HMS Superb: El Submarino Fantasma
El Snorkel
El 30 de marzo de 1982 se anunció en medios británicos la zarpada del submarino nuclear británico HMS Superb rumbo al Atlántico Sur. Sin embargo, pocos días después, esta embarcación apareció en su base en Escocia. La difusión de la información errónea de manera premeditada, fue el disparador de acciones decisivas.
En el prefacio del libro “Malvinas: El Gran Relato”, [1] Umberto Eco destacaba que la historia del submarino británico HMS Superb “es la verdadera historia de cómo se construyó una historia inventada”[2], y en consecuencia, puntualizaba su interés en el modo en que había crecido la historia del submarino, a partir de un rumor vago. Quedaban en pie varios interrogantes, respecto de quién había inventado el submarino, y en particular, quién se habría beneficiado la difusión del rumor.
El 26 de marzo de 1982, mientras evolucionaba la crisis diplomática con Gran Bretaña por los incidentes en Georgias del Sur, en Buenos Aires se recibe la información de que los británicos habían destacado hacia las Islas Malvinas al RRS John Biscoe (desde Montevideo), con un destacamento de Royal Marines, y al RRS Bransfield (desde Punta Arenas). Si bien eran embarcaciones operadas por civiles, estaban afectadas a tareas de abastecimiento de la Royal Navy, y se sumarían al buque HMS Endurance, operando en el área y que amenazaba desalojar por la fuerza a los operarios civiles en Puerto Leith.
Ese mismo día, ante el evidente refuerzo de la guarnición británica, en Buenos Aires se resolvió realizar un despliegue preventivo de fuerzas al Atlántico Sur, a fin de estar en condiciones de adoptar medidas si la evolución de la situación así lo requería. “Por lo tanto, [se] ordenó preparar todo lo necesario para zarpar el 28 de marzo”[3], lo que finalmente se cumplió, por la tarde, en dicha fecha.
Entonces, si bien la decisión había sido tomada, el uso de la fuerza quedaba supeditado a la evolución de las negociaciones diplomáticas, “y por ello se ordenó expresamente al Comandante de la "Operación Rosario" (desembarco en Puerto Stanley), que la misma podía ser cancelada si se lograba un arreglo diplomático antes del 1° de abril de 1982 a 18.00 horas”. [4]
Mientras tanto, la percepción en Londres era que Argentina no llegaría al extremo de una invasión. El ministro de Relaciones Exteriores británico, Peter Carrington, estaba convencido que la forma de actuar en estas circunstancias era “disuadiendo” a los argentinos a que se abstuvieran de recurrir a la fuerza. “El 24 de marzo tuve que informar a mis colegas del Gabinete que las negociaciones con Argentina podrían llegar a un término, y que no podríamos excluir la posibilidad de acción militar en última instancia”. [5]
Entonces, el 25 de marzo, la Primer Ministro británica autorizó a preparar planes de contingencia. Se evaluaba que la presencia del destacamento de Royal Marines en las Islas Malvinas, y los refuerzos que llegaban desde Montevideo, serían insuficientes para disuadir a los argentinos. “Se examinaron las opciones familiares, con las conclusiones familiares. En un período de tensión en aumento, podía desplegarse un SSN [submarino nuclear] hacia la región. Si se lo hacía abiertamente, ello podría servir como una útil disuasión, pero sólo a la espera de mayores refuerzos navales”. [6]
Se decidió el refuerzo en el Atlántico Sur, siguiendo las propuestas de despliegue de un submarino nuclear, pero en forma encubierta dado lo delicado del momento. El 29 de marzo por la mañana, el Ministro de Defensa británico, John Nott, se reunió con el First Sea Lord, Admiral Sir Henry Leach para instruirle poner en alerta algunas buques y para el envío de un submarino nuclear previo análisis de los compromisos de despliegue con la OTAN. Esa misma mañana se informó que el HMS Spartan estaría disponible, “pero que tomaría dos o tres días equiparlo con el armamento necesario, aprovisionarlo para una misión muy prolongada, y alistarlo con los torpedos correctos”. [7]
La expectativa era que este submarino zarpara el 31 de marzo, para llegar al área de las Islas Malvinas, entre el 11/12 de abril. Al respecto, Thatcher expresó que “el submarino tardaría dos semanas en llegar al Atlántico Sur, pero podría comenzar a ejercer su influencia sobre los acontecimientos inmediatamente. Mi sentimiento instintivo me decía que había llegado el momento de demostrar a los argentinos que íbamos en serio” [8], tal vez interesada en hacer perder el carácter encubierto del despliegue.
