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jueves, 9 de enero de 2014

Biografías: Sub My (RE) Jorge Hernández (IMARA)

El encargado del batallón que arruinó el picnic

El suboficial mayor retirado Jorge Hernández cuenta su experiencia en las islas con el BIM5 y su relación con el contralmirante Robacio, con quien escribió Desde el frente.


Hernández hojea el libro que escribió con Robacio en busca de una cita textual.
Por Gustavo Pereyra

El suboficial mayor retirado Jorge Ramón Hernández fue el encargado del memorable Batallón de Infantería de Marina Nº 5 (BIM5), que comandó el entonces capitán de fragata Carlos Robacio, y combatió hasta lo último en la guerra con Gran Bretaña por las islas Malvinas.

"La batalla fue dura —recuerda Hernández—. Estuvimos 44 días bajo cañoneo. Hasta que llegó el momento de la verdad."

Hernández se refiere al “enfrentamiento grande” que tuvo el BIM5 y que desembocó en el 14 de junio, cuando finalmente la Argentina firmó la rendición.

A 30 años, dice que pensar en la guerra es horrible, pero en aquel entonces él no se la quería perder: "Con 29 años como infante de Marina, quería probarme en combate".

Después de Malvinas, Hernández y el comandante del BIM5, Robacio, se hicieron muy amigos. Ya se habían cruzado varias veces a lo largo de sus carreras y las ideas que compartían sobre el servicio, la disciplina y la religión los fueron uniendo en la vida militar y civil. Y Hernández hasta lo convenció de que escribieran juntos un libro: Desde el frente.

"Él no quería. Su modestia le impedía tomarse el atrevimiento”, cuenta.

Duros


Jorge Hernández (que en 1982 tenía 46 años y ya era suboficial principal de la Infantería de Marina), advierte que los hombres de su BIM5 estaban cabalmente preparados para la guerra y que por su accionar en Malvinas, los ingleses llegaron a tenerles un respeto profundo.

“Fue la disciplina la que fue endureciendo al batallón —señala—. Eso, porque el comandante [Robacio] se ponía a la cabeza. Y los segundos comandantes y los suboficiales mayores también.”

* * *

El 2 de abril tomaron las islas y el 3 regresó el almirante Carlos Busser con oficiales. Hernández estaba “embroncado” por no haber participado de la Operación Rosario y esperaba con desesperación poder probarse en combate.

Pero a Malvinas no lo pensaban mandar. La superioridad necesitaba un encargado de cuartel en Río Grande. Y ese era él (su experiencia en el ya inexistente BIM6 al norte de Tierra del Fuego y de la conformación de otro para el sostén logístico lo hacían el hombre indicado para coordinar desde el continente todo lo que necesitaran las tropas en el frente de guerra).

Por eso, el segundo comandante del batallón le dio una serie de órdenes para concretar en lo logístico antes de la salida del grupo grande de infantes de Marina.

Hernández las escuchó, pero ya estaba convencido de que acatarlas no estaba en su mira.

—Estas cosas no las cumplo, señor —le dijo a su jefe—. Mañana me voy a Malvinas.

—¿Y quién lo retiene? —le contestó el oficial—. ¡Váyase!

Y Hernández se fue.

Al otro día tomaría el primer vuelo a las islas. Pero esa noche reuniría a su familia en su casa y les comunicaría su decisión.

“¡Hmmm! —inspira hondo y exhala un suspiro—. Una despedida como todas las de ese tipo —recuerda.”

70 días


El Batallón de Infantería de Marina N° 5 fue a las islas alrededor del 7 de abril. Hernández se encuentró allá con Robacio, que había salido unos días atrás:

—Voy a ver Malvinas y vuelvo —le dijo Robacio a su mujer. Quería ver dónde ponía al Batallón.

Lo lindo, lo feo y lo triste de los más de 70 días que estuvieron en Malvinas quedó plasmado en el libro de ambos.

