la mesa de negociación. Lo aceptamos con Chile, hubo un referéndum y así se logró la paz. El problema es la frustración de no poder hacer que Gran Bretaña se digne a sentarse a discutir la soberanía como le pide todo el mundo. La Presidenta, así como un montón de gente, está frustrada por esto. Tampoco sé si es el momento correcto. Me dan miedo los tiempos: no me gusta que esto se haga en el 30 aniversario de la guerra y un año antes del 180 aniversario de las invasiones inglesas a las Malvinas porque lo hace más epopéyico, y es peligrosamente muy cercano a lo que pasó en 1982. 

-Lo raro es que en tantas décadas nadie le haya encontrado la vuelta al desafío de poder hablar con Gran Bretaña, aunque no es extraño algo obvio: que se haya utilizado siempre para hacer política interna... 

-Mientras Malvinas continúe siendo una llaga abierta va a ser potencialmente peligrosa tanto para Gran Bretaña como para la Argentina, y no por ningún tipo de acción militar sino porque, domésticamente, bloquea la gestión gubernamental tocar este tema, sea en Londres o acá. Los dos gobiernos tendrían que salir de esta historia. 

-¿Lo podrán hacer algún día? 

-Estoy convencida de que sí porque los Estados cambian, pero la cuestión son los tiempos y cómo será la evolución de la diplomacia, de las relaciones internacionales. Hoy, existe una variable que no se tenía antes que es el regionalismo, el europeísta y el latinoamericano. Desde 1989, a nivel internacional, los procesos de paz más estables y permanentes han funcionado gracias a los esfuerzos regionales. Cuando uno empuja una resolución de un conflicto en forma inmediata, unilateral, vuelve a surgir este conflicto, pero cuando está apoyado por un paraguas regional, lo contiene. Da mucha más capacidad de lograr la resolución pacífica permanente de un conflicto. Nunca se hubieran podido solucionar los conflictos europeos territoriales si no hubiera una Unión Europea que lo contiene. Y en los problemas de América central, lo que lo contuvo fue la unión de los países. El conflicto de las Malvinas se va a solucionar a través del discurso regional, hablando de una manera diferente sobre la inconveniencia de tener una llaga abierta que desestabilice internamente a la Argentina y a Gran Bretaña en momentos en que el mundo no tolera más desestabilizaciones socioeconómicas. Estados Unidos, que nunca entró a debatir el tema de las islas Malvinas, por primera vez está diciendo que hay que terminar con esto. ¿Por qué lo dice? Porque es un momento de regionalismos en donde lo que no se puede aguantar, ante el desafío de la paz y de la seguridad global, es una crisis insospechada que desestabilice una economía más. Londres no puede tolerar el conflicto de Malvinas y la Argentina, tampoco. Entonces, ¿qué es lo que va a tener que pasar? Gran Bretaña, para la que la autodeterminación de los isleños es lo más importante, no puede lavarse las manos como lo ha estado haciendo en los últimos treinta años. Es muy fácil decir que el problema no es mío sino de los isleños y "como soy muy bueno y los protejo, voy a hacer lo que me digan". 

-Más allá del tema específico de las Malvinas, y como una experta en temas internacionales, que la dirigencia argentina comprende la nueva dinámica del mundo? 

Estamos aislados de la realidad mundial, y hemos quedado tan aislados durante tantas décadas, a veces por arrogancia, otras veces por el efecto natural de no estar sincronizados con el tipo de gobierno del resto del mundo, que estamos mal acostumbrados. Parece que todo el mundo se resume a la ciudad de Buenos Aires, y lo demás son los márgenes, no hemos tenido una cultura cooperativa ni una cultura regional. Y ha sido sólo después de la Guerra de Malvinas y de Menem que se empieza a mirar a los vecinos, pero tampoco se entiende demasiado. Todavía, aunque hablamos regionalmente, no pensamos en los mismos términos. También les sucede a Brasil, Uruguay, Paraguay, Chile. Queremos actuar como región, pero no pensamos regionalmente. En Europa vemos una desintegración que va a llevar a un nuevo tipo de unión. Africa ya está regionalizada y cada vez va a estarlo más, y Estados Unidos no va a tener otra opción que desarrollar una política más intensa hacia América latina. Las grandes preguntas que se van a hacer Rusia y China se están solucionando desde la economía. Es un mundo nuevo y allí, en el aislamiento político argentino, actuamos como dinosaurios o como matones, pero no hay nada en el medio. 

MANO A MANO 

No sólo es difícil ir a una guerra, sino también volver de ella. Las Malvinas son una herida que nunca terminamos de cicatrizar, plagada de simbologías y también de muerte, de locura. Lo que más me sorprendió de Virgina Gamba fue que no trató de ubicarse en el pelotón de los políticamente correctos. Estuvo a un paso, o menos, de justificar la guerra y a los militares que llevaron al país a un conflicto absurdo. Su negativa a hablar de "aventura miltar" y, en cambio, su decisión de elegir la palabra "epopeya", además de la advertencia de que algo tenía que hacer la dictadura porque, si no, se perdían para siempre las islas, son altamente polémicas. Pero, más allá de todo, Gamba tiene una trayectoria en tareas vinculadas con el desarme, la paz, el control de armas ilegales y la seguridad pública que muy pocos tienen en nuestro país. Durante el diálogo le pregunté por qué, con semejante rodaje internacional, había vuelto al país. Me explicó que quería que su hija adolescente, nacida en el exterior, conociera la Argentina y, además, a su abuela. Me gustó esa fuerte apuesta a su familia, a sus orígenes, aunque me quedó la impresión de que aquí todavía está algo desaprovechada. Si diseñó los planes que bajaron la inseguridad en Namibia, Kenia, Ruanda, Tanzania y Mozambique, alguien debería darle una oportunidad de hacerlo aquí, por más que ésa parezca una misión más imposible que la de solucionar el conflicto por las Malvinas.

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