De todas maneras, Nott consideraba aún insuficiente el envío del HMS Spartan. “La siguiente mañana, martes 30, regresé a la oficina y le pedí al Estado Mayor Naval de preparar un segundo submarino”. [9] Enterado del nuevo despliegue, Carrington insistía en que resultaba insuficiente: “Ya habíamos enviado un submarino nuclear y ese día habíamos acordado enviar un segundo, a fin de ayudar a contrarrestar cualquier movimiento agresivo de la marina argentina, que aún se asumía no sería inminente. Yo quería enviar un tercero, pero la decisión fue postergada”. [10]
Pero la crisis diplomática entre ambos países seguía escalando, y los medios británicos, ante la falta de noticias concretas, ya hablaban de una “invasión argentina”, lo que ponía en aprietos al gobierno de Margaret Thatcher. “La primer ministro sabía que el 30 de marzo se ventilaría el tema de defensa en el Parlamento y que el incidente de las Georgias del Sur la perjudicaba”. [11]
“El deseo de reafirmar al Parlamento y a la prensa que se estaban tomando acciones firmes, llevó a que el despliegue se filtrara el 30 de marzo” [12], lo que ocurrió en oportunidad en que un ministro del Foreign Office, Robert Luce había concurrido a presentar un informe al Parlamento, en donde, de acuerdo a Nott, Luce fue “atacado” por varios parlamentarios conservadores “por la falta de acción del gobierno”, por lo que debió haberse insinuado el despliegue del submarino. “Estoy seguro que no lo especificó, pero cierto número de parlamentarios tory corrieron bajando las escaleras para especular con la prensa parlamentaria, entre otros, que el gobierno había despachado un submarino.” [13]
Así, en los pasillos de Westminster, varios parlamentarios comentaron a los periodistas allí presentes, que submarinos nucleares estaban siendo despachados hacia el Atlántico Sur debido al empeoramiento de la crisis en Georgias del Sur. “Pero detrás de estas sensatas misivas se encontraba el poderoso lobby de la Armada Real, de la Falkland Island Company, de la British Antartic Survey y el interés creciente de la propia Primera Ministra que deseaba aprovechar la máximo la situación creada para obtener un rédito político”. [14]
Geoffrey Archer, corresponsal de defensa de la ITN, quien el 26 de marzo había observado que el submarino HMS Superb zarpaba apresuradamente de Gibraltar, replegado de las maniobras con otros buques de la Royal Navy (Ejercicios “Springtrain”), dijo: “Juntamos dos más dos e hicimos cinco” [15], asumiendo entonces que este había sido el primer SSN en ser desplegado y que ahora estaba en camino al Atlántico Sur.
Otros corresponsales pronto siguieron el informe de la ITN sobre la misión del HMS Superb en el Atlántico. Jon Connell, corresponsal de defensa del Sunday Times, describe el proceso: “Debido a que la información era tan escasa, uno la recogía a veces de otros colegas, a veces de leer otros periódicos, y tomando lo que no eran realmente confirmaciones sino probablemente conversaciones con alguien en el Parlamento o alguien en el Ministerio de Defensa que podría indicar, sí, que había un submarino en camino, o algo a esos efectos. No puedo recordar con precisión en esa instancia qué fue lo que nos hizo imprimirlo”. [16]
Pero, al momento de la “filtración” en los pasillos del Parlamento, ningún submarino británico tenía proa al Atlántico Sur. El HMS Splendid, junto con el HMS Spartan recién zarparían el 1° de abril.
“La historia del Superb había cobrado velocidad por sí misma, porque era creíble en sí misma pero, fue alentada por el Gobierno?- Sí, responde una minoría de corresponsales de defensa. No, dijeron otros. [17] [18] El entonces vocero del Ministerio de Defensa británico, Ian Macdonald, declaró: “El error de los medios sobre el Superb fue extremadamente útil para nosotros, pero di instrucciones precisas a mi equipo de nunca decir nada más que: “Como Uds. saben, nunca discutimos la posición de los submarinos nucleares.”. [19]
Si bien ante la Cámara de los Comunes, en el debate del 3 de abril de 1982, Margaret Thatcher puntualizó que: “En tanto, prometimos no tomar acciones que escalaran la disputa por el temor de precipitar el evento que nuestros esfuerzos estaban dirigidos a evitar.” [20], la omisión en negar la información errónea no hizo más que alimentar el rumor y explotar la noticia en beneficio del Gobierno. Años más tarde, en sus memorias, la primer ministro reconoció: “no me molestó demasiado cuando se filtró la noticia de esta decisión”, [21]
Pero, si bien pareciera que la difusión del rumor habría estado destinada inicialmente a apaciguar la opinión pública interna en Gran Bretaña, la noticia actuó también como un medio de engaño o decepción destinado a disuadir a los decisores en Buenos Aires, en ese momento como un arma de política exterior durante la crisis diplomática.