“Días y días bajo cañoneo. De un momento para otro aparecía algo: fragatas tirando o aviones bombardeando o cohetes de helicópteros —rememora—. Y el momento de la verdad, cuando en Tumbledown nos atacaron 5 batallones del Ejército británico, la Guardia Galesa [fuerza de elite], la escocesa y la nepalesa; y detrás, de reserva, 2 comandos de Infantería de Marina."

4.000 hombres contra 1.500. Y no pudieron tomar la posición del BIM5 hasta que a Robacio le ordenaron que se repliegue.

—Los ingleses creyeron que se habían topado con un batallón entero. Y habían estado luchando contra apenas una compañía. Se dieron cuenta de que no habían venido de picnic —dice, en relación al libro No Picnic que escribió posteriormente el comandante británico de la Brigada 3 de Marines, Julian Thompson, sobre lo duro que fue batallar contra el glorioso BIM5—. No fue un paseo para ellos.

—¿Cómo conocí a Robacio?

—Nos encontramos por primera vez, sin estar en la misma unidad, en el año 57. Él era guardiamarina y yo cabito segundo, ambos recién recibidos. Él hacía de ayudante de guardia, recorría los médanos por la Base Baterías y yo hacía un trabajo en el Polígono. Nos pusimos a charlar y ahí empezó nuestra relación. De una conversación nació otra y a lo último cometimos infracción los dos: nos pusimos a tomar mate.

—¿Infracción?

—Estaba requetecontraprohibido.

—¿Y cuándo se hicieron amigos?

—Nos volvimos a encontrar en 1963, en el Batallón de Infantería de Marina Nº 3, de Zárate. Ahí sí estaba subordinado a él, que era jefe de una compañía. Él, teniente de fragata y yo, cabo primero. Todavía no teníamos ningún trato de amistad. Después no estuvimos más juntos; nos encontrábamos ocasionalmente en el edificio Libertad o en Baterías, nos saludábamos, charlábamos y nada más.

—Pero esas conversaciones triviales fueron uniéndolos.

—Sí. Y en 1982 llegué al BIM5 y estaba Robacio. Yo ya había ascendido a mayor. Nos encontramos y ya fue un abrazo. Nuestras esposas e hijos también se hicieron amigos.

—¿Cómo era él?

—Adentro y afuera era de la misma forma. Era duro consigo mismo. Yo no me quedaba atrás. Pesábamos igual. Así se formó una unidad con el concurso de buenos suboficiales primeros y segundos, de fierro, que en seguida agarraron la idea inicial y la apoyaron.

Hernández cuenta que Robacio tenía la costumbre de tocar diana silenciosa a la madrugada y poner en marcha el Batallón. Cada compañía recorría 15 o 20 kilómetros a alguna estancia para adiestrar: "Eso, cada 20 o 30 días, con nieve, barro, granizo, lluvia. Volvíamos hechos un desastre, pero ese tipo de actividad fue bueno. Sobre todo porque el que conducía hacía lo mimo".

* * *

—Vamos a trotar. Seguime —le dice Robacio a Hernández.

—Vamos.

Y atrás, todo el Batallón. Eso se hacía en el 5. Malvinas los agarró de sorpresa, pero preparados.

El libro


Después de Malvinas, Hernández y Robacio ya eran amigos. Y cuando regresaron a Puerto Belgrano, más todavía.

—¿Por qué no escribís un libro? —le dice Hernández.

—No —contesta Robacio—. ¿Hablar de mí mismo? No puedo tomarme ese atrevimiento.

—Sí, podés.

Ese tira y afloje insumió muchas caminatas por las tarde, en Monte Hermoso, un balneario al sur de la Provincia de Buenos Aires, cerca de Punta Alta y Bahía Blanca. Hasta que un día:

—¿Por qué no escribís un libro?

—Mmm. Bué…

Hernández y Robacio pasaron 2 años empapándose de diferentes visiones sobre la guerra de Malvinas. Y después empezaron a escribir la suya. La que se vio Desde el frente.

Gaceta Marinera

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