Así, la decepción, puede entenderse como “la información diseñada para manipular el comportamiento de otros induciéndoles a aceptar una presentación falsa o distorsionada de su entorno físico, social o político”. [22] Para lograr el efecto deseado, “los mecanismos de la decepción son muy simples; es sólo un problema de alimentar al enemigo con indicadores falsos e información por todos los canales de sentidos y fuentes posibles.” [23]
“Una decepción no tendrá éxito en su objetivo si el enemigo no cree en la fuente o en el plan de cobertura”. [24] “Además de contar con la capacidad física en elementos bélicos y canales de control de dichos elementos, se debe comunicar al adversario, puesto que de nada sirve contar con una capacidad si ésta no es conocida, por lo menos vagamente, por el adversario a quien se intenta disuadir de atacar”. [25]
Siguiendo esos principios, el mensaje llegó a Buenos Aires proveniente de varias agencias de noticias internacionales. El canciller argentino, Nicanor Costa Méndez recuerda el análisis de esas noticias y el convencimiento que ellas generaron en Buenos Aires: “Los medios anunciaban diversos despliegues de fuerzas que no eran contradictorios entre sí; los diarios más destacados, la radio y la televisión habían adoptado un tono claramente nacionalista y agresivo.” [26]
Apenas difundida la noticia, el encargado de negocios de la Embajada Argentina en Gran Bretaña, Ministro Atilio Molteni, enviaba a Buenos Aires la siguiente información: “Noticia dada a las 10.00 PM por ITN Thames, del envío de dos submarinos nucleares al Atlántico Sur, fue anunciada antes de reiteración parcial por Lord Buxton en persona de mensaje a V.E. contenido mi 741. Este contexto otorga a esta información seriedad. Locutor afirmó se trata de unidades Hunter Killer no necesariamente con armamento nuclear. Uno de ellos habría zarpado el jueves pasado (25 de marzo) desde Gibraltar” [27] Un segundo mensaje confirmaría la información: "...Periódicos informan ampliamente sobre presunto envío de uno a dos submarinos nucleares con capacidad nuclear. Algunos diarios aseguran haber recibido confirmación del Gobierno Británico de que submarino “Superb” salió de Gibraltar, jueves 25 de marzo. Noticia no fue confirmada ni desmentida por Foreign Office...". [28]
La maniobra de decepción se estaba consumando. “Se suponía que las filtraciones aparecidas en la prensa británica no eran inocentes (pues no lo habrían sido en Buenos Aires) y que la referencia a los movimientos de los barcos sin duda era anterior a la hora que aparecían en la prensa”. [29]
Estas noticias confirmaban las sospechas que los británicos estaban tomando una línea dura con el objeto de dilatar la crisis y reforzar el despliegue militar en las Islas Malvinas. Con ello, los británicos alcanzarían la superioridad militar al arribar el primer submarino nuclear a la zona.
Si efectivamente el submarino HMS Superb había zarpado de Gibraltar el 25 de marzo, su arribo a las Islas Malvinas ocurriría a partir del 10 de abril, lo que entonces haría imposible cualquier maniobra argentina ante la pérdida de la sorpresa estratégica. “Esta desfavorable modificación de la relación de fuerzas, en acuerdo con las conclusiones del Grupo de Trabajo Conjunto, hacía no factible la recuperación militar, de modo que esa fecha —10 de abril— resultaba el término del periodo durante el cual podíamos operar con éxito.” [30]
El almirante norteamericano Harry Train, Comandante Supremo Aliado del Atlántico, quien entrevistó personalmente al almirante Anaya después de la guerra, sobre los efectos de disuasión de un submarino, y su papel en la crisis de 1982, expresó: Submarinos?. Asustan a la gente. La gente no los entiende. No se los ve. … Pueden empujar a uno a pasar el umbral de la guerra, que es lo que sucedió en el caso de las Islas Malvinas, estoy realmente convencido –al igual que Anaya-, que eso fue el “disparador de la guerra”. [31]
“Manipular la conducta de otro a través de las amenazas es un fenómeno natural.” [32], y la noticia del despliegue del HMS Superb “no necesitaba ser verdad para lograr el efecto deseado”, tal como expresara Henry Stanhope,[33] corresponsal de defensa del periódico británico “The Times”, admitiendo que en tiempos de guerra la manipulación de las noticias resulta conveniente para la obtención de los fines buscados.
Los grupos de presión vinculados a las Islas Malvinas buscaron congelar las negociaciones entre los gobiernos por la soberanía, magnificando la crisis en las Georgias del Sur, y pretendiendo justificar la militarización del área. El Gobierno de Margaret Thatcher generó el rumor de la zarpada para aplacar la creciente opinión pública adversa generada por la crisis, pero inmediatamente utilizó la noticia como factor de disuasión estratégica contra Argentina, sea para prevenir una escalada armada, como para eventualmente posicionarla en un mejor plano diplomático, cuando los submarinos verdaderos –no el HMS Superb- llegaran a las aguas del Atlántico Sur.
Sin embargo, tal como señala el propio Peter Carrington, renunciante a su cargo después del 2 de abril de 1982, “la disuasión puede fallar: y si falla, uno se enfrenta a las opciones de rendición o la guerra. En el caso de las Malvinas, falló. Tuvimos guerra”. [